– Vamos a ver, Anacleto de la mierda, y tu, Matias, que un dia te van a quitar lo que yo me se y no te vas a enterar; contestadme con mucho cuidado a las preguntas que os voy a hacer.
– Si, Jefe.
– Oiga usted, que yo… – apunto Matias.
– Vamos a ver, idiotas. ?A que hora vinieron las senoras esas a velar el cadaver?
– A eso de las diez y media. A poco de marcharse usted – dijo Anacleto -…y trajeron esas velas y el crucifijo.
– ?Vino alguien con ellas?
– Si, el de la funeraria de Argamasilla. Pero se marcho al contao que coloco las cosas.
– ?Quien vino mas?
– El cura parroco de Tomelloso.
– ?Que hizo?
– Rezo ante el cadaver y luego hablo un buen rato con las senoras. Cuando se marcho el cura las mujeres volvieron a entrarse y venga de rezar otra vez. Matias les paso unas sillas.
– ?Y que mas?
– Matias se entro a cenar y yo me quede aqui fuera charlando con el chofer de ellas.
– ?Y que mas?
– Ya no vino nadie. Matias se fumo un cigarro conmigo y a eso de las doce se acosto.
– Eso es – asintio el sepulturero.
– Y luego, hacia la una y media, salieron del Deposito dos senoras y le dijeron al chofer que las llevara al Hostal a dormir.
– ?Como dos?
– Si, Jefe. Dejaron a la gordita. A la de la berruga en el carrillo.
– ?Y donde esta?
– Ahi dentro, con mi mujer – dijo Matias con media risa -… la pobre esta hecha un bano de lagrimas.
– Cono, Matias; no le veo la gracia para que te rias – dijo Plinio.
– Quite usted, hombre… si es que hay cosas…
– Pero bueno, a ver si os explicais, que cada vez lo entiendo menos. ?Donde se quedo la gordeta?
– En principio, ahi, rezando – aclaro Anacleto.
– ?Y tu?
– Yo por aqui paseando y echando pitos… Pero, luego, al cabo de un ratejo, la mujer salio… claro, se habia cansado de rezar o lo que fuera.
– ?Es que pasan unas cosas! – dijo Matias sin poder contener la risa.
– ?Que cosas, puneto?; pues si que estamos para risas.
– Si, senor-empezo Anacleto un poco mas animado-, es que vera usted, salio esa senorita gordeta como digo. Y pego la hebra con un servidor. Empezamos hablando de la vida, del cadaver, del tiempo que hacia… y poco a poco nos fuimos enzarzando… La pobre por lo visto estaba muyprecisa… yo le cai bien, y ya sabe usted, que nos pusimos melosos. Uno no es de piedra y esta soltero, que no es como ustedes… Y ya ciegos, pues que me la lleve a una era de por ahi detras a darle regocijo… No podia hacer otra cosa, ?sabe usted? Un hombre como yo… y como usted, Jefe, cuando una mujer…
– A mi no me mezcles. Sigue.
– Cuando una mujer es tan buena que no dice esta boca es mia, sino que hace lo que le digan ?que va a hacer uno? Un polvo se le echa a un pobre, Jefe.
Quedo sin saber como continuar, pero Plinio, adrede, puso cara de esperar mas:
– Bueno, y ?que? – dijo al fin muy serio.
– ?Que, Jefe…? ?Que quiere que le diga…? Ya estato dicho.
– ?Pero no me dijiste por telefono, so ladron, que te habias quedado dormido?
– Si, senor. Nos quedamos dormidos los dos, pero despues… del trajin… Quiero decir de los trajines, porque tenia mucha hambre
Matias empezo a dar tales carcajadas al oir las ultimas palabras de Anacleto que, contagiados guardia y veterinario subitamente, los tres se desternillaban al unisono sin poderlo remediar. Y aquellas risas templaron un poco el miedo de Anacleto, porque las restantes palabras las dijo ya mas expedito.
CuandoPlini
– ?A que hora os despertasteis, pichones?
– Cuando lo llame a usted. A eso de las cinco, calculo.
– Pero oisteis algun ruido… Algo.
– No, senor. Nos despertamos. Vamos, me desperte yo, la llame y nos vinimos para aca.
– ?Tan contentos?
– Hombre, ya puede usted figurarse, asi en lamadrugo, con alguna resequez. Y cuando llegamos aqui, pues el cadaver que habia volado… Ella se entro para seguir velando y salio la pobre despavorida, llamandome. Entre y estaba la ventana abierta, los velones apagados y el muerto ido… Fijese usted el cuerpo que se nos puso.
– Como usted diga.
– Un momento… Durante la… fiesta o un poco despues, ?tampoco apreciasteis nada especial? ?Algun coche o camion?
– No, senor; nadica. La verdad es que estabamos bastante lejos y muy en lo nuestro.
– ?Y antes, el poco rato que estuviste cumpliendo con tu deber?
– No, senor, nada.
– Y tu, Matias… Supongo que no estarias tambien de fiesta.
– Ca, no, senor. De fiestas, nada. Mi mujer esta yamu cavilosa y ajena a las cosas del cachondeo.
– Mejor me lo pones. ?Tampoco oisteis nada?
– Si, senor. Yo a eso de las tres o tres y media si que oi pasos y ruidetes, pero claro, pense que eran de este o de la senorita. Ni por un pelo sospeche.
– ?Y coches?
– Coches y camiones tambien. Pero es natural, pasando la carretera por delante del Cementerio.
Plinio quedo en silencio, serio, sin argumentos para continuar preguntando. Don Lotario le miraba con mucha lastima. El sol, ya con toda la rueda de su luz sobre el horizonte, daba a los paseos y al campo ese aspecto de renuevo, de vida sin memoria alguna de lo pasado.
Plinio, sin decir nada, volvio a entrar solo en la 'Sala Deposito'. Cerro la puerta tras el. No queria que lo viesen desarmado, sin una idea, sin saber por donde tirar. Como pudo haber hecho otra cosa, examino con cuidado el suelo de bastas baldosas. Luego, la caja de pino. Miro y remiro la mesa de marmol. Despues se aproximo a la ventana, la abrio, observo los cristales, la parte de fuera. 'No se por que tienen que haberlo sacado por la ventana, como dice el tonto ese – penso-, si de nuevo tenian que salir al zaguan… Bien que hayan observado por ella, pero no habiendo aqui nadie, maldita la necesidad que tenian de hacer semejante maniobra.'
En efecto, la puerta del Deposito daba al portalillo y la ventana al primer patio del Cementerio. Para ir al patio tenian que pasar por el portal… 'Sin embargo, dice que encontro la ventana abierta… Han tenido que ser dos por lo menos. No creo que lo hayan sacado por lo alto de las tapias, ?que barbaridad!'
Sin saber por donde tirar, encendio un cigarro y se sento a media anqueta sobre la mesa de marmol para las autopsias. Con aire meditativo quedo mirando la ventana abierta.
'Estas mananas tan hermosas tambien llegan a los cementerios. Cantan los pajaros… Y asi de espaldas a la mesa parece que esta uno en una casa feliz, una casa de vivos, de mozas que cantan y ninos que juegan.'
Plinio pensaba en la vida de pueblo. Vidas quietas como lagos. Miles y miles de dias iguales. Y muy de tarde en tarde un raro acontecimiento, un crimen, una catastrofe que a todos saca de su letargo y queda como una pagina historica, molturada en miles de conversaciones durante anos.
El casoWitiza, como llamaba el Faraon al muerto, era uno de esos revulsivos que quedarian en la memoria de