siempre estaba haciendo mohines, mojando los labios con la puntita de la lengua, iniciando un silbido o imitando pajaros. Abundante de pecho, era muy delgada de cintura, y apretaba el corse ingles lo que podia, aun a costa de una respiracion dificultosa, que por otra parte la ruborizaba deliciosamente.
Clitemnestra nunca declaraba su edad, y desde que el marido zarpo para la guerra y entro en la tragedia, daba las fechas por un vestido que estrenara, por el temporal que estropeo las claraboyas o por una caida que tuviera. Era en el razonar confusa, en el hablar voluble, y nunca sabia terminar una historia; le salian ramas en cada parrafo, y por ellas se iba poco menos que gorjeando, que su decir era una mezcla de grititos, risas, suspiros, confidencias, lagrimas, voces de mando, citar con sus abuelos y mucho «?ya lo decia yo!», y estando en la mayor animacion, de pronto callaba y se quedaba mirando para el techo, como si viese volar mariposas, con la boca entreabierta y la cabeza ladeada. En algunas de estas ocasiones, Egisto se ponia a cuatro patas y comenzaba a ladrar, y entonces Clitemnestra salia de su ensonacion y gritaba pidiendo socorro, abrazandose al primero que encontraba. Y de este comportamiento de Clitemnestra en todo susto con perro, comenzo Egisto a sacar algo que no eran celos, pero lo parecian, considerando que si en un paseo solitario de Clitemnestra saliese un can ladrando hacia sus finos tobillos, la reina se abrazaria, verbigracia, al capitan de lanzas, que casualmente pasaba por alli, regresando del mercado, como solia, de comprar un tubo de fijapelo, o al dependiente de la joyeria que venia a ofrecer un anillo con piedra meteoritica, bueno para el reuma, y el galan, espantando al animal, se aprovechase de la senora reina, que tardaba en salir del susto. Tentado estuvo Egisto una tarde, en la que aparecia Clitemnestra especialmente distraida, de hacer una prueba en la terraza, usando un sordomudo democrata que servia en el riego de rosales, y que ademas de sus opiniones politicas, era propalado de rijoso por las criadas. El rey estaria escondido tras una columna para impedir que el hecho se consumase.
Profundizando en el tema, Egisto se decia que asi como la reina cayo en sus brazos por el susto del pisoton del galgo, pudo haber caido en brazos de otro por el pisoton de un foxterrier, lo cual quitaba todo el merito a su conquista de la reina moza, a sus canciones y flores, a sus suspiros y serenatas, y Clitemnestra, entregada una vez, por propia dignidad no tendria mas remedio que confesarse enamorada de Egisto, disculpando con la joya brillante de un gran amor la subita caida. Y asi, pues, fue casualidad el que Egisto se transformase en el matador de Agamenon y en la victima de Orestes. ?Parecia todo aquello asunto de novela psicologica!
Clitemnestra se sento en un divan en un rincon del gran salon, y cuando llevaba alli media hora, hundida en un mar de viejos cojines, los mas de ellos rotos o descosidos y soltando pluma, se acordo de que no habia musica ni sesion de lectura, que hacia mas de diez anos que habia muerto Solotetes. Estos olvidos le sucedian con frecuencia, especialmente en otono, cuando se ponia a regimen de compota de manzana, que es tan evasiva. Y recordando a Solotetes se echo a llorar, mientras alcanzaba un espejo de mano, que no lloraba bien si no tenia el mirador delante. El tal Solotetes habia llegado de enano a palacio, recien casada ella con Agamenon, y sus padres, no valiendo el mozo para servicios armados por su poca talla, lo habian educado en citara, lenguas y arte de la lectura. Se ponia de pie en un tablado, y a la luz de un farol -encendido aunque la lectura la hiciese a mediodia y en la terraza-, leia las novelas alejandrinas, imitando voces, pasos y ruidos, el galope de un caballo, el ladrido lejano de los perros, un nino que llora hambriento, una moza que canta en una vina, un suizo que pone en hora un reloj de cuco, una campana de ermita cercana al mar, un etiope que estornuda porque ha llegado al paralelo 17 viajando a llevarle un recado a Otelo, el gallo matinal, el raton que come una nuez, el alguacil toledano que llama a la puerta de un judio, el gato en celo, el viento lebeche, el suspirar de una romana, la caida de las gotas de veneno en el vaso de limonada y el rodar de una moneda de oro que cae en suelo de marmol y va a perderse debajo de una alfombra persica. Esto ultimo lo imitaba tan bien, que una vez que lo hizo en la procesion de San Basilio volvio la cabeza el arzobispo, alarmado, creyendo que era una onza que tenia escondida en la tiara, no se la llevase un sobrino suyo, fabricante quebrado de cosmeticos, que estaba procesado por corrupcion de menores. La gracia de Agamenon era meter el enano en una piel de liebre y echarlo en el patio a los galgos. Cuando los perros se acercaban veloces, venadores al fin, el enano imitaba el horrible cacareo de la gallina buho del Ponto Euxino, y los galgos se detenian y no osaban atacar, pese a que Agamenon los azuzaba. La dicha gallina buho sale en la infeliz historia de Persilida y Trimalcion, amantes desventurados, que ella pario en una playa, de un pirata, mientras el estaba en prisiones del tirano de Siracusa por negarse a vestir de mujer y hacerle los gustos al soberano. Al final de la novela se encontraban en una inundacion, y Trimalcion reconocia el nino en una lancha de salvamento.
Clitemnestra termino de recordar a Solotetes, se enjugo las lagrimas y se dirigio a la cocina a hervir la leche, que su cena era un tazon de ella, endulzada con dos cucharadas de miel. Comenzaba a anochecer. La reina tuvo un escalofrio melancolico. Ya en el dormitorio regio, se desnudo rapidamente y espulgo la camisa a la luz del candil. La cama era inmensa, situada en un estrado de seis escalones, bajo un zodiaco de bronce, del que colgaba un pano azul en el que estaba pintado el rapto de Europa. A Clitemnestra le gustaba, porque el toro se parecia a Egisto en la mirada. Por cierto, que en todo el dia no habia tenido tiempo de acordarse del amante esposo, que andaria por la orilla del mar contemplando naves. A Clitemnestra le gustaria hacer una navegacion como las que leia Solotetes, anclando el barco en una pequena bahia una noche de luna llena. Le dificultaba ahora el embarque el elegir el traje que mas la favoreceria, y dudando entre uno blanco, de pique, o una bata a rayas rojas y amarillas, regoldo, y se durmio con el agrio de un buchizo de leche que le habia subido a la boca, como a nino que acaba de mamar.
VIII
Despues de pasar la manana caminando por la ribera, haciendo carreras los ayudantes de pompa de Eumon por la playa, pisando espuma de las ondas moribundas los cascos de los pesados percherones; viendo en los pequenos puertos llegar las barcas con las abundantes caladas, y Ragel, que se habia unido a la compania, conocia la diversidad de peces y los nombraba, ya por Aristoteles, ya por Linneo, hicieron en el atrio cubierto de una ermita abandonada, antano dedicada a san Evencio Estilita, un almuerzo de salmonetes egeos, que dijo el siriaco que estaban en sazon. El vino del pais era un blanco alegre, levemente dulzon, y tan cordial en el abrazo que parecia un viajero mas de aquella compania en vacaciones. Los salmonetes los cocino a las finas hierbas un marinero viejo, manco del izquierdo, que usaba la ermita para almacen de salazon, quien les mostro a los viajeros la columna sobre la cual, en dias de antano, habia estado la imagen del patron, y se decia que el que lograse subir a ella, y permaneciese alla arriba en oracion durante todo un dia, al cumplirse las veinticuatro horas, si no estaba en pecado mortal, veria todo el oro que estaba perdido en el pais, y brillar los tesoros ocultos de los filibusteros.
– Se cuenta de un tal Andion que subio, y estuvo las horas precisas, y amaneciendo vio dos cuernos de oro mismo en lo que debia de ser el desvan abierto de su casa, donde colgaba el pulpo seco, y se tiro de la columna abajo, y corrio, diciendose por el camino como no habia visto nunca aquella riqueza en su casa, y cuando llego a su desvan descubrio que el tesoro tenia dueno, que los cuernos lo eran de un satiro elegante, que vestia los suyos con oricalco, y en su ausencia araba en su mujer.
Probaron todos a subir a la columna, y no era facil, tan lisa y alta tres varas, pero Eumon lo logro, quitandose la pierna de madera, y utilizando la infantil como de faja de despuntador de cipreses.
Habian discurrido pasar la noche en las ruinas del faro, que fuera el de aquella costa tan famoso como el de Alejandria o el de Malta, y era fama que habia sido construido metiendo de cimiento, con la primera piedra, el cadaver de un triton adulto con su bocina. El faro estaba situado en el extremo de una larga punta de roca oscura, y quedaban de el la alta torre y una sala de columnas. El mar rompia sonoro, y las gaviotas hacian y deshacian en el aire un techo de alas.
Pregunto Eumon al siriaco si perturbaria la navegacion el encender en las luminarias mas altas una hoguera, a lo que contesto Ragel que no, que por lo que el sabia el faro seguia en las cartas, aunque dado de ciego por averia, y se ofrecio a subir por si funcionaban las tapaderas de los deslumbres, que son unas piezas de laton que se manejan desde abajo con cuerdas, como quien toca campanas. Subio Ragel agil el caracol de la escalera, y regreso con la nueva de que las tapaderas funcionaban, y que bastaria con aceitar el eje, y que anudando las cuerdas del petate de las piernas postizas de Eumon a los cabos que colgaban, restos del uso pasado, el se comprometia a armar el juego. Lena habia bastante en el entresuelo. Los viajeros se