escalera-. ?Pago al contado en oro amonedado de este reino!
– ?Como se llama el comprador? -pregunto el oficial del registro de forasteros, senalando con una enorme pluma negra, una pluma arrancada a las alas de una ave gigante de remotos cielos.
– ?El comprador se llama Orestes! -gritaba la voz joven, cada vez mas cerca.
Pero Egisto se palpaba, y aun tenia la piel en su cuerpo, la piel reseca y amarilla, la piel suya, la piel que olia a Egisto. Y se negaba a entregarla, ni en suenos ni despierto, y gritaba y gritaba, pero nadie lo escuchaba, y menos que nadie los hombres que seguian vendiendo su piel.
– ?Nadie da mas?
Los pequenos lunares rojizos se iban convirtiendo poco a poco en moscas que se posaban, volaban y volvian a pesarse, y cuando se agrupaban sobre su ombligo o sobre una pequena llaga que Egisto tenia en una rodilla, componian un borron brillante y verdoso. Eran unas moscas grandes, de alas azuladas y el cuerpo verdoso, con finas estrias amarillas, y en la cabeza tenian un solo ojo, que a veces crecia y toda la mosca era un ojo purulento e inquieto. Egisto se daba cuenta de que se estaba pudriendo, y por esto no le causo sorpresa alguna el escuchar a Orestes rechazar su piel.
– ?Esta mal curtida! ?Devolvedme mi oro!
Una moneda rodo sobre el cuerpo de Egisto, una moneda enorme, como la rueda de un carro. Se escondio debajo de su piel, y era como un escudo protector escondido alli, contra el que se romperian todas las espadas. Pero por los ojos entreabiertos de Egisto, el noble Orestes, irreprochablemente armado, entro dentro del cuerpo del viejo rey, y ya no valia el escudo. Orestes avanzaba dentro del rey, por un estrecho sendero que hay en la espalda de todo cuerpo humano, y al avanzar le deshacia las entranas con las espuelas, con la espada, con las crestas de gallo del casco de guerra, con los diamantes de las sortijas de sus dedos, con la misma mirada iracunda, con los largos y curvos colmillos de jabali, con las palabras fatales.
– ?Egisto morira como un perro!
Y Egisto, despertando o resucitando, huia a tientas a esconderse, a sumergirse en las tinieblas de un calabozo secreto, a ocultarse detras de una enorme tela de arana. Y poco a poco regresaba al mundo, con su eterna y misma piel. Y se arrodillaba junto a las rodillas de Clitemnestra, y se abrazaba a ellas, mientras la reina seguia moliendo el mijo para las papas de la cena, o ya las tenia hechas y comia lentamente, soplando cada cucharada. Apoyaba el plato en la cabeza de Egisto, y exclamaba:
– ? Pobre, pobre!
Tercera Parte
Con el dedo indice recorria en la carta marina el borde de la costa, y encontraba la desembocadura del rio, de su rio, frente a la que estaban pintadas dos pequenas islas, una alargada en forma de lagarto, y la otra redonda como la luna. El rio estaba en verde, y venia haciendo largo camino desde lejanos montes, pasando bajo puentes que estaban muy bien dibujados con sus arcos gemelos. Le hubiese gustado que le fuese concedido el oficio, si lo habia, de estar en la isla redonda de vigilante de la muerte del rio en el mar, oficiando solemnes ritos fluviales cada y cuando, yendo en barca desde la barra, estuario arriba, probando la salinidad de las aguas en copa de plata, hasta llegar adonde ya son dulces, y aquel punto lo senalaria con una bandera, y seria la frontera de su oficio. O al reves, tener la centinela del rio en tierra firme, en una colina, y bajar en barca por el estuario hasta donde el agua era salada, y poner alli su frontera, con banderas, eso si, en boyas. Tendria, en primer lugar, la amistad del rio, y la de las gentes de la ribera, pescadores y carpinteros. Un dia senalado le traerian los tales peces de regalo, pan y vino, y le mostrarian sus mujeres y sus hijos, todos vestidos de fiesta. Con ellos iria a la isla, o la colina, un musico, un tocador de dulzaina y tamboril, o de gaita de pastor, y Orestes se veria obligado a hablarles paternal, a darles las gracias, acariciandose la barba, o posando la mano izquierda sobre la cabeza de un nino rubio que se le habia acercado para admirar su espada.
Porque ya fuese la recepcion en la isla o en la colina, el estaria de pie, ofrecida al viento la amplia capa, con la larga espada colgando de su cintura. Una hermana del nino, con una blusa blanca muy cenida, se acercaba para retirarlo, no molestase, y Orestes la miraba como el solia a las mujeres, dandole la vida en la mirada, mirandose en sus grandes ojos negros, asombrandose de tanta hermosura, y ella se ruborizaba. Nunca podia imaginar Orestes un paso suyo, un viaje, una navegacion, una noche en una posada, la entrada en una ciudad, un almuerzo en un meson, que al final no diese en una historia de amor, y reflexionando en ello lo atribuia a su soledad vagabunda mas que al deseo sexual. Establecido en la isla, en las noches oscuras encenderia una gran hoguera, avisando a las naves de los escollos, y de aquel trabajo, que haria solo, le vendria el olor a humo por el que seria reconocido en las tinieblas por sus fieles, en las horas angustiosas de la conspiracion. Pero, ?tenia verdaderamente fieles? ?Lo esperaba alguien en la ciudad, alguien que le diese albergue y pan, y lo animase a la venganza, que era justa y necesaria? Estas eran las palabras de Electra, cogiendole la cabeza entre las manos, apretandole los hombros con las huesudas manos, besandole las rodillas: justa y necesaria. Orestes encontraba un companero de juegos infantiles, que ahora le cubria la espalda, mientras Orestes, cauteloso, avanzaba hacia el lugar fatidico. Y este lugar, ?cual seria? Orestes recordaba perfectamente la terraza de los naranjos de maceta, y el patio de columnas con la gran escalera, y el campo entre la torre y las murallas, donde siempre pacia el corderillo blanco de su hermana Ifigenia, e Ifigenia hacia que pacia con el, mordisqueando primulas y vincas. Orestes se descolgaba por una cuerda, y caia ante Egisto y su madre. No sabia desde cuando habia comenzado a imaginar que el acto de la venganza comenzaba porque el se descolgaba desde muy alto, ayudandose de una cuerda. ?Con las dos manos agarrado a la cuerda y la espada sujeta entre los dientes? lmposible sujetar aquella pesada espada con los dientes. Si fuese un punal seria facil. Tendria que descolgarse agarrandose con una mano enguantada a la cuerda, y en la otra la espada. Antes de verle a el, los reyes mirarian hacia arriba, deslumbrados por el brillo de la espada, reluciente, envainada en la luz del sol. Alguna de las mujeres de sus suenos estaria presente. Una sola. La nina de la pamela, que habia visto en la plaza de Mantinea, y a la que habia ayudado a recoger del suelo las manzanas que le habian caido. O una mujer madura, aquella casada que se acerco furtivamente y le beso la mano. Esa podria ser, cogiendole la mano y besandosela en la huida, guiandolo hasta donde Orestes habia dejado su caballo, y cuando el principe habia montado, se inclinaba dos veces porque ella le ofrecia la boca. Aunque mejor seria que el reencuentro con esta mujer fuese en la isla, a la que llegaba a buscar una hierba que nacia alli, y era consejo de medico para curarle un mal sentimental, y aparecia Orestes y ella se desmayaba. Pero aquella invencion no valia, que no vendria sola a la isla una mujer tan rica, sino con criados, y el propio medico recetando, y acaso el marido, que resultaba amigo. ?Amigos? Orestes no tenia amigos. Le gustaria mucho tener amigos. Supongamos que no tiene que vengarse, y esta en su ciudad natal. Pasea saludando a las gentes, come invitado, baila en las fiestas, discute con el que le cose el cinturon o le hierra el caballo, un cazador le trae plumas de aguila o de faisan para su montera, la madre de su amigo mas intimo borda sus iniciales en una camisa nueva. Tiene amigos a los que coger del brazo y hacerles confidencias. Tiene amigos que le dicen que son sus amigos, y chocan los vasos de vino y beben los dos demoradamente, y cuando posan los vasos en la mesa se sonrien. Siempre hay en las ventanas gentes sonrientes que le dicen adios, lo invitan a la vendimia, o han matado el puerco y quieren que pruebe el lomo, o pasa un pastor con su rebano, y al verlo, busca el mejor cordero lechal y se lo tira por el aire, y Orestes lo recibe en los brazos y da las gracias. Pero nada de esto sera posible si el se venga, si cumple la venganza.
– ?Que harias tu en mi lugar? -le pregunta al piloto retirado que le ha dado posada despues de asegurarse, mordiendola, tirandola al suelo, llamando al nieto para que leyese lo escrito en el reverso, de que la moneda de Orestes es de curso legal.
El piloto es un viejo calvo y desdentado, la nariz cubierta de verrugas negras, la barba rala, tartamudo, manos grandes y callosas, y la izquierda sin menique. El piloto bebe un vaso, y le acerca la jarra a Orestes.
– Esta posada esta ordenada como si fuese una nave en el mar.