arriba y abajo del anden, con una pequena maleta en la mano y la forma familiar y casi nostalgica de mi Astra embarazandome la axila. Por aquel pueblo pasaban un par de trenes que unian Madrid con capitales de la periferia y otro que tenia su final en la poblacion mas importante de la comarca. Con mucho eran preferibles los primeros, mas directos, que discurrian casi despectivos por la meseta, como si solo una casualidad o una delirante arbitrariedad administrativa les obligara a detenerse en algunas estaciones intermedias. Subir a ellos implicaba enfrentar el recelo y el moderado pero implacable fastidio de los viajeros capitalinos, que asistian con indisimulada complacencia a los arduos esfuerzos de los intrusos rurales por encontrar un sitio libre en el vagon cuya distribucion habia sido decidida sin preverlos. Nunca me ha disgustado decisivamente ser tomado por lo que no soy, e incluso he comprobado a menudo que tales equivocos suponen un beneficioso auxilio para un hombre sin esperanzas, en las cosas grandes lo mismo que en las pequenas. De modo que avance entre los asientos con un porte ostentosa y verosimilmente aldeano y ocupe con generosa torpeza uno que habia libre junto a una mujer de unos treinta anos y aire pulcro. Ante el mohin de su nariz, lamente uno de los fallos de mi disfraz: mi olor era de veras aceptable.
Mientras el tren corria o alternativamente se arrastraba sobre los railes y mi companera de asiento desistia de leer una revista para tomar un libro de dudosa calidad, abandonado luego para oir musica banal en unos auriculares microscopicos pero de todo punto estridentes, empece sin remedio a meditar sobre mi conversacion con Claudia; sobre lo que habia creido comprender, sobre lo que dudaba si atreverme a adivinar y sobre lo que me habia resignado a no entender en absoluto.
Ahora, viendo aquella tierra discurrir hacia su inminente desaparicion en beneficio del paisaje urbano en que habitaban mi pasado y todos sus fantasmas, sentia de pronto la humillante necesidad de discernir entre las palabras de Claudia la mentira y la verdad. En una epoca de no improbable juventud me habia fiado de ella y eso no me habia acarreado mas que reveses. Ahora no era joven y me sabia mas debil; la consciencia que hace cobardes de todos nosotros luchaba por distinguir entre el rostro y la mascara con una inercia dificil de desobedecer. Una inercia, no obstante, que el encargo postumo de Pablo me obligaba a reprimir, porque no habia manera de hacer lo que tendria que hacer si me abandonaba a los efectos de aquel mecanismo de autoproteccion. Y es que Claudia podia haberme mentido tanto que no era posible decidir en que punto debia comenzar a recelar. Podia ser falso su relato de aquel ultimo ano, y entonces debia dudar de sus motivos, o mejor dicho de lo poco de ellos que me habia dejado sobreentender. Podia ser inexacta su historia acerca de la amenaza que pesaba sobre ella, y entonces tenia que deshacerme de mis fragmentarias previsiones acerca del adversario al que iba a enfrentarme. Lo que no me detuve a considerar, evitandome a un tiempo una pavorosa perplejidad y una siniestra razon para quedarme quieto, fue que Claudia, mintiendome o no, hubiera sido a su vez enganada. Quiza debi pensarlo en el segundo viaje, cuando iba a Madrid llamado por su cadaver, cuando tenia un motivo mas que plausible para creer que algo se le habia escapado de las manos. Pero nada recuerdo, tampoco en este punto, que diferencie un viaje de otro. No me atrevia a suponer nada, solo intentaba a duras penas resistirme a la fuerza que me arrastraba y me sobrepasaba por todas partes. No construia hipotesis, caia inexorablemente hacia el corazon de las cosas, sin osar siquiera exigir que se me aclarase que era lo que me estaba reservado.
Habia incongruencias por todas partes, pero sabia que no debia valerme de ellas para subestimar nada de lo que hubiera hecho o dicho Claudia. Siempre habia estado excusada frente a mi de mostrarse coherente, aunque yo hubiera pagado con largueza los deslices que a pesar de mis esfuerzos habia cometido respecto a ella. De algun modo quiza injusto el filosofo no puede refutar al mago, pero si es posible, incluso infinitamente posible, lo inverso. Por todo ello, fue mas bien gratuito el laborioso soliloquio que sostuve a continuacion, contra la nada favorable e incesante algarabia de chirridos que despedian los auriculares de mi companera de asiento. Sin esperanza, enumere los puntos fragiles de la historia de Claudia, los hitos inexplicables o inutiles de la estrategia en la que yo debia participar y las discordancias entre una y otra. Por mas que me hubiera ofrecido aquel lema de Pablo para justificarse, y tomando como hecho incuestionable que su presunto afan por reencontrarse conmigo era una perversa invencion, no dejaba de resultar un desacierto que su reaccion al saberse amenazada hubiera sido acercarse a esa amenaza. Si habia que prescindir de esto, nada explicaba, de todos modos, el retraso de siete dias en acudir a verme, sin saber que podria ocurrir cada nueva manana que saliera a la calle con aquel hombre a su espalda. Por otra parte, aun reconociendola dotada de innumerables habilidades y no poca astucia, me costaba imaginar como Claudia habia logrado despistar a un profesional, para venir a visitarme sin peligro. Y si no era un profesional, debia descartar las suposiciones que cabia logicamente hacer respecto a la identidad, siquiera fuese aproximada, de quienes habian ordenado que la siguieran. En cuanto a su plan para librarse de quienes la acosaban, aun sin plantear la objecion de su manifiesta limitacion en cuanto al elemento que trataba de destruir, que podia ser una limitacion de mi perspectiva y no del plan mismo, sin duda habia modos mas simples e igualmente efectivos de conseguir tan poca cosa como eliminar a un hombre, salvo que se tratara de procurar a Claudia un tortuoso placer mas que de alcanzar el fin aparentemente buscado. Y lo que me resulto de todo punto irracional, y solo pude considerar en el segundo viaje, fue que despues de hacerme suprimir a aquel tipo y dejarme en la pension, no se le ocurriera otra cosa que volver a su apartamento, donde naturalmente la estaban esperando. Al llegar a este punto sorprendi a la mujer que se sentaba a mi lado dedicandome una mirada atenta y dificilmente calificable. Habia dejado de sonar en sus auriculares aquella corrupcion de la musica y me sonreia de un modo incomprensible. Me senti ilimitadamente ridiculo, tanto por ser objeto de aquella mirada como por estar devanandome los sesos en aquel catalogo de simplezas. Igual que aquella mujer no necesitaba disponer de un motivo razonable para sonreirme de aquella manera, tenia que admitir que Claudia habia podido conciliar en su cabeza y en su alma muchas mas cosas incompatibles de las que jamas seria capaz de sonar mi imaginacion.
Mientras me levantaba para buscar otro sitio en el que sentarme me propuse firmemente abandonar aquellas cavilaciones miserables. Faltaba aun hora y media para llegar a Madrid y no traia nada para leer. Siempre podia pedirle su revista a la mujer de la que acababa de huir, o podia incluso intentar, en un acto de irresponsabilidad, un romance ferroviario para el que la ocasion parecia servida. Quiza al separarme de ella habia conseguido enardecerla hasta un punto desde el que le seria forzoso sucumbir si regresaba a cortejarla. Pero juzgue mas apropiado dejarlo correr y me vi abocado a seguir pensando, y como a menudo solo es posible escapar de un error cometiendo otro mayor, para cerrar la espita de mis elucubraciones anteriores hube de aflojar el esfuerzo con que mantenia cerrada otra, que giro con rapidez y dejo que me envolviera como un gas maligno el halito de arriesgados recuerdos. En pocos minutos me vi devuelto a una epoca y unas imagenes a las que habia estado luchando por no admitir que el viaje presente era una manera clandestina de reintegrarme. Me vi caminando junto a Pablo en una noche de enero, por las calles silenciosas de una lujosa urbanizacion. Paulatinamente note el frio, el olor casi metalico de la helada en la nariz y la dureza del suelo en las plantas de los pies. Sin comprender de inmediato por que mi memoria habia elegido aquel suceso, me abandone docilmente a recorrerlo.
Pablo se acerco sigiloso a una valla coronada por un tupido seto y al cabo de unos segundos de escuchar que habia al otro lado me hizo ademan de que me acercase yo tambien. Mientras yo cruzaba la calle en una breve carrera, el trepo como un gato por la valla, supero el seto y cayo tras el con un sospechoso crujido. Medio minuto despues oi un zumbido electrico y me fui hasta la cancela, que cedio sin resistencia a mi levisimo empujon. Entre y divise a Pablo agachado junto a la casa, a medio metro del mecanismo que acababa de accionar para permitirme la entrada. Fui hasta el a grandes zancadas, aprovechandome de la ventaja del cesped que insonorizaba mis pasos, y al llegar a su lado pregunte:
– ?Que te ha pasado?
Pablo me dirigio una mirada iracunda, pero pronto comprendi que no habia en ella nada personal.
– El maldito seto -susurro-. Mira como me he destrozado el pantalon.
Se dio media vuelta y adverti que el impecable tejido negro se habia abierto generosamente, dejando al descubierto la blancura de sus calzoncillos.
– No seas idiota -le recrimine-. Ya te compraras otro traje.
– No encontrare otro como este -se quejo-. Era de un luto perfecto. Un negro maravilloso.
– Venga, dejalo ya.
Pablo se saco con furia la chaqueta y la arrojo al cesped. Llevaba una camisa blanca de seda, como de costumbre.
– Vamos dentro -le urgi-. Ahora se te ve desde un kilometro.
– No tienes ningun sentido del teatro, Juan. No olvides que lo que vamos a hacer nunca es mas importante que
– Ni tu pienses que lo mas importante es el teatro.