vulgar incidente.
Para distraer mi pensamiento de aquella visita que tenia que hacer, procuraba que su atencion de viejo, caprichosa y fugaz, se enredara en la intriga de mi novela y en la exhumacion de sus recuerdos ya reducidos a cenizas y a detalles 'banales pero significativos', como el decia.
– Tu Rey Midas por ciertos aspectos me recuerda al padre de Miguel. ?Sabes que Miguel… tu no lo conociste? Es un muchacho a quien quiero mucho. Pues Miguel viaja en estos momentos por Italia. Me lo conto ayer el Consul y por cierto que estoy citado por el, pues quiere preguntarme algo sobre ti… ?Tu sabes algo?… En fin, ya me lo dira… Pero, dime: ?No conociste a Miguel?
– Tal vez, no lo recuerdo. Pero ?me decia usted que mi Rey Midas se parece a su padre?
– Tambien tiene algo de tu futuro suegro. ?No crees que un hombre tan orgulloso y pagado de sus pergaminos, mas que de sus caballos de carreras, hubiera preferido para su hija… ?espera un momento!… hubiera preferido que tu fueras, pongamos por caso, el hijo natural del Duque de Medina Sidonia? Tu sabes que el desciende de un virrey del Peru y una hija natural de no se cual Grande de Espana… Eso dice, aunque faltaria averiguarlo… Yo conozco, hijo, a los sudamericanos ricos… ?Ah! Si te contara…
Cuando deje a don Pepe camino del Consulado, subi rapidamente hasta la esquina de la Avenida Jorge V, y al seguir cambie de velocidad como si me resistiera a llegar a mi propio destino. Me detenia cada veinte pasos a contemplar las vitrinas: una floristeria, una tienda de ropa para hombre, una peluqueria de senoras, una agencia de viajes, etc. Me sudaban las manos y al mirarme en el cristal de todas las vitrinas me veia tan feo e insignificante que tenia que volver el rostro hacia otro lado. Al pasar despreocupadamente por la terraza de Fouquet's me habia abordado el botones. No se atreveria a molestarme si no tuviera que salir de vacaciones con la familia. Se ira el proximo sabado y hoy estamos a jueves. Le dije que el giro me habia llegado hacia tiempo, pero se me habia olvidado por completo el importe de aquella pequena deuda. ?Eran mil, o mil quinientos? Eran solo quinientos. Manana pasaria por alli, y el no debia preocuparse.
No puedo soportar el pensamiento de que Rose-Marie llegue a abandonarme o yo me vea obligado por circunstancias adversas a tener que dejarla. Hice un rodeo y descendi a la calzada para no pasar debajo de una escalera apoyada contra el muro. Si me dijeran de pronto que Rose-Marie es hija natural, o huerfana sin amistades ni fortuna, o una humilde provinciana de un miserable pueblo de Chile, sentiria una alegria frenetica. Nadie me la podria arrebatar.
Cuando pase hace un momento ante la vitrina de la floristeria, mas que en el bello ramo de flores que le habia mandado aquella manana a la madre de Rose-Marie, pense en los cien francos que me habia costado. Dicen que el oro corrompe el corazon de los hombres, pero eso lo escribio por envidia alguien a quien seguramente le faltaba, como me pasa a mi cuando me preparo a escribir la maravillosa y ejemplar historia del Rey Midas.
Al cruzar la calle poco falto para que me arrollara un automovil que atravesaba la avenida. Un patinazo, dos pitazos breves e impertinentes. Un rostro congestionado en la ventanilla delantera. Una mano enguantada se agito furiosamente delante de mis ojos. ?Imbecil!, me grito una voz vibrante de colera.
Estaba banado en sudor y con las manos temblorosas. Al llegar al Hotel Prince de Galles resolvi entrar para refrescarme la cara. La tenia palida y descompuesta, y por efecto de un tic que me suele dar cuando he bebido mucho la noche anterior, me saltaba un parpado convulsivamente. En la barra del bar pedi un whisky doble, para cobrar animos, y lo bebi lentamente, pues queria ganar tiempo. Eran las seis menos cuarto y Rose-Marie me esperaba a las seis en punto en el Hotel Jorge V.
Recordaba estos datos sobre mi filiacion: Mi padre, un cafetero millonario que viajaba frecuentemente a los Estados Unidos como gobernador del Banco Mundial. Murio hace seis meses y yo tengo urgente necesidad de regresar para arreglar asuntos relacionados con la herencia. Mi abuela es una gran senora, caprichosa y desde nina acostumbrada a que la mime el mundo entero. Solo tiene una preocupacion en la vida: que. yo sea un personaje importante. Yo quiero ser novelista aunque mi abuela y mi hermana, sobre todo esta ultima, creen que los libros se deben leer, pero una persona distinguida no los puede escribir.
Pedi otro whisky, pues apenas son las seis menos cinco.
?Y si la convenciera de casarnos a escondidas? ?De fugarnos esta misma noche a un pueblo espanol, o a Venecia, o al Congo? ?Y con que dinero? ?Estoy loco! Lo que yo debo hacer es fugarme, perderme en la marea anonima de un barrio de Paris, organizar mi vida sobre cosas reales y concretas y no sobre una cadena de mentiras. Los padres de Rose-Marie son personas de carne y hueso, y no personajes inventados por mi, o meras y terribles alucinaciones. ?Como, con que fuerzas podria afrontarlos si no son personajes, sino personas? ?Que pensaran de mi cuando tal vez manana mismo sepan por el Consul que yo soy un fabulador y un sinverguenza? ?Ah! Pero Rose-Marie es algo mas que un personaje o una persona: es una presencia en mis sentidos, un roce perceptible en mi epidermis, una humedad y una frescura en mis labios, una presion en los dedos de mi mano derecha, una risa alegre y bulliciosa que estalla de pronto en mis oidos sin que yo pueda apartarla de mi y dejarla de oir.
Son las seis y cuarto de la tarde, y a cincuenta pasos de distancia, en el salon del Hotel Jorge V, Rose-Marie comenzara a impacientarse…
– ?Otro whisky doble!
Menos mal que tengo seiscientos o setecientos francos en el bolsillo, pues necesito embriagarme hasta perder el sentido y no pensar en nada. Ya comienzo a ver turbio y la sangre me martillea en los oidos.
– La cuenta, por, favor…
Son las seis y media. Rose-Marie estara en el telefono, llamandome primero al hotel…
– No esta. Desde las once de la manana no ha vuelto… Luego a la biblioteca de la rue Saint-Guillaume:
– ?Como? ?Quien dice usted? ?Quiere deletrear su apellido? No, no lo conocemos…
Y al Consulado:
– Hace meses no viene por aqui. ?Quien lo llama? Y otra vez al hotel:
– No esta. Todavia no ha regresado…
Las siete.
– Un whisky y con el botones hagame conseguir un taxi… ?Son las siete y media? Gracias…
Llegue al hotel de la Avenue Wagram, saque mi maleta y me traslade a mi antiguo hotel de la avenue Port- Royal, en el barrio del farmaceutico. Al ocupar mi cuarto cinco minutos despues me tire boca abajo en la cama y me puse a llorar. Me levante de un salto y sali a la calle. Caminaba sin rumbo y a gran velocidad, como quien teme perder un tren. Pase por largas avenidas que no conocia, y calles y plazas que me resultaban extranas, y encrucijadas, y pequenos jardines en los cuales no habia estado nunca. Atravese dos veces el Sena y el Canal Saint-Martin. Al llegar horas mas tarde a la Porte d'Ivey, en el extremo sureste de Paris, rendido de hambre y de cansancio me sente en la pequena terraza de un bistrot y pedi un sandwiche y un vaso de cerveza. Solo un par de obreros, con el overol manchado de pintura, se encontraban ante la barra. Debia ser muy tarde porque el patron, un viejo gordo y laconico, me dijo que iban a cerrar y no podia servirme un Ricard que le pedi despues.
Sospecho que anduve perdido muchas veces. Me orientaba por los planos de las bocas del metro. Hacia escala en los bistrots que estaban todavia abiertos y pedia un Ricard que bebia de un sorbo, sin paladearlo. Un policia me increpo cuando me sorprendio orinando detras de un automovil. Tropece tres o cuatro veces con personas que se dirigian rapidamente a su casa. Algunas, en calles silenciosas y desiertas, al verme de lejos cambiaban rapidamente de direccion o atravesaban la calle para pasar a la otra acera. Mi cabeza era un volcan, me ardia la garganta y tenia los ojos turbios y los labios tirantes.
Arrastraba los pies cuando llegue al hotel con el primer rayo de sol que ilumino los cristales de una ventana en la mansarda de la casa de enfrente. Subi los tres tramos de la escalera casi a rastras, agarrado a la baranda, y una o dos veces me sente a descansar. Recuerdo haber tropezado con una pareja de jovenes que descendian hacia la calle, y con un anciano ciego que tanteaba el suelo con la antena de su baston blanco. Una aspiradora electrica sonaba y producia golpes sordos en alguna parte. La cabeza me daba vueltas, tenia las sienes empapadas de un sudor frio y pegajoso, y la boca se me llenaba de una saliva amarga.
Si hay gentes buenas en este mundo, bajo las apariencias del hombre mas insignificante y vulgar, una de ellas es el farmaceutico. Se preocupa seriamente por mi, pues me ha sorprendido varias veces tirado en el suelo de mi cuarto, semiinconsciente, como si hubiera regresado de un largo y trabajoso viaje por tierras desconocidas.