justificarlo. Falta de logica cartesiana. Con su gran sentido del ahorro, como buen frances, el farmaceutico me hubiera dicho sin necesidad de ser novelista: '?Y crees tu que existiendo el correo aereo, y el telex, y el radiotelefono, ibamos a utilizar un sistema tan lento y dispendioso como el de los anuncios por palabras?'

El fantasma de Rose-Marie surgio de pronto en la acera de enfrente -esquina de la Plaza de la opera con el Boulevard des Italiens- dentro de un apretado grupo de peatones que esperan la luz verde para pasar al otro lado. Su melena oscura tenia un mechon rebelde que de vez en cuando la obligaba a hacer un brusco movimiento de cabeza. Al otro lado del bulevar una cabeza de melena oscura acaba de hacer un brusco movimiento para sacudirse un mechon rebelde que le cae sobre el rostro. El semaforo da paso al grupo de peatones. Con una atencion alucinante, sigo la fina silueta que atraviesa rapidamente la calle, al trote elastico y ligero de una potranca del hipodromo. La pierdo de vista entre la multitud. Ahora me la oculta a medias el kiosco de periodicos. ?Que se hizo? ?Donde esta? Rose-Marie… Cuando afloro a dos pasos de mi mesa del cafe, el fantasma adorable habia encarnado en una mujer fea, de nariz ganchuda, diez o quince anos mayor que lo que aparentaba de lejos.

– ?Un Ricard! Por favor.

Antes de entrar en el edificio de las oficinas, arroje en la papelera de la esquina los cuadernos -tres- de mi novela 'El Crimen de los Anuncios por Palabras'. Esa basura, ?para que? ?Y por que ante el director de personal no reaccione como lo habia planeado en el ascensor, ni me comporte como un escritor que va a denunciar con nombres y senales la proxima comision de un delito, sino como un infeliz celador que no ha sabido cumplir con su deber? Tambien es cierto que en el preciso momento en que abria la puerta de las oficinas, el colmillo me comenzo a doler.

– Me evito el trabajo de mandarlo llamar. Aqui tiene cincuenta francos de bonificacion que no merece, y espero no verlo nunca mas por el deposito. Usted es un inconsciente y un borracho.

En vez de reaccionar, digo, como pensaba, balbucee unas torpes excusas. Casi, casi pido perdon con lagrimas en los ojos. Me ardia la mejilla del lado del colmillo enfermo y sentia una espina clavada en la encia. Daba vueltas entre las manos a mis cuadernos, pero no pude gritarle a aquel burocrata frio y grosero que me hablaba con insolencia:

– Usted se equivoca, mi querido senor. Tal vez he tomado uno o dos Ricards de vez en cuando y a veces por cansancio me he quedado dormido. No soy un bruto sin imaginacion, como ese gorila que ha venido a denunciarme ante usted, sino un novelista inteligente que en este momento tiene el alma entera palpitando en carne viva dentro de la raiz de un colmillo. Se esta preparando un asalto al deposito, y ese bruto seguramente esta en el secreto. Entre el farmaceutico que me recomendo a usted y a quien usted tambien llamo para quejarse de mi, y el empleado de una estacion de gasolina de la Avenue Emile Zola, van a asaltar el deposito. Yo, oigalo bien, no quise aceptar los miles de francos que ellos me ofrecieron para comprar mi silencio. No solo eso. Yo tengo aqui, en estos cuadernos, el analisis que demuestra teoricamente lo que le estoy denunciando, y vine a pedirle que me acompane a la policia del barrio, pues el golpe va a producirse de un momento a otro, quizas esta misma noche. La extraordinaria novedad de mi procedimiento consiste en describir con sus pelos y senales un delito que no se ha cometido todavia, para impedir que se cometa. ?Me entiende?

El dolor del colmillo salto una octava hacia arriba. No desplegue los labios. A ultima hora me entro el temor de que todo aquello fuera un subproducto de mi imaginacion cuando escribia la novela de los anuncios por palabras. Esta partia de la base de que Joel era el asesino y al serlo teorica, pero no realmente, se destruia mi hipotesis del futuro asalto al deposito de drogas. ?De donde habia sacado yo que Joel, un modesto empleado de cabaret, fuera un asesino? ?Y con que derecho sospechaba del farmaceutico, que era mi unico amigo? Paris me habia despojado de afectos innecesarios, de ideas paralizantes, de juicios prematuros, pero tambien de humanidad y caridad.

El colmillo vibra como una cuerda de violin, tan agudamente que amenaza romperse.

No desplegue los labios y sali de la oficina mohino, avergonzado, despedido como un perro, aunque con cincuenta francos en el bolsillo. En la calle y antes de sentarme otra vez en este cafe para tomarme dos aspirinas y un Ricard que me levante el animo, volvi pedazos y arroje en la papelera los cuadernos titulados 'Plan de Asalto al Deposito de Drogas de la Avenue Emile Zola'.

CUADERNO N.° 13

Llegue al Panteon desesperado por el dolor del colmillo y con la conviccion de que el Ricard que habia bebido por el camino para anestesiarme, me tenia lucido pero no borracho. Un bus descargaba turistas americanos en la plaza. A uno de ellos le llamamos la atencion yo y un 'clochard' que dormia tirado a la sombra, sobre la acera (nada tiene que ver la ordenacion gramatical con cierta jerarquia de valores: no el clochard y yo, sino yo y el 'clochard') y por medio del chofer del bus, que era un frances, nos pidio el favor de pasar un momento a la region iluminada por el sol, del otro lado del monumento. Queria tomarnos unas fotografias. Con trabajo le hicimos comprender al 'clochard' lo que se nos pedia, y solo accedio de buen talante aunque mascullando palabras incomprensibles, cuando el chofer, nos dijo que nos darian dos francos a cada uno por aquel trabajo. Nos tiramos en las gradas del Panteon, con la botella de vino entre los dos. Algunas de las muchachas del grupo se tomaban fotografias con nosotros y nos regalaban uno o dos francos. Por no quedarme ya sino muy poco de lo que Rose- Marie solia ver en mi cuando paseabamos de la mano por aquellos lugares y nos deteniamos a observar a algun 'clochard' que dormia la siesta a la sombra del Panteon, las turistas preferian a la mia la compania de ese viejo hediondo y malgeniado.

Al contar y recontar los nueve o diez francos que nos habian correspondido, el hombre se humanizo un poco y resolvimos atravesar la plaza y descender por la cuesta de Santa Genoveva que comunica con el Boulevard Saint-Germain. Entramos en un pequeno bistrot que hay por aquellos lados y devoramos entre los dos fraternalmente una barra de pan con salchichon y bebimos una botella de vino. Yo no comia desde la noche anterior y, el estomago comenzo a alborotarse, por lo cual tuve que salir casi corriendo a desahogarme en un lugar infecto que se encontraba en el patiecito interior. Cuando regrese al bistrot, el 'clochard' me pregunto si era espanol y me aconsejo pasar cualquier dia por el convento de unos padres en la rue de la Pompe, donde suministran comida y alguna limosna a los pobres que merodean por el barrio.

Seguimos bebiendo hasta quedarnos dormidos, y por dos francos el patron nos permitio pasar la noche en aquel patio minusculo, humedo, sombrio, maloliente, y lleno de basuras y desperdicios del bistrot. No aquel dia, pues, sino al siguiente, con un hambre atroz y un comienzo de diarrea alcoholica que me asaltaba de vez en cuando, obligandome a buscar los cafes mas pobres para aliviarme sin pagar propina, me dirigi a la rue de la Pompe. Atravese el Parque de Luxemburgo, descendi a la rue de Sevres, hice escala en un W. C. del parque frontero al Bon Marche; al cabo de una hora me encontraba atravesando a todo lo largo el Campo de Marte; cruce el puente de Iena, remonte los jardines y por la terraza del Palacio de Chaillot sali a la plaza del Trocadero. Eran casi las dos de la tarde cuando llegue al convento. Me dieron una sopa caliente, aguada y desabrida, y un gran trozo de pan, todo lo cual vino a renovar mis angustias y necesidades. El padre superior se apiado profundamente de mi y al nombrarle incidentalmente al de la rue d'Assas, me pidio autorizacion de llamarlo para contarle mis cuitas y pedirle consejo.

Me dolia terriblemente el estomago y habia comenzado a arrojar sangre en mis frecuentes visitas al sanitario del convento.

Cuando regreso me dijo que el padre de la rue d'Assas habia conseguido que al dia siguiente me recibieran en la clinica de un amigo suyo. Entretanto, en la enfermeria del convento un hermano lego me dio una pocion de laudano y me hizo un toque de yodo en la encia inflamada por el absceso del colmillo. Al cabo de dos horas me senti tan aliviado que resolvi dar una vuelta por aquel barrio elegante que poco conocia.

El padre superior me dio un papel con la direccion de la clinica a donde deberia presentarme al dia siguiente, y diez francos en nombre del capellan de la rue d'Assas para que pasara aquella noche a cubierto en alguna parte.

Escribo tendido en una cama mullida y limpia, en el cuarto de la clinica cuya sola ventana se abre sobre un jardin interior, rodeado de un alto muro revestido de hiedra. El aire tibio y un rayo de sol entran por la ventana. El primero me acaricia el rostro y el segundo me calienta los pies, pero flota en la estancia un repelente olor a

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