puntiagudas, y desde que el nino nacio, las orejas no cesaban de crecer, tanto que cuando el crio fue destetado, y entre nosotros se usa hacerlo al ano justo, las orejas eran mayores que todo el cuerpo y le caian como dos alas negras hasta el suelo. Para que el infante aprendiese a andar, discurrieron ponerle un artilugio en el cuello, que era un aro de madera del que salian dos varas, y a estas se ataban las orejas. Pero el nino, que aprender aprendio a caminar, se cansaba, y habiendo ido a verlo, por las noticias que le llegaron del caso, el gobernador de la provincia le regalo un caballito enano. El nino, bien atado a su bayo, hacia su vida montado, comiendo y aprendiendo el alfabeto, apurando las necesidades en vejigas, haciendo recados, y finalmente durmiendo sin apearse, que busco el truco de que el caballito se echase de panza, apoyada la cabeza en un haz de paja, con lo cual el nino, que se llamaba Criton, podia desbruzarse como en almohada de cama. Se comentaba el asunto en todo el pais, y los padres de Criton decidieron cobrar a los que llegaban curiosos a ver el teratillo, a quien ya llamaban el centauro de Tracia. Y de boca de pastores, un dia de viento favorable, debio de llegar a un campo de centauros veros la noticia de que habia uno de muestra en un valle de Tracia, y el cabeza de los centauros mando hacer un censo por si se habia traspapelado alguno, y no, que estaban codos en el campo; visto esto se paso a averiguar cual centauro se habia deslizado hasta mi valle en busca de moza, sin dar parte a una oficina que hay entre ellos, que concede salvoconductos para incumplir el sexto con humanas de religion ortodoxa, que para las otras hay libertad. Y por un pastor viejo que era apreciado entre centauros por haberles ensenado a distinguir las hierbas purgantes y a silbar en caramillo de juncos, y regalado un plano de Paris de noche, pidieron permiso aquellos para enviar un embajador a reconocer a su congenere. Concedido este, una manana galopo hasta mi aldea un hermoso centauro, la capa hipica de percheron normando y la parte humanal pilosa en trigueno, el rostro bien barbado y noble, los ojos claros y la cabellera trenzada sobre la nuca. Fue bien recibido, acepto una jarra de cerveza, y se le explico por el alcalde de barrio que no era tal centauro lo que habia, que eso era hiperbole como anuncio de barraca de feria, y que lo que habia era un nino orejudo y un bayo enano. Sin perder el centauro la cortesia, pero notandosele el cabreo, rogo que se olvidasen de llamar centauro de Tracia a aquella anormalidad, que la palabra centauro era marca registrada en Homero y en Plinio, entre otros, y que no podia usarse a capricho, y que lo que era un centauro, bien a la vista estaba. Hizo muestras de trote y de galope, tendio el arco, relincho, y despues de hacer unos pasos de escuela espanola, se sostuvo en el aire, apoyandose en el erecto miembro jaspeado. Y se fue, saludando a las mujeres que aplaudian. Yo estaba alli, encaramado a una cerca de madera, y no le quite ojo durante toda la embajada. ?No se me olvidara nunca!
– A mi patron escoces, que se llamaba sir Andrea, le preocupaba donde tendrian los centauros el ombligo, si en el vientre humano o en el caballar. ? Pudiste fijarte en ello?
– Me fije. Los centauros tienen el ombligo en su vientre humano.
Fue muy apreciada la historia contada por Cirilo, y Ragel comento que lamentaba no tener la direccion en Escocia de sir Andrea, que le escribiria dandole una novedad tan importante para el progreso de las ciencias como era la del ombligo centaurico.
El fuego se apagaba, y el sueno tomaba por los ojos a los viajeros, ayudandose del canto del mar, que es como escuchar moverse una cuna. Envueltos en sus mantas se echaron en los muelles cojines, y a poco dormian todos, con gran variedad de ronquidos, menos Ragel, que vigilaba sentado a lo moro junto al brasero. Cuando el siriaco considero a todos sumergidos en el profundo sueno primero, se deslizo hacia Egisto, y, sacudiendolo de un brazo lo desperto, rogandole, cuando le vio abrir los ojos, que callase y lo siguiese fuera de la tienda. Egisto se aseguro de que llevaba el largo punal a mano y la bolsa con las tres monedas en las bragas, y salio silencioso como le pedia Ragel, el cual al verlo fuera de la tienda se arrodillo y le beso la mano.
– Tu eres el rey Egisto, y yo soy tu criado Ragel el Sirio, a sueldo de tu registro de forasteros y a la escucha de la venida de Orestes. Te reconoci por haberte visto una vez en el hipodromo.
Egisto explico a Ragel el porque de aquel viaje, y que callase su descubrimiento, que no debia saberse nunca que, esperandose de un ano para otro la venida de Orestes, el rey Egisto salia de vacaciones pagadas.
– No te hubiera molestado, mi senor, si no fuese que me urge recordarte que hace cuarenta y dos meses que no recibo paga alguna, y el trato del centeno anda mal, con la guerra de los Ducados y con la carga de alimentar a los que huyen de ella y se apinan en los campos del Vado de la Torre, a la limosna de la condesa dona Ines. Y ademas porque es mi obligacion prevenirte contra ese que llamas tu oficial de inventario. Puede decirse, mi senor Egisto, que yo huelo mismo los disfraces. Orestes no es, pero bien podria ser su criado Flegelon, que es el espia de los espias de tu hijastro.
Dijo esto Ragel, y a Egisto le entro la risa, y cogiendo del brazo al siriaco se apartaron de la tienda y caminaron por la arena, y Egisto no dejaba de reir y de apretar el brazo de Ragel.
– ?Tienes olfato! Y cuando te cuente que acertaste en lo que se refiere al disfraz de mi oficial, tambien veras por que no puedo pagarte los atrasos de que me hablas, y creeme que me gustaria hacerlo, ya que pareces tan fiel. Mi oficial de inventario verdadero, un tal Jacinto, sufrio hara cinco anos un ataque del que quedo paralitico del lado derecho, y sin habla, y en su cama esta, llagado y dolorido, esperando la muerte. El uniforme de oficial de inventario era de el, comprado con adelantos sobre su sueldo. Ahora yo no podia nombrar un nuevo oficial de inventario, que no tengo con que pagarlo, ni con que comprar un uniforme nuevo. Ni siquiera tengo suelto, amigo Ragel, para comprarle a la mujer de Jacinto el uniforme de su marido. ?Asi andan las casas reales! Y por invencion de la susodicha mujer llegamos a un acuerdo, que fue que una cunada del baldado se hiciese pasar por hombre, pegandose un bigote y vistiendo el uniforme, y asi el sueldo, o la esperanza de sueldo, mejor, quedaba en la misma casa. Y como yo no puedo pasar sin oficial de inventario, que el inventario es una de las columnas de la monarquia bien ordenada, acepte la propuesta. De modo, Ragel, que mi oficial es una mujer honrada, lavandera que fue de la inclusa, y por eso sabe llevar muy bien, con cruces y palotes, el apunte de las prendas interiores y exteriores, y no ese Flegelon de que hablas, ojo derecho de mi hijastro Orestes.
VII
Clitemnestra esperaba sin impaciencia el regreso de Egisto, aunque nunca se habian separado desde el dia de los amores, y pasaba aquellos dias consumiendo las mas de las horas pintando a la acuarela las etiquetas para los frascos de mermelada de mora y para las cajas de jalea de membrillo, que eran ambas un triunfo de su confiteria, y despues del almuerzo salia a pasear por la terraza, llevando en brazos al gato Tinin y jugando con una sombrilla napolitana de flequillo. Ahora no podia bajar a pasear por los jardines, que los dos criados que quedaban en palacio de la antigua familia de siervos los habian transformado, parte en huerto -en el que cosechaban excelentes ajos y muy buena remolacha de mesa- y parte en prado, aprovechando para riego el agua del bano donde sumergian sus cuerpos los antiguos reyes antes de ser ungidos. En este prado pacia la vaca frisona, muy lechera, unica que quedaba de la ganaderia regia, y la leche y lo que daban las crias se repartia a medias entre el rey y los dos criados. De tierras aforadas de la herencia materna de Egisto llegaban en otono a las arcas reales parvas rentas de centeno y de miel, y por Adviento algo de vino y unas pruebas de cerdo. De esto, y de una gratificacion para sal y pimienta que el Senado acordaba cada enero, vivia la augusta familia. De los dias agamenonicos quedaron en el palacio dos armarios con camisas, que fueron arreglandose para Egisto, y la sobra de falda sirvio para panuelos de nariz, y en el guardarropa del rey se hallaron dos docenas de capas. Estas las reclamo para si dona Clitemnestra, y cada ano gastaba una en hacerse un traje nuevo, siempre con mucho escote, y se daba mucho arte para el adorno de abalorios y de cintas al traspaso. Cuando la reina estrenaba traje, mandaba la noticia a la Gaceta, que la publicaran en primera pagina, en recuadro. La reina le preguntaba al oficial de inventario si las senoras de la aristocracia seguian su moda, y este le respondia que bien quisieran todas, pero que unas damas no se atrevian a imitar la majestad, y otras no hallaban modista que diese con el punto en el corte de falda o de corpino, o de la manga japonesa.
Clitemnestra era una mujer mas bien pequena, y lo que sobresalia en ella era la blancura de su piel. En la redonda cara reposaban dos grandes ojos castanos y serenos, y pese al pelo rubio, cejas y pestanas las tenia negras. Lo que los ojos tenian de quietos, lo tenia su boca de movible, que