amor a Egisto, con solo mirar para la barba rubia. No importaba nada el que, mirando para la barba rubia, te dejases hacer y saliese del paso Egisto cornudo por obra de Agamenon cornudo. O que te diesen muerte. Tu tenias que estar mirando para la barba rubia, no quitar ojo de la barba rubia, salvandote del miedo. Era, ademas, aquella mirada para la barba rubia, volver al dia de la virginidad nupcial, de la preciosa inocencia tuya en la espera del gran Agamenon. De ahi tu desesperacion al saberlo afeitado, que era

como si te quedaras sin el seguro contra el miedo, que en este caso era un seguro de vida. Y aun creo que podria profundizar mas en el asunto, sin ofender a Egisto presente, considerando si Clitemnestra no anoraba aquel lejano dia, la hora en que la barba rubia se le metio en la cama. Que la memoria viaja sin dueno, y encuentras en un vaso un agua que te fue sabrosa antano, aunque ahora te cause horror o sea veneno.

– ?Agamenon no era nada retozante! -comento Clitemnestra, dirigiendo hacia Egisto la acariciadora mirada de sus ojos vacunos.

IV

Eumon invito a Egisto a hacer un viaje por la costa, ambos disfrazados de correos latinos, y dejando asegurado un relevo de avisos, no fuese a llegar Orestes durante su ausencia y hallase a Clitemnestra sola, asomada a su ventana. Tras algunas vacilaciones de Egisto, quien creia faltar a su papel ausentandose del reino, e insistiendo Eumon en que el corria con todos los gastos, quedo decidida una romeria de una semana. A hora de alba salieron los dos reyes de la ciudad, Eumon en su arabe inquieto y Egisto montando su viejo bayo Solferino, y formaban el sequito los dos ayudantes de pompas de Eumon y el oficial de inventario de Egisto, elegido porque tenia montura propia, y cerraba la compania una mula cargada con las piernas de repuesto de Eumon, conducida por un criado etiope que en las cuestas se subia encima del petate, el cual iba envuelto en una lona blanca. Que quedaba por decir que Eumon tenia, para disimular en ellas la suya achicada temporalmente, unas piernas de madera de abedul con juego de tuercas en la rodilla, todas del mismo tamano de su pierna natural, pero con diferente hueco, correspondiendo este al distinto bulto de la pierna, segun iba creciendo, que mermar lo. hacia en un dia. Salieron a hora de alba, pues, los ilustres monarcas, y bajaron por el camino real a pasar el rio por el vado del Sauce, eligiendo en la encrucijada el atajo que conduce, por entre colinas olivares, a la robleda grande, que queria mostrarle Egisto a Eumon el campo en donde, en los dias de la arribada de Agamenon, pensaba salirle al encuentro a este, poderosamente armado. El campo lo habia, junto al pozo antiguo, pero no valia para justas que el colono lo habia labrado, y tenia en aquel septiembre un maiz muy lucido, y en su fuero interno Egisto se alegro de aquella labranza, que desde que se le habia ocurrido invitar a Eumon a visitar el campo de sus posibles hazanas estaba preocupado, no fuese el tracio a pedirle una muestra de galope y desafio, que era mas que posible que supusiese una caida del viejo Solferino. Decidieron continuar por el camino real, almorzando de campo el lomo embuchado y las tortillas que habia preparado de su mano la propia Clitemnestra, y que eran muy del gusto de Egisto. Llegada la hora del almuerzo lo hicieron cabe una fuente, bajo unos castanos, y pusieron los vinos a refrescar en el pilon en forma de concha jacobea, en el que caia el alegre chorro y del que revertia el agua para formar un arroyuelo que se iba de vagar por los prados costaneros. Eumon, que era mas bien moreno, con los repetidos tragos de las botas aparecia colorado, y se quitaba la calor abanicandose con las propias grandes orejas, lo que era cosa digna de ver. Ofrecio de postre el criado etiope unas manzanas, y acordaron todos que una siesta era lo pedido. Habia un mirlo proximo, que estaba poniendo en musica todo aquel dorado mediodia.

Reanudado el viaje, a media tarde, desde las ruinas de lo que habia sido una antigua atalaya, la comitiva contemplo en el horizonte el mar azul. Egisto se quito el sombrero de cazador con que se tocaba e inclino por tres veces la cabeza.

– El que uno este como este, pobre, la corona impedida, perdido el poder militar y olvidado en la sombra polvorienta de su palacio, no por eso deja de estar obligado a cumplir los ritos, como este de saludar al Oceano, por el cual mis antecesores en la corona llegaron a esta tierra y la conquistaron, y con el cual, segun las historias, nos unen lazos de parentesco.

– Este que aqui va -dijo Eumon indicando a uno de sus ayudantes de pompa, un hombre pequeno y moreno, picado de viruelas, que no habia despegado los labios en todo el camino-, esta emparentado con un pozo, que de el salio en niebla su bisabuela cuando su bisabuelo, que era mozo, le estaba dando de beber a su yegua.

– Hubo que ensenarla a hablar -anadio el ayudante-, aunque ya pasaba de los dieciocho, y como mi bisabuelo habia dicho que no la tocaria hasta que diese consentimiento de palabra, aprendio en seis dias el tracio, con el subjuntivo y todo. Desde aquella boda, los de mi familia saludamos a los pozos como tu saludas al mar.

El camino descendia desde los montes al mar por entre espesos bosques, y ya al final, en la llana marina, era como paseo de alameda, bordeado de mimbreras que empezaban a dorar y de altos chopos. Eumon, quien seguia dando tientas a las botas, propuso hacer noche en una posada que habia antes de llegar al puerto, en la que habria una buena sopa de arroz y pollo asado, y cama limpia. El posadero conocia a Eumon, y lo recibio con alegria, disponiendo a gritos la cena, diciendo a cada uno cual era su cama, y ordenando a un criado manco que tenia que trajese agua para que se lavasen los huespedes. Mientras no hervia la sopa, Eumon tomo del brazo a Egisto y le rogo que se sentase con el un poco aparte, lo que hicieron los dos reyes bajo una higuera, junto a la puerta de las cuadras.

– Querido Egisto -dijo Eumon dandole una palmada amistosa al colega en la espalda-, desde que llegue a tu palacio y me hiciste confidente de tu tragedia, se me metio en la cabeza que tu y dona Clitemnestra quizas esteis viviendo una comedia de errores. Y cuando salio a relucir el asunto de la barba rubia de Agamenon, me afirme en mis sospechas. Querido Egisto, ?estas seguro de que el muerto era Agamenon?

Egisto miraba para Eumon, no sabiendo si aquellos eran propositos nacidos de las abundantes libaciones, o si el tracio habia reflexionado de verdad en su tragedia.

– El hombre aquel entro en la ciudad acompanado de un heraldo y dos soldados. Gritaba que era Agamenon y los soldados pedian mozas de gratis, que regresaban de la guerra de Troya. El heraldo anunciaba la presencia del rey en su torre. Y Agamenon rugio como el leon.

– ?Y despues de muerto?

– Los soldados huyeron y no se volvio a saber de ellos. El heraldo, que estaba beodo, subiendose a una almena, cayo al patio y se mato. Yo avise a la funeraria que se hiciese un entierro de tercera, sin planideras, que al fin, segun declaracion oficial, Agamenon volvia para quemar la ciudad.

– ?Quien vio el cadaver? -insistia Eumon.

– Nadie. No lo vio nadie. Terminaron de envolverlo en el cortinon rojo y lo metieron en el ataud. Por cierto que no servia ninguno de los ataudes que habia en la funeraria, que eran pequenos para aquel envoltorio, y hubo que hacer un ataud como para un gigante antiguo. Ya me dijo Clitemnestra, al saberlo, que no fuese en el entierro de duelo, que haria el ridiculo, yo de mediana talla y en la caja mi antecesor, enorme como un buey.

– ?Nadie le vio la cara?

– ?Nadie! ?Solamente yo, que no lo habia visto nunca!

– ?Habia dicho alguna vez Agamenon que se afeitaria?

– ?Nunca! Solia jurar por su barba rubia, y en las iras se arrancaba pelos de la parte izquierda, en el menton, con lo cual siempre tenia alli un campo ralo. ?Hay ficha de la policia!

– Querido Egisto, dame la mano derecha, que te voy a hacer participe de mis secretos pensamientos. Yo me imagino ser Orestes, el principe. Mi padre esta ausente, en la guerra. Mi madre, la blanda Clitemnestra, esta en brazos de un hombre de sociedad, venido a menos, famoso cazador, llamado Egisto. Los augures, arrodillados delante de las tripas, ven, como yo veo ahora el farol de la puerta de la posada columpiarse en el espejo de tus ojos, el futuro de la polis: regresara el rey, y tu, el amante real, mataras.

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