Naturalmente debe ser una de esas estaciones antiguas, solo a duras penas ampliadas, y no una de las modernas, con cuarenta o cincuenta vias, que sus constructores apartan del centro de la ciudad, poseidos de la misma verguenza que aleja los aeropuertos.

Lo unico que estorbo la ordenada sucesion de estas sensaciones, cuando al fin el tren se detuvo y baje al anden, fue la imagen desalentadora de los viajeros de cercanias, que corrian en todas direcciones para no tener que esperar los seis minutos y medio que tardaria en venir el proximo tren. Recorde por un instante los dos anos que habia pasado inmerso en aquel ritmo ciego e inutil, justo despues de salir de la universidad y antes de que Pablo me propusiera el remedio de precipitarnos a un mundo imprevisible. Aquel periodo entre la hermosa luz de la juventud y la embriagante sombra de nuestros crimenes me parecia ahora la mas incuestionable forma de inexistencia que habia arrastrado, antes de retirarme al balneario. El mas injustificable atentado contra mi mismo, la mas infundada de mis desviaciones. Por ello me costo y me cuesta arrepentirme de la mayor parte de la destruccion que Pablo y yo causamos despues. Apenas si danamos a alguien que no lo mereciera, y aunque terminaramos naufragando en nuestra propia borrachera, asi sufrio menos nuestro sentido de la dignidad y del desastre. Como Pablo sostenia con obstinacion y acierto, no daba igual un modo u otro de ser un hombre acabado. Yo ahora volvia con la conciencia turbia y la mente confusa, pero aliviado de tener que mirar a aquellas gentes que corrian con el mas minimo atomo de comprension.

Sali a la glorieta, con mi pequena maleta de emigrante retornado. Deje que mis ojos se llenaran de aquella luz, que mi piel absorbiera aquel calor por todos sus poros. Podia alojarme en uno de los tristes hoteles que subsistian alrededor de la estacion, rindiendole tributo en las resonancias meridionales que invariablemente inspiraban sus nombres. Eran apropiados porque su personal estaria poco predispuesto a la curiosidad, pero me deje llevar por un capricho y eche a andar por el Paseo arriba, junto a la vega del Jardin Botanico. Eran las tres de la tarde y por la calle apenas se veia gente. Solo los coches, que en las inmediaciones de la glorieta formaban amagos de embotellamiento, turbaban la paz de la ciudad aletargada bajo el calor en la hora de la comida y para algunos en los preliminares de la siesta. Me senti solo. Inmaculada, lucidamente solo, como sabe hacer sentirse a un hombre una ciudad bien tramada. Pese a todos los peligros e incertidumbres que me cercaban, me embargo una invencible sensacion de placer. Volvia a casa, y era la hora de la caricia como mas tarde lo seria del hierro que aquellas calles tambien guardaban para mi.

Contra mi pronostico, basado en derogadas ordenanzas, el Jardin estaba abierto al publico a aquella hora torrida. Pague el precio de la entrada y me fui a buscar con mi maleta un banco bajo los arboles centenarios. Habia sitio por todas partes, incluso en la siempre disputada plazuela del estanque. Me sente alli, a un par de pasos del cesped intensamente verde. El aire estaba henchido de aromas, y el color desmedido de los macizos de flores vibraba con violencia en todos los rincones de la tarde. Quise seguir recordando, o quiza quise algo distinto, complacerme en enumerar las mil imagenes que podian acudir facilmente a mi memoria en aquel lugar y aquel momento. Habiamos imaginado aquella sensacion en nuestra juventud, tal vez no en todos sus pormenores, pero si en los esenciales. Habiamos sabido que al tiempo que dormitabamos bajo los arboles y acaso por encima de ese mismo deleite perezoso del presente, estabamos construyendo el instante futuro en que alguno de los dos, solo y sin posibilidad de recuperar al otro, regresaria y seria capaz de recordarlo. Y si al imaginarlo habiamos decidido juntos que la vida seria bella si nos permitia realizar aquella premonicion, si de aquella joven y tierna bisonez salia el estremecimiento de un hombre cargado de otro conocimiento y otros danos, nadie era yo ahora para revocarlo y sospechar que en medio de las circunstancias contrarias aquel no era un momento de invulnerable belleza. Deje que mi mente se adormeciera y me trajese la sonrisa orgullosa de un Pablo anterior a todas las abdicaciones, a todos sus desatinos y a todas las consecuencias de mi fragilidad moral. Yo habia vuelto por esa sonrisa, por el amor de la vieja ternura inexacta y peligrosa que habiamos compartido el y yo. En aquella tarde emborrachada de sol no cabia la duda que habia osado achacar mis pasos al hechizo del cuerpo duro y cruel de Claudia, tendido junto al pantano. Ella solo habia sido un instrumento, primero para herirnos y ahora para reunirnos en una misma sombra bajo el follaje.

Todavia trastornado por aquella extatica enajenacion, sali del Jardin. Era hora de poner manos a la obra. Habia pensado alojarme a unas pocas calles de alli, en alguna de las pensiones oscuras del casco viejo, en las que ningun desconocido era acogido con mas reticencias que otro. Podria beneficiarme del camuflaje que aquella zona ofrecia y a la vez estaba cerca del Jardin, cerca del Retiro y tambien, por que no contar con ello, cerca de la estacion.

Mientras avanzaba entre las callejas senti una mezcla de tristeza y de angustia. Ya no estaba protegido por los ecos del pasado, comenzaba a ser solo el hombre sin vinculos que debia acometer una tarea sin esperanzas. Aquel desvalimiento alcanzo su punto culminante en la habitacion de la pension. Deje pasar la tarde, hasta que abajo, al otro lado de la ventana, se encendieron los primeros anuncios luminosos. Entonces me libere del peso de la pistola y me asome al infimo balcon. Por la calle pasaban numerosos grupos en busca de diversion o como fuera mas certero denominarlo.

A partir de aqui divergen mis recuerdos. Si me situo en el primer viaje, he de pasar a los preparativos de la dubitable hazana que Claudia me habia asignado para dos dias despues. Al respecto, nada indispensable podria aportar ahora sobre lo que queda ya dicho. Mas plausiblemente me corresponde continuar con lo que hubo en el segundo viaje. En aquella noche sin objetivos, sin nada concreto en que ocuparme, porque nada habia resuelto y nada veia que pudiese ayudarme a resolver.

Fume despacio un cigarrillo, mientras la noche se extendia en el cielo. Claudia estaba muerta. Me represente sin querer su cuerpo vaciado del alma, tendido y frio despues de haber sido ultrajado atrozmente. Y solo se me ocurrio que un hombre sin planes, en una noche de tan honda derrota, no podia hacer nada mejor que acostarse temprano.

5 .

Es extrano que cuando se sale del infierno no haya mas razon para vivir que el deseo de volver a pecar

A la manana siguiente, cuando desperte y hube de exigirme alguna decision que justificara el viaje, aquel inhospito cuarto de pension y la pistola que dormia bajo la almohada, nada encontre que pudiera sugerir que mi situacion no era sino la consecuencia fortuita de un movimiento apresurado. Sin embargo, y aunque casi todas las cosas que hice esa manana hube de afrontarlas antes de solventar aquella delicada precariedad, ahora puedo apreciar que un instinto inconsciente, de acuciada inteligencia, animaba mis pasos por encima de cualquier apariencia de improvisacion.

Lo primero que hice fue acudir a uno de los bancos en los que mantenia, sin tocarlos desde hacia anos, los frutos de mis antiguos y comprometidos negocios. Solicite una tarjeta de credito y para sufragar los primeros gastos retire una suma considerable. Con aquel dinero me procure un traje de seda claro, una camisa azul cielo, unas gafas oscuras y un sombrero de paja de ala estrecha. Una vez completado mi atuendo, alquile un coche grande y rapido. Di un paseo por la ciudad para probarlo y despues, obedeciendo una de las escasas ideas que se me ocurrian para pasar el tiempo, me dirigi hacia la estacion. Deje el coche en el aparcamiento e inicie el mismo camino que habia hecho a mi llegada, unas pocas horas antes. Pero apenas cruce la avenida me desvie perezosamente hacia la entrada de un edificio de decimononica magnificencia; un edificio familiar que la tarde anterior, sin embargo, ni siquiera me habia detenido a identificar debidamente: el Ministerio de Agricultura. Por fortuna, en medio de mi desgana habia conservado al menos la atencion necesaria para recordar que en los ministerios solia haber detectores de metales, y habia tenido la precaucion de dejar la pistola en el coche. Aunque en ningun momento habia contado con ello, aquel era el sitio por donde iba a empezar a desenredar la madeja.

El corte de mi traje me permitio llegar sin grandes problemas hasta el segundo control del edificio, pero una vez alli el excesivo exito de mi sombrero y mis gafas como accesorios inquietantes me obligo a mostrar mi documentacion al guardia de seguridad de turno. Tras tomar nota de mis datos, me devolvio el carnet de identidad junto con una tarjeta de esas rojas que hay que colgarse para proclamar a los cuatro vientos que uno es

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