decidi hacer una lectura desde el otro lado, intentando ponerme en el punto de vista de los padres del insecto, de su jefe, de su hermana.

– ?Yeso?

– Bueno, tuvo que ver con algo mas complicado. Estuvimos en la oficina haciendo un proyecto de remodelacion de un barrio periferico para el Ministerio de la Vivienda y cuando fui alli y vi las condiciones de vida de la gente me acorde de la lucha de clases y todo eso. Esa noche, despues de fumarme un canuto, comprendi que, en otro tiempo, siempre que hablabamos de la lucha de clases lo haciamos desde el punto de vista de los perdedores. Sin embargo, yo, personalmente, habia ido ganando esa lucha en los ultimos anos, pero todavia hablaba como si viviera en un barrio periferico. Entonces decidi reconvertirme.

Elena puso la ensalada sobre la mesa, miro a Enrique como si tratara de reconocerle o como si buscara en su rostro algun rasgo de una imagen perdida. Finalmente dijo:

– Eres un cinico.

Y eso fue todo.

Seis

En los dias siguientes Elena parecio perder el miedo a la butaca. Tomaba en ella el primer cafe de la manana, bajo el tictac y las campanadas del reloj, que median el ritmo bajo cuya ley temporal se desarrollaba una oscura cadena de significados de duracion y objetivo imprevisibles. Una trama que concernia a su existencia parecia organizarse a sus espaldas. Aunque no exactamente a sus espaldas, sino en el lado mas oscuro de su vida.

En aquella butaca leyo tambien el tercero de los informes encargado a la agencia de detectives. Decia asi:

La vida de Enrique Acosta Campos podria merecer tres lineas o cien folios, depende del lugar en el que uno se coloque para contarla, de lo que paguen por ese relato y del valor simbolico que le atribuyamos. Este investigador, por razones de inclinacion personal y del tipo de trabajos que ha realizado hasta el momento, tiende a situarse en sus pesquisas en el lugar mas silencioso del tinglado, en un espacio mudo, por decirlo asi. A ese lugar las actitudes y las voces llegan con una claridad insospechada; es esa claridad la que permite hacer informes objetivos, limpios de la confusion que producen los afectos.

Digo esto porque la desconcertante peticion de mi cliente, que me exige ser subjetivo y, por tanto, apasionado, me situa frente a mis propios intereses de orden, digamos, intelectual. Quiza el termino intelectual pueda parecer excesivo para el tipo de cultura que normalmente se atribuye a quienes realizamos esta clase de trabajo. Pero en mi caso es asi y no voy a mentir en aras de una objetividad que no me pagan. Soy un criminalista fracasado, pero un criminalista al fin. He realizado numerosos estudios relacionados con esta materia y tengo algunos escritos que quiza algun dia alcancen la gloria de la imprenta, el honor de la letra impresa. Otros con menos merecimientos lo han logrado.

Pues bien, esa contradiccion, en principio profesionalmente dolorosa, pero inevitable, puesto que tengo que ganarme la vida, ha iluminado un poco mi existencia, pues me ha colocado frente a un hombre, Enrique Acosta, que en muchas cosas es mi negativo, mi contrario.

Yo podria decir que este sujeto, objeto de la investigacion en curso, pertenece a una familia de la clase media de aquellas que alcanzaron cierto nivel economico en los sesenta. Podria anadir que estudio Derecho, en cuya Facultad conocio a la que hoy es su esposa, Elena Rincon, y que participo activamente en los movimientos estudiantiles de la epoca llegando a militar en un partido de izquierdas hoy desaparecido o deglutido, quiza, por los partidos que en la actualidad ocupan el poder o su periferia.

Podria seguir en ese tono, averiguar datos, fechas, nombres y levantar una biografia coherente o no, pero avalada por certificados o situaciones concretas, resenables, que darian cuerpo y garantia a este informe. Podria anadir incluso que quiza fuimos companeros, porque tenemos la misma edad, aunque aparento mas, y tambien yo estudie Derecho en aquellos anos, aunque he de reconocer que iba algo retrasado, pues inicie el bachillerato en una edad tardia y tuve que alternar mis estudios con diversos trabajos que no me dejaron mucho tiempo para las relaciones personales.

Pero nada de ello es necesario si mi cliente insiste en que sea subjetivo. En mi opinion, y si eso es lo que quieren saber quienes me pagan, este sujeto, que hoy podria vivir en un chalet adosado si no fuera porque odia las plantas, jugo a la revolucion en su momento y despues, como tantos otros, se fue adaptando poco a poco a sus necesidades gastronomicas y sexuales. Sin ninguna ruptura, en una transicion imperceptible y lenta que lo condujo a los aledanos del poder donde hoy se encuentra confortablemente instalado. Conozco bien a estos tipos, dejaron tirados en el camino a sujetos como yo, que -preciso es confesarlo- carecimos de la inteligencia precisa o la falta de escrupulos necesarios para darnos cuenta a tiempo de lo que iba a suceder. Para ellos ser detenidos era una insignia, algo asi como una herida de guerra, pero para mi supuso tener que abandonar la carrera y mi verdadera vocacion criminalista para la que, por naturaleza, me sentia dotado. Me hicieron la revolucion, como quien dice, y luego se largaron a ocupar despachos y consejos de administracion y direcciones generales desde las que han perdido la memoria de la gente como yo. Son lo que fueron siempre, unos senoritos, pero conservan de aquel parentesis de sus vidas el gusto por el hachis o por la cocaina, o por unas musicas que yo no entiendo, porque piensan que eso todavia les hace diferentes. Afortunadamente, algunos de ellos han agarrado un cancer o un SIDA que les hace sudar en clinicas de renombre internacional donde cuidan su muerte como en otra epoca lamian su imagen. Son unos cabrones, unos hijos de puta, y Enrique Acos-ta es el mayor de todos ellos, mi enemigo. Esto es subjetividad y lo demas son cuentos. Vale.

En cuanto a Elena Rincon Jimenez, su esposa, tiene una historia parecida, en mujer, claro esta. Por cierto, sus ojeras son sin duda el resultado de la ingestion de drogas, aunque seria aventurado decir que clase de drogas y por donde se las mete. Sale poco, pero cuando sale no va a ningun sitio y se pone gafas de sol para ocultar la dilatacion anormal de sus pupilas. Hace poco ha despedido a su asistenta, con la que este investigador ha entrado en contacto sin obtener de ella informaciones muy precisas, pues se trata de una mujer de poca cultura y escasas dotes de observacion. Elena Rincon podria ser una mezcla de ama de casa contemporanea y mujer liberada que no soporta las imposiciones de un trabajo regular. Su modo de vestir no es espectacular, pero tampoco sencillo. Utiliza un tipo de ropa cara que parece mas barata de lo que en realidad es. Curiosamente, no pretende parecer mas joven.

Elena se quedo momentaneamente perpleja, como si le hubiese estallado entre las manos un artefacto disenado por ella pero destinado a otro. Permanecio durante un tiempo incalculable observando la luz del ventanal, ejercitando la pierna derecha, que colgaba sobre su muslo izquierdo, en un movimiento pendular que seguia el ritmo del tictac del reloj situado por encima de su cabeza. Atardecia ya y las escasas nubes, desgarrandose como pequenas bolas de algodon podrido, adquirian un color ro-saceo que sugeria la existencia de una enfermedad. Cuando llego Enrique continuaba en la misma postura, pero tuvo tiempo, antes de que entrara en el salon, de ocultar el informe y recomponer los rasgos de su cara.

Su marido lio un canuto y se lo ofrecio, pero Elena lo rechazo.

– ?Y eso? -pregunto Enrique. -Ultimamente no me sientan bien.

– ?Vuelves a tener problemas con tu aparato digestivo?

– Con el digestivo exactamente no -respondio Elena-. Se trata de algo mas general. Cuando fumo, no controlo las imagenes.

– ?Que imagenes?

– Las imagenes de mi vida, lo que fui, lo que soy, lo que sere de vieja, si todavia puedo hablar como si fuera joven.

– Pasas mucho tiempo en casa -sonrio Enrique.

– Te asustan estas conversaciones, ?verdad?

Enrique se habia tumbado en el sofa, con la mano izquierda en la nuca y la derecha en el porro, mirando a Elena, que continuaba sentada en la butaca de su madre. Enrique sonrio, parecia muy joven aquel dia.

– No, mujer -dijo-, a mi me asustan ya muy pocas cosas. Me preocupas tu, el modo en el que vives, el que hayas dejado de ver a los amigos, tu aislamiento, esa mania de darle tantas vueltas a las cosas… -Miro el reloj y puso cara de fastidio-: Tengo esta noche una cena horrorosa; tendria de cambiarme.

– Te he planchado la camisa rosa.

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