muerto al Deposito.
– ?Yo solo, Jefe?
– No, hombre, con dos guardias. Maleza, que acompanen dos hombres a Cerezo al Cementerio. Dejais el cuerpo en el Deposito, cerrais la puerta con dos vueltas, y dais la llave a Matias. Al regreso, Cerezo, me esperas aqui abajo.
Cuando entraba Plinio tras el Juez y el alcalde entre la mayor expectacion, don Lotario, que estaba medio oculto, se aproximo a el y le confidencio:
– Oye, Manuel, que esta ahi Juaneque. Y quiere hablar contigo.
Plinio quedo pensando un momento.
– ?Por que no me esperan ustedes en la bodega de Braulio? Yo voy al contao que despache.
– Vale.
El Faraon decia a un grupo de amigos que le rodeaban viendo a don Lotario hablar con el Jefe:
– El veterinario, desde que no hay muias, porque casi todos nos hemos tractorizado, vive a sus anchas. Fuera de las cuatro chapuzas, puede dedicarle el dia entero a su Plinio. Mira que es hombre de carrera e instruido, sin embargo, para el, despues de Dios, Plinio.
Como viera el Faraon que don Lotario, Juaneque y otro mozo se iban calle del Campo adelante, le pico la curiosidad y dejando a sus escuchantes con la palabra en el oido, echo tras ellos.
Plinio no marcho a la bodega de Braulio en seguida de contar a las autoridades lo ocurrido en aquella espesa manana, como hubiera sido su deseo. Tuvo que denunciar formalmente a los ladrones del muerto, suavizar a Rovira, que se volvia a Alcazar, y encargarle que asistiesen en la Comisaria de Valladolid. Tuvo ademas que darles algunas noticiejas a los de 'El Caso', pasar revista a sus hombres uniformados de verano y otras menudencias del servicio.
Cuando tomo derechura por la calle del Campo eran ya mas de las dos y sentia el estomago lacio como una bufanda.
Como le habian dejado el postigo de la portada entreabierto, paso derechamente a la cueva. Apenas piso la umbrosa escalera de tierra sintio el fresco vivificador y el aroma del vino del ano que prenaba aquella atmosfera.
– ?Aqui, Jefe, a poniente! – le grito el Faraon desde la oscuridad.
Plinio subio por la escalera de mano hasta el empotre con aire derrotado. Las viejas maderas crujian bajo sus pies. Alli, casi en la proa de la cueva, estaban los cinco hombre sentados entre dos tinajas, echando rondas de vino con el mismo vaso como es uso, y comiendo de las berenjenas que ofrecia Braulio en una fuente muy historiada.
Braulio, el filosofo, lo recibio en pie, alargandole con una mano el vaso de vino y con la otra las berenjenas de Almagro:
– ?Bien llegada sea la flor de la detectivesca manchega!
Plinio, antes de saludar, se echo al coleto el vaso que le ofrecian, paladeo con gran sonoridad, volvio a llenar y a beber sin esperar rueda; y despues de desabrocharse la guerrera, dejar la gorra en el empotre y sentarse en la tinaja proxima, a media anqueta, la emprendio con una berenjena gorda como maza de bombo, rezumante de vinagre, y con su rebaba de guindilla flequeando.
Para matar el fuego berenjenero y morisco, se traslado otro vaso que le ofrecio su cuidador y huesped Braulio el Mochales, y empezo la lianza de cigarros a cuenta de la petaca del mismo.
Cuando Plinio concluyo todas sus labores de boca y buche, las lumbres de los cigarros jugaban en la oscuridad de la cueva y los humos azules, como bien educados, tomaban el derecho derrotero de la lumbrera, dijo:
– Bueno, Juaneque, explicame el resultado de tus averiguaciones:
– Pues vera usted, como ya le dije que recordaba muy mal la casa y la calle donde vi el cajon, me busque aqui a Julian – dijo senalando al otro – que es el companero que conduce la camioneta del maestro. Le explique de que se trataba, pero el recordaba muy poco mas que yo, aunque si tuvo la corazona desde un principio de que pudo ser en la calle de San Luis.
Julian tenia el cuello muy largo y una nuez colosal que le botaba sobre el cuello de la camisa, particularmente cuando hablaba. Llevaba una boinilla insignificante y sus manos eran tan enormes y huesudas que mas se iban los ojos a ellas que a cualquiera otra parte de su cuerpo, con ser todas de pareja o de mayor fealdad.
– Entonces – siguio Juaneque, que parecia llevar muy amarrado su discurso – nos hemos recorrido, como quien dice palmo a palmo, la calle de San Luis… Y no hemos querido preguntar nadica, ?usted me entiende?, por no levantar sospechas – y se llevo el dedo al parpado en senal de perspicacia -, eso lo dejamos para usted, pero… estamos los dos casi de acuerdo, ?digo yo! – y miro a Julian.
– De acuerdo del to que fue en el numero x o en xx de la calle de San Luis.
– ?Sabeis quien vive en esas casas?
– Pues si, senor. En una vive Federico Gotera, el Mealiebres por mal nombre. Y en la otra…
– En la otra – se precipito Julian -, Jacinto, el Pianolo, tambien por mal nombre.
El Faraon, que hasta el momento estuvo sin saber muy bien de que iba la cosa, al oir el nombre de Jacinto el Pianolo levanto la mano y dijo:
– Un momento, senores, y perdonen la introducion. ?Se puede saber lo que estan ustedes averiguando…? Porque ese Pianolo me ha sonado tan mal que estoy tocando madera.
Y desacomodandose un poco, puso la mano sobre la barandilla del empotre.
Plinio, al que se le habia aguilizado el perfil al ver la reaccion del Faraon, le explico en pocas palabras la diligencia en que andaban sobre la caja o cajon que en una casa de la calle de San Luis descargaron noches atras.
El Faraon, que habia escuchado al Jefe con la boca abierta y su rosacea lengua sobre el labio de abajo, poniendo de pies su rotonda figura, empezo a decir en tono de lamento:
– ?Ay, mama mia! ?Ay, mama mia! ?Y como no se me habra ocurrido a mi antes pensar en este hijo de caballo blanco? ?La leche!… ?Conque viste descargar la caja del muerto en la puerta del Pianolo?
– Pasito, amigo – le dijo Plinio -, ellos vieron una caja parecida a la del muerto. Que sea o no, es otro cantar… Y aunque lo sea, tampoco estan ciertos de haberla visto en la casa del Pianolo.
– ?Ay, mama mia, mama mia!, que para mi ya no hay dudas. Que del Pianolo todo mal puede venirme. ?Ay, mama mia, que este pendejo me la ha jugao otra vez!
– Pero, bueno, Antonio, conforme con las bromas que os gastais. ?Pero de donde se va a sacar el Pianolo un muerto embalsamado?
– ?Que de donde? De debajo de la tierra. Ese… y yo, por supuesto, cuando llega el caso de hacer una buena, no nos paramos en barras.
Plinio quedo con la mano en la mejilla y mirando al suelo.
Todos callaron. Hasta que por fin dijo, poniendose la gorra y abrochandose la guerrera:
– Bueno, pues eso vamos a aclararlo don Lotario y yo ahora mismo. Esperadnos aqui. Braulio, gastate las perras una vez en tu vida e invitanos a comer a todos los presentes, que al contao volvemos con el resultado.
– Eso esta hecho – dijo Braulio gozoso.
– Un momento, el segundo plato lo pone un servidor- salto el Faraon-. Que tengo en mi casa un choto recien muerto que esta diciendo comedme.
– De acuerdo, de acuerdo – asintio Plinio -. Preparad lo que sea que volvemos como cohetes.
Y sin anadir palabra ambos amigos bajaron del empotre.
La casa del Pianolo era nueva y con pretensiones senoritas. Muy repintada, y con los hierros de las ventanas y balcon en purpurina plata.
Plinio llamo. Ladro un perro dentro. Torno a llamar y reladro el chucho. Al cabo de un poco una voz de mujer:
– ?Calla, 'Chile'!
Abrio la mujer del Pianolo. Era muy derecha, aunque paliducha y quebrada de color. Al cuello llevaba un crucifijo mas que mediano, que colgaba sobre la pechera de la bata de medio luto. Por cierto que al ver a Plinio se quedo un poco rigida.
– ?Esta tu marido?
– ?Que pasa? – pregunto a su vez con el labio seco.