– ?Esta o no esta?

– ?Quien es? – se oyo la voz del Pianolo desde dentro.

– La pulicia – respondio ella sin dejar de mirar al guardia.

Jacinto el Pianolo, en camiseta y acunandose los pantalones, asomo tras la cortina que cubria una puerta del fondo del patio.

– ?Que hay, Manuel y compania? – dijo con risa de conejo-. Dejalos pasar, chica.

El Pianolo, como de cincuenta anos, era de un prognatismo exagerado. Le quedaba tan sobrero el maxilar de abajo, que le salian las palabras en vertical, que no de frente como a las personas normales de boca lisa. Como ademas era recio y musculoso, de poco cuello y boveda plana, parecia un prehistorico, aunque lleno de sorna y malicia.

La mujer dejo paso libre a los visitantes y se aparto a prudencial distancia a ver en que paraba aquello.

– Sentaos aqui en el patio mismo, que estara mas fresco – dijo el Pianolo sin apartarse de la cortina, que tenia agarrada con ambas manos desde que dejo de andarse en el pantalon.

Plinio y don Lotario se acomodaron en unas sillas de peineta muy antiguas que alli habia como unicos muebles.

– ?A que se a lo que venis, amigos? – solto de pronto-. Me lo tenia mascao desde que me dijeron que se habia descubierto el ajo, y que andaban ustes en el… Porque yo, que no creo en casi na, en Plinio si que creo – anadio en una especie de aparte a su mujer y sin desagarrarse de la cortina.

– Pero tu callate, sinaco, y espera a ver que quieren- le grito ella, hinchada de indignacion.

– ?Cal Pa que vamos a perder el tiempo. ?O tu crees que Plinio y don Lotario iban a venir aqui tan serios si no supieran que hay gazapo?

El Pianolo se paso a la boca un pito que tenia tras la oreja derecha y lo encendio. Por el dichoso prognatismo, el cigarro se le quedaba muy tieso y vecino a la nariz.

– Ustedes vienen a lo del cajon del difunto. Eso esta claro. ?A que si? – pregunto luego de la primera chupada, abriendo mucho la boca cavernaria.

Plinio y don Lotario permanecieron sin pestanear.

– Aqui nos conocemos todos – continuo como expilcandose a si mismo – y alguien me tuvo que ver trajinar con el cajon. Y claro, asi que ha empezado usted con las indagatorias, que las cosas como son y cada cual en su sitio, las hace usted como nadie, pues ?cataplum!, encontro al que me guipo y aqui estan… Si no hay mas cascaras. Ahora, yo ?que iba a hacer? ?Me lo quieren ustedes decir? – y quedo con un ademan muy expresivo para que los otros le respondiesen.

Y como no le respondian, movido por una idea subita al parecer, se metio en la habitacion que cubria la cortina que estaba a su espalda.

La mujer, la Pianola, como la llamaban, no quitaba ojo a la visita. Tan serena, de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, y la boca apretada.

Don Lotario y Plinio fumaban en silencio. Se oian los pasos y el trastear de Jacinto en la habitacion contigua. Durante la espera no medio una sola palabra entre los que esperaban. Solo un ?ay, Jesus!, de la Pianola.

Al fin salio el hombre con una carta en la mano.

– Aqui esta la prueba de quien es el autor del delito o lo que sea – dijo, ensenando la carta, mientras con la otra hacia rubrica de sentencia.

Quedo luego un momento callado, como si pensara el orden de su razonamiento; dio una chupada al ultimo trozo de cigarro, que casi se lo trago por aquel cazo de labio de abajo y guardandose la carta exhibida en el bolsillo del pantalon recomenzo de esta manera:

– Habia estado yo aquella tarde echando una partida con varios, entre ellos el Faraon. Ya sabe usted, duro la cosa mas de lo debido y en vez de amodorrarjios, como pasa con las partidas largas, nos pusimos un poco bestias. Y uno dijo que se jugaba un lechon que tenia recien comprado. Y otro que su suegra. Y el Faraon anadio riendo: 'Ahora que hablas de suegras, si os poneis asi, yo me juego un nicho que acabo de comprar para enterrarla cualquier dia de estos, porque ya me hace aguas por todos sitios…' En fin bromas del juego – siguio el Pianolo-. Y digo bromas porque nunca nos jugamos en junto mas de mil pesetas… Acaba la partida, me vengo a casa y me siento a la puerta a tomar la fresca y a fumarme un pito, cuando al rato se para ahi un camion forastero con mercancias… Solo recuerdo que tenia matricula de Madrid. Se para como cuento, se baja un hombre rechoncho, y me pregunta: '?Es usted Jacinto Garcia, alias el Pianolo? -Si, senor. -Que le traemos una mercancia. -?A mi? -Si. -?Que mercancia es? -Este cajon. -?Quien la envia? -No se. Aqui pone un tal Martinez. -?Y de donde viene? -De Madrid. Firme usted aqui. -?Tengo yo que pagar algo? -No, senor, que viene a porte pagado'. Y sin mas, entre el y otro que venia al volante, trabajando lo suyo, bajaron el cajon. Yo abri la puerta de la calle de par en par, les eche una mano y lo metimos aqui en el patio. Firme luego en el papel que me ensenaron. Y se marcharon… Yo, ya sabe usted lo que pasa en estos casos. Me quede mirando el cajon, y pensando que se yo, si habia llegado la hora de mi fortuna y un buen angel me lo mandaba lleno de candelabros de oro o yo no se que cosas hermosas… Y no habia duda, venia una etiqueta con mi nombre, apellidos y direccion muy bien puestas…

Yo venga de mirar y remirar el cajon, pensando como abrirlo, pues venia muy bien clavado y precintado. En la casa estaba yo solo y no tenia con quien comentar el suceso. Revinando todo esto, de pronto llaman a la puerta, voy corriendo creyendo que fuera la mujer o el chico, pero no; era el mismo chofer del camion que me largo una carta: 'Usted perdone, me dijo, que se me habia olvidado y tenia orden de darsela con la mercancia'. Se va el hombre corriendo, y yo, ahora si que de verdad emocionao, abro la carta, y en seguida, lo que pasa, a mirar la firma. Cuando vi de quien era, crea usted que me dio una encogia de esas de muerte… Tan grande fue que me tranquilice mucho en cuanto lei la carta, porque tratandose de ese, mayormente despues de lo que le hicimos en Sevilla, me esperaba todavia algo peor… Y para que seguir explicando. Voy a leerles la carta y con ella esta todo dicho.

Y tirando el cigarro, saco el papel y, aunque arrimandoselo mucho a los ojos, empezo a leer, con gran soltura, de esta manera:

'Querido amigo Pianolo: Me gustaria mucho que al recibo de esta te encontraras feliz con tu mujer y tu hijo. Ya sabes que a pesar de todas las cosas, yo te tengo mucho aprecio como tu me lo tienes a mi. Que una cosa son las bromas y otra la salud y la familia. Que vida no hay mas que una y familia no hay mas que otra y no es cosa de jugar con ellas. Yo quedo bien, a Dios gracias, aunque no te digo donde, porque quiero descansar del Faraon y de ti por lo menos hasta la feria, que me dare un garbeo por ahi para montar en los caballitos con vosotros.

'Yo sigo con mis trapicheos y negociejos. El hijo mayor ya esta el hombre estudiando pa cura, porque otra cosa no tendra, pero como tu sabes, siempre le di buenos ejemplos y mucha devocion. (Esta ultima mas bien se la dio su madre, esa es la verdad.)

'La chica trabaja en una tienda de modas; y la mujer tan tranquila en su casa, aunque dice que sin sus vecinas de ahi y especialmente sus primas las del Tonelero no se halla a gusto en ninguna parte.

'Pero a lo que iba. En el cajon adjunto te envio un presente que creo te pondra mas contento que unas pascuas, porque es digno de ti y de tu buena condicion de amigo.

'Aunque ocupe un poco de sitio no te va a dar guerra ninguna, porque el pobre, eso si, es muy callado, y ya dijo todo lo que tenia que decir en este mundo. Tampoco temas los malos olores, porque te lo mando muy bien adobado.

'Lo que si te aconsejo es que no lo dejes en el suelo por si los gatos dan en querer jugar con el y te lo malogran.

'Ponlo en estante alto, cubrelo con una gasa para que no le lleguen las moscas y ya veras como anima y hermosea tu casa nueva.

'Tampoco temas que nadie tenga que decir nada malo de el. Era muy buena persona, muy de derechas y hombre de orden en todos los sentidos. Eso, garantizado. Los unicos vicios que tenia eran hacer pildoras y roncar de noche, pero yo te lo mando muy corregido de esas faltas.

'En fin, para que luego digas que no me acuerdo de ti. Que lo disfrutes con salud en compania de los tuyos y ya sabes donde tienes un amigo de verdad para lo que quieras mandarme. Un abrazo de Rufilanchas.'

Cuando el Pianolo acabo de leer la carta quedo mirando a Plinio con el papel en la mano y exclamo:

– ?Que que me dice usted?

– ?Tu abriste el cajon?

– Que va, maestro. ?Que necesidad tenia yo de ver visiones? Desde el primer momento pense endosarselo al

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