Faraon. Me dije: 'Se lo dejo en la puerta de su casa y ya esta'. Era lo mas facil. Pero en seguida cai en la cuenta de que tambien era lo mas comodo para el. Lo abriria y al ver lo que habia dentro llamaba a la Justicia y en paz. Y yo queria darle mas copero a la cosa.
– ?Y por que no hiciste tu eso? – pregunto Plinio.
– ?El que?
– Avisar a la Justicia nada mas leer la carta.
– Hombre… porque la tentacion era catral. Usted me entiende. Yo, por darle una broma al Faraon o al Rufilanchas, me dejo castrar.
– O que te metan en la carcel – dijo Plinio con severidad.
La mujer del Pianolo al oir al guardia rompio a llorar.
– ?Desde luego! – respondio el Pianolo arrogante-. Y tu, mujer, vete a la cocina y calla, que estas son cosas de hombres.
La mujer no se estremecio. Se limito a llorar en silencio.
– Bueno, sigue. ?Que hiciste?
– Pues como decia, me acorde de lo del nicho vacio que habia contado el Faraon en la partida. Metiendoselo alli, la fiesta podia ser mucho mas larga… Como lo esta siendo.
– Vaya, hombre, vaya, ?y que mas?
– Pues nada. Ya es facil. Le dije a la familia lo que pasaba y entre el chico y yo, que tambien me ha salido un tremendo, acuchillamos y raspamos bien la madera del cajon, despues de quitarle las etiquetas y marcas y lo metimos en el cuarto trasero hasta ver como planeabamos la operacion.
– Sigue.
– Primeramente me fui al Cementerio para localizar bien el nicho y estudiar por que parte seria mas facil meter el matute, porque habia que hacerlo de noche, claro esta. Pense que habria que romper el candado de alguna de las puertas de hierro que dan al Cementerio Viejo. Como junto a ellas pasa una carretera, todo seria facil. Pero asi que me di un garbeo por el camposanto vi que en el tapial nuevo quedaba un lugar por tapar bastante potable… Si, quedaba un poco lejos del nicho, pero era muy buena parte para entrar y salir sin lios. Y por alli lo hicimos aquella misma noche. Metimos el cajon en el remolque, un botijo de agua, yeso, un palustre… ?Ah!, y una carretilla para llevar el cajon hasta el nicho sin hacer mucha fuerza. Yo preparo muy bien mis cosas ?sabe, Jefe? – dijo, satisfecho -… No hacia falta llevarse adobes para tapar, porque cuando fui a localizar el nicho vi a mano un buen monton. Todo salio fenomeno. Salimos el chico y yo a las dos de la madrugada con la carga y los materiales, y a las cuatro estabamos de vuelta con el trabajo hecho.
– ?Que dia fue?
– Pues el veinticuatro, creo.
– ?Y tu hijo cuantos anos tiene?
– ?Por que?
La mujer, al escuchar esta pregunta, toda oidos, dejo de llorar.
– ?Digo que cuantos anos tiene?
– Veintitres.
– ?Y donde esta?
– En las vinas. Vendra a la anochecida.
– Esta bien. ?Hala!, vente con nosotros – dijo Plinio con severidad y poniendose en pie.
Y luego, dirigiendose a la mujer:
– Y el chico, en seguida que llegue, que se presente en el Ayuntamiento.
– ?Mi chico?-pregunto la pobre con cara feroz.
– Si.
La mujer empezo a gritar, dirigiendose a su marido:
– ?Me vas a matar! ?Me vas a matar! ?Dios mio que desgracia…! No sera porque no te lo dije, ?desgraciao!
– Callate, anda.
– ?Eh, mujer? – insistio Plinio -, en seguida que llegue que se presente a mi. Si no, vendre a por los dos. A por ti tambien. Que eres otra complice… Y quiero ver la forma de salvarte… Y tu, bromista, venga, echa palante.
– ?Podre coger la chaqueta, digo yo? – pregunto el Pianolo entre enfadado y socarron.
– Cogela, rapido.
Entro, mientras la mujer, con la cara pegada a la pared, lloraba amargamente.
– Ya estoy – dijo el Pianolo metiendose las mangas.
Cuando ella vio que de verdad se llevaban a su marido, se abalanzo a el y comenzo a darle abrazos y besos.
– ?Hijo mio, ay, hijo mio, y que desgracia mas grande!
– Venga, mujer, no te pongas asi. Si esto va a ser cosa de na.
Cuando despues de dejar al Pianolo en la carcel y de informar al Juez llegaron a la bodega de Braulio, encontraron abierto el postigo de la portada, segun habian quedado.
Junto a la escalera de la cueva hallaron a Braulio congestionado por la risa.
– ?Pero que te pasa, hombre?
– Esto es la monda. Vengan corriendo y veran que espectaculo. No se ve todos los dias.
Y sin decir mas y riendose solo, echo delante a buen paso.
Apenas iniciaron la bajada oyeron unas risotadas sofocadas.
Los que se reian, al ver quienes bajaban, reforzaron el escandalo.
– ?Pero que pasa? – pregunto Plinio.
– Vengan, vengan – gritaron desde el empotre.
Plinio, cuando subia la escalera de mano, vio que los anchisimos pantalones del Faraon, con otras prendas de su vestir, colgaban de las barandas. Subio con toda rapidez, y se asomo a la tinaja que todos le senalaron. Dentro de ella, nadandillo nadandillo, estaba el Faraon.
– ?Ay, que bano mas rico, Jefe!
Se habia agarrado ahora al borde de la tinaja con sus manos regordetas y le asomaban los hombros almohadillados y el pecho casi femenino. El poco pelo, brillante, le caia hasta los ojos.
– Pero, ?estas loco?
– ?Que va, soy el hermano Anade! Y ahora voy a bucear un poco a ver si encuentro un cangrejillo.
Y soltandose las manos se sumergio haciendo gorgoritas. Al poco volvio a aparecer manoteando y con la boca muy apretada para que no le entrase gota. De nuevo se agarro al borde de la tinaja completamente llena, y se reia de su hazana a la vez que respiraba fuerte.
– ?Ay, mama mia y que imagen para la Prensa! Venga, muchachos, ayudadme a salir, que por el cuerpo tambien se mama uno.
– Pero bueno, que lo sepamos, ?que ha sido esto? – pregunto Plinio.
– Una apuestecilla. Fijate, ?a mi con apuestas!
– Le digo – anadio Braulio-: '?A que no eres capaz de banarte en la tenaja…?' Estaba quejandose de que hacia mucho calor.
– Y yo dije: 'Con veinte duros me bastan'.
– Yo, sin pensar que lo iba a hacer.
– Antes de que me diera los veinte duros ya estaba yo en bragas. Es que no sabeis con quien os gastais los cuartos. Con esos veinte duros ya hay para cafes y copas. Para que veas que yo no soy interesado. Venga, sacadme, muchachos. Pero me teneis que coger dos de cada brazo, para que os toquen a treinta kilos por barba, si no, ni hablar; no salgo.
No entre cuatro, sino entre los cinco que estaban, cada cual agarrandole por donde podia, se las vieron negras para sacarlo al aire.
Cuando estuvo fuera, jadeando, se sento sobre la panza de la tinaja. Su cuerpo moreno, lleno de sebosidades, pliegues y pelos, brillaba como cachalote recien pescado. Con la mayor impudicia permanecia en su asiento, despatarrado, con las manos apoyadas en los muslos, sin dejar de resoplar.
– ?Ay, mama mia! – decia mirandose al bajo vientre – y que jarta te has dao de morapio. En tu vida te has