Siempre al lado de el, me aproxime a aquel anciano sucinto y vigoroso que nos esperaba, con las manos extendidas y apoyadas sobre su mesa; al fin, Dalmau.
– Dame la mano -se dirigio a mi, en cuanto estuve lo bastante cerca-. Los espanoles apreciamos los gestos. Celebro conocerte.
Estreche su mano, alargada y tibia, y al ver que eso hacia Pertua, me sente en una de las dos butacas que habia ante su mesa. La tapiceria de mi asiento era de cuero verde y estaba cuarteada. Recorde lo que me habia dicho Sue Fromsett sobre sus problemas de vision y mire los ojos de Dalmau. Bajo las cejas blancas, aun pobladas, ya no eran de ningun color, y estaban casi apagados. No debia afectarle mucho el deterioro de la superficie de las cosas, al menos de las que no tocaba habitualmente, como aquellas butacas.
– Mi hija me conto que hacias una tesis sobre mi novela -dijo Dalmau, sin preambulos-. ?Es verdad?
Para comenzar, me cazaba en un renuncio.
– No es completamente mentira -me descargue-. He trabajado mucho sobre ella.
– Es gracioso. No crei que nadie leyera el libro, aparte de algun chiflado como la profesora esa de Princeton que anduvo enredando para reeditarlo. Por eso no me opuse. ?Donde lo encontraste?
– En la biblioteca publica de Brooklyn.
– Dios santo -exclamo-. Hace cincuenta anos que no voy a una biblioteca publica. ?Tu has ido mucho a las bibliotecas publicas, Pertua?
– Por fuerza -respondio Pertua-. Mis padres no tenian dinero para pagarme los libros que necesitaba en la universidad.
– Eso quiere decir -explico Dalmau-, que solo iba a leer libros de economia. Pertua no es un literato, como nosotros, Hugo. No entiende que pueda utilizarse el papel para escribir algo que no sirve para nada y que ademas es sustancialmente fingido.
No pase por alto que Dalmau me habia asimilado a la categoria de literato. No lo dejo ahi, en una alusion.
– Consegui tu libro -desvelo-. Melisa Chaves, de la editorial, nos escribio diciendo que habias ido por alli a preguntar por mi y que le habias dejado una novela, y el titulo. Hubo que revolver bastante, en Espana, para que me enviaran un ejemplar. Pero lo consegui. Me lo han leido, y te felicito. Tienes madera, ya lo creo. Solo te falta entregarte. Si uno no se entrega, por mucha madera que se ponga, no termina de pasar nada. Es siempre asi, en la vida, y aunque fastidie un poco, si lo meditas, resulta justo. Pertua me ha dicho que al trabajo si te has entregado, todos estos meses.
– He hecho lo que he podido. No tiene merito. Es mi costumbre, en el trabajo.
– ?Y te ha interesado lo que has visto?
Olfatee que la interrogacion tenia otro sentido, aparte del aparente. No albergaba grandes esperanzas de resultarle ingenioso a Dalmau, o no albergaba mas de las que albergaba de resultarselo a Pertua, y estas eran bien pocas. Sin embargo, quise darle una contestacion que fuera mas alla de aquel sentido aparente:
– Me ha ensenado aspectos insospechados, si habia de servir para eso.
– ?Por que habia de servir para nada? -cuestiono-. Si quieres saber mi impresion, el mundo de los negocios, hoy dia, no presenta el mas minimo aliciente intelectual. Se ha convertido en algo gratuitamente inextricable, como la teologia academica, que todo el mundo sabe que es una ciencia muerta. El mundo financiero de hoy se basa, en definitiva, en la perpetua reinvencion de la rueda. Hay que desconfiar de la proliferacion de contratos y de mercados y de los pretendidos nuevos conceptos que los respaldan. Lo unico que se inventan son nombres, querido amigo. Al final, el hombre, en seis mil anos de civilizacion, solo ha creado un contrato, la compraventa. Lo demas son ganas de despistar, o de perderse en la hojarasca, y yo ya no busco despistar a nadie ni tengo tiempo para la hojarasca. ?Sabes cual es la unica ciencia que me parece que conserva algun valor?
Dalmau, para haber rebasado los noventa anos, razonaba con una rotundidad y una derechura escalofriantes. Tenia la edad en el cuerpo, y en la forma en que a veces alargaba los huecos entre las frases o los vocablos. Pero su mente era pujante, como si no hubiera transcurrido el tiempo por ella. Pertua le escuchaba, inconmovible, mientras Dalmau menospreciaba la labor a que estaba consagrado, o eso creia yo, groseramente.
– La unica ciencia es la psicologia -se autorreplico Dalmau-, porque siempre hay hombres, hombres y mujeres, como hay que dividir ahora, y conocerlos ahorra muchos aprendizajes irritantes e inutiles. A mi, que ya no me interesa casi nada, todavia me interesa la psicologia. Aunque es una ciencia que a menudo se ha practicado de forma muy deficiente. He leido muchos libros de psicologia que no eran mas que jerga, o mera fisiologia. Sin embargo, la psicologia brilla en los lugares mas imprevistos. A veces se aprende a conocer a los hombres, como uno no podia imaginarse, en los amanerados versos melancolicos de un poeta muerto a los veinte anos, sin haber salido de su pueblo ni haber experimentado los peligros del mundo -se interrumpio, de repente, y preciso, abandonando su tono discursivo-: Creo que Pertua no esta encontrando estimulante esta conversacion.
Pertua se removio en su asiento. No habia producido la mas leve senal que pudiera interpretarse en el sentido que apuntaba Dalmau. No obstante, admitio:
– He cumplido con el tramite de acompanarlo aqui. Ahora quiza estoy estorbando, solo.
– No me estorbas, Pertua. Pero si quieres volver a tus ocupaciones, hazlo. No tienes por que aguantar las tonterias que este muchacho me hace decir. Comprendelo, me recuerda mi juventud, eso inconcebible que paso antes de que tu nacieras.
– Lo comprendo -dijo Pertua, con reverencia, y se levanto. Se retiro sin ruido, sin perder en la sumision un apice de su grandeza, como defendia Avinash, el pequeno hindu malvado que le veneraba. Me quede solo con Dalmau. Aquello, lo que habia perseguido con ahinco y entusiasmo, lo que incluso habia dejado de perseguir y dado por irrealizable, no me causaba una sensacion perturbadora. Alli, en la atmosfera casi tenebrosa de su despacho, evocaba lo que habia sentido en alguna ocasion hacia anos, en mi tierra, bajo la nave de una de esas viejas iglesias que no visita nadie. La atmosfera de las iglesias tiene a la vez algo desolador y algo de invulnerable, quiza porque en ellas se ha dado siempre refugio y sepultura. Asi era el despacho de Dalmau, un santuario sosegado y ajadamente triste.
– Ahi lo tienes -senalo Dalmau, cuando su ayudante se hubo ido-. Pertua es el mejor ejemplo de la utilidad de la psicologia. Desde hace anos solo me esfuerzo en elegir a los hombres, y ellos hacen por mi lo demas. Los hombres a los que elijo hacen muchas cosas que yo no se hacer, de las que depende lo que poseo, pero a mi no me importa demasiado lo que poseo, asi que tampoco me preocupo de esas cosas que ellos hacen, ni de alentarlas, ni de corregirlas. No merece la pena, puedo aliviarme de eso, mientras sepa elegir al hombre apropiado. Pertua es el hombre apropiado, el mas apropiado que he tenido. Y tambien es un psicologo, y a veces un poeta, aunque el no lo crea. ?Quieres tomar un cafe o alguna otra cosa? -ofrecio, con subita hospitalidad.
– No rechazaria un cafe.
– Lo encargaremos, entonces.
Dalmau apreto el boton de un aparato que tenia sobre su mesa, un antiquisimo intercomunicador. Diez o doce segundos despues, sin prisa -la prisa no existia alli-, el artilugio expulso al aire la voz de Matilde.
– ?Si?
– Que nos preparen cafe, Matilde -ordeno Dalmau, rehusando entrar en mas detalle. Al inclinarse sobre el aparato le vi encorvarse por primera vez, y al hacerlo me parecio por primera vez el anciano casi imposible que en realidad era.
– Bueno, no se por que hemos terminando hablando de Pertua -recobro el hilo Dalmau-. La decrepitud, que es el unico nombre plausible que el castellano ofrece para mi condicion, tiene estas servidumbres. Uno va de un lado a otro, como si anduviera sin brujula. Estabamos con nuestras comunes inclinaciones literarias. Ya te he participado lo que pienso de tu libro. Ahora cuentame que te atrajo tanto del mio.
No era dificil estar alli, frente a el, escuchandole. Dalmau estaba dotado para la elocucion y me gustaba oir las inflexiones de su voz, mas debil que la de un hombre joven, pero sin llegar al extremo grotesco al que edades muy inferiores a la suya reducen con frecuencia, con una invencible crueldad, a oradores antano deslumbrantes. Tambien me gustaba su levisimo acento norteamericano, con el que modelaba su espanol despacioso. Mientras fluian sus palabras, me preguntaba cuanto habria en ellas del idioma que habia traido consigo, cuanto de lo que hubiera leido y cuanto del ejercicio oral que le hubiera sido dado durante todos aquellos anos, con Pertua u otros. Si, era agradable, escucharle. Pero ahora era yo quien debia tomar la palabra ante Dalmau, y eso dudaba como hacerlo. Elegi no deformar lo que me brotaba del corazon. Imprudente o no, era mi unico recurso.
– Lo primero que me atrajo -dije- fue el titulo. Y me atrajo aun mas despues de haber leido el libro, porque