guerra! El hombre no sabe de la mujer, el padre del hijo, no hay romerias, y la gente duerme tirada por los suelos, con el miedo por almohada, y se pierde la ciencia de hacer las camas. Los Ducados se volvieron locos, andan los reyes perdidos por los caminos, y ni se siembra el pan, y las gentes huyen con un poco de fuego en la mano, de miedo que se acabe el fuego en el mundo. A las palomas mensajeras les tiran con flechas envenenadas.
DONA lNES. – ?Nadie te hablo de mi? Una palabra bien la guardarias en la memoria. ?Quien te la robaria, escondida entre las otras?
CORREO. – ?Me hablaron!
DONA lNES
AMA MODESTA. – Siempre trajo noticias ciertas. Acuerdate de cuando anuncio al milano. ?Despues paso aquel de la gorra blanca, tan convidador!
DONA INES. – ?Uno de gorra blanca? ?Nunca tal conoci! ?El unico hombre para quien mire en la vida fue este de Florencia de Italia!
AMA MODESTA
CORREO. – ?Escuchasteis? ?Quien dijo que fue en Florencia?
DONA INES. – ?Puedo no saber, acaso, donde tengo mi corazon a tomar el sol?
CORREO. – Se acerco a mi, y me pregunto si era yo el Correo titulado del Paso de Valverde y la Torre del Vado, y le respondi que si, quitandome la gorra, que lo vi muy principal. Era alto, muy moreno, y sin embargo gracioso, y con la barba recortada a dos puntas. Es moda alli. Me pregunto si podiamos tener una conversacion en un patio, y le dije que si. Saco el reloj dos o tres veces mientras hablabamos. Me dijo, poniendose muy grave: «Dile a aquella que tu sabes, mi rubio cabello, que cuando haya paso libre para cartas de amor que le escribire contandole todos los jardines de mi corazon». Y con las puntas de los dedos, un beso echo al aire.
DONA INES. – ?Felipe, Felipe mio, tan lejos! ?No te dijo que se llamaba Felipe?
AMA MODESTA. – No tendria tiempo. Si miraba tantas veces la hora, es que tendria prisa.
DONA INES. – ?Algo mas urgente que yo? ?Sacaba el reloj, Correo?
CORREO. – Por lo menos nueve veces durante aquel coloquio.
AMA MODESTA. – Los hombres tienen muchas urgencias.
DONA lNES. – ?Como hacia, Correo?
CORREO
DONA lNES. – ?Dejame tu reloj!
Eumon de Tracia saco su reloj y lo escucho, y se dijo que seria muy hermoso el tener un amor lejano y saber de el asi. Y se dolio de si mismo, que nunca lo habian amado tanto, ni se le habian ocurrido tales imaginaciones amorosas.
I
– Soy musico, pianista. Querian que tocase en la plaza, para que bailasen los soldados con las mozas. Pero no podian bailar con mi musica. Yo toco, por ejemplo, como se ve la luna en un charco, o como se echa a dormir el viento en un bosque, o como brillan sus pies en el mar, o como mira una mujer enamorada a traves del fuego. ?Quien bailaria eso?
Dona Ines le sonrio, comprensiva. El musico se habia levantado y se contemplaba en el espejo.
– Pudieron haberme dado muerte mientras huia. La noche era oscura como boca de lobo. Las luces hacen mucha compania. En los conciertos, siempre me gusto tener algunas luces de mas, encendidas encima del piano. Parecia como si me mirasen y alentasen, agradecidas porque las habia
encendido. Su mano llegaba hasta mi frente. Todas las luces son diferentes, y sin embargo todas son familiares, viejas conocidas, sonrisas acostumbradas a responder a la sonrisa de uno.
El musico se acerca a la mesa, y pasa la mano, como acariciandolas, sobre las llamas de las pequenas velas del candelabro de cinco brazos.
Se vuelve hacia dona Ines.
– ?Sois la senora de la torre?
– ?Podria serlo otra? Yo soy el palacio, este palacio, este jardin, este bosque, este reino. A veces imagino que me marcho, que abandono el palacio en la noche, que huyo sin despedirme, y conforme lo voy imaginando siento que la casa se estremece, que amenazan quebrarse las vigas, se desgoznan las puertas, se agrietan las paredes, y parece que todo vaya a derrumbarse en un repente, y caer, reducido a polvo y escombro, en el suelo. Todo esto depende de mi, musico, de esta frase que soy yo, en una larga sinfonia repetida monotonamente, ahora adagio, despues allegro, alguna vez andante…
Dona Ines habia dejado de sonreir. El musico se acaricio la barba, la melena, se miro y remiro las manos una y otra vez.
– Yo escribo la musica que interpreto. Solo ella me gusta. Me siento al piano y voy abriendo las hojas del dia o de la noche. Pongo en lo ancho del mundo agua que corre, pies descalzos de mujer, arboles, pajaros de colores, caminos alfombrados de rosas, y pozos en los que se miran pequenas estrellas alla abajo, en el agua quieta…
– ?Muchas estrellas?
Dona Ines pregunta confidencial.
El musico ha venido a sentarse junto a ella, en el divan cabe la chimenea.
– Alguna vez muchas, otras veces una sola, fria…
– ?Dorada?
– Si, sera dorada. En lo que me fijo es en las ondas de la luz en el pozo, como si la estrella fuese una piedrecilla brillante que hubiese caido al agua.
– ?Quieres comprobarlo en el espejo mientras yo me miro en el? Un espejo es un pozo a su manera.
El musico sonrie, y acaricia el pelo de dona Ines. Ha sido un gesto imprevisible. Por primera vez no tiene miedo. Sonrie.