acomodaron en la sala de columnas, al abrigo del vendaval, habiendo uno de los ayudantes de pompa fabricado una escoba con unas ramas y barrido un rincon, y el oficial de inventario ayudo a Ragel a engrasar el eje de las tapaderas con el aceite refinado que llevaba en sus alforjas en una alcuza, que siempre desayunaba con pan remojado en oleo.
Poniendose el sol, acudio una mujer con la cena que habia encargado Eumon en la aldea vecina, y la portaba en una cesta de mimbre dorado, cubierta con un mantel muy blanco, y consistia la tal cena en un surtido de empanadillas de anchoa y en mojama con aceitunas, con un postre de pichon en vino dulce. La mujer estaba en los treinta, y era una morena sonriente, de pecho suelto y pierna fina, y le gusto a Eumon, que no le quitaba ojo. El rey tracio la convido a cenar y a quedarse a ver el juego de luces del faro. La mujer dijo que no podia quedarse, que se llamaba Erminia y que tenia dos hermanos pequenos, que su padre se habia casado de segundas, y un novio carpintero de ribera, con el que pensaba casarse para Pascua Florida y con el que parrafeaba de crepusculo, que era la moda, y que el juego del faro lo veria muy bien desde la puerta de su casa, la tercera a la derecha saliendo de la aldea hacia el camino real. Miro para Eumon al decir esto, como si le estuviese dando la direccion, no fuese a perderse, y cobrando de manos del mismo Eumon, quien fue generoso en la propina, cogio la cesta apoyandola en la cintura, se echo como un manto el blanco mantel por la cabeza y se marcho dando alegres buenas noches. Eumon se levanto y se acerco a la puerta para verla caminar por el estrecho sendero entre las rocas, y en el silencio de la noche y sobre el respirar del mar se oyo el cantar de la mujer. Todos escucharon atentos, sorprendidos de aquella apasionada voz que se alejaba en la noche.
– ?Asi sera el canto de la sirena! -dijo Ragel al mozo del laud, quien acariciaba las cuerdas del instrumento, como queriendo aprehender en ellas el amoroso canto.
– ?Asi sera! -dijo Eumon, sentandose, y tomando con ambas manos una jarra de vino, y bebiendo bien mas largo de como acostumbraba.
Llego desde el mar la noche, salio el creciente de parte de tierra, y se asomaron a sus ventanas las parpadeantes estrellas. El viento habia caido, y solamente se escuchaba el juego de las olas entre las rocas. Egisto, que habia buscado en su maleta un calcetin de lana y se lo habia puesto de gorro, que le temia a la rosada nocturna, dijo que ya era hora de encender el faro, lo que subio a hacer Ragel, encargandose los ayudantes de pompa de tirar de las cuerdas. Los dos reyes salieron a un monticulo proximo, acompanados del hiperboreo del laud, y pocas cosas de las que habian visto en su vida les gustaron tanto a los reyes como el alumbrar del faro, haciendo senas variadas en las tinieblas, abriendo y cerrando los ojos, derramando en el aire, con la ayuda de la lengua del viento, una lluvia dorada de llamas. El musico hizo decir a su laud una musica sonadora, hecha de susurros en las cuerdas graves y de brincos alegres en la prima. Los dos reyes creyeron hallarse en el mar, duenos de navios, habiles pilotos, deslizandose en la noche, guiados por la luz del faro, hacia la isla Florida, donde es la fuente de la eterna juventud. En su entusiasmo, Egisto se quito el improvisado gorro de dormir, y saludo con el calcetin de lana a las gentes que en tierra firme debian de estar contemplando como el gran principe en su perfecta nave viajaba seguro en la noche, llevando en la estela la otra mitad de la palida luna. Eumon aplaudio, y Egisto dijo que iba el a tirar de las cuerdas, para que los ayudantes del tracio y el oficial suyo de inventario pudieran pasar al monticulo a contemplar las luces, antes de que se acabase la lena.
Y tomando del brazo a Eumon, anadio, confidente:
– Y si tu, amigo Eumon, quieres ir a hacerle una visita a Erminia, desaparece en las sombras, que yo dire que has ido a ver el faro desde el bosque, que quieres averiguar el efecto de la combinacion del canto del ruisenor, que se despide hasta mayo, con las luces del faro.
– Amigo Egisto, la monarquia no reconoce el adulterio por parte de rey, pero prefiero quedarme con la imagen en la memoria de aquel perfil moreno sobre el manto blanco, y en el corazon con el cantar de Erminia alejandose en la noche, digo yo que hacia la luna. A lo mejor en la cama lo perdia todo, y lloraria como quien pierde una esmeralda.
– ? Tristitia post coitum! -comento el del laud-. ?Con eso queria quitarnos de encima de las muchachas san Tigearnail!
Acabada la lena y terminado el juego de las luminarias del faro, se echaron a dormir, preparandose para la jornada del siguiente dia, que la harian hacia el Vado de la Torre, de regreso a la ciudad de Egisto. Y queda por contar de aquella etapa que, estando en el aceitado de las tapaderas de los ojos del faro, el siriaco Ragel se confeso al oficial de inventario que era un ojo del servicio de Egisto, por lo cual nada tenia de extrano que supiese que su genero era el femenino y el motivo de andar travestida por aquellos pagos. El oficial de inventario se quito el sombrero y despego el bigote, y mostro una cara agraciada, y sonrio al tratante en cereales, diciendole que se llamaba Eudoxia y que la cansaba aquel inutil trabajo, con la pobreza del rey, y que si encontrase marido que lo dejaba, y en muriendo su cunado, que ya era cosa de semanas, podia la mujer, su hermana, vestir el uniforme. Pregunto Ragel a Eudoxia si podia verla de cuerpo entero, que el traje masculino deformaba, y el no queria apalabrarse a ciegas, y Eudoxia le anticipo la vision del pecho, que era redondo y lleno, desabrochandose el jubon, y para el resto, dijo, como dormirian en la posada del Vado de la Torre, que dan las habitaciones a la solana, que ya se citarian para las altas horas. Hubo un beso de muestra antes de que Eudoxia se pegase de nuevo el bigote. Y bajando cogidos de la mano las escaleras, Eudoxia se rio, y Ragel, preguntando la causa de la risa, fue respondido por el oficial de inventario que unos meses pasados, estando ella con un catarro goteado, tanto que se le despegaba el bigote, hizo de oficial de inventario un medio sobrino suyo, sin que Egisto lo supiese, y vaya burla de Ragel, metiendole mano a la que creia moza, encontrarse con un muchacho.
– ?Y como es un burlon, sabiendo que eres espia de Egisto, igual te decia que te confundias, que era el mozo Orestes!
– ?Orestes? -comento sobresaltado y en voz alta el siriaco.
Y como estaban en la boveda de la lena, se hicieron ecos aqui y alla, y parecia que huia alguien, repitiendo la ultima silaba del nombre fatal.
IX
Egisto desperto el primero, que tenia horas militares, y levantandose salio a la entrada del faro, orino en cuclillas, hizo unos ejercicios de respiracion y se remojo la cara con agua de mar que habia quedado de la marea alta en el hueco de una roca. Imaginaba, contemplando el mar, que acercandose a tierra la nave en que viajaba Orestes, la luz del faro le habia servido de guia, evitando fuese a perderse en unas rompientes, y ahora desembarcaba el vengador en una playa cercana, y ambos por distintos caminos, el matador y el que habia de morir, irian a encontrarse tan inevitablemente como se encuentran los dos lados que forman un angulo, a la puerta de la ciudad. Y con el juego de luces del faro, el habia hecho irremediable su propia muerte. Se distraia Egisto inventando coincidencias, y al final siempre se asustaba, temiendo que la realidad se diese a imitar sus imaginaciones. Cuando regreso a la sala de columnas que habia servido de dormitorio, para cerrar la maleta, recoger las mantas y envolver las caracolas y conchas que llevaba de regalo a Clitemnestra, ya estaban los companeros desayunando de las sobras de la cena y echando un trago, y el oficial de inventario le daba la prueba de su pan aceitado al siriaco Ragel. Era la mas hermosa de las mananas de otono. Chillaban las gaviotas peleandose por las migas que les echaba el mozo del laud, y del brasero de la hoguera que habian hecho en las luminarias del faro todavia salia una humaza blanca, como de chimenea de cocina en la que quemaran mimbres, tal la del hogar de un marinero, que se alegra desde el mar conociendo por aquella sena que su mujer, madrugadora, ha encendido el fuego.
Habian acordado Egisto y Eumon hacer el camino de regreso por tierras del condado del Vado de la Torre, pero Egisto no queria entrar en el castillo a saludar a dona Ines de los Amores, a la que tenia ofrecida una caja de musica, y la caja estaba reservada en una tienda de Esmirna, con tres escudos de senal, y era de marfil calado, y el relieve representa a la dama del unicornio.
– Era yo mozo -dijo Egisto- y quede en volver con la caja de musica, precio de un beso a boca abierta, al reino de dona Ines, que es la soberana del Vado, siempre eligiendo galan y nunca casandose, pero surgio Clitemnestra y ya sabeis de mi vida y el porque de no haber podido darme aquel fino gusto.