Pregunto esto con voz afectuosa, y antes de que Orestes respondiese lo invito a que se sentase a su lado. A cada rato entraba un esclavo y ponia ante el tirano un barrenon rojo, pintado con brincos de delfines, lleno de agua fria, y el senor sumergia alli las manos hasta medio antebrazo. Orestes recordo los consejos de Electra, que tocaban a la vez a los hombres y a los dioses:
– La justicia no sufre el odio.
El tirano se sonrio, y se salpico la cara y el pecho con agua fria.
– Esa es una respuesta politica, pero el corazon lo que pide, las mas de las veces, es la justificacion del odio. Por eso hay dos bandos y partidos en las ciudades. Las gentes se reunen para pedir que baje el precio del trigo, pero lo que buscan es mi caida, mi deguello, arrastrarme por el camino de ronda hasta el puerto, y partirme en pedazos antes de echarme de comida a los congrios. ?De quien vas a vengarte?
– Del asesino de mi padre, el rey Agamenon.
– ?Un rey? ?Quien lo mato?
– El amante de mi madre, llamado Egisto. Yo los vi juntos y desnudos, a los adulteros, en el mismo lecho, siendo todavia nino que no podia con la espada paterna.
– ?La vas a usar ahora?
– La llevo en mi caballo, envuelta en lana pura sin hilar, engrasada con aceite de la lampara de un templo famoso, despues de que hubo bebido en el, en noche de luna llena, una lechuza glotona.
– ?Me gustan las gentes que observan los ritos!
Sonrio el tirano a Orestes, y viendo como el sudor brotaba en la cara del principe, le invito a que usase del agua fria, sumergiendo las manos, mojandose la nuca y la frente.
– ?No puedes desentenderte del asunto? ? Quieres recobrar el reino perdido? ?No puedes esperar? ?Solamente vives para eso?
Las palabras del tirano correspondian a las horas de desaliento de Orestes. «?No puedo desentenderme de este asunto? ?No puede esperar la venganza? ?Solamente he de vivir para ella? ?El reino perdido? ?Que reino, que subditos?» Electra mataba una paloma, y le obligaba a que mojase las manos en la sangre.
– Tienes que acostumbrarte a andar asi -le decia.
El tirano palmeo, y acudio un esclavo con refrescos de lima y nieve. Los dos hombres bebieron a sorbos, alegrando la boca con aquella agua fria.
– Yo tambien fui un vengador -dijo el tirano-. Yo queria pensar en otra cosa, pero mi madre no me dejaba.
Se levanto, se acerco a uno de los balcones, aparto el cortinon, miro a la plaza y volvio a sus cojines. Era un hombre muy alto, muy ancho de pecho.
– Yo tenia que matar al segundo marido de mi madre, porque andaba a escondidas enamorando a una hermana mia. Sali de la ciudad para prepararme para el crimen, para poder estudiar el asunto, atando todos los puntos, no fallase el golpe. El calor de la sangre moza me traia otros pensamientos, pero tres veces al dia recibia una senal de mi madre, unos hilos rojos atados a una punta de flecha. Si, lo mataria con flecha. Tenia que terminar con aquel asunto, queria dedicar mi vida a otras cosas. Pero mi ayo me decia que no podria, que seria peor despues de la venganza, que andarian voces volando tras de mi, acusandome del crimen.
»-No dormiras, no hallaras casa fija, te miraran como a un leproso. ?Seras un perpetuo vagabundo! ?Y no seras un hombre justo si dejas con vida a tu hermanilla!
Bebio de un golpe toda la nieve que quedaba en el fondo de la copa.
– No, no seria un hombre justo.
– ?Te vengaste? -pregunto Orestes.
– Todo salio de muy diferente manera de como yo imaginaba. Me entrene en el arco, y cuando me halle maestro, volvi a la ciudad en busca del padrastro. Era la hora en que el acostumbraba a salir del bano. Tenia siete espejos y se iba mirando en ellos mientras se paseaba secandose. Se detuvo un momento y se inclino, para mejor secarse una pantorrilla. Tendi el arco y dispare la flecha contra su cuello. Me habia equivocado. No le habia disparado a el, sino a su imagen, reflejada en uno de los espejos. Asomo la cabeza, me vio, y se echo a reir. Reia con sonoras carcajadas, arrastrando la toalla, desnudo, pegando saltos, sin miedo de una segunda flecha mia. Reia y gritaba, acudieron esclavos, acudio mi madre. Mi padrastro reia y reia, no podia dejar de reir, se ponia rojo, y de pronto quedo serio, mirandome fijamente, dio un paso hacia mi y cayo muerto. Su cabeza reboto en el marmol. Le salia sangre por la boca y por las narices. Yo dije que habia entrado a mostrarle mi arte en flechas, y que lo habia encontrado en aquel ataque.
Le echaron la culpa a que habia comido higos por la manana, y no habia hecho la digestion. Y dieron la muerte por natural. Y pese a ello yo tenia la amarga certeza de haberle dado muerte. Lo peor era que, aunque vengador, no podia exhibirme como tal, desterrado ritual en cortes extranjeras.
?Y como iba a castigar a mi hermana? Mi madre me pedia que la ahorcase, que ella iria a tomar las aguas a un balneario de la montana, y mientras tanto yo la ahorcaba. Me dejo la cuerda, una trenza flamenca de tres cabos, dos amarillos y uno blanco, que hacia muy fino.
»-?Volvere dentro de quince dias! -me dijo mi madre al despedirse.
»Encontre a mi hermana en el jardin, con las manos cruzadas sobre el vientre, mascando un tallo de avena loca, los ojos cerrados. Y en aquel momento tuve la intuicion de que estaba prenada.
»-?Para cuando? -le pregunte-. ?Para cuando es el nino?
»Me miro asombrada, y se echo a llorar.
»-Para la vendimia -dijo.
»-Te buscare marido -afirme.
»-?Ya lo tengo! ?Ya me lo tenia buscado el difunto!
»Asi era. Ya le tenia buscado el difunto un marido, un gentilhombre campesino, que llego a pedir la mano saludando desde lejos con un sombrero verde. Me cogio del brazo, y me dijo que no podiamos negarle la nina, que ya sabia yo su estado, y que perdonase el desliz, pero que a la muchacha le habia caido el panuelo al camino y el se encaramo a la muralla de la huerta para devolverselo. Hubo boda. Mi madre no quiso asistir, se nego a chupar los carametas que mando el yerno, y decia que se habia quedado sin hija. Pero, unos meses mas tarde, lloraba de alegria acunando el retono.
Sonrio, recordando la estampa de la abuela y el nieto.
– Por eso -le dijo a Orestes- te pido que lo dejes por algun tiempo. Quedate aqui domando caballos. Tengo hijas y sobrinas en edad de casar. Puedes elegir la que mas te guste. Si te asomas esta noche a la ventana de la camara que he ordenado disponer para ti, las veras en el patio,
jugando al diavolo. ?Hay muchas vidas, querido amigo!
III
?Hay muchas vidas! En su vagabundaje, Orestes solia recordar las palabras de su amigo el tirano, y tambien la hermosa estampa, en la noche, de las muchachas jugando al diavolo a la luz de las antorchas. Corrian, saltaban, giraban, y levantando las amplias faldas al correr dejaban ver las blancas piernas. Corrieron, cantaron y jugaron a echarse con las manos agua de la fuente. Hasta que, siendo ya la medianoche, vino la nodriza mas antigua y las llevo a la cama. Eran seis, pero Orestes no olvidaba a una menuda y rubia que mismo debajo de una antorcha se recogio el pelo, atandolo con una cinta que sujeto con los dientes. No quiso quedarse alli, al servicio del tirano, aunque este le ofrecia cambiarle el nombre. Podria haber quedado si, contrariando a Electra, no hubiese dicho que viajaba a Micenas a cumplir con la obligacion de una venganza. Pero