desinfectantes y medicamentos. Me preocupa la brecha que tengo en la mandibula inferior, un boquete grande y liso por el cual deslizo frecuentemente la punta de la lengua. Me extrajeron, no solamente el colmillo, sino dos muelas contiguas, y silbo un poco al pronunciar ciertas palabras. Me ha crecido la barba y esto me da un aspecto de intelectual, pues ademas las entradas de la frente se internan profundamente en el centro de la cabeza.
Todo mi interes esta concentrado en un proyecto de novela que no puede fallar por la razon de que su origen es una aventura extraordinaria que tuve la tarde misma en que, con paso vacilante, sali del convento de la rue de la Pompe y en vez de subir en direccion al Arco del Triunfo como lo habia pensado primero, al tener un breve desfallecimiento de cansancio me meti por la boca del metro. Compre un billete de segunda y mientras aquello me pasaba, me sente en el banco del anden.
El padre me dijo ayer:
– ?No quieres que te traiga una novela que acaba de salir?
– Solo quienes no son capaces de escribirlas necesitan distraerse con las que escriben los demas.
Sin molestarse, el padre agrego:
– A proposito, ya estaras convencido de que para escribir una novela hispanoamericana se necesita ir alla y no quedarse en Paris.
Cuando le dije que inmediatamente empezaria a redactarla se puso muy contento y me prometio que uno de estos dias vendria a charlar conmigo sobre el problema de Cain y Abel. No me atrevi a confesarle que hacia tiempo habia asesinado a los hijos de Adan y hasta la carrona de la quijada del asno desaparecio calcinada por el sol en el desierto de mi memoria.
La cabeza me daba vueltas lentamente, pero yo estaba en mis cabales y me sentia mucho mejor cuando un trueno lejano anuncio la llegada del proximo tren. Abri la puerta, entre en el vagon de segunda y me sente en el ultimo rincon para no tener a mi lado ninguna compania. Tenia la impresion de oler mal, aunque acostumbrado a los efluvios de mis propios humores, sudores, exudaciones, secreciones y otras miserias corporales, habia perdido la conciencia de ese olor. Siempre he pensado que el de santidad debe ser una sublimacion del mal olor. Ahora me complacia el que el aroma acido y humedo que despedia mi cuerpo, se mezclara y se confundiera con el de los pasajeros que iban en el vagon. Ascendia lentamente hasta mi nariz y se condensaba en el techo del vehiculo, pero aquella nube no era homogenea, pues en cada estacion se renovaba el personal de los viajeros y los olores antiguos se mezclaban con los nuevos, no menos rechinantes y repelentes. Los hay melosos, acidos, aceitosos, agudos como estiletes, incitantes como para los perros el que dejan las perras en un charco sobre la acera.
Yo soy una conciencia olfativa que se pasea por las calles, aspirando efluvios imperceptibles para quien no tenga la facultad de captarlos. Cuando me moria de hambre, lo que mas me atraia al pasar a lo largo de las fruterias o las pastelerias, o delante de los restaurantes y los bistrots, no era la vista de ciertas cosas, sino su aroma. Hay telas y pieles cuyo olor me sosiega, y, en cambio, el que despiden los hules, los plasticos, las fajas de caucho, me quita las ganas de comer. No podia pasar por las carnicerias y las pescaderias del mercado sin volver la cabeza, porque me atormentaba su hedor, cuando la vista se hubiera recreado en el rojo escarlata de un pedazo de lomo, o en el azul profundo y el plata luminoso de las truchas y de las sardinas. Con los ojos cerrados distinguia claramente todos esos olores, los presentes y los ausentes, y entre los primeros los que flotaban y ondulaban como volutas de humo dentro de la atmosfera caldeada y espesa del olor general.
Entre Passy y Bir-Hakeim el tren salto sobre el Sena con un alegre ruido metalico. El rio era una lamina azul, con reflejos dorados, inmovil entre los alveolos de las orillas. Luego la Torre Eiffel a mi izquierda y a mi derecha un caotico hacinamiento de edificios modernos y mansardas viejas. Una mancha verde en Cambronne, la oscuridad del tunel en Pasteur, y finalmente Montparnasse donde una multitud que venia de la estacion del ferrocarril tomo por asalto, con un ardor silencioso, los vagones del metro.
La enfermera entro a tomarme la temperatura y darme unas cucharadas cuyo mal sabor acompana en sordina los que ella remueve con sus palabras en el fondo de mi garganta.
– ?Un caldo de pollo para la comida? ?Un trozo de carne asada? El doctor ha dicho que tiene que alimentarse bien.
El sabor del caldo de pollo es tierno y suave y apenas se insinua en el paladar. En cambio, el solo recuerdo del de la carne asada me hace brincar los musculos de las quijadas. Cuando se han pasado muchos dias bajo el tormento de un absceso que crece en la raiz de un colmillo, desgarrando la encia, no hay placer comparable al de dejarlo de padecer. Sentir los dedos finos de la enfermera hundidos en el pelo, y escuchar el chasquido metalico de las tijeras de peluqueria, me producia una impresion deliciosa. Cuando despues de meses de abandono, de sudor, de cansancio y de suciedad, me sumergi en la banera hasta el cuello, me estremeci de placer de la cabeza a los pies.
– Dos veces ha llamado una senorita a preguntar por usted. No quiere dejar su nombre. Tiene acento extranjero y una voz muy bonita. El salto que di hizo desbordar la banera y el agua chorreo alegremente sobre el piso.
– ?Que le pasa? ?Se siente mal?
– Nada, no me esta pasando nada.
Cuando me levante en busca de la salida al bulevar, me sentia debil y mareado. En la calle una ola de calor me dio en pleno rostro. El asfalto de la acera ardia y el cafe de la estacion de Montparnasse estaba abarrotado de gente. En la barra pedi una botella de cerveza helada que bebi de un sorbo; pedi una segunda botella de cerveza; luego un Ricard doble con soda y hielo; en seguida, otra cerveza y otro Ricard. Mi cuerpo absorbia el liquido como una tierra resquebrajada por el sol.
Resolvi regresar al metro en vista de que el sol estaba todavia muy alto. Descendi lentamente las escaleras, aliviado y sin dolor en el colmillo aunque tuviera rigida y pesada la parte baja del rostro. Un grupo de boy-scouts se alejaba a paso de carga, dejando una ancha estela de olor a ropa sucia y a sudor.
?Con que objeto este absurdo derroche de fealdades originales que hace la naturaleza en esta epoca gregaria? ?Por que este empeno en producir millones de tipos cuya fealdad difiere de uno a otro, pero en conjunto es igualmente grande? Bastarian tres o cuatro arquetipos de mujer, pues la belleza no depende de su exclusividad y un ramo de flores es mas hermoso que una sola flor.
Rostros inertes que han perdido la facultad de iluminarse con una mirada inteligente o una sonrisa que distienda la rigidez de los labios hermeticos. Rostros vagos, amarillos, informes, imprecisos, que naufragan dentro de su propia grasa. Rostros mortales, de gentes que se han anticipado a su propio cadaver. Rostros escandalosos y repugnantes, pletoricos de comida y de vino. Rostros arrugados, enjalbegados, pintarrajeados, proyectados hacia adelante por una nariz en forma de proa de gondola o castillo de carabela. Y en la corriente densa y granulada, cuantos cuerpos desagradables y desgraciados, cuantas piernas inmensas y bamboleantes, cuantas pantorrillas hinchadas y varicosas, cuantos brazos rollizos y cortos como aletas que aun no han empezado a encanonar. El amorfo y horrible amontonamiento de personas se integra y desintegra, se coagula y se liquida, se contrae y se distiende con movimientos viscerales, o se arrastra por los tuneles convertido en un molusco monstruoso, o es un pulpo que proyecta moviles y escamosos tentaculos a traves de los corredores. Y dentro de esa masa viscosa de modelos individual y originalmente feos, ni un solo rostro amable, ni una sola sonrisa, ni un solo amigo, ni un solo ser humano. Si yo cayera de bruces fulminado por un sincope, ese molusco, ese gusano, ese ciempies, ese pulpo de la muchedumbre se arrastraria sobre mi con sus millares de patas, ventosas, tentaculos y escamas venenosas y urticantes. Nadie se detendria a levantarme. Tal vez el acordeonista ciego que canta en uno de los corredores comenzaria a gritar y llegaria la policia -la contra-muchedumbre- para sacarme de alli y tirarme en algun basurero municipal.
La voz de Rose-Marie es cantarina y se apoya en tres notas, mi, sol, fa sostenido, agrupadas en frases distintas, ritmicas y sincopadas. Abrevia hasta darle la rapidez de una semifusa la ultima nota de la frase, generalmente un fa sostenido. Es una voz aterciopelada, dorada, caliente, en clave de sol. A veces me ocurria que en el primer momento no entendia una sola palabra de lo que me estaba diciendo por quedarme embelesado oyendola cantar, pues su voz era una invitacion al canto desde la otra orilla del telefono. Cuando el Padre llego con dos paquetes de cigarrillos -me habian vuelto los deseos de fumar- no me atrevi a preguntarle como habia obtenido dinero para mi regreso al pais. Por no ofender mi pudor, el tampoco decia una palabra. Yo ardia de impaciencia, y me urgia saber exactamente lo que habia sucedido desde el dia en que abandone a Rose-