Cogio del suelo la moneda y la miro, y con satisfaccion comento que era tebana.

– Es una moneda muy solida, siempre en su peso.

– Ya ves que pago -dijo Orestes-, pero si alguien tiene derecho a hospedarse gratis en esta casa, soy yo. ?Un padre muerto y una madre adultera!

Le hubiese gustado a Electra el oirlo, porque ponia una emocion grave en sus palabras. Apoyaba la frente en la delicada mano, en la que lucia un anillo de oro.

– Si quieres -dijo Celion respetuoso-, no pagas el pan.

Y con un ancho y afilado cuchillo corto de la hogaza una rebanada todo a lo largo y se la puso delante a Orestes, servida en una servilleta blanca. Daban las buenas noches los pastores que entraban, frotandose las manos, que la tarde habia enfriado, y dandose palmadas en las espaldas. Celion servia diligente de su vino, y cuando cada cual tuvo su jarrilla en la mano, les presento al forastero.

– Este joven caballero, unico huesped hoy de servidor, se llama Orestes de Micenas, y viaja por vengarse del asesino de su padre, que esta a todo en la cama de su madre.

– Os convido al vino -dijo Orestes, quien se sentia contemplado, con ojos asombrados, pero a la vez incredulos, por los pastores.

– ?Este es de verdad! -apoyo Celion-. ?Tardara cien dias en llegar!

– ?A quien mataras? -pregunto el mas joven de los pastores, que llevaba al cuello un panuelo rojo.

– En primer lugar -respondio Orestes-, al asesino de mi padre. Con espada, y cortando en el cuello.

– ?Y en segundo lugar? -pregunto Celion-. ?Te atreveras a matar a tu madre?

– Ese es mi secreto -respondio en voz baja, pero que todos oyeron, el principe Orestes.

– Yo -dijo uno de los pastores, hombre de madura edad, el rostro arrugado, los ojos azules, descubriendose para contar y mostrando la crespa cabellera cana- conoci a uno que estaba en un caso semejante al tuyo. Tenia que matar al asesino de su padre, que se acostaba con su madre. Andaba afilando cuchillos en la sombra. No era de la aristocracia como tu, sino de familia de soladores de zuecos. El marido habia salido cazador, y pasaba los dias en los montes, a la perdiz y al conejo, y la mujer, por aburrimiento, se entrego al que les vendia los trozos de alamo para las suelas, despues de probar en un oficial de torno que tenian en el negocio, pero este, con el miedo de que llegase sin aviso el marido, que era su jefe, no lograba ponerse a punto. Al marido le soplaban que la mujer lo coronaba, pero el no lo creia, y al final dijo a los soplones que aunque fuese verdad, que mas lo descansaba, y que muchas veces venia fatigado de la caza y tenia que ponerse a placer, y maldita la gana que tenia. A la mujer le dolio que su marido consintiese, que era prueba de desamor, y logro convencer al forestal de que acabase con el cornudo, lo que hizo. Y un hijo que habia del matrimonio, creciendo, se entero de que su padre no habia muerto de accidente, al despellejar una liebre cortandose una vena y desangrandose en el monte, sino que le habia dado muerte el amante de su madre. Y se puso en vengarse, escondiendose detras de los arboles, buscando la hora del cuchillo, o levantandose por las noches para sorprender al asesino entrando o saliendo de la casa. Y en una de estas lo encontro, y lo apunalo, y cuando encendio la luz, vio que se habia equivocado, que el muerto era el tornero, que como ya no habia miedo de que regresase sin

aviso el cazador, ahora servia muy bien.

– ?Y que hizo despues el hijo vengador? -pregunto Orestes.

– ?Nadie sabe nada del alma de nadie en este mundo! Ayudado por la madre disimulo el cadaver del tornero en un pozo abandonado, donde echaban perros muertos y cabras despenadas, y la madre le dijo que lo que ella hacia con el tornero que era por medicina, y que que iba a ser ahora de ella con aquella dolencia. Pero el hijo no creia tal cosa, que bien veia que todo era vicio, y queriendo meditar mas profundamente en la condicion de la madre, termino por conversar en lugar neutral con el asesino de su padre, y lo encontro risueno y gran narrador, y se hicieron amigos, y como prueba de amistad el vendedor de madera de alamo le dijo al muchacho que no volvia a visitar a su madre, que se quedase sola con sus remordimientos, y que a el tambien le pesaba de la muerte del cazador, que era grande conversador, y asaba el conejo como nadie. Hicieron un viaje juntos, el vendedor de madera de alamo prohijo al muchacho, y se casaron con dos hermanas huerfanas que tenian una buena labranza.

Cuando se hubieron ido los pastores, regoldando, y Orestes hubo cenado migas y cecina, despidiendose de Celion se fue para la cama, rogando al mesonero que lo despertase de alba. Y no le salia del magin la historia que habia contado el pastor, y ya se veia en conversacion con Egisto en una solana, el cual le ofrecia su amistad y dinero, un viaje por los antipodas y una joven esposa, que entrando Orestes rodando en el sueno, cada vez se parecia mas a su madre Clitemnestra. Pero desperto sobresaltado, porque por una de las puertas del sueno habia entrado sigilosamente Electra y lo contemplaba iracunda. Orestes dio un grito, que hizo acudir a Celion.

– ?Pasa algo, senoria?

– ?Grite sonando! -respondio Orestes.

– ?Eso sera que no tienes costumbre del ajo verde de las migas! - comento apagando el farol de la escalera el mesonero.

I I

Orestes, sentado en un poyo sobre el que habia doblado su capa, esperaba en el patio a que viniese a buscarlo el mayordomo que iba a llevarlo ante el tirano de aquella ciudad, que estaba sobre el mar, amurallada en una colina, y tenia un pequeno puerto abrigado, alegre con los tantos colores de las velas de las naves surtas en el. Las murallas eran de verdosa caliza, con grandes manchas de hiedra plateada, pero las cosas, los palacios, los muros de las huertas, los palomares, aparecian muy bien encalados. En los huertos se veian naranjos llenos de fruto rojizo, y aqui y alla elevaba su copa puntiaguda el cipres. En el patio de la casa del tirano, a la sombra de los arcos y en la vecindad de la fuente, se estaba fresco en aquel caluroso mediodia de septiembre. Las golondrinas, despidiendose antes de emprender viaje hacia el sur, volaban sobre un enjambre de hormigas aladas, hartandose de dulzor. Orestes se sentia vigilado por alguien que se escondia detras de una columna, o protegido por la persiana del balcon podia comodamente ver como el principe se desabrochaba el cuello del jubon, se acercaba a la fuente, bebia en el chorro y se alisaba el pelo con las manos mojadas. Vuelto a su asiento, le entro el sueno al principe, quien desperto dando unas cabezadas y escuchando la voz del mayordomo que lo invitaba a seguirle.

– Perdona, extranjero, pero es la costumbre la que me obliga a cachearte, no lleves arma escondida. Y te advierto que ante mi senor no puedes sentarte, salvo que el te dispense, y has de hablar siempre con los brazos cruzados a la espalda.

El tirano estaba sentado en el suelo, en unos cojines, en el centro de una gran sala. Los pesados cortinones de terciopelo de los balcones cerraban el paso a la luz y al aire caliente de la cuadrada plaza. Iluminaba la pieza la claridad que entraba por las puertas abiertas. Ya en la sala, Orestes no vio al tirano hasta que le indico el mayordomo donde se sentaba, diciendole al oido que hiciese una reverencia de corte.

– Senor, me llamo Orestes de Micenas, y viajo hacia poniente, obligado por el cumplimiento de una venganza.

El tirano contemplaba a Orestes, quien se habia detenido a unas tres varas de sus pies, con los brazos cruzados a la espalda. El tirano cumpliria los cincuenta anos, y lo que llamaba la atencion en su rostro afilado eran sus ojos claros, muy separados bajo espesas cejas que todavia lucian rubias, aunque la barba fuese ya mas entrecana.

– ?Una venganza! -exclamo como si estuviese aburrido de escuchar cada dia aquella respuesta-. ?Sientes odio?

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