los 'bouquinistes' para manosear papeles viejos. Dos o tres turistas en mangas de camisa toman fotografias de la Catedral. Un ciego, acompanado por un acordeon gangoso, sentado en un taburete canta en una acera del Petit Pont. Del rio asciende, en oleadas, una deliciosa frescura. La atmosfera se ha vuelto clara y transparente, mas verde la hiedra del parapeto del jardin de la Catedral y la mole de la nave mas alta y mas gris.
Necesito algo que me permita resolver el gran problema del momento: salir de golpe de la oscuridad mediante un acto literario -mi manera de actuar es escribir- que haga perdonar mis errores y me devuelva a Rose-Marie. Al final de todas mis elucubraciones sobre el porvenir se encuentran sus grandes ojos aterciopelados cuyo color varia con el sol y es sensible no solo a los cambios atmosfericos, sino a las impercepcibles variaciones de su humor o de su fantasia…
Al levantar los ojos hacia la torre derecha de la Catedral, cubierta de un hormiguero de turistas, tuve la tentacion de subir, pero estaba tan abatido por el calor que ni siquiera hice el ademan de levantarme de la mesa. Me veria, o me vere desde alla arriba, como una minuscula figura con una mancha rosada sobre las rodillas. A traves de un anteojo la figura se acercaria y cobraria proporciones humanas. Se veria un joven palido, enflaquecido, mal trajeado, con cierto ardor inteligente en la mirada, que hojea las paginas rosadas de los anuncios por palabras en el 'Figaro' Literario. Seguramente busca un empleo, y aspira como Rastignac a conquistar de un solo golpe la gloria, la riqueza, el amor, Paris…
A mi me gusta desdoblarme para contemplarme con cierta perspectiva; y al pasar por las vitrinas de las tiendas me miro de soslayo para tratar de verme como me ven los demas. Las ideas y las imagenes se atropellan en mi cabeza. Si necesito triunfar rapidamente, mi error es pensar en escribir una obra maestra. Eso lo dejare para despues. La obra maestra no es forzosamente monumental como una catedral, y puede reducirse, como en los Libros de Horas, a las menguadas dimensiones de una mayuscula de codice o de una miniatura. Lo que necesito es escribir una obra de triunfo fulminante, pues no puedo olvidar que, por lo general, las obras maestras se imponen lentamente y se caen de las manos de los lectores ordinarios. La obra de caracter policiaco, con una intriga apasionante, es una formula infalible. Necesito un crimen horrendo, un atraco audaz, una violacion repugnante cometida por un degenerado sexual. Todo eso atrae a los lectores comunes, a los criados, a las porteras, a los autores de los grandes exitos editoriales; y para esto me bastara leer atentamente las paginas escandalosas de France Soir o de Ici Paris…
Ayer recorde a la pobre Chantal cuando el farmaceutico me conto un crimen que se cometio hace dos dias en la Place Pigalle y aun esta en el misterio. La victima era una muchacha que hacia 'strip tease' en un cabaret como el de mi amigo Juanillo. La policia sigue varias pistas: un antiguo amante recien salido de la carcel donde purgaba una condena por trafico de drogas; su marido, a quien habia abandonado; y un joven rico, dueno de un automovil, que la habia traido el verano pasado de Cannes, donde trabajaba en los ultimos tiempos.
Se me ocurre algo mas importante que un tema como tantos otros (y este de la Place Pigalle podria servirme) y es el procedimiento empleado para el descubrimiento del crimen. Volvamos a la torre. El estudiante que hojea las paginas de anuncios del periodico para encontrar un puesto, en la primera halla el relato del crimen de la Place Pigalle. Le intriga el caso por ser gran lector de novelas policiacas de la Serie Negra. Asi como Don Quijote lo fue, en su tiempo, de novelas de caballerias. Y al recorrer lapiz en mano los anuncios, repara en dos o tres que parecen referirse misteriosamente al crimen de la Place Pigalle. Mas que todo se trata de una intuicion, pero hay intuiciones geniales como la de Cervantes cuando leia los libros que enloquecieron a don Alonso Quijano. Y sobre esa sospecha, sobre esa hipotesis de trabajo, nuestro estudiante se entrega al analisis de los anuncios por palabras en un numero del 'Figaro' correspondiente a la semana anterior. Al desmenuzarlos encuentra una clave, un lenguaje cifrado que los asesinos -pertenecientes a una banda de contrabandistas de drogas- utilizaban para manejar su negocio y emplearon en la comision de aquel crimen. Resumiendo: el estudiante buscaba un puesto y en su lugar descubre un crimen, con lo cual gana una buena suma de dinero, conquista un prestigio popular, aparece su nombre en los periodicos, escribe una novela apasionante y recupera, en un dos por tres, como en las antiguas novelas que terminaban bien, el amor de Rose-Marie y una reputacion literaria.
Cuando ocupe mi puesto en el deposito de la Avenue Emile Zola, Quai de Javel, eran las diez en punto y la noche era clara.
CUADERNO N.° 12
Mi trabajo consiste en dar una vuelta de vez en cuando por estancias, pasillos y salones abarrotados de estantes, cajas, tambores metalicos, barriles, botellas, que despiden un repelente olor a medicinas acompanado en sordina por un aroma rancio a raton muerto y humedad. En el pequeno recinto donde duermo durante la manana, entre ocho y dos o tres de la tarde, fuera de una mesa con cachivaches y papeles de propaganda farmaceutica, hay un sofa desvencijado, una vieja estufa de metal, una caja fuerte para guardar las drogas heroicas y un telefono que es mi unico nexo con el exterior. Paseo de hora en hora, provisto de una linterna sorda. En mi despacho hay una bombilla electrica, pero solo tengo autorizacion de encender los grandes reflectores que cuelgan del techo de la nave en el caso de que se produzca algo anormal y sospechoso. Camino mas que todo por estirar las piernas y vencer la tentacion de dormir que me asalta en las primeras horas de la noche, mientras leo el periodico o escribo en este cuaderno, y sobre todo en la madrugada cuando el barrio todavia duerme y del lado del rio comienza a roncar una pala mecanica que carga o descarga arena en las 'peniches'.
Mi novela avanza rapidamente. En el primer capitulo un estudiante pobre, sin amigos y sin recursos, busca en el periodico el anuncio por palabras que ha de sacarlo de penas. El segundo anda ya por la mitad, segun mis calculos, y relata el descubrimiento del cadaver de la bailarina de Pigalle, tomado casi textualmente de un numero atrasado del periodico. Purgue el texto de redundancias y tecnicismos juridicos que le restaban frescura y autenticidad.
No me gustan el barrio ni la avenida Emile Zola -tampoco me gusta Zola con su naturalismo callejero-, ni los choferes y los obreros que frecuentan el bistrot, ni el patron apatico y antipatico a quien deje de darle las buenas noches despues de cuatro consecutivas en que me volvio la espalda y me dejo con la palabra en la boca.
Hoy se me acerco a pedirme fuego cuando encendi un cigarrillo, un muchacho mejor vestido que los parroquianos del cafe. Me pregunto si trabajaba en el barrio, pues me ha visto varias veces en el bistrot. ?Por que se interesa en lo que estoy haciendo? Con una sonrisa equivoca y un guino de ojos convencional le conteste que era vigilante nocturno en el deposito de drogas y mi trabajo comenzaba a las diez de la noche, exactamente a las diez, hasta la manana siguiente. Ya lo sabia, me dijo el tipo. Al llegar mi companero -el celador vespertino cuyo trabajo termina a las diez de la noche- comprendi que los dos se conocian de tiempo atras. El muchacho nos invito a una cerveza. Es muy moreno, tiene un fuerte acento extranjero, cabello negro y ondulado, y viste con una rebuscada elegancia de barriada: camisa de color granate, pantalones cenidos, anillos en los dedos, pulsera, tacones de bailarin de cabaret. Espontaneamente me hablo del crimen de la Place Pigalle.
– Hay drogas de por medio -le dije yo.
– La morfina, la cocaina, la heroina, tienen un precio enorme en el mercado clandestino, y muchas muchachas de cabaret son agentes de los traficantes y proveen de droga a su clientela particular. Yo trabajo de noche en un cabaret y alguna vez conoci a esa muchacha…
?Y si yo metiera este tipo dentro de mi novela, como uno de los presuntos asesinos de mi personaje? Me entro una vaga sospecha de que pudiera serlo de verdad cuando me conto que conocia a Valerie, la del periodico, y sabia el alto precio de las drogas. Para tenderle un anzuelo, le dije:
– No conozco el precio ni el nombre de las drogas. Me pagan por vigilarlas de noche como a mi companero por cuidarlas de dia.
Mi voz era suave e insinuante para darle a esas palabras sencillas un sentido misterioso y ambiguo. Queria hacerlas significar: Si alguien me pagara mas por no vigilarlas, tranquilamente dejaria de hacerlo.
– Yo trabajo en la bomba de gasolina de la Avenue Emile Zola, y de noche en el cabaret, pero quisiera salir de esta ratonera e irme a otra parte.
Me recordo subitamente a aquel extrano amigo de Chantal que la explotaba como si fuera su amante; aunque podia equivocarme pues no lo vi sino una sola vez en mi vida, la madrugada en que desayunamos con ella, y el