son otra cosa; ir a una pension es como volver a casa) no hace frio aunque una este desnuda mucho tiempo.

Cuando regreso mi marido, yo ya habia realizado ese raro acuerdo que, como digo, seguramente era una cuestion de mi antipoda, aunque a mi me hizo bien, y me habia acostado con los ojos abiertos. Al principio me hice la dormida, pero despues de que el insistiera cedi y lo hicimos como nunca, mucho mejor que las primeras veces que eramos mas jovenes, pero no sabiamos.

Por eso me da miedo que mis hijas viajen al extranjero y vayan a hoteles, sobre todo Elena, con ese marido que la ha metido en cosas de politica, que ella no entiende.

Elena cerro el cuaderno y lo guardo en el cajon de la mesilla, junto al resto del diario y los informes del detective. Sudaba de un modo anormal y tiritaba de desamparo o de terror. Se encogio cuanto pudo en la cama, cubriendose con la colcha, y repitio mama, mama, como si fuera pequena y acabara de padecer una pesadilla. Cuando ceso el temblor, recordo de nuevo la historia de la playa y la moneda asociandola con el encuentro casual del diario en las profundidades del dormitorio de su madre; aunque el diario era un tesoro al reves, el negativo de un tesoro, pero dependeria de ella invertir esa imagen, convirtiendo los claros en oscuros y los oscuros en claros, como en ese proceso fotografico que nos devuelve al fin la verdadera imagen de una realidad pasada, muerta, pero con capacidad de actuacion sobre nuestras vidas, sobre mi vida, concluyo.

Despues fantaseo con la posibilidad de caminar hasta el bano y reproducir frente al espejo los movimientos de su madre para ver si era capaz de hacerse cargo de aquel terror que el destino le habia dejado como herencia, como una dura herencia que deberia administrar y transmitir para no olvidar nunca sus origenes, para recordar de vez en cuando, como ejercicio de humildad, que su cuarto de bano -tan luminoso y amueblado como el de un hotel de lujose habia levantado sobre los restos de otro cuarto de bano, desconchado y roto como el de una pension, en el que los aparatos sanitarios no tenian otro fin que el de su uso.

Segunda parte

Comienzo estas paginas que ignoro como llamare o adonde me conduciran a los cuarenta y tres anos, es decir, un poco mas alla del punto medio de lo que se podria considerar una vida muy larga.

Diversos acontecimientos personales de complicada pormenorizacion me han situado en los ultimos tiempos frente a la posibilidad de controlar activamente mi existencia. Me encuentro en el principio de algo que no se definir, pero que se resume en la impresion de haber tomado las riendas de mi vida. Es cierto que aun ignoro como se gobiernan y que tampoco se en que direccion las utilizare cuando aprenda a manejarlas; tambien es cierto que todo ello me produce algun vertigo cuyos efectos tienden a concentrarse en mi organismo, en el que han comenzado a aparecer diversos sintomas que habian cesado cuando ceso, de subito, mi adiccion al hachis. Pero todo ello constituye un precio muy bajo si lo comparo con los beneficios obtenidos, todavia intangibles, como intangibles son los beneficios de una aventura a punto de iniciarse.

Escribo estas primeras lineas de mi vida sentada en una comoda butaca de piel en la que discurrio gran parte de la existencia de mi madre. A mi espalda, en la pared, un reloj de pendulo, que tambien pertenecio a ella, mide el tiempo, pero no el tiempo que determina la existencia de los hombres, sino el que regula la duracion de mi aventura interna, de mi metamorfosis. He comprado un conjunto de pequenos cuadernos, cosidos con grapas, que se parecen mucho a los que utilizo mi madre para llevar a cabo un raro e incompleto diario que, tras su muerte, fue a parar a mis manos.

Mi vida discurre apaciblemente entre la lectura de su diario y la redaccion del mio. A ello he de anadir el extrano placer que me proporcionan unos informes que yo misma he encargado realizar a un detective privado. Contrate a este sujeto, que ignora para quien trabaja, al objeto de que siguiera a Enrique, mi marido, pero muy pronto me aburrieron sus escarceos sexuales y sus trapicheos economicos, de manera que el otro dia telefonee a la agencia -solo hablamos por telefono- y le dije que se olvidara de Enrique Acosta y centrara sus energias en Elena Rincon, su mujer, que soy yo.

Salgo muy poco, pero me gusta que alguien me diga lo que hago cuando estoy en la calle. Asi, no siempre, pero algunos de los dias que abandono la casa para pasear o ir de compras, telefoneo a la agencia y digo que me sigan. Al dia siguiente voy a un apartado de correos, que he contratado cerca de aqui, y recojo el informe que demuestra que hice lo que hice y no otra cosa. Como al detective le he encargado ser muy subjetivo, dice cosas de mi que yo ignoraba y eso, ademas de divertirme mucho, me reconstruye un poco, me articula, me devuelve una imagen unitaria y solida de mi misma, pues ahora veo que gran parte de mi desazon anterior provenia del hecho de percibirme como un ser fragmentado cuyos intereses estuvieran dispersos o colocados en lugares que no me concernian. Tal vez por eso, entre otras cosas, no logre nunca alcanzar una adecuada comunicacion con mi hija, que continua percibiendome como una madre fria, incapaz de llegar al nucleo de sus conflictos e incompetente para amarla. No me importa; tambien yo percibi a mi madre como un ser lejano y ahora resulta que es que era su antipoda. El tiempo que marca este reloj de pendulo, cuyo tictac me mece mientras redacto estas lineas, devolvera a cada uno las cosas que entrego colocando las piezas del puzzle de la vida en el lugar del que salieron cuando su imagen se quebro en pedazos.

Ayer fui a El Corte Ingles y telefonee a la agencia para que me siguieran. Esta manana he recogido el informe, que dice asi:

Elena Rincon abandono el portal de su casa a las 17,20 horas del dia senalado para el seguimiento del que a continuacion informo: vestia ropa de entretiempo, pero no llevaba medias, detalle en el que me fije, pues suelo mirar sus piernas ya que durante mucho tiempo las ha llevado sin depilar, llegando a alcanzar su vello una longitud considerable, sobre todo en la pierna izquierda y por razones que ignoro. Confieso que llegue a pensar que podria tener alguna ascendencia turca, pues he oido que las mujeres de este pais gustan de conservar el vello del que la naturaleza las dota, aunque les salga en aquellas partes del cuerpo que en el mundo occidental posee el caracter de un atributo masculino.

Pues bien, decia que me fije en sus piernas y al tiempo de comprobar que no llevaba medias observe tambien que se las habia depilado. Paseo, como sin rumbo fijo, hasta Joaquin Costa y desde alli bajo en direccion a la Castellana sin que en todo este tiempo realizara alguna cosa de interes, aunque es cierto que podia detectarse en su actitud general un punto de extraneza, una actitud equivoca, como si presumiera la posibilidad de un encuentro no deseado que la sometia a ligeras vacilaciones en el modo de andar o en la eleccion de las calles que debian conducirla a su objetivo final: El Corte Ingles situado en el Complejo Azca. Naturalmente, esta apreciacion es subjetiva, pero de eso se trata.

En El Corte Ingles pude observarla con mas detenimiento, pues estos centros concebidos para grandes aglomeraciones facilitan mucho la tarea de un perseguidor por la posibilidad de diluirse entre la gente y de acercarse a la persona investigada sin despertar recelos. Ademas, la tal Elena se habia quitado las gafas de sol al penetrar en los grandes almacenes, con lo que puso al descubierto los ojos que, como es sabido, revelan a quien sabe mirarlos intenciones, temores y deseos que por lo general pasan inadvertidos a la mayoria de la gente. He de confesar que hace anos realice un estudio basado en el modo de mirar de cinco criminales famosos y descubri no pocos denominadores comunes entre aquellas turbias miradas que habian tenido la rara oportunidad de presenciar un crimen, el realizado por los portadores de esos ojos. Hablo, pues, del tema con conocimiento de causa.

Vi en la mirada de Elena Rincon la turbiedad caracteristica de quien esta a punto de realizar un acto contrario a su conciencia o a la conciencia de quienes le rodean. Es cierto que sus ojeras, por alguna razon, quiza de naturaleza cosmetica, se han atenuado de manera notable, pero sus ojos poseen una movilidad de la que antes carecian. Pense que quiza padeciera de esa inclinacion patologica hacia el hurto de los objetos expuestos al publico en establecimientos de esta clase, pues es cierto que la cleptomania (asi como la aficion desmesurada a determinados juegos de azar como el bingo) constituye una enfermedad muy extendida en las mujeres de su posicion. Pero aunque me acerque a ella mas de lo conveniente, no le vi introducir ningun objeto en el bolso.

Acudio despues a la seccion de lenceria y la perdi de vista en las tres ocasiones en que, con prendas diferentes, hizo uso de los probadores. Por otra parte, tuve que mantenerme alejado ya que no es frecuente la presencia de hombres en estas zonas de las grandes superficies. Si Elena Rincon sospechara (cuestion que ignoro), que esta sometida a vigilancia, bastaria que reparara en mi presencia en dos lugares diferentes para identificarme como un investigador. Debo, pues, permanecer fuera de su campo visual cuanto me sea

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