– Y ?por que no pago el seguro del automovil?

Por orgullo no podia confesarle que ese dinero se habia esfumado en pequenos gastos imprescindibles.

– ?Quien era la mujer con la cual viajaba en el automovil?

– Yo no viajaba, sino paseaba, que no es lo mismo. Esa mujer es mi novia y Miguel la conoce.

?Dios mio! ?Por que un escritor como yo se ve en la necesidad de padecer un interrogatorio de juez de instruccion? Para descargar mi verguenza, tengo que escribir todo esto. A veces escribir es una manera de evacuar.

– He estado muy enfermo.

– ?Otra vez?

– No tengo la culpa de enfermarme.

El Consul se mordio los labios.

– Entregueme las llaves del automovil, la poliza de seguro y los recibos del garaje. Ayer recibi este cable… ?Donde lo puse?… ?Senorita!… Ya no la necesito, gracias. Aqui, esta el cable.

– Senor Consul: lo llamaron otra vez de la compania de seguros y del garaje. En la antesala esta un empleado del National City Bank.

– Que me espere diez minutos. Llame al seguro y digales que pasare esta tarde con el abogado. Entreguele al dueno del garaje el dinero contra un recibo.

Fugazmente senti admiracion por el Consul, que se mueve con tanta lucidez y seguridad en ese embrollado mundo de los negocios en el cual yo me siento perdido. Miguel exigia en el cable una investigacion inmediata sobre el accidente.

– Lo del permiso para sacar el automovil no esta claro. Ademas la policia esta interesada en saber que hace usted en Paris y de que esta viviendo.

Cuando sali a la calle; aunque hacia un frio que cortaba el resuello, estaba sudando a mares. Tenia la camisa empapada en sudor y en el primer bistrot que encontre me bebi en dos sorbos, sin respirar, un vaso de cerveza.

Empujado por una idea vaga que se agitaba dentro de mi, tome el metro en Concordia, aflore en la estacion de Solferino y segui a pie hasta la rue Saint-Guillaume, donde se encuentra la Facultad de Altos Estudios Hispanoamericanos. Al comunicarle a la secretaria que soy escritor y necesito consultar unos libros relativos a la independencia americana, me condujo ella misma a la Biblioteca y me presento a una empleada que me acogio amablemente. En la sala de lectura habia tres o cuatro estudiantes hojeando libros y tomando notas. ?Por que no he hecho lo mismo desde hace cuatro anos? Este ambiente tibio y acogedor, esta paz, este silencio, me encantan. Los estudiantes apenas levantaron la cabeza y me miraron sin curiosidad. Debi parecerles, por fuera y por dentro -siempre me ha sorprendido esta ausencia en el aspecto fisico del ser humano, de signos exteriores de la inteligencia- uno cualquiera de los millares de estudiantes que pasan por alli con unos libros bajo el brazo. Pedi las Memorias de O'Leary y la Historia de Restrepo. Me sente en un rincon propicio, al lado de un radiador, y me puse a buscar afanosamente una descripcion de la batalla de Boyaca, o mas concretamente del periodo comprendido entre la del Pantano de Vargas y la del Puente de Boyaca, decisivas las dos en la independencia de la Nueva Granada y sobre todo en mi novela. Despues de dos horas de busqueda infructuosa encontre la confirmacion de la vaga sospecha que me habia llevado del Consulado a la Biblioteca de la Facultad. Las treinta primeras paginas de mi novela estaban irremisiblemente perdidas. Ya no se trataba de que el Libertador estuviera vestido de frac o de uniforme militar en el baile -habia puesto 'sarao' para darle mayor sabor historico- que los patriotas granadinos le ofrecieron en Tunja; ni de un boton de mas o de menos en la casaca. Era que jamas habia habido un baile o un sarao entre dos batallas, cuando el ejercito de Barreiro se retiraba precipitadamente con la intencion de recobrarse en alguna parte y Bolivar tenia urgencia de adelantarsele para cortarle la retirada e impedir que se atrincherara mientras pedia refuerzos a Santa Fe. ?Estarian ellos para pensar en bailes!

Me senti un desgraciado como aquella tarde en que vi rodar por el barranco, saltando de trecho en trecho, una copa de las ruedas delanteras del automovil de Miguel.

Por lo menos he perdido ocho dias por causa de tropiezos con la policia que finalmente se arreglaron cuando lleve al Consulado mi certificado de inscripcion como alumno libre en la Facultad y mi matricula en el 'Centro de Estudiantes' de la rue d'Assas. Mas que el Consulado, cuyo ambiente se habia vuelto para mi de una frialdad glacial, me ayudo el Centro a resolver problemas que me tenian muy preocupado. Conoci ademas gente distinta de la que habia tratado hasta entonces, y no tarde en relacionarme con muchos estudiantes latinoamericanos en el cafe de La Coupole del Boulevard Montparnasse. Lo que me mortifico mas durante aquellos dias fue una desagradable carta de Miguel en respuesta a una en que yo, en un acto de humildad y de arrepentimiento del que todavia me averguenzo, le relataba con toda clase de detalles el accidente de su automovil. Habia hecho, naturalmente, unas cuantas modificaciones necesarias.

No hay cosa mas dificil que contar algo, aun el hecho mas insignificante, tal como realmente sucedio. Seria dificil averiguar si se trata de una distorsion de la realidad producida por los prejuicios y la imaginacion de quien relata, o de una incapacidad del lenguaje para expresarla y reflejarla tal cual se presento ante sus ojos.

Me hice la consideracion de que el Consul ya le habria escrito al padre de Miguel contandole lo que decia la policia y sobre todo lo que el sospechaba que habia sucedido, aunque la policia no se lo hubiera contado. Miguel le creyo mas al Consul que a mi, tal vez presionado por su padre, al traves del cual han pasado Paris y la cultura occidental 'como un rayo de sol sin romperlo ni mancharlo'.

Esta imagen del Catecismo de Astete es una de las mas hermosas que puedan concebirse, y yo la utilizo con frecuencia.

No me creyo Miguel, o fingio no creerme. 'Siempre tuve la sospecha de que eres un vil fabulador, -me decia-, lo cual se confirma con tu intencion de escribir una novela que, con seguridad -pues conozco tu inconstancia-, no terminaras jamas.'

Este juicio no se debe a malevolencia de Miguel, sino a ignorancia e ingenuidad. Tolstoi tardo siete anos en escribir 'La Guerra y la Paz', Leonardo veinte en pintar la Gioconda, Einstein diez y siete en descubrir la ley de la relatividad. Leia mis cartas en el cafe de La Coupole, mientras conversaba con dos amigos sobre los problemas que presenta para un europeo una interpretacion exacta del continente latinoamericano. Todos los latinoamericanos sonamos en la unidad continental cuando nos encontramos en Europa. Dentro de America, ni siquiera tomamos estas cosas como un tema de conversacion. Debi de ponerme colorado hasta las orejas, pues alguno de mis amigos me pregunto que me pasaba.

– Estoy demasiado cerca del radiador -dije, y cambie de sitio y pedi una cerveza.

Mas que esa desagradable carta de Miguel, me impresiono la de mi hermana, a quien este habia llamado para contarle el accidente. Sin suavizar la brutalidad del juicio y la vulgaridad de la expresion, me decia que soy un sinverguenza… ?Como se me ocurria perder en un momento, por estupidez, la amistad de un hombre tan bueno como Miguel? ?Ahora que pensaba hacer? Mi hermana no le habia contado naturalmente nada a mi abuela, cuyo santo caera uno de estos dias.

Nota: Marzo, santo de mi abuela. Recordar la fecha y escribirle cuatro palabras.

'Miguel me prometio ayudarme a conseguir tu repatriacion en la Cancilleria, donde tiene muchos amigos. Hace esto no por ti, sino por mi, y la idea no fue mia, sino suya, y le vino espontaneamente a los labios cuando le conte la situacion en que estamos. Si no lo traemos a la fuerza, no volvera jamas, me dijo.'

Conseguir una repatriacion es cosa muy dificil, pues al Ministerio llegan centenares de solicitudes no solo de Paris, sino del mundo entero, me dijo el Consul alguna vez. En todo caso es una puerta que Miguel seria capaz de abrir si se lo propusiera.

Acabo de releer las treinta primeras cuartillas de mi novela, con espiritu critico e imparcial, como si las hubiera escrito otra persona, y encuentro entre otras una escena que me duele arrojar a la canasta. Es un dialogo

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