azotaba con una correa erizada de pinchos. Yo no soy Santa Teresa, a Dios gracias. Pero con el objeto de vencer la tentacion de salir, me voy a acostar.

Propositos para realizar a partir de manana:

1. Trabajar en mi novela cuatro horas diarias.

2. Pasar los sabados por el Consulado a fin de relacionarme con los estudiantes que van en busca de su correspondencia.

3. Vivir austeramente: ni Ricard, ni mujeres, ni taxis, ni restaurantes, ni revistas.

4. Teatro o cine una vez al mes.

5. Escribir una vez al mes a mi abuela y a mi hermana.

6. Matricularme en la Facultad de Altos Estudios Latinoamericanos, no para seguir cursos ordenadamente, sino para consultar obras en la Biblioteca en vista de mi novela.

Estos seis mandamientos se encierran en dos: sobriedad y trabajo.

CUADERNO N.° 5

Estoy a un mes largo del viaje de Miguel. A quince dias del entierro de la pobre Chantal, a quien arrebato de esta vida una septicemia que en esa falsa clinica no le pudieron curar, a tres semanas de proclamar en este cuaderno mis seis mandamientos que se encierran en dos: sobriedad y trabajo. Los he violado todos, uno por uno, y hoy me encuentro como la vispera del dia en que en el Consulado tropece con Miguel, al cual, y para comenzar, no le he escrito la primera carta. Me falta valor para comunicarle el percance del automovil. No he vuelto al Consulado. Estoy en seco y en blanco, como en mis peores dias. Me pase a un hotel de la rue Jacob, entre tiendas de anticuarios y viejas librerias, para estar cerca del Boul' Mich', la rue Saint-Guillaume, Saint-Germain des Pres y la Facultad de Altos Estudios Hispanoamericanos, aunque este es el momento en que aun no me he matriculado ni he visitado la primera vez la Biblioteca. Lo imperdonable, pues estos accidentes son explicables en un joven que se encuentra abandonado en Paris, es que no he escrito la primera palabra de mi novela, ni le he encontrado un titulo, ni he decidido si la escribo en cuatro volumenes -uno para la linea espanola, otro para la negra, otro para la india y el ultimo para la integracion y la sintesis- o si tomandola en plena efervescencia de la Guerra a Muerte la llevo a saltos, en cuadro, a galope tendido, en una carga de caballeria hasta el conflicto final. O si, sin meterme en arandelas historicas, cojo el rabano por las hojas y presento el drama social de nuestra epoca haciendo penetrantes incursiones en la psicologia de los personajes, pero no al margen de ellos, sino al traves de sus dialogos. Esto ultimo podria ser una solucion.

Nota: Abandone el hotel de la Avenue Port-Royal, pues no resistia un dia mas la pegajosa amistad del farmaceutico. Cuando se dio cuenta de que yo tenia unos dolares en el bolsillo, adquirio la costumbre de pasar con su novia por mi e invitarme a una copa al bistrot, que naturalmente yo pagaba. Los dos estan entregados a la fabricacion de un jarabe para combatir la caspa, la calvicie, la seborrea, la alopecia, con grasa de animales herbivoros y sangre de mujeres encinta.

Con su descubrimiento, los pobres piensan realizar sus ideales: un departamento barato, una farmacia de barrio, un televisor, una lavadora y una radio.

Estos cuadernos se han vuelto un camino de evasion y un monologo: reemplazan el amigo que no he podido encontrar y al confesor que pudiera perdonar mis pecados. He comprendido por que los franceses son tan aficionados a escribir diarios. Es una buena costumbre que los ensena a reflexionar y les forma el estilo. Pero esa no es la razon, sino la justificacion de una inclinacion natural. Los franceses son introvertidos frente a los espanoles, los italianos y los griegos, que viven -con excepcion de los misticos- enajenados y volcados al exterior. Los franceses son galos, es decir, nordicos, antes que latinos y mediterraneos. El escape de su soledad es el diario. Son barbaros melancolicos. Basta ver a los choferes de taxi y a las porteras para comprenderlo. Todos deben escribir diarios.

Los agentes del seguro sostienen que aunque este cobija toda clase de riesgos, inclusive el de los accidentes producidos por el 'verglas', el pago de cuotas no estaba al dia. Yo no pague a comienzos de enero la que deberia cubrir los primeros seis meses del ano en curso. El dinero que me dejo Miguel en un sobre aparte junto con las llaves del automovil, desaparecio devorado por ese abismo que es el costo creciente de la vida en Paris. (Cinco por ciento de aumento este ano respecto del ano anterior. El gobierno predica la estabilidad monetaria.)

Nota: Las necesidades economicas aumentan de tres a uno a medida que se dobla el ingreso para satisfacerlas. Dar dinero a los paises subdesarrollados puede sacarlos momentaneamente de la postracion fisiologica, pero no tardara en precipitarlos en una crisis de inflacion. Tener automovil propio cuesta cincuenta veces mas que utilizar el metro o el bus. La civilizacion no es simplificar la vida, sino complicarla, etc.

Con las llaves en el bolsillo y no solo la autorizacion sino la recomendacion de darle al automovil de vez en cuando una vuelta y 'correrlo' como a los caballos del hipodromo, era apenas logico que cayera en la tentacion de sacarlo del garaje. Llenarle el tanque de gasolina fue un gasto adicional con el que yo no contaba. Cubrir tres o cuatro multas que tenia Miguel por mal estacionamiento, otra inversion imprevista. Ignoraba que Miguel no le habia cambiado el aceite y ni el ni yo podiamos prever cuando fui por primera vez a sacar el coche del garaje, que una llanta estuviera en el suelo.

Cuando me presente en la Place Clichy entre las ocho y las nueve de la noche, a Pablino se le olvido el hispa- no-franco-portugues, que es su lengua particular. Me indico por senas un sitio de estacionamiento reservado a clientes especiales, en el paseo central del bulevar. Me hallaba en la faena de acomodar mi coche, digo, el de Miguel, entre una moto y una camioneta, cuando llego Juanillo acompanado por el rubio del bar, dos criados espanoles, la 'dame du lavabo' y tres de las muchachas del coro. El descapotable valia la pena. Su color gris acero impresiono profundamente a las antiguas companeras de la pobre Chantal. Entusiasmada con el vehiculo, una de ellas me propuso dar una vuelta por el Bosque de Bolona. Las calles no estarian congestionadas, pues no era hora pico, ni viernes por la tarde cuando Paris bombea millones de automoviles hacia la periferia, ni lunes por la manana cuando los aspira en un movimiento de reflujo.

Gasolina, aceite, multas por mal estacionamiento, cigarrillos americanos, desayuno en un bistrot, una muchacha graciosa y bonita colgada del brazo: todo eso, antes de dormir con ella, me habia costado ciento cincuenta francos. El paseo que hicimos el sabado siguiente me costo mucho mas.

El paseo: Antes de poner en marcha el automovil en direccion a las montanas, cargado con dos maletas que no abultaban mucho, habia dejado en las Galerias Lafayette poco menos de quinientos francos en compras mas o menos urgentes para ella y para mi. Cuando logramos escapar del casco urbano de Paris, y nos pusimos en orbita en la autopista, ya era hora de almorzar.

Contar una cena en un restaurante, pintar un jardin poblado de ninos, palomas y sirvientas; escribir 'Fulano enarco las cejas, se echo hacia atras en el sillon del escritorio, se llevo las manos a la nuca…', o 'Zutano, con la mas inocente de las sonrisas, exclamo…'; relatar un paseo al campo como en las novelas hispanoamericanas, todo eso me exaspera. Pienso con terror en la cantidad de cosas a que por fuerza tendre que referirme en mi novela, sean cuales fueren el tema y la forma que adopte definitivamente: vestidos, habitaciones, plantas, animales, muebles… Tendre que hacer un violento esfuerzo sobre mi mismo para emprender este aspero camino de la literatura, que a veces atraviesa desiertos deprimentes y otras asciende por cuestas fatigosas antes de alcanzar una altura desde la cual se domina, en abanico, el destino de los personajes. Estos pensamientos me impiden concentrarme no digo ya sobre mi novela, sino sobre el malhadado paseo en el automovil de Miguel.

Fui al Consulado esta manana por unas cartas -de Miguel y de mi hermana- naturalmente sin dejarme ver del Consul. Mi hermana me mando un billete de veinte dolares: diez para comprar dos mantillitas de encaje negro

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