natural. La tecnica impresionista consistia en descomponer la burguesia y los cubiletes en ocho reflejos. El grupo de los pintores y de los poetas que se encuentra en el salon de entrada del Museo -yo adoro a Verlaine-. Verlaine tambien miraba el mundo, como Monet a sus catedrales, al traves de un cristal empanado, me produjo una impresion -?acaso no se llamaban impresionistas?- de aburrimiento y de melancolia.

Continuaba reteniendo el deseo de leer la carta que acariciaba con los dedos entre el bolsillo del abrigo. Como el borracho que esta a punto de vomitar, tragaba saliva rapidamente y presentia el momento en que no podria resistir mas. Media hora despues llegaba al cafe, pedia un Ricard que despache de un sorbo, y otro que paladee lentamente. Abri entonces la carta en que mi hermana me contaba que papa habia muerto hacia quince dias delirando conmigo pues no perdio la esperanza, hasta el ultimo instante, de verme llegar.

Mi hermana terminaba diciendo que con la cesantia -treinta anos inclinado el pobre hombre sobre un enorme copiador de correspondencia- habian comprado los dolares del giro para mi regreso. Lo que gana mi hermana como secretaria en otro ministerio, apenas les alcanza a mi abuela y a ella para vivir mal y cubrir la hipoteca de la casa que arrancandose tiras de pellejo papa logro comprar con veinte anos de plazos. 'Dime la fecha de llegada y el numero de vuelo. En barco podria salirte mas barato, pero nosotras perderiamos demasiado tiempo. Te advierto que la abuela no esta bien. La vas a encontrar acabada, acobardada y triste.'

El sol naufraga demasiado pronto, aunque todavia faltan quince dias para entrar en el solsticio de invierno. El cielo es una colcha livida que se desploma sobre la calle. Las linternas de los automoviles son pupilas escaldadas por el insomnio. Los automoviles son fantasmas de automoviles. Las gentes que pasan rapidamente delante del bistrot son ectoplasmas envueltos en abrigos y bufandas de lana. Los raros clientes que abren la puerta de cristales proyectan en el interior, tibio y denso, un chorro de viento helado. Grunen, ?brrrr!, llaman al camarero, piden un cafe y se frotan las manos. En todas las narices, un poco enrojecidas, brilla una gota de escarcha.

– La senorita lo espero tres dias seguidos. Le dejo este papel.

Me entrego una hoja de cuaderno escolar, doblada en cuatro. Alguien le habia dictado estas palabras en frances: 'Manana salgo para Nueva York. En el verano volvere. Besos, etc.' Lo de siempre. Se busca una diosa y se amanece con una prostituta envuelta en plastico en papel celofan. De un tiempo a esta parte, desde cuando resolvi escribir mi novela y tomar notas en este cuaderno, me sucede que para pensar tengo que ponerme a escribir. Cuando todavia no era un escritor, necesitaba dejar de escribir para comenzar a pensar.

Es absurdo, pero aparte una breve conmocion fisica -una nube ante los ojos, un sudor frio, un malestar agudo y pasajero, un vago deseo de vomitar- no pense en nada ni tuve el menor impulso de llorar cuando lei la carta de mi hermana. Absurdo porque yo pertenezco al genero de los espectadores que lloran en el cine: viejas emotivas y desamparadas, senoritas pobres que consideran el matrimonio como una entelequia. empleados jubilados que en las tiernas imagenes de la pantalla encuentran un pretexto honorable para llorar por su infelicidad, su incapacidad, su vida frustrada y su mala suerte. Trate inutilmente de emocionarme al recordar entre brumas la silueta de mi padre cuando regresaba de la oficina arrastrando los pies. Se sentaba en el comedor a leer el periodico mientras jugaba con unas bolitas de pan… Pero mi novela es una realidad, algo que tiene un cuerpo, una forma, un volumen, un color. La veo expuesta en las vitrinas de las librerias. Tiene una cubierta blanca y una banda de papel rojo en la cual se lee 'Vient de paraitre'. No veo claro el titulo. Apenas percibo el tema y el contenido.

Pero ella esta ahi y es un objeto real aunque todavia no haya escrito, ni tenga el tema para escribirla, ni sepa que titulo le voy a poner.

A la segunda lectura de la carta se me ocurrio pensar que si no sentia nada extraordinario era por la razon de no estar intimamente convencido de que mi padre habia muerto. Se trataba de un cadaver inverosimil, puesto que yo no lo habia visto. No podia emocionarme subitamente por la desaparicion de papa del mundo de los vivos, de nuestro mundo, puesto que habia desaparecido hacia tiempo de esa memoria util que aprovecho para establecer una continuidad dentro de la rutina de mi vida ordinaria. Habia desaparecido la primera noche en que llegue a Paris y deje de pensar en el cuando en lo alto y a lo lejos reconoci un Arco del Triunfo de cristal, iluminado al trasluz, flotando en un cielo fosforescente. Y al no tener ni por un momento la impresion fisica y concreta de que mi padre ya no era un hombre vivo sino un cuerpo muerto, se me ocurrio una idea fantastica que algun dia puedo utilizar. ?No seria concebible que las personas no mueren, sino simplemente se alejan a otro lugar en el cual asumen una nueva corporeidad extrana y misteriosa? A veces en plena calle o en un bus, o en la estacion del metro, he reconocido fugaz pero intensamente a un amigo a quien habia dejado de ver y en quien no habia vuelto a pensar desde hacia muchos anos. Se trata, diria yo, de una intuicion de presencia. Un segundo despues una mirada mas atenta pero menos clarividente que la primera, me convence de que padecia una equivocacion momentanea. Pero dejemos esto para despues.

Un cielo despejado y azul, un azul tierno y luminoso, se reflejaba en el Sena cuando cruce el puente frente a Notre-Dame. Queria pensar pero no podia hacerlo. No queria pensar, seria mas exacto decir. Me agarraba como un naufrago a las pesadas barcazas que descendian por el rio, a los faros de los automoviles que cruzaban el puente, a las tiendas de flores que derraman sobre la acera macetas de claveles y de gladiolos, plantas ornamentales, jaulas de pajaros y recipientes de cristal con pececitos de colores. Caminaba a toda prisa, como si tuviera urgencia de llegar a alguna parte. Al seguir por los muelles una punzada en el estomago me recordo de pronto que tenia hambre, pues no pasaba bocado desde la noche anterior. Comi un sandwiche y tome otro Ricard en un bistrot. Atravese los jardines de los Campos Eliseos; mas tarde, atraido por un anuncio, quise entrar a la exposicion conmemorativa de Toulouse-Lautrec. Desgraciadamente iban a cerrar, pues faltaba un cuarto de hora escaso para las cinco de la tarde. Por mi cabeza desfilaban toda clase de imagenes y pensamientos. Sabia que no queria pensar ni recordar algo determinado, y que mas que nunca era necesario olvidar. Las luces del Rond-Point y las fachadas iluminadas de 'Jours de France' y el 'Figaro' giraban ante mis ojos cuando me sente en un banco a descansar un instante. Sudaba a mares y tenia sed, pero estaba demasiado cansado para pensar en levantarme.

?Que representa Paris para un extranjero como yo? ?Que es realmente Paris?

No recuerdo quien dijo que el hombre elegante no es el que viste a la ultima moda, sino por el contrario el que esta un poco pasado de moda. Debe ser una frase de Wilde. Si esto no fuera verdad para tantos hombres feos, tristes, mal vestidos, que descienden de los buses que vienen del otro lado del Sena, en cambio podria serlo para las ciudades: Londres, Viena, Berlin, Paris…

Por el contrario de lo que me ocurre otras veces, hoy para no pensar tengo que escribir.

Paris se parece a Toulouse-Lautrec, pasado de moda con sus gafas de pinzas, sus pantalones de fantasia, su sombrero melon y su cuello de pajarita. A Paris le convienen los faroles de gas, los pomposos edificios coronados por cuadrigas que vuelan, las feas estatuas academicas de la Plaza de la Concordia, los hipogrifos dorados del Puente Alejandro III, los leones heraldicos, el zuavo que se moja los pies en una pilastra del Pont d'Alma. A Paris le sienta el otono con este cielo destenido y esta piel tostada, cubierta de escamas rojas, doradas, cobrizas, ocres, que hacen sonar en Madame Bovary o en Margarita Gautier, las dos tan adorablemente cursis y parisienses por no estar a la moda.

Cuando me levante y atravese el Rond-Point, aplastando con los pies las escamas crujientes que cubrian el suelo, pues los arboles estan cambiando la piel, pense que entre la elegancia de Paris y la febril belleza del otono existe una perfecta simbiosis, pues tanto el uno como el otro son un poco pasados de moda…

– Un Ricard, por favor.

Me habia sentado en la terraza desierta de un restaurante de turistas.

– ?Un que?

Al caer en la cuenta de que estaba en un cafe servido por muchachas disfrazadas de arlesianas, cambie el Ricard por una copa de Armagnac.

Emprendi rapidamente el camino de regreso. Aun cuando sentia las piernas flojas, caminaba mas de prisa que los centenares de empleados que salian del trabajo con la preocupacion de tomar el proximo bus. Subi por la rue Royale y al llegar a la esquina de la Magdalena me detuve ante las vitrinas de la agencia Cook, resplandecientes de luz. Un barco con los ojos de buey iluminados navegaba en el aire, entre dos grandes fotografias en color. 'Crucero por el Mediterraneo en la proxima primavera'. 'Espana, la Costa del Sol. Descuentos especiales para familias.' Una roca escueta como un triangulo isosceles, un mar incandescente, un cielo de cobalto, un yate fondeado ante un muelle de color azul. Eso de un lado. Del otro una colina punteada de olivos, un castillo feudal, una playa derritiendose al sol a la orilla de un mar que se evapora en un horizonte

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