– Todo en este mundo tiene su precio, y tu lo sabes: el local para tu farmacia y tu laboratorio… A proposito, me interesa tu formula contra la calvicie… Me estoy quedando calvo…

– No hables tan recio. Tu companero te esta mirando mucho.

– Y podria denunciarme y hacerme botar del puesto por borracho, ?no es eso?

– Callate, por favor.

– Tu sabes que soy una persona honrada, pero te decia que todo en este mundo tiene su precio… Por ejemplo las drogas… Las drogas heroicas, ?no te parece? Los hombres como tu y yo, un farmaceutico y un celador, tambien lo tenemos…

El farmaceutico me saco del brazo a la calle y me llevo al deposito.

A veces me asalta, no se por que, un sentimiento amargo de tristeza. La ciudad se ha ido amurallando por sectores: me la cierra el temor de encontrarme con personas conocidas a quienes repelerian mi aspecto miserable, mi olor a sudor y a mugre, mis pantalones arrugados y llenos de manchas, mis zapatos rotos, los cabellos grasientos que no me han cortado en mucho tiempo, mi barba sucia y descuidada. No me atrevo a volver a la orilla derecha, por el sector de los Campos Eliseos y la Avenue Wagram. El de Montmartre, escenario del crimen de Valerie, me repele por los recuerdos que en mi suscita. Hay calles y avenidas francamente hostiles, como esas personas a quienes conocimos alguna vez, y de pronto, cuando nos vienen las vacas flacas, nos vuelven las espaldas ostentosamente. Se diria que todas las casas han bajado las persianas para no verme pasar. Cuando me siento en la terraza de un cafe, el camarero ni siquiera se acerca a mi mesa, pues supone que no podria pedirle nada. Si me dejo caer en un banco del bulevar, al lado de una anciana que descansa mientras llega el bus, no tarda dos minutos en levantarse. Con un profundo desprecio hace el inventario de mi pobreza y me toma por un vagabundo o por un loco. La soledad se espesa en torno mio y yo transpiro sudor y soledad.

Despues de vagar y divagar por calles recalentadas por el sol, me siento en un banco de alguna iglesia desierta y silenciosa y me quedo dormido. Cuando estoy especialmente hambriento y fatigado tengo la impresion de que mis recuerdos, igual que la ciudad y mis antiguos amigos, se han desgajado de mi memoria y son proyecciones extranas que nada tienen que ver conmigo. Me emociona el recuerdo de aquel joven exultante de brio y de imaginacion que le contaba proyectos de novelas a una hermosa criatura que se llamaba Rose-Marie. Los veo pasear cogidos de la mano por los muelles del Sena. Cruzan lentamente el Pont Neuf, descienden al jardin del Vert Galant, miran pasar por el rio los barcos de turistas y los lanchones cargados de arena; pero no se si esa muchacha existe de verdad ni si ese joven tiene algo que ver conmigo. Otros recuerdos se han desprendido de mi y flotan en una lejania brumosa sobre la Place Clichy y la sombria clinica en las vecindades de la Porte de Clignancourt, donde murio Chantal. Nada tengo que ver con esos seres que pasan raudamente por mi memoria como transeuntes por una calle llena de gente, sin volverme a mirar. Y para no dejarme caer en el abismo y mantenerme a flote, he ido soltando lastre, he ido vendiendo todas las cosas que aun tenian un valor comercial, y puedo decir como en un cuento que sabia de nino y ahora he olvidado, que no tengo segunda camisa aunque no soy un hombre feliz. Al final del lobrego tunel de mi vida, cuando ya no pueda trabajar con las manos ni pensar con mi propia cabeza, a lo mejor encontrare un 'clochard' tirado boca arriba en un banco del metro o en la escalinata del Panteon.

En la descripcion del crimen de Chantal, heroina de mi novela (su barrio, su calle, su casa, su alcoba, su ropa, su bolso, todo esto en una proyeccion descendente y gramatical) estoy llegando a un punto muerto. ?Por que se me ocurrio la malhadada idea de meter una libreta azul dentro del bolso de Chantal? Es de presumir que en la libreta, fuera de numeros de telefono de costureras y amantes, anotaria los de algunos importantes traficantes de droga, complicados en el crimen. Desde el punto de vista del autor, desapasionado e imparcial, en la resena de numeros y direcciones no debe omitirse uno solo: hay que registrarlos todos, pues ni el lector ni el autor saben cuales son interesantes y cuales otros eran basura innecesaria. La noche anterior me detuve en ese punto y exasperado pase al bistrot a pedir una nueva botella de Ricard, pues mi imaginacion giraba en el vacio como un satelite sin cosmonauta.

En cambio, el crimen de Valerie marcha en mi analisis viento en popa hacia el descubrimiento final. Parte de una leve contradiccion entre dos datos que simultaneamente suministro el periodico el dia en que dio la noticia del crimen de la Place Pigalle. Es un detalle clave que debe pasar inadvertido para el lector de novelas, pero en ningun caso para el autor, que habra de exhumarlo y exhibirlo como cabeza de proceso en el descubrimiento del crimen y en el capitulo final. En la primera informacion sobre el de la Place Pigalle se decia que un testigo ocasional habia visto salir, la manana en que se cometio el delito, a un joven cuya gabardina tenia unas manchas de sangre. Y al detallar el estado en que se encontro el cadaver de Valerie dentro de la banera, se anotaba que estaba rigido y con los ojos abiertos, con verdugones y morados en la garganta y en el vientre, pero sin heridas de instrumento cortante.

En la segunda informacion, dos dias despues, se agregaba que del examen practicado por el medico forense se deducia que Valerie habia perecido ahogada, sumergida violentamente en la banera donde se estaba banando cuando llego el asesino. Este trataria de estrangularla y le daria golpes en el vientre cuando la muchacha quiso gritar y defenderse. El cadaver no presentaba -segun el informe del forense- ninguna escoriacion, ni una sola gota de sangre. El asesino debio abrir la puerta con una llave falsa, pues la cerradura no estaba forzada. ?De donde provenian, pues, las manchas de sangre de la gabardina?

Al releer mis notas sobre el crimen halle esta informacion: 'Me llamaron la atencion los dedos del muchacho de la bomba de gasolina: chatos, comidos por los acidos, manchados de grasa, y uno o dos magullados por algun instrumento de trabajo'.

No resisti la tentacion de esclarecer este punto, y anoche abandone un momento, un cuarto de hora no mas, el deposito para ir hasta la estacion de gasolina. Joel se preparaba a salir. Lo invite al bistrot y pedi dos cervezas.

– ?Esta es la gabardina que te lavaron?

– Me quedo casi nueva. ?Fijate bien!

– ?Cuanto te cobraron? Yo tengo que mandar la mia a la lavanderia. Todavia esta manchada de… de sangre. ?No te parece extrano?

– La mia estaba lo mismo: grasa de automovil, pintura y unas salpicaduras de sangre. ?Ves este dedo, con una una negra? Me lo cogi con un gato.

– No fue en una puerta, como yo.

Estoy seguro de que fingio no oir mi observacion, que era fundamental. Bebio de un sorbo el resto de cerveza que quedaba en su vaso y salio a escape, casi sin despedirse, pues lo esperaban en el cabaret.

'Al analizar por segunda vez milimetricamente -decia el periodico- la habitacion de Chantal -digo Valerie- la policia encontro huellas de sangre en la cerradura de la puerta. La portera repitio su informacion sobre las manchas que habia lavado la tarde del crimen en la puerta y a la puerta del 310. De ahi que todos los esfuerzos de la brigada criminal se enderecen a buscar ahora a un joven alto, moreno, antipatico, etc., con o sin gabardina pero con un dedo machucado y herido.'

De unas noches a esta parte el celador vespertino -un tipo fornido, con dos dedos de frente, quijadas cuadradas y nariz de boxeador- ha dado en venir a horas intempestivas con el pretexto de buscar algo que dejo olvidado. Anoche, al encontrarme escribiendo, me dijo:

– ?Hombre! Un celador escribiendo…

– Si quieres te enseno a escribir: ?es interesante!

Gruno, se rasco la quijada y no dijo nada. Le ofreci un Ricard de mi botella, pero me respondio que entre semana y en horas de trabajo no solia beber una gota. ?Estara en el secreto? ?Alguien lo habra mandado a espiarme? El patron del bistrot me dijo esta tarde cuando pase por alli en busca de una botella de Ricard, que el farmaceutico le habia preguntado -?cuando?- si yo estaba bebiendo mucho. Si no me necesitaran, ?con que objeto preguntarian por mi? No puedo continuar. Me comienza a palpitar la raiz del colmillo.

Algo importantisimo en mi novela -no en la investigacion del futuro atraco al deposito- es la clave de los anuncios por palabras que empleaban los traficantes de drogas para comunicarse y pescar clientes incautos.

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