y Florentino el Desgraciao, fue hacia Plinio.
– ?Que haces con la cabeza baja y dando vueltecillas, como si buscaras una aguja?
Plinio le conto la conversacion con el Juez.
– ?Y es eso lo que te inquieta?
– No.
– ?Entonces?
– No se. Palpitos… palpitos… Me ha dado por pensar en el telefonazo que le dieron al Faraon cuando estabamos en el Cementerio. ?Se acuerda usted…? Y en la voz que tenia – continuo Plinio – ahora cuando he hablado con el… No hablaba con su natural.
– Yo respeto mucho tus palpitos, Manuel, pero si no te explicas…
Plinio quedo mirando a don Lotario con aire impertinente:
– Mire, don Lotario, me desilusiona usted mucho. Palabra.
– Pero, cono, Manuel.
– De verdad se lo digo – repitio con disimulado mal genio.
Hubo un silencio en que don Lotario quedo achicadisimo y con cara triste. El Jefe continuo con el mismo tono impertinente:
– ?Usted cree, y ya se lo he dicho alguna vez, que yo podia ser tan buen policia como ustedes dicen que soy, si solo me basara en lo que veo y oigo? Hay otra cosa, amigo. Otra cosa. Algo parecido a lo que dicen que hace temblar el corazon de los artistas.
– Pero, hombre, nunca te he visto asi. ?Que te he dicho yo?
– ?Usted sabe – continuo ensimismado – por que pense en que don Lupercio podia haber robado el cadaver deWitiza? ?A que no?
– Francamente, no.
– Pues lo pense al ver revolar unas mariposas junto a la ventana de la 'Sala Deposito'. Chupese usted esa.
– ?Unas mariposas?
– Si, senor. Unas mariposas.
El veterinario quedo muy sorprendido. En seguida dio muestras de recuperacion.
– …Te advierto, Manuel, que la soberbia, que nunca fue tu vicio, entontece a los mortales.
– Pues ya he sido demasiados anos listo, de modo que aunque me entontezca el resto de mis dias, no hago nada de mas.
– Me dejas perplejo… Bueno, bueno, llevas un dia muy agitado y se te han desajustado los nervios. Anda, echa un pito, que no es cosa de que rinamos a la vejez.
Plinio, al ver la petaca en el aire, se paso ambas manos por los ojos, tomo el cuero y esbozo una tierna sonrisa.
– ?Ay, don Lotario de mi alma! Lleva usted razon. Cuando me da el telele, o sea un palpito, me pongo inaguantable.
– Es natural. Pero me tienes que explicar bien eso de las mariposas.
– Hombre, es muy facil,, ?Usted no recuerda…?
Eso decia cuando se oyo el bocinazo del coche de Madrid que irrumpia triunfal en la Plaza.
– Por favor, llame usted a Celedonio para que nos cubra un poco el encuentro, que ahi esta el coche.
Despues de tocar unas cuantas veces mas el claxon con jubilo de verbena, cruzo la Plaza y se detuvo en el lugar de su parada habitual. Alli lo esperaba Palacios, el administrador de la linea. Gentes de todos los puntos de la Plaza corrian hasta la parada para ver si venian sus viajeros. Familias enteras que esperaban a sus soldados, estudiantes o enfermos recien operados que llegaban de la capital. Curiosos y desocupados que inspeccionan todas las entradas y salidas del coche; maleteros, el de los periodicos y los que esperaban pequenos paquetes y encargos.
Plinio, don Lotario, el Rico y el Desgraciao echaron a andar hacia el gran corro de los que aguardaban.
Encendidas todas las luces del interior del coche, se veia a los viajeros de pie. Unos avanzando lentamente por el pasillo. Otros, inmovilizados en su asiento por falta de espacio.
– Alli estan los papas – senalo Plinio a don Lotario.
Este vio, en efecto, a don Sebastian, un caballero alto, muy bien vestido y con cara de pocos amigos. Junto a el su senora muy gruesa, que se abanicaba con una furia impropia de la moderada temperatura de aquella noche.
Los que esperaban, sobre todo los candorros, se agolpaban de tal forma ante las puertas del coche que apenas podian descender los viajeros.
– Ahi estan mis sobrinos – senalo Celedonio.
Eran dos jovenes como de dieciocho anos, totalmente iguales de cara y tipo, con camisas de colorines vivos, pantalones vaqueros y abundantisimo cabello rubio.
– Cono, que ye-yes que vienen – exclamo el tio.
– En cuanto saluden a los padres y mientras les bajan las maletas, te acercas, y les dices que me urge hablar con ellos.
– De acuerdo, pero mejor que te vayas tu para la casa de mi hermano. Alli nos esperais. Yo los preparo por el camino.
– No me parece mal plan. Vamos, don Lotario… Tu diles que es cosa de na.
– Descuida.
Plinio y don Lotario tomaron el coche, que quedo en la puerta del Ayuntamiento, y tiraron hacia la casa de los gemelos.
En la puerta de la calle estaba sentada la criada. Se asusto un poco al ver que el Jefe se dirigia a ella, pero en seguida arreglaron el asunto con muy buenas palabras y los paso al patio. Azulejos, una bonita silleria de mimbre y escalera de marmol.
Ambos amigos se sentaron en el sofa, liaron sus cigarros y a esperar.
– Se esta fresquito aqui, ?eh? – pregunto Plinio.
– Es muy buen patio este – contesto don Lotario que parecia preocupado despues de la escena de la plaza.
Plinio no volvio a decir palabra. Chupaba del cigarro, echaba sus humos, se sacudia la ceniza que le caia en el pantalon y pensaba en no se que.
Por fin se oyo ruido en la puerta. La criada intento decir algo, pero el senor la corto:
– Ya lo sabemos, ya…-y entro el primero con aquella cara sin posible risa que Dios le dio.
'No parecen hermanos Celedonio y el – pensaba Plinio -. El uno tan festero. Y este, con ese trancazo de tristeza que le debieron sacudir en el mismo umbral de la vida.'
Plinio y don Lotario al verlo entrar se pusieron de pie.
– Buenas noches – dijo seco.
Y se quedo plantado ante ellos sin anadir palabra. En seguida entro la madre entre los dos hijos. Por ultimo Celedonio, haciendo muecas para tranquilizar a Plinio.
Fueron saludando todos de forma no muy expresiva y permanecieron de pie. Por fin el padre dijo a la concurrencia:
– Sentemonos.
Cada cual se acomodo en la silla que tenia mas a mano y don Lotario y Plinio volvieron a sus asientos.
– Perdonen ustedes este recibimiento, pero el senor Juez, por no alarmarles, ha preferido que yo haga a sus hijos unas preguntas sin importancia.
– Muy bien. Empiece… Y acabe pronto porque no me gustan estas cosas.
Plinio prefirio no contestar y se dirigio a los chicos que estaban sentados muy juntos y con cierto desasosiego.
– Vamos a ver, muchachos. ?Vosotros estais hospedados en la Pension Larache?
Los dos chicos se miraron y el de la derecha hizo un movimiento al de la izquierda que podia interpretarse como 'contesta tu'.
– Si-contesto este.
– Muy bien. ?Vosotros recordais si alguna vez ha parado en esa pension uno de aqui del pueblo, que ahora