produjera ninguna disfuncion. Guardo, pues, el cuaderno en la mesilla y encendio un cigarro que saboreo lentamente, observando el juego de luces que el reflejo de la ventana producia en el techo. Era indudable que pensaba, pero su cabeza, mas que producir ideas, elaboraba el cauce por el que estas deberian discurrir en el futuro inmediato.

A eso de las seis de la tarde se levanto con idea de telefonear a la agencia de detectives, pero antes de hacerlo se fumo un canuto, pues queria mostrarse especialmente desinhibida a lo largo de la conversacion.

Por alguna razon, los efectos del hachis tardaban en aparecer, por lo que Elena les facilito la circulacion con un whisky. Tras el primer sorbo sintio una plenitud corporal no exenta de cierto sentimiento omnipotente y se sento junto al telefono del salon, con el vaso y el cenicero a su derecha, sin dejar de observar el reloj y la butaca de su madre que estaban frente a ella. El vacio aparente de la butaca le sugirio la idea de una ausencia escandalosa, aunque temporal. Faltaba, efectivamente, un nexo que la uniera al reloj, pues ambos objetos se relacionaban mal entre si sin el volumen/le la madre, como si los tres hubieran formado una unidad indisoluble y misteriosa, del mismo tipo que la formada por las tres personas de la Santisima Trinidad, misterio en el que, sin embargo, no habia llegado a creer su madre.

Cogio el telefono el sujeto de siempre y Elena, tras identificarse y saludar, fue directamente al grano.

– El ultimo informe -dijo- esta mas en la linea de lo que necesitamos, pero aun habria que corregir algunas cosas.

El sujeto que estaba al otro lado de la linea respiro con ansiedad y Elena comprendio que estaba entregado.

– Es muy dificil -respondio finalmente la voz- emitir un informe cuyos fines se ignoran. No es lo mismo, por ponerle un ejemplo, realizar un informe economico-financiero de una persona o una institucion, que llevar a cabo una investigacion de adulterio dirigida a la tramitacion de un divorcio. Los investigadores necesitamos un «briefing», que dirian en el mundo anglosajon, para que nuestros informes sean a la vez concisos y eficaces, que vayan al corazon del asunto, en resumen. Por eso nos ayudaria mucho tener una entrevista personal con el cliente.

– Ya le he dicho que eso no es posible -respondio Elena en un tono que pretendia ser tajante, pero que le salio seductor-; sin embargo, le aclarare algunos extremos que quiza le ayuden, en el caso, naturalmente, de que todavia les interese este trabajo.

La voz se apresuro a confirmar su interes y Elena sonrio en direccion a la butaca de su madre. Posiblemente, penso, habia ido a llamar a una agencia en la que solo habia un detective, que tambien la dirigia, y que ahora estaba al otro lado del telefono dispuesto a hacer cualquier cosa para no perder a aquel cliente fantasma que empezaba a proporcionarle unos ingresos regulares.

– Nos han gustado algunos detalles del ultimo informe -continuo Elena-, como el hecho de que el investigador revele su propia edad, pero no nos gusta ese tono impersonal que todavia sigue utilizando con tanto «nosotros creemos, nosotros pensamos», que parece el Papa mas que un sujeto de carne y hueso. En el futuro que emplee el «yo» y que piense que le cuenta las cosas, no se, a un amigo y no a un consejo de administracion. ?Entiende lo que le quiero decir?

– Si, senora -dijo la voz con un perceptible toque de rencor en el tono.

Elena decidio disminuir la tension: -No me entienda mal -anadio-, los informes son muy buenos, estan muy bien escritos, pero falta la voz de un narrador personal, de un ser humano que opine sobre lo que oye o ve.

– ?Le gustaron entonces los informes? -pregunto la voz necesitada de un estimulo.

– Estan muy bien, ya se lo he dicho; hay en ellos una gran pulcritud sintactica, pero son excesivamente contenidos, como si el investigador, que, no lo olvidemos, es el que narra, estuviera apresado en el interior de un corse lleno de formulas y frases hechas de las que no pudiera desprenderse. Por ejemplo, en el ultimo informe la figura de la mujer (Elena Rincon, creo que se llama) queda un poco desdibujada. El caso es que tiene un acierto enorme al describirla como una mujer ojerosa, pero no sabemos si eso es un atributo facial o el resultado de una mirada atormentada. Tampoco sabemos como viste o si parece feliz o si se siente sola.

– Es que esas cosas -parecio disculparse la voz- pertenecen al terreno de la subjetividad, comprendalo.

– Comprendalo usted -respondio Elena sorbiendo apuradamente un poco de whisky-, porque se trata de eso, de ser subjetivos, tremendamente subjetivos.

En ese instante, en el reloj del pendulo comenzaron a sonar los cuartos correspondientes a las siete de la tarde. Elena dirigio el auricular del telefono hacia el lugar de la pared donde estaba situado el reloj y cuando cesaron las campanadas hablo de nuevo:

– ?Ha oido usted eso?

– ?Las campanadas? -pregunto la voz. -Las campanadas, si. Pertenecen a un

hermoso y distinguido reloj de pendulo que a su vez esta situado en un salon palaciego desde el que hablo con usted recostada en un divan de cuero. El reloj, el salon y el divan pertenecen a la persona para la que usted y yo trabajamos, cada uno en su sitio y desde sus funciones especificas. Le puedo asegurar que su cliente, mi jefe, es tremendamente generoso cuando se le sabe dar lo que pide y lo que le pide a usted es subjetividad. ?De acuerdo?

– De acuerdo -respondio decidida la voz, que parecio haber entendido y asumido a la vez con satisfaccion la demanda.

– Otra cosa -anadio Elena-, no pierda usted el tiempo investigando los miserables negocios de Enrique Acosta; conocemos de sobra la situacion. Haganos un informe, que no tiene por que ser largo, pero si jugoso, de su pasado y, mas que de su pasado, de como ha llegado hasta donde esta. Entiendame: no describa mas de lo necesario, interprete lo que es importante.

Cuando colgo el telefono, la satisfaccion desbordaba los limites de su piel. La combinacion del hachis y el whisky, por primera vez en mucho tiempo, no habia producido en su cuerpo ningun efecto desastroso. Encendio un cigarro y fue a sentarse en la butaca de su madre con idea de comenzar a leer alli una novela, pero estaba poseida por un grado de excitacion que le impedia centrarse en la lectura. Abandono el libro y se limito a escuchar el tictac del reloj. La realidad habia perdido el aire mortuorio de los dias que precedieron y siguieron al fallecimiento de su madre. A traves del ventanal de la terraza entraba una luz limpia y azul que sugeria la presencia del mar. De subito, Elena sintio que el reloj, la butaca y ella misma formaban un circulo y comprendio oscuramente que su miedo de los dias pasados no provenia de la posibilidad de encontrarse con su madre en la butaca, sino de convertirse ella misma en su propia madre atraida por aquel conjunto en el que ella, en aquellos momentos, actuaba de copula o union. La idea, en la que no dejo de reconocer un aspecto siniestro, no produjo ninguna impresion inmediata en sus visceras, quiza porque se hallaba en el momento mas alto que la combinacion del hachis y el whisky solian producirle. Por el contrario, penso con cierto afecto en su antipoda y se felicito por los instantes de placer que sin duda le habia proporcionado a lo largo de la conversacion con el detective.

Su marido llego a las nueve y fumaron un canuto juntos en la cocina antes de cenar. Era frecuente que no hablaran, pero en sus silencios nunca habia tension o habia desaparecido hacia muchos anos.

– ?Has visto a Mercedes? -pregunto Elena.

– ?Porque? -respondio Enrique.

– Se que os veis con frecuencia a mis espaldas y no me importa.

– No nos vemos a tus espaldas -dijo Enrique con gesto de cansancio-. Parece que hables de una amante mas que de una hija. Mantenemos simplemente una relacion que entre vosotras no ha sido posible.

– ?Por mi culpa?

– No culpo a nadie, digo lo que pasa.

– ?Que piensa Mercedes de mi? -Deberias preguntarselo a ella, pero yo

creo que en vuestra relacion tu has puesto siempre un punto de distancia, de frialdad, que os ha alejado. Por ejemplo, sabes que adoraba a tu madre, que fue una buena abuela, y ni siquiera fuiste a su entierro.

– No me encontraba bien -respondio Elena endureciendo el gesto.

Enrique no anadio nada. Desde el salon llegaron, difuminadas, las campanadas del reloj de pendulo que subrayaron el silencio tenso de los ultimos minutos. Elena intento cambiar de tono. Dijo:

– Por cierto, llevo varios dias buscando La Metamorfosis, de Kafka, en la biblioteca. Ha desaparecido.

– La tengo yo en el despacho. He terminado de leerla, pero se me olvida traerla todos los dias.

– ?Como te ha dado por volver a leer eso a estas alturas?

Enrique sonrio antes de responder: -Pense hace poco que siempre la habia leido desde el lado de la victima y

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