parecian llenar el hueco de las escaleras. Egisto, al llegar al primer rellano, corrio, tomando impulso, y se dejo caer sobre ellas, y apoyando el golpe con todo su cuerpo, clavo a metisaca. Agamenon, herido mortalmente, se levanto y se tambaleo. No miro hacia atras, y asi no pudo saber quien fuera el matador. Se agarro a un cortinon rojo, doblegandose, buscando a tientas su espada con la otra mano, pero no pudo sostenerla cuando la hallo. Intento incorporarse, agarrado al cortinon ahora con las dos manos, pero el rey y el cortinon rojo cayeron a la vez. Rodaron unas monedas. Asomo sobre el balaustre del ultimo piso la cara colorada de la nodriza de Clitemnestra:
– ?Cayo el cabron! -grito el ama, y escapo, perdiendo una chancleta en la fuga. ?La habria oido el rey antes de morir? El muerto estaba alli, medio envuelto en el cortinon. Sombras humanas se hundian en las paredes, se deslizaban fuera del patio, cerraban puertas. Egisto se habia quedado a solas con el difunto. El miedo le habia obligado a matar asi, subitamente, por la espalda. Flotaba en el aire el acre aroma de la resina de las antorchas apagadas con el pie por los esclavos presurosos. ?De quien fue aquella mano que vertio de un cabo de vela un poco de cera en el pomo de la espada del rey, y lo poso luego alli? Egisto descendio tres escalones para poder ver el rostro del rey, tostado por los dias de navegacion. Colgaba la cabeza, mirando hacia las bovedas con los ojos rojizos, que parecian cuentas de vidrio.
Clitemnestra, cuando Egisto salto del lecho, le habia pedido que se fijase si Agamenon conservaba todavia la barba rubia. La reina, por un raro escrupulo, queria saber a ciencia cierta lo de la barba. Egisto contemplo a sabor el rostro del rey muerto. No tenia barba. Estaba afeitado del dia. El comprobar esto parecio tranquilizar algo a Egisto. Se toco con ambas manos suyas su barba y la acaricio. Agamenon se habria afeitado en la barberia del puerto, acaso pensando en la mujer, en no rozarle la suave piel de las mejillas con la militar barba puntiaguda.
– ?Se habia afeitado la barba: -dijo Egisto a Clitemnestra, sentandose en el borde de la cama e inclinandose hacia ella, buscando un beso.
Clitemnestra rechazo a Egisto y se echo a llorar.
– ?No podia hacerme eso! ?No podia hacerme eso! -decia la reina entre sollozos-. ?Y que no piense que voy a ir a verlo!
Se paso llorando hasta el alba. Y Egisto, arrodillado cabe la cama, apoyando la cabeza en los pies de la amante real, durmio. Durmio hasta que lo desperto la trompeta de diana. Sonaba que Agamenon, envuelto en el cortinon rojo, se acercaba, arrastrandose, e intentaba arrancarle la barba,
y la boca del rey se aproximaba, mostrando el enorme diente de oro, que iba a clavarse en los ojos de Egisto. Y Egisto no podia huir, las piernas no le obedecian. Lo salvaron la trompeta y los gallos del alba.
II
Pasaban los anos. En la imaginacion de Egisto la jornada regicida iba tomando aspectos nuevos. Egisto se decia a si mismo, sorprendiendose a veces de un anadido, que aquello no era invencion sino recuerdo, y que, sosegando con el paso de los dias, la memoria se hacia mas generosa en detalles. La verdad era que Egisto tendia a ennoblecer su hazana, a componer una figura heroica. Al pueblo se le habia explicado que la muerte de Agamenon fuera forzosa, que el rey antiguo queria quemar la ciudad, porque habiendo mandado varias veces a pedir socorros de galleta y vino, no se habia hecho caso de sus recados. Y aun fuera casual la muerte, que insistiendole Egisto, en su calidad de apoderado de Clitemnestra, que estaba con un colico de aceitunas alinadas en la cama, que cesase en su empecinamiento, Agamenon se fue contra el y se clavo por su cuenta. Y la muerte fue porque se desangro, que la herida era pequena. Egisto podia alegar la legitima defensa. Y la prueba de que no era criminal la daba Clitemnestra casandose con el de segundas. Se formo un partido, llamado «Los Defensores», que apoyo a Egisto por su gesto, impidiendo la quema de la ciudad, y el nuevo rey dio dinero para una bomba contra incendios, con lo cual saco a los defensores de la politica para bomberos voluntarios. La monarquia conservaba su pompa, y la ciudad era gobernada por los senadores. Egisto gozaba de Clitemnestra, cazaba en otono, y en junio tomaba banos en una charca salutifera contra un sarpullido que se le ponia en el vientre. Si no fuese por el asunto Orestes, ?que regalada vida! Pero el nombre terrible, y la expectacion de su llegada ensombrecian los dias de Egisto y Clitemnestra. El gesto mas habitual de la pareja era el de asomarse a la ventana y mirar hacia el camino. Muchas veces, coincidiendo con avisos del espionaje, se veia galopar por el camino a uno de capa roja, o seguido por lebreles, y Egisto y Clitemnestra se miraban y pronunciaban a la vez, interrogando, el nombre fatal:
– ?Orestes?
Egisto se armaba, y esperaba. Llegaban, al fin, sus escuchas, y le daban las senas del forastero. Egisto ya sabia que lo de armarse era superfluo, porque estaba escrito que si Orestes llegaba a encontrarse frente a el, Egisto seria hombre muerto. Y se corrio por los paises vecinos la fama del sereno sosiego de Egisto, quien conociendo su destino, hacia la vida cotidiana, paseaba con su amada por jardines y galerias, educaba halcones y los miercoles recibia leccion de geometria. Varios colegas quisieron conocerlo, entre ellos un rey de tracios llamado Eumon, el cual aprovecho para visitar a Egisto y Clitemnestra uno de sus periodos de vacaciones, que las tomaba por semestres. La causa de estas largas vacaciones era que, a Eumon, cada seis lunas se le acortaba la pierna derecha y se le ponia como la habia tenido de un ano de edad, y tardaba otras seis lunas en volversele a su natural. Entonces, Eumon, por no perder el respeto de sus subditos con la piernecilla aquella, salia de viaje, y no regresaba a su campo de tiendas de piel de potro hasta que estaba perfecto y podia mostrarse sin cojera en las procesiones. A Clitemnestra le gusto mucho ver la pierna de Eumon, que la traia, en los dias de visita, de la maxima cortedad, y la acaricio sonadora, porque le recordaba la de su primogenito cuando este salio del regazo para los primeros pasos, tan redonda, la piel suave, y aquellos rollitos del muslo. Hospedaron los reyes a Eumon en palacio. Todavia tenian algun dinero para diario, y ademas, por aquellos mismos dias, acontecio la muerte de la nodriza, la cual le dejo a Clitemnestra lo ahorrado, con lo cual pudieron hacer buenas comidas sin tener que pedirle una paga de adelanto al intendente. El gasto de espias arruinaba a la Casa Real, que los senadores habian decidido que, fuera de los augurios, eran los reyes quienes tenian que pagar de su bolsillo la prevencion de la venganza. Egisto llego a pensar que tanto gasto en vigilancia iba a poner lo vigilado en muerte por hambre. O, y esto le hacia sonreir, que puestos en circulo alrededor de la ciudad y del palacio avisos, escuchas, espias y contraespias, Clitemnestra y el tuviesen que abandonar secretamente la morada real y salir por los caminos a pedir limosna, pordioseros que no osaban decir su nombre ni su nacion, mientras en la ciudad continuaba la vigilancia.
Eumon de Tracia quiso saber todo lo que habia en aquel asunto, y Egisto le conto -y la reina, que estaba presente, se ruborizo, tapandose el rostro con el abanico- como se enamoro de dona Clitemnestra por la vision de los pechos, y mas tarde por el trato nacido de llevarle regalos de seda e imperdibles ingleses, y contarle las novedades, y como ella le correspondio, impulsada por la soledad, con aquel marido ausente durante largos anos, y por la emocionada sorpresa del asombro de Egisto cada vez que ella se mostraba ante el en las recepciones matinales.
– Verdaderamente, era una viuda cuando cayo en mis brazos, buscando consuelo. Todas mis palabras la habian llevado al convencimiento de que eso era, una lozana viuda moza, una bella mujer que se estaba desperdiciando, esperando a quien no regresaria jamas. Y por creerse viuda se me entrego, con lo cual, en puridad, nadie puede decir que hubo adulterio. Corrian noticias de que Agamenon volvia, pero su nave nunca dejaba ver la ancha vela decorada con un leon azul. Pero un dia cualquiera Agamenon volvio. Advertido a tiempo, pense en salirle al camino y en retarlo a singular combate. Habia un llano perfecto junto al pozo antiguo, cabe la robleda grande. Yo saldria de entre los robles, la armadura disimulada con ramas, y gritando mi nombre galoparia contra el. Pero considerando el asunto estime conveniente esperarlo en la escalera principal de palacio, y alli cerrarle el paso. Era prohibirle su casa propia, decirle que no era. Ademas, pensando en excitarlo, habia mandado colgar ropa interior de Clitemnestra, perfumada a lo violeta, en cuerdas tendidas de parte a parte en las escaleras. Queria cegarlo de ira para mejor dominarlo y darle muerte. Elegi cuidadosamente mi puesto en lo que podemos llamar sin mas ojeo, y mande picar el quinto escalon, que era el de mi espera, para no resbalar, que desde que los antepasados de Agamenon tuvieron el estanco de la sal gaditana en los bajos, no