con careta.

Cuando estaban a cosa de un kilometro de 'Miralagos', Plinio pidio a don Lotario que tirase por un caminillo del ganado que cruza la carretera y se adentra por el monte bajo que cerca la finca por aquel cardinal.

– Siga.usted despacio. Hasta que estemos a tiro de la casa. Quiero rondar un poco por el 'hastial de la finca', como decia el 'Romance de la nube malvada' – dijo Plinio sonriendo.

– Yo el de 'La nube malvada' no lo se. Pero si me acuerdo de aquel que empezaba:

Todos van con sus mulejas,

todos van en sus carretes;

todos van en sus vinejas

mas derechos que cobetes.

– Pare, pare usted por aqui en esta espesurilla… Tambien era bueno ese romance. Y bien que me acuerdo… La portada de la casa da alli, a poniente. ?No?

– Claro.

– Bueno, pues nos bajamos y cubriendonos nos allegamos a aquella parte. Que, sin ser vistos, quiero oler algo de lo que aqui se guisa.

Dejaron el coche y avanzaron con toda cautela hacia donde se despejaba el monte, frente a la portada. Cantaba el dia entre los romeros y mas daban ganas de tumbarse entre ellos a echar un pito y mirar al cielo, que gatear pesquiseando.

Cuando casi tocaban el egido, Plinio, que iba delante, ordeno al veterinario:

– ?Quieto! -y senalo con el dedo hacia un remolque que alli quedaba camuflado.

– Si… Un remolque.

– Y debajo, un tio durmiendo.

– ?Ah, si! Bien empieza el dia el hombre.

Plinio se acerco a el. Era un moceton rollizo, reventon de sangre. Dormia despatarrado, panza arriba, con la boina sobre los ojos. Por el 'mono' que llevaba tenia antes pinta de jardinero que de ganan. Luego de mirarlo un tiempo y de otear bien los alrededores, en los que no se advertia criatura viva, el guardia decidio despertar al jayan.

– ?Eh, eh, tu! ?Operario! – le decia en voz baja mientras lo removia.

El hombre respondio sin sobresalto.

– ?Que pasa? – dijo, como si lo llamara alguien que el sabia.

– Despierta, hombre.

AI ver al policia se restrego los ojos con fuerza.

– ?Que pasa, que pasa?

– Tu tranquilo.

– ?Pero que pasa?

– No pasa nada. Reposate.

El mozo se restrego bien los ojos y quedo mirandolo inexpresivo.

– Anda, sin hacer ruido, vente aqui un poco mas dentro que hablemos.

El hombre se levanto como borracho, yPlinio, sujetandole el brazo, lo llevo hasta el abrigo que queria.

– Sientate aqui, y lia un pito mientras echamos una parla.

Le alargo el 'Celtas' de reglamento. Don Lotario prefirio su 'Caldo'.

El muchacho, con el corte tan radical del sueno, no parecia tener la boca para cigarros, porque chupaba con gesto desabrido.

– ?Y asi empiezas tu la jornada, echandote una siesta?

– ?Y que quiere usted de mi?

– Despacio, muchacho, que la noche es larga y el pan sobrero. El que pregunta soy yo.

– Hombre, pero es que…

– Tu limitate a contestar lo cabal, que si no, te enchirono. Te he dicho que si empiezas asi tu jornada, echandote la siesta. Responde.

– No, senor, es que esta noche dormi muy poco.

– Ya… ?A que hora volvisteis esta madrugada de Tomelloso?

– ?Yo?… No me he movido de aqui en toda la semana.

– Bueno, pongamos que tu no fuiste. ?A que hora volvieron?

– Volvieron a eso de las cinco, pero yo no se adonde fueron.

– ?Y a que hora salieron?

– ?Salir? A la caida de la tarde, como todos los sabados.

– ?Quienes iban?

– ?Quienes?… Pues don Lupercio, el administrador, y Luque Calvo.

– ?Quien es Luque Calvo?

– Pues un andaluz, que es el que se entiende con la gente.

– ?Y todos los sabados salen los dos a que?

– A comprar cosas. Unas veces a la Ossa, otras a Argamasilla y mas raramente al Tomelloso… Tambien van a cobrar y a pagar. Que se yo. Soy el tractorista y llevo aqui menos de un ano.

– ?Y salen siempre a la misma hora?

– No, senor. Segun la faena que tengan.

– ?Y vuelven tambien a esa hora?

– A la de cenar, pizca mas o menos, salvo que vayan al cine o eso. Pero nunca a las cinco de la manana. Por eso tengo esta sonarra. Me desperte cuando llegaron y ya no pude conciliar el sueno hasta ahora, que, claro, asi que healmorzao,pues que me caia a chorros.

– ?Y que hicieron cuando llegaron aqui?

– No se. Yo no sali. Oi los ruidos del jeep. Hasta que a las siete, ya digo, cabreao de no dormir, me levante… ?Y que pasa, si se puede saber?

– Tu, muchacho, calla.

– Ea. Lo que usted diga.

– El hombre de confianza de verdad, de verdad, para don Lupercio, ?quien es?

– Luque Calvo. Son una y carne.

– ?Donde esta ahora Luque Calvo?

– Durmiendo, digo yo que estara.

– ?Duerme con la mujer?

– ?Con que mujer?

– Con la suya.

– ?Atiza, manco! – dijo el mozo, ya confianzado -. ?Ese casao? Ni hablar. No da ni la hora. To pa el… Los hombres asi no se casan, Jefe.

– Bueno. Entonces llevanos donde duerme.

– Hombre, yo les digo donde duerme, pero no entro. Que vida no hay mas que una y ese es un sujeto de mucho cuidao.

– Vale, pero llevame por donde no nos vea nadie.

– Yo tampoco puedo responder de eso, Jefe, que en esta casa hay muchos ojos. Vamos, si no por aqui, por el postigo.

Echaron a andar rodeando la casa. Pasaron ante la portada hasta llegar a un postiguillo de pino disimulado. Abrio el mozo con tiento y en seguida entorno. Dijo luego con voz muy baja a Plinio:

– Ya se ha levantao, esta ahi lavandose.

– Bueno, quedate aqui, pero no te alejes, que hay mas que hablar.

Plinio, seguido del veterinario, luego de desabrocharse la funda de la pistola, empujo la puerta cautelosamente.

Luque Calvo, de espaldas al postigo, y desnudo del medio cuerpo alto, se chapoteaba con fruicion en el agua de una pila que habia junto al pozo, a la umbria de unos arboles.

Aprovechando que no los oia con el ruido del agua, entraron hasta situarse bien cerca, a un costado de Luque Calvo.

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