habiendolo dicho, todos los que lo habian oido estarian pendientes de el, del dia de su marcha, y si se retrasaba en partir comenzarian las murmuraciones. Y si pretendia una de las muchachas de la familia del tirano, y casaba con ella, la mujer estaria siempre con el temor de que una manana no lo iba a encontrar en el lecho, que Orestes, antes de que la juventud se fuese, habia salido a cumplir su juramento. Y peor todavia si dejaba algun hijo. ?Y osaria acariciar a este con las manos manchadas de sangre?

Orestes andaba ahora por paises donde nadie sabia que existia tal ciudad de Micenas, y por eso no podian indicarle el camino mas corto.

– ?Vete hacia el mar, que en los puertos saben de todas las ciudades y mercados del mundo!

Pero Orestes amaba los bosques y los estrechos senderos montaneses. Aquel era un mundo sin correos, no podian llegarle recados de Electra, y nadie le preguntaba su nombre. Habia una taberna en cada aldea, y Orestes ponia una moneda en el mostrador.

– ?Vas a estar con nosotros una semana? -le preguntaba el huesped, guardandose la moneda en el bolsillo interior del chaleco.

La mujer le lavaba las camisas, y un criado le herraba el caballo, que Orestes advertia que desde alli partia para un largo viaje. Los aldeanos ricos, viendolo tan cortes, lo convidaban a cenar en sus casas, y el posadero le llenaba la bota para el camino. Le iban bien aquellos vinos asperos de la meseta. Siempre habia una muchacha para decirle adios. ?Hay muchas vidas!

– ?Como te llamas? -pregunto el tabernero-. ?Aqui tenemos la costumbre de interrogar a los extranjeros!

– Me llamo Egisto -dijo Orestes.

– Ese es el nombre de un rey que hay no se donde.

– El mismo, pero yo no soy ese rey, aunque sea mas noble que ese rey.

– ?Cual es el nombre de tus padres?

– No se sabe, que me hallaron en el campo amamantado por una corza, con doce libras de oro a mi lado, en doce bolsas. Y una serpiente sujetaba con su boca mi cordon umbilical, no me desangrase.

Los bebedores se apartan, y el tabernero, poniendose un pano de secar sobre la cabeza, exclama solemne:

– ?Eres casi sagrado!

Tuvo que marcharse a escondidas de aquella aldea, porque la gente venia de mas doce leguas a verlo, y las mujeres tocaban sus hijos en sus rinones. Una soltera de treinta le habia mandado recado diciendole que queria tener un hijo de el, que seria el consuelo de su vejez.

Orestes estaba ante el mar. En el horizonte se veia la costa de la Helade Firme, y ante ella la linea oscura de las dos islas en la desembocadura del rio. Eran las dos islas que el habia buscado en la carta, en los primeros anos de su regreso. Un hombre que llevaba al hombro un remo se le acerco.

– Si vas a pasar a la otra banda, lo mejor es que vendas aqui tu caballo. ?Es un caballo viejo!

– ?Es mi caballo! -respondio Orestes.

– ?Fue un buen caballo!

– ?Como sabes de caballos, tu que eres marinero?

– No creas que duermo con una yegua. Pero a la vista esta que es un caballo viejo, y que ha debido ser un hermoso caballo en sus buenos anos.

Orestes contemplo su caballo, que desensillado pacia al lado de la playa. Era la primera vez que lo miraba, teniendo en la mente aquellas dos palabras: «caballo viejo». Si, el veloz ruano habia envejecido en su compania. El corazon de Orestes se lleno de una extrana ternura. ?Anos de incansable caminar! ?Y no habria envejecido tambien el, Orestes, en el viaje de regreso, perdido por los caminos?

– ?Entiendes de hombres como de caballos? ?Cuantos anos tendre yo?

El marinero, apoyado en el remo, miraba a Orestes de arriba abajo.

– ?Quitate el casco!

Orestes se quito el casco.

El marinero dio un par de vueltas alrededor de Orestes.

– ?Cuarenta y dos anos!

– ?Un hombre viejo?

El marinero, apoyado en el remo, miraba a Orestes a los ojos.

– Mientras viajes, no seras un hombre viejo. Pero el dia en que decidas descansar, aunque sea manana, lo seras.

El marinero se fue con su remo al hombro, diciendole que si queria posada que la habia en el puerto, al otro lado de aquel monticulo. Y Orestes se quedo a solas con su caballo en la playa. El viejo ruano se habia saciado pronto, y se acercaba, como solia, a rozar con su hocico la espalda del amo. Orestes paso un brazo por el cuello del caballo, y comenzo a imaginar el discurso que haria a una embajada que le mandaba Electra desde Tebas, reprochandole el retraso en la venganza.

– ?Este es el companero fiel de mi viaje! ?Un viejo caballo! Seria inhumano venderlo, ya para carne embutida para lenadores, ya para labores agrarias. ?Antes darle muerte por mi mano! Decidle a Electra apresurada, que tan pronto como mi caballo exhale su ultimo suspiro, yo embarcare en una nave, que ya estoy frente a la costa donde desemboca el rio paterno.

Dijo en voz alta, y senalo la linea oscura de las dos islas, y la que mas alla difuminaba la neblina de la tarde. Y el caballo escucho las nobles palabras de Orestes, y no queriendo retrasar mas el cumplimiento de la terrible venganza, se arrodillo, rozo dos veces la cabeza contra la arena, relincho agudo como hacia por las mananas en oyendo an gallo dar entrada al alba, e intentando levantarse, para morir de pie -que aquello de arrodillarse debia de haber sido una oracion secreta propia de los hipicos-, no pudo, y cayo muerto, con las patas por el aire. Orestes desnudo la espada de la venganza, se arrodillo en la arena manteniendo el acero en alto, la empunadura sujeta con las dos manos contra el pecho, y permanecio asi toda la noche velando el cadaver de su caballo, mirando hacia el mar. Las olas rompian sonoras, y en la otra orilla se habia encendido una luz roja.

Pasaron mas anos, ocho o diez. Al fin habia salido una nave para la otra banda, y Orestes pisaba tierra en la desembocadura de su rio. Orestes, que se veia tan distinto, ya en el umbral de la ancianidad, del Orestes de los anos de juventud, se preguntaba quienes serian aquellos a los que habia de dar muerte terrible, cambiados tambien con el paso de los lustros, usados por los inviernos. ?Semanas enteras pasaban sin que se acordase de sus nombres! Quiza lo que mas le obligaba ahora al cumplimiento de la venganza era la muerte de su viejo caballo. No debia defraudarlo. Pero, ?vivirian todavia Egisto y Clitemnestra? ?Que habria sido de su hermana Electra? Pero lo importante ahora era caminar, llegar nocturno a la ciudad, cerciorarse de que podia sacar rapidamente la espada vengadora de entre las mantas de viaje. Habia comprado otro caballo, un tordo muy brioso, alegre en las horas matinales. Al llegar al vado, silbo reclamando la barca. Desde la otra orilla le contesto un muchachuelo saludando con la gorra, y gritando que ya salia. Fue

facil meter el tordo y atarlo, y la barca se dirigio, rio abajo, hacia la otra orilla, aprovechando la corriente, para dejar a Orestes y a su montura junto a las piedras del paso antiguo.

– Habia un barquero llamado Filipo -dijo Orestes.

– ?Mi abuelo, que Dios tenga en su gloria!

– ?Hace mucho que murio?

– ?Unos quince anos!

El muchacho apoyaba con la pertiga el viraje de la barca hacia la

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