entre dos soldados que sirven refrescos en el salon de baile, y al salir de alli escurren las copas de brandy y de vino en el corredor, antes de llevarlas a la despensa.

Dialogo vivo, rapido, natural, espontaneo, pues me resisto a creer que en esa epoca heroica los hombres hablaran con la lentitud y la solemnidad con que los ponen a dialogar los historiadores academicos.

Los soldados comentan sus impresiones militares: su miedo mortal cuando el silbido del primer disparo rasgo el silencio del campo de batalla, el rumor de la sangre en los oidos, el relincho de un caballo desbocado, el lamento de un hombre herido, la orden confusa de un oficial que pasa al galope del caballo frente al peloton de los infantes parapetados detras de una cerca de piedra. Un soldado padece de diarrea desde el dia en que bebio agua estancada en un cano de Casanare, y al menor descuido pierde el control y se va del seguro sin sentirlo.

Cuando los espanoles se repliegan y termina la accion, el teniente ordena su gente por escuadras, la cuenta, y le tiende la mano al soldado para felicitarlo. Su companero no habia podido disparar porque se le habia encasquillado el arma.

Para este par de heroes bisonos, que se habian batido con arma blanca cuando se les acabo el escaso pertrecho que llevaban, la batalla fue una agitacion disparatada, una sucesion de imagenes incoherentes, un estruendo ensordecedor, un griterio infernal, una caceria implacable de fugitivos, unas ordenes contradictorias que nadie podia entender o ejecutaba al reves.

Intercalaba dentro de este dialogo el que los soldaditos podian seguir, a retazos, cuando entraban en el salon lleno de parejas jovenes o en la biblioteca donde Bolivar conversaba con los oficiales de su estado mayor. Las muchachas del salon preguntaban a los jovenes heroes que se sentia al hincar las espuelas en los ijares del caballo para entrar en batalla; como se peleaba con la infanteria; que se hacia con los heridos enemigos que quedaban tendidos en el campo…

– ?Que se hace con ellos? ?Rematarlos! -exclamo un gigante al parecer manso y bonachon, que lucia tres presillas en las charreteras.

En la biblioteca donde los personajes importantes comentaban la batalla, se escuchaban palabras exoticas para los soldaditos, naturalmente analfabetos. Bolivar se paseaba por la estancia como un tigre enjaulado. A veces se detenia ante la chimenea, donde ardian unos lenos, y extendia las manos o se ponia un momento de espaldas para calentarse. Bolivar era friolento, o por lo menos asi lo pinto yo en esas primeras paginas de mi novela. Y todo eso, cuya lectura me dejo realmente satisfecho, se desplomaba ante el hecho absurdo desde mi punto de vista literario, de que al otro dia de la batalla del Pantano de Vargas y la vispera de la de Boyaca, que senalo el ocaso del Imperio espanol en America, no podia haber baile. A veces pienso si no tendria la culpa de todo la lectura de 'La Guerra y la Paz' que termine hace unas noches, y el recuerdo de una vieja novela de Stendhal. El baile es de inspiracion tolstoiana. La idea de mirar la batalla con los ojos de dos soldaditos ignorantes, es de Stendhal y no mia. El toque naturalista del soldado que ensucia los calzones al escuchar el primer 'disparo, no es mio, sino de Remarque en su novela 'Sin Novedad en el Frente'.

Primero: Mientras escribo, no leer ni recordar novelas.

Segundo: Soslayar escenas y situaciones historicas para no cometer anacronismos.

Tercero: Rectificar un juicio de hace un momento. Evidentemente, yo no se como hablarian en el Nuevo Mundo tanto en los medios cultos como en los populares. En mas de siglo y medio, el castellano en America se ha transformado mucho y seria otro dislate historico el poner a hablar a mis personajes como si fueran ciudadanos que han volado en avion o lo han visto volar.

Despues de algunos vagos circunloquios el capellan del Centro de Estudiantes me invito a que le contara mis problemas y mis proyectos. Es un hombre bien plantado, simpatico, afable, que inspira confianza desde el primer momento, entre otras razones por no usar sotana como los curas de mi tierra, sino pantalones y chaqueta como cualquier ciudadano.

– Lo que usted quiere -me atrevi a decirle-, es que yo me confiese.

– ?En manera alguna, mi querido amigo! Lo que yo quiero es que usted me cuente sus cuitas y no sus pecados. Su Consul, que es una persona encantadora…

– Permitame que lo contradiga…

– Su Consul me dijo que usted… navega, flota seria mejor, en plena crisis economica. Eso nada tiene de vergonzoso. Centenares de muchachos que han pasado por aqui, y ahora son mis amigos, han tenido dificultades de dinero. A algunos les hemos conseguido becas. A otros los hemos colocado en puestos… ninguna maravilla, claro esta… pero han podido defenderse y continuar sus estudios. ?Entiende, ahora si, cual es mi proposito?

Al Padre le interesaron mis proyectos de escritor y lo conmovieron mis penurias de estudiante.

– Te voy a conseguir alojamiento en una residencia de la Ciudad Universitaria. Viviras -insensiblemente habia comenzado a tutearme, con una costumbre propia de los jesuitas- viviras entre amigos, con estudiantes. ?No te sientes muy solo?

Desde hace anos estoy acostumbrado a un eterno monologo interior, a un dialogo entre la realidad y mi imaginacion, y a veces me cuesta trabajo salir de mi mismo para alternar con los demas. No valia la pena hablar de estas cosas con alguien a quien apenas conozco y que me conoce todavia menos. La soledad no me espanta. Puedo deambular dias enteros por las calles de Paris sin desplegar los labios, pero sin dejar un solo momento de hablar, y hablar, y hablar conmigo mismo. El aislamiento fisico me deprime a veces y me empuja a buscar la presencia puramente material de una mujer cualquiera, o de un portero de cabaret, o de un farmaceutico vulgar como mi vecino de la Avenue Port-Royal; pero por lo general estar conmigo mismo me basta.

El Padre me pregunto si todavia me quedaba algun dinero. Al contestarle sinceramente que estaba viviendo casi de milagro, me prometio conseguirme alojamiento en la residencia de estudiantes desde esa misma noche, y algun trabajo que me permitiera vivir, mientras -esto me hizo pensar que el Consul le habria hablado de mi mas de la cuenta- llegaba mi repatriacion.

Y en efecto, me fui a vivir a la residencia de estudiantes que Espana tiene en la Ciudad Universitaria, en un ambiente austero pero alegre y estimulante. Por el contrario de lo que nos sucede a los hispanoamericanos - huranos, versatiles, desconfiados, introvertidos- los espanoles viven hacia afuera y se entregan generosamente al primer venido. Como por unos pocos francos en un restaurante estudiantil de la esquina del Boul' Mich' con la rue de Monsieur le Prince. Nada interesante que anotar. Los paises felices no tienen historia.

Cuando lo descubri con su abrigo raido, sus ojos de perro hambriento, su mancha de bigote sobre el labio hinchado y blando, resulta que estaba ahi desde hacia mucho tiempo. Me habia conocido en alguna reunion de estudiantes, o en una fiesta patria, o en una manifestacion anti-algo, o en un cafe extrano a donde fui a parar alguna noche de juerga y acabe conversando animadamente, en la madrugada, con unos tipos misteriosos que bebian Pernod en una mesa del rincon. Lo conoci sin saber a que horas. Cuando se entero de que frecuentaba el Instituto de la rue Saint-Guillaume no con la idea de graduarme, sino con la de escribir una novela hispanoamericana, se intereso subitamente en mi. Al observar la tupida colcha de lana que le cubria la cabeza, y al percibir al traves de los peculiares olores del cafe -el del radiador caliente, la cerveza agria, el cafe frio, los abrigos mojados por la lluvia- su aroma racial, su efluvio personal a negro que no se ha lavado en muchos anos, senti una gran repugnancia. Parece inverosimil que una noche hubiera dormido con una negra que tenia el pelo asi y cuyo cuerpo destilaba un sudor que olia a negro. De pronto me dijo:

– ?Tambien caiste en las redes del Padre de la rue d'Assas?

– Ha sido excepcionalmente generoso conmigo.

– Son sus metodos, los viejos metodos jesuitas de persuasion.

Al hablar con el hacia un penoso esfuerzo, como el de quien se expresa en una lengua que conoce mal, para no decir tu ni usted. Si le dijera de tu, seria aceptar un plano amistoso e igualitario en el que no me queria colocar, y si lo tratara de usted, cuando el muy insolente me trata de tu, seria rebajarme a sus pies.

– ?No has viajado durante los anos que llevas en esta ratonera de Paris?

– Si todas las ratoneras fueran como Paris…

– Es una ratonera que atrapa a los ingenuos como un queso imaginario.

– Si yo pensara asi, no viviria en Paris.

– Yo vivo aqui, pero viajo continuamente. Soy periodista y tengo el proyecto de escribir, no una novela indo-

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