– Volverla un islote, o un atolon, o un cayo por ejemplo.

– Mi idea es que la conviertas en un relato para una revista ilustrada. Seria un sistema de comenzar a escribir y hacerte conocer del publico.

Aquello me dio la idea de contarle en cuatro palabras mi proyecto de Cain y Abel, que mi memoria se resistia a olvidar.

– Ese es el tema, no lo vaciles.

Caminabamos a lo largo de la Avenue de Villiers, en direccion a la iglesia de Sainte Odile, cuya torre se dispara como un cohete desde la plataforma de ese barrio triste y sin caracter. Me parecia ridiculo y redundante decirle que la adoraba, cuando nuestros cuerpos sin necesidad de palabras parecian imantados; y besarla en plena calle, detras de una portera que arrastraba de la correa un perrito con un tumor monstruoso en el vientre, era un exabrupto. Al pie de dos ancianos que tendian la mugrienta gorra para pedir una limosna, tranquilamente nos besamos. Le prometi reducir la primera novela al tamano de un cuento largo. Comenzaria seriamente a trabajar el tema de Cain y Abel, pero tendria por lo menos un mes para pensarlo, pues antes queria ir a Londres a mandarme hacer unos trajes.

– ?No me decias que una vez arregladas tus cosas en America, volverias para Navidad con tu abuela y tu hermana? Deberias irte pronto. ?Me lo prometes?

Al desaparecer tragada por el hueco negro de una puerta lateral de la iglesia, sali a la calle y a cada uno de los mendigos del atrio le regale cinco francos.

CUADERNO N.° 8

Una primavera dorada, triunfante, acaba de salir de una tienda de modas donde se midio su primer traje largo. Desciende a la sombra de los platanos por los Campos Eliseos, baila la ronda de los enamorados en los jardines del Rond-Point. Como un encaje de bolillo el follaje de los castanos florecidos ondula en el volante de sus enaguas blancas. Una victoria, con su caballo enjaezado de pompones rojos, espera al turista que ha de pasear lentamente por el viejo Paris. Y la primavera canta con centenares de gorriones que picotean gusanos y semillas en los jardines de las Tullerias. Una teoria de ninos, borrachos de sol y de girar en el carrusel del Rond-Point, miran sin ver las parejas de enamorados que como Rose-Marie y yo caminan lentamente bajo los arboles. Nos detenemos a cada momento para darnos un beso asfixiante e interminable. Entramos en el Louvre. Del lado del Arco del Carrousel han abierto una sala nueva con ejemplares magnificos de estatuas goticas. Quiero ver a Rose-Marie delante de una adorable Virgencita de madera, de mejillas redondas, barbilla partida en dos, sonrisa ingenua y unas narices respingadas que tienen la facultad de expresarse sin necesidad de palabras. Entre las ninas uniformadas de un colegio que seguian detras de una monja de gafas, tal vez una profesora de historia del arte, Rose-Marie parecia un angel en medio de una muchedumbre de pobres seres humanos. Comparada con la Virgencita gotica resulto, como yo lo esperaba, mucho mas bonita. Solo las Virgenes de Filipo Lippi, o algun inmaculado angel de Frai Angelico con las grandes alas desplegadas, se parece a ella, tiene sus mismos ojos, o el contorno de su barbilla, o su sonrisa luminosa; pero ante aquella obra maestra de la vida, que es Rose-Marie, todas las Virgenes y los angeles del Louvre parecen naturalezas muertas. Permanecimos horas enteras asomados a la baranda del Pont des Arts. Mil parejas de enamorados pasaban triunfalmente con la primavera. Planchones y barcazas se deslizaban sobre el agua turbia del Sena.

– Quedate ocho, quince dias mas.

Otras veces miraba fijamente un punto determinado, algo que flotaba en el agua, y me decia:

– Tienes que irte manana mismo, en el primer avion. Hace un mes que deberias estar en tu casa.

Lo que veia de insolito en una mecha de pelo tornasolada por un rayo de sol, que le caia sobre los ojos; lo que sufria cuando una sombra de tristeza cruzaba por ellos y tardaba un tiempo en iluminarse otra vez su mirada; lo que gozaba cuando la escuchaba reir; lo que removia de bajo y amargo en mis entranas cuando hablaba de hombres a quienes habia conocido o le interesaban por algun motivo; lo que temia cuando me asaltaba la duda de si habia descubierto mi pobreza, mi infelicidad, mi desgracia, mi supercheria: ni siquiera esas cosas, tan importantes para mi, pues las habia descubierto al lado de ella en un deslumbramiento interior, podia consignarlas en estos cuadernos. Durante dias y semanas, paginas y cuadernos, solo era capaz de escribir su nombre: Rose- Marie, Rose-Marie, Rose-Marie…

Nota: Al releer esta pagina excesivamente literaria… ?que hacer, si adoro la literatura y me embriago con grandes tragos de palabras?…, acabo de comprender que cai de bruces en la frase larga, articulada por el punto y coma que siempre trato de evitar. El punto y coma es academico, solemne, de chistera y levita. Cortada por puntos y comas la frase tiende a escalonarse ritmicamente, a convertirse en un tren de palabras que nunca acaba de pasar cuando uno espera, impaciente, a que levanten la talanquera para saltar los rieles y seguir adelante.

Los primeros quince dias no me fue dificil enganarla, diciendole que no habia cupo en los aviones que salian para el occidente. Despues le dije que tenia el proyecto de tomar el avion en Londres, via Nueva York, para tener tiempo de recoger mi ropa y mis zapatos. Mas tarde invente el pretexto de que mi hermana me habia hecho una serie de encargos y algunos no estaban listos todavia. Un dia era una despedida que me daban mis amigos del Consulado; otro era el proyecto de ir a Lourdes, pues mi abuela queria agua milagrosa para su reumatismo. Fije en principio mi partida para fines de marzo; luego para comienzos de abril; en abril para mayo y en mayo para junio cuando terminara mis cursos en la rue Saint-Guillaume, a la cual naturalmente no habia vuelto desde hacia tiempo. En realidad y durante aquellos raudos meses habia vivido intensamente, y el resto no era sino un recuerdo vago y amargo. Habia vivido y amado como nunca llegue a sonarlo cuando dormia en la mansarda del portugues, cuando en mi cuarto de la Avenue Port-Royal recibia la visita de Chantal, cuando discutia con Marsha en la mansarda de la rue du Sabot, cuando hacia tanto tiempo, -siglos que se perdian en las tinieblas de mi prehistoria parisiense- bebia Ricards en el bistrot de la rue de Rennes con una turista americana de cuyo nombre no puedo acordarme.

Me cuesta trabajo poner en orden estos cuadernos. Se rasgaron los agujeros redondos de las hojas y estas se salieron del resorte que las mantenia sujetas. ?Que necesidad tengo de conservarlas? Rompi un centenar, cuando mas atento a darle gusto a Rose-Marie que a realizar una obra que no me interesaba, un cuento demasiado escueto y sistematico, converti la Isla del Caribe en un relato corto. Suprimi detalles que me parecian accesorios, sintetice el proceso de conversion de la sociedad de oligarcas continentales en comunitarios islenos, y en un parrafo despache los horrores de la revolucion en tierra firme. El bombardeo aereo fue aterrador. Para tranquilizar el sensible corazon de Rose-Marie discurri el truco de que, aquella noche, el joven lider -es decir yo-, y la encantadora inmigrante -es decir ella- se encontraban en un pais centroamericano solicitando ayuda al gobierno para repeler la agresion comunista. Aun cuando a Rose-Marie le encantaron ciertos detalles impresionantes y la viveza de algunos dialogos, el desarrollo general no acabo de gustarle. Yo mismo convine en que a aquello le faltaba algo y al trasladar al papel la historia improvisada a la orilla del Sena, el brillo, el colorido, la vivacidad, el ardor, se habian esfumado y resfriado como por ensalmo. Esas paginas se quedaron ahi, indefinidamente, mientras cualquier dia las rompo en mil pedazos y las arrojo al cesto. Es mas facil hacer algo que rehacerlo, y engendrar a Lazaro que resucitarlo.

El tema de Cain y Abel volvio a interesarme cuando el Padre, y el negro, y mis amigos de la orilla izquierda, y Rose-Marie, lo encontraron digno de una gran novela hispanoamericana. Mientras comiamos mani y bebiamos una cerveza un domingo en el cafe de la plaza Saint-Michel, en el libro de misa de Rose-Marie leimos la historia de Cain y Abel. La copie en mi cuaderno, en el cual tomaba notas de vez en cuando para persuadirla de mi vocacion literaria y de mi buena voluntad. A veces escribia rapidamente una declaracion de amor, o un pensamiento idiota que la hacia reir. Ella leia por encima de mi hombro, acariciandome la nuca con la mano o las mejillas con una mecha perfumada y suave que le escurria de la frente. Un dia me dijo:

– Es mejor no meternos en honduras teologicas.

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