quimerico. Pase a la otra vitrina: 'Viaje a los paises exoticos: el Extremo Oriente, el Africa Ecuatorial, las islas del Caribe, la America del Sur'. Templos budistas, negros con las fauces atravesadas por un grueso alfiler, collares de flores, palmeras de coco… mares calientes, mientras en su mansarda el pobre portugues se queja de los sabanones y llora porque no ha vuelto a salir el sol.

Eran las cinco de la manana cuando rendido, enervado, embrutecido pero sin haber pensado una sola vez en aquello que no queria pensar, llegue a la 'chambra' de la mansarda en el barrio del Observatorio. Durante diez horas no habia hecho otra cosa que caminar y beber de vez en cuando para levantar el animo. Subi los siete tramos de la escalera casi a gatas. Me tire en la cama sin desvestirme y quede inmediatamente dormido. Cuando el portugues llego a las siete de la manana todavia roncaba. Como lo debi mirar con ojos empanados y estupidos, me pregunto si estaba borracho.

– Tengo sed, Pablino. Me estoy abrasando de sed y si eres un portugues caritativo me traes un poco de agua. No puedo levantarme para ir hasta el bano.

Estas son las cosas que no puedo soportar y en mi novela tendre que evitar a toda costa. No puedo perderme en detalles insignificantes que le quitan coherencia y continuidad al relato. Dejar que el lector imagine el escenario y el fisico de los personajes como le venga en gana. Mayormente si insertara en mi libro una persona como Pablino, un pobre diablo, analfabeto ademas, que no tiene nada de un personaje. Esta digresion es estupida. No hay personas por insignificantes que sean que no puedan convertirse en personajes de novelas si se las mira con ojo ironico y novelesco.

Por si acaso, datos biograficos de Pablino: Treinta y cinco anos, aunque aparenta cincuenta. Entro en Francia subrepticiamente, sin pasaporte ni contrato de trabajo. Cinco anos descargando bultos en los mercados, lavando edificios y lustrando zapatos en un subterraneo del metro, al lado de un W. C. que apesta desde lejos. Tiene una novia en Portugal, en un pueblo sobre el rio Mino. Cuando haya ahorrado cinco mil francos regresara a casarse y montara un negocio de merceria. Ahora esta muy contento con su nuevo trabajo, pues pesca buenas propinas al abrir la puerta de los taxis en un modesto cabaret de la Place Clichy.

El pobre, pues, se tiro a dormir a los pies de la cama. Antes de despejar el gaznate con un ruido infernal me dijo que esa noche a las siete o las ocho me esperaria a las puertas del cabaret de Clichy.

– Una chica monisima que trabaja en el grupo de las bailarinas… ?Tiene un cuerpo, te digo que tiene un cuerpo!… desea aprender un poco de espanol. Consiguio un amigo de Tanger que solo habla en esa lengua, y es hombre riquisimo que quiere llevarsela a su tierra. Esos hombres tienen varias mujeres, ?bah! (y escupe). Ella dice que eso no importa porque ademas todos los hombres, aunque no sean de Marruecos, tienen varias. ?Bah! (y vuelve a escupir.) Todas estas francesas son unas… ?Me entiendes?

Ocho de la noche en la Place Clichy. Pablino se pasea muy orondo por la acera, frotandose las manos de vez en cuando pues hace frio. Desbordamiento de luces. Rachas de musica caliente se filtran por las rendijas de las ventanas y una fotografia de mujeres semidesnudas aparece a la puerta de 'El Dragon Rojo', en una cartelera. Pablino me senala con el dedo unas piernas, unos senos redondos, un minusculo triangulo de lentejuelas.

– ?Te gusta? Mi novia es gorda, colorada, capaz de tumbar un novillo de una palmada en el hocico. Estas mujerucas de Paris… (y escupe por la guia izquierda del bigote).

Juanillo, el patron del cabaret, me hizo entrar sin pagar por aquello de ser amigo del portugues, y me ofrecio una copa de conac en la barra. Habia poca gente. Las muchachas del numero coreografico llegaban por parejas; algunas le daban un beso a Juanillo, este les palmoteaba las ancas de animales de raza, de raza blanca quiero decir.

– Este es el joven estudiante que te va a dar clases de espanol.

Asi nos conocimos y quedamos en que las clases comenzarian al otro dia, entre cuatro y seis de la tarde, en su pieza del Hotel de Tunis, que se encuentra a trescientos pasos de alli, en la rue Abel Truchet. En cuanto al pago, me daria cinco francos por clase y… Juanillo me abrio un modesto credito para pedir hasta tres conacs, no a precio de cabaret, sino de costo, que es diez veces menor.

?Que interes puede tener todo esto desde el punto de vista de mi novela? Ninguno, fuera de soltar un poco la mano, distender y relajar la imaginacion, dialogar, ejercitar la memoria y sobre todo sepultar aquello, olvidarlo y sepultarlo dentro de mi bajo una hojarasca de palabras secas.

El marroqui es un paquete envuelto en una chilaba de color marron y con un turbante blanco en la cabeza. Feo, gordo, barrigon, negroide, con el rostro blando y mofletudo cruzado por un bigote hirsuto. Chantal me llevo a la mesa del marroqui para que le sirviera de interprete. El hombre pidio una botella de champana. Era un cliente importante de la casa, pues Juanillo en persona nos servia el vino en las copas. Chantal le hizo comprar flores para dos amigas que no habian conseguido anfitrion, me obsequio un paquete de cigarrillos americanos y con un botones le mando a Pablino cigarrillos y una copa de conac. El hombre estaba medianamente borracho y cuando levantaba el brazo para abrazarme y palmotearme fuertemente la espalda, me envolvia en una onda de sudor agrio, pesado, penetrante, dentro de la cual flotaban, sin mezclarse, otros olores desapacibles.

– Chantal dice que no ha conocido en toda su vida un hombre mas rico, ni poderoso, ni buen mozo, ni generoso, que Su Excelencia.

– Dile que me pida lo que quiera.

Con una sonrisa angelical Chantal le pidio quinientos francos para pagarle a Juanillo un adelanto que le habia hecho la semana anterior. Con un melancolico rictus en la boca, este se encogio de hombros y estiro los brazos.

– La pobre chica vive con problemas economicos. Sostiene a su madre enferma y a dos hermanitos que estudian en un colegio de Toulouse. ?Ademas, no tiene que ponerse!

El marroqui extrajo de las profundidades de un bolsillo interior un fajo de billetes.

La orquesta comenzo a tocar y Chantal huyo corriendo, porque el numero en que participaba estaba a punto de empezar.

A la madrugada desayunamos una sopa de cebolla en el restaurante que la mujer de Juanillo tiene en la rue de Rome, a un lado de la Gare Saint Lazare. Eramos Chantal, el marroqui, Juanillo y una muchacha del cabaret amiga de los dos. Se habia hecho ciertas ilusiones conmigo:

– ?Vamos a tu hotel?

– No tengo hotel.

– Entonces al mio. Vivo con una amiguita, pero eso no importa.

Conversando con la patrona se encontraban dos hombres ya maduros y un antiguo jockey, amigo de Juanillo, su asesor tecnico para las apuestas del domingo. El antiguo jockey -cincuenton, casi enano, cascorvo, con un perfil de pajaro de presa- tampoco habia acertado en sus pronosticos del domingo anterior.

– ?Que quieres? -le grito a Juanillo cuando nos vio llegar-. La pista estaba muy pesada. Yo no calculaba que la manana del domingo habria de llover. La 'meteo' anunciaba un tiempo esplendido…

Un parroquiano vestido de smoking, algun maitre de los cabarets del contorno, exclamo despreciativamente:

– ?Cualquiera cree en la 'meteo'!

Un jovenzuelo de melena revuelta y engrasada, camisa de seda, pantalones cenidos, chaqueta de pana y tacones cubanos: un tipo equivoco y mal encarado, se levanto de la mesa donde se encontraba conversando con un obrero de delantal blanco, se acerco a la nuestra y sin miramientos cogio a Chantal por el brazo y la saco a la calle. El marroqui dormitaba con los ojos semicerrados. Dio un bufido y trato de incorporarse.

– Ella volvera -dijo Juanillo-. Es su hermano mayor que la espera todos los dias para llevarla a la casa…

Chantal regreso, restregandose los ojos con un panuelito minusculo, y se sento otra vez a la mesa. '?Es un puerco!', le susurro al oido a mi companera, la cual me habia abrazado y me baboseaba un ojo y una mejilla cada cinco minutos, a un ritmo parejo y desesperante.

El marroqui me contrato para escribirle cartas y servirle de interprete durante el mes y medio que permaneceria en Paris como delegado de su patria a la decimotercera conferencia de la Unesco. Me pagaria mil quinientos francos por ese servicio, con la obligacion de acompanarlo al cabaret de Juanillo por las noches y a la Unesco todas las mananas. Con un adelanto que me hizo, compre tres camisas, tres calzoncillos, un par de

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