Tienes derecho a jarra y media al dia de vino, y a dos jarras de agua de la fuente, que este ano se prolonga el estiaje.
– ?Que harias tu en mi lugar? -pregunta otra vez Orestes.
El viejo se levanta y se sienta a la puerta de la casa, en el cepo de partir lena. Se rasca la calva cabeza.
– Vaya, yo en el momento haria cualquier cosa, cortarle los testiculos al querido de mi madre Pero, pasados esos anos que dices, y vistas las cosas con la frialdad que regala la distancia, y viendo que esa obsesion me estropea la puta vida, lo dejaria. ?Claro que lo dejaria! Me haria otra vida por ahi, una vida de verdad, con oficio, con obligaciones, bien casado, la ropa siempre planchada, casa propia, hijos… Yo conoci a uno que queria matar a su padrastro, y el padrastro le mandaba melones cuando atracabamos en el puerto de la villa en que vivia. Era un marinero de mi nave. Y empenado en que su padrastro le estaba comiendo una vina y una pareja de bueyes, amen de acostarse con su madre, y esto a nadie le gusta que lo haga un forastero. Yo le pedia que no lo matase, que seria un descredito para la nave, y le aseguraba que, cuando menos lo pensase, el padrastro moriria de desgracia. Y asi fue. Vino el padrastro con tres melones, resbalo en la escalerilla, se dio un golpe contra un ancla de repuesto que estaba en el muelle, y quedo en el sitio. Mientras comiamos los melones, yo le decia que aquello estaba previsto. Y lo mejor del caso es que al siguiente viaje, cuando mi marinero fue a hacerse cargo de su vina y de su pareja de bueyes, se encontro con que su madre se habia vuelto a casar, y ya habia otro en su cama, con la novedad de una red con membrillos colgada del techo, que el nuevo marido era muy delicado de nariz, y queria un perfume distinto al que reinaba en la habitacion con sus antecesores.
– ?No mato a la madre? -pregunto Orestes.
– ?Y quien es uno para matar a su madre? Bebe y duerme, muchacho, que ya te despertare para la cena, que hay salchichon con coliflor. ?A lo mejor la misma cena que, a la misma hora, estan haciendo tus adulteros!
La hija mediana del piloto paso con dos cantaros, que se balanceaban en una pertiga, hacia la fuente y dio las buenas tardes con una voz tan dulce, que a Orestes, sorprendido por aquel canto, se le cayo el vaso de la mano, derramando el vino.
Y desde su temporada en la casa del viejo piloto, le quedo la imaginacion de estar comiendo, bebiendo o haciendo algo, o contemplando la luna, y decirse que lo mismo estaban comiendo, bebiendo, haciendo o contemplando los adulteros en la ciudad natal, a la que no daba llegado, y que no era su ciudad, el lugar donde podria y deberia vivir, sino un charco de sangre, en el que flotaba, como si fuera de corcho, una corona real de doce puntas.
I
Orestes vacilaba entre emprender el viaje hacia su ciudad por tierra firme o por mar. En cualquiera de los dos casos pensaba tomar el camino muy lejos, en el lugar mas distante y adonde no hubiese llegado la noticia de la tragedia. Podria asi inventarse mas facilmente nombres y patrias, motivos del viaje, que podian ser busquedas de cosas extraordinarias, y corriendose la noticia de que viajaba con tal fin un joven caballero, nadie sospecharia que fuese Orestes. Y en la etapa siguiente, ya era otro joven caballero, de otra patria, con otro motivo.
– Tu -le habia dicho Electra- declararas siempre que eres Orestes, y que te diriges, sin perder hora, a cumplir la venganza. La gente se apartara, religiosamente aterrada por tu sino fatal.
Y Electra insistia:
– La cabeza levantada, el manto desgarrado por las zarzas de los caminos, los zapatos cubiertos de polvo. Pides agua, bebes, te mojas los ojos y das las gracias.
»Orestes os da las gracias, dices. Y prosigues tu camino, y cuando estes a diez leguas de la ciudad, y supones que ya le ha llegado a Egisto la noticia de tu presencia, galopas a otro lugar, donde te haces reconocer, y despues a otro y a otro, y asi Egisto en cuatro dias recibe la noticia de tu presencia en cuatro lugares diferentes, que una linea que tirases entre ellos haria un circulo alrededor de la ciudad. Te adelantaras desnudo, cubriendote con el escudo.
Electra le rogo que se desnudase y embrazase el escudo, que era ovalado, de bronce forrado de cuero y tejo, y se pusiese en la puerta, a contraluz, lo que Orestes hizo. Electra se arrodillo y se echo ceniza por la cabeza.
Pero las cosas en los caminos resultaban diferentes. Orestes llego a una aldea, y pregunto donde podia pasar la noche. Era un pais de pastores, y las casas, todas de planta baja y de piedra rojiza, cubiertas con pizarra oscura y paja, se extendian por la falda de una montana rocosa. El pastor a quien se dirigio estaba arreglando un huso, y no levanto la vista del trabajo.
– Mas abajo, junto al abrevadero, hay una casa para forasteros.
Era la primera noche que Orestes iba a pasar lejos de Electra. Cuando Orestes estaba en cama y ya se le acercaba el sueno, Electra venia silenciosa y solicita, lo arropaba, le tocaba los pies por si los tenia frios, le frotaba la frente con las yemas de sus dedos mojados en aceite perfumado para que tuviese suenos felices, y se marchaba de puntillas, presurosa.
Llego Orestes a la casa para forasteros, y pregunto si habia cama. Le respondio un hombre gordo, con un gorro de piel calado hasta los ojos, el labio leporino, perilla de mosca y manco del siniestro, que la habia y comoda, con colchon de crin, y las mantas acabadas de lavar, como en todos los finales de verano.
– ?Me llamo Orestes de Micenas! -dijo el viajero.
– ?Cae muy lejos eso? -pregunto el gordo.
– Cien dias.
– ?Hombre, si fuese joven y estuviese mas delgado, me iba contigo de criado, solo por la comida y el calzado, por ver mundo! ?A levante o a poniente?
– A poniente.
– Me gusta caminar hacia poniente, porque es el camino que hace el sol. Deja tu caballo que ya lo metere en la cuadra, pon tus armas en el astillero y bebe de mi vino. Voy yo mismo a comprarlo a las bodegas, y acierto siempre en traer un tinto regoldador, que es muy del gusto de estos pastores. Yo no soy de aqui, sino de colonos emigrados, en la costa. Pero los piratas quemaron nuestras casas y tuvimos que repartirnos tierra adentro. Como esta gente come tanto queso y bebe tanta leche, necesitan un vino que les remueva el estomago. ?Ese fue mi exito! Yo me llamo Celion. ?Como dijiste que te llamabas?
– Orestes.
– ?Nunca oi tal nombre! ?Es de martir?
– ?No! Fue inventado para mi. Echaron a suertes las letras y salio Orestes.
– Segun eso, seras muy afortunado.
– Voy a mi patria porque he de cumplir una terrible venganza. El amante de mi madre mato a mi padre.
El gordo Celion, que sacaba una hogaza de pan de la artesa, volvio el pan adentro y bajo la tapa.
– ?Eso no te exime del pronto pago!
Orestes abrio la bolsa de piel de topo y busco en ella una moneda de plata. La echo rodar por la mesa. El gordo Celion la dejo caer en las losas del suelo, donde canto. Antes de recogerla, saco pan y vino, se quito el gorro de piel y, poniendolo sobre el corazon, le dijo a Orestes que le perdonase, pero que habia costumbres mercantiles en su nacion a las que no podia faltar, y que muchos, en aquellos tiempos de confusion, pasaban diciendo que iban a grandes venganzas, que les habian quitado el reino o la mujer mientras peleaban en Troya, y citaban la hospitalidad antigua, bebian un pellejo ellos solos, y se iban sin pagar.