ayer para la vida de la Historia con una grandeza humanamente insuperable. Sobre sus restos mortales se alza su figura moral victoriosa. Con la palma del martirio Dios entrega a Hitler el laurel de la futura victoria sobre el bolchevismo…», seguian las incoherencias, no entendi nada salvo que nuestro negocio se iba por el desague si no actuaba rapidamente.
– ?Por esto no compran los aliados?
– Exacto, ya no necesitan el wolframio, se acabo.
– ?Me da el periodico?
– En el quiosco de la esquina tiene los que quiera.
Sali a la calle, Jovino me aguardaba con el motor en marcha, su rostro demacrado y la pata chula inspiraban la misma confianza que un chofer kamikaze.
– A la carretera por la que hemos venido.
– ?Que?
– A toda leche.
Su cara de asombro no mejoro con las explicaciones que procure darle con una claridad que resultara tambien comprensible para mi, su sentido pragmatico resumio el conflicto en una sola frase.
– Que no nos dan una pela.
– Ni el periodico.
– Joder con tu amigo, gasta menos que Dracula en crema bronceadora.
– Dejame conducir a mi.
– Vamos a la competencia.
Esto estabamos haciendo, en la primera plana del
– Si, hay que empaquetarselo a los alemanes.
Un paquete de varias toneladas de wolfram, en eso se habian convertido sudor, piel, dientes, semen, cartilagos, huesos, sangre, pelos y unas de unos cuantos hombres, en piedras negras de mal aguero, no queria dejarme abatir por el desanimo, la germanica es una raza superior y sabra resistir, sus uve dos todavia necesitan el blindaje extrarresistente a la temperatura que proporciona el wolframio, hasta ahi llegaban mis contradicciones, habia luchado contra ellos y ahora los necesitaba, quien no resistio fue Jovino, le dio un mareo, tenia una fiebre de caballo y la pierna rigida, un viaje de vuelta y un dos de mayo inolvidables, la meteorologia no era mi fuerte, arrecio el viento y se puso a llover como si nunca antes lo hubiera hecho, apenas se distinguia la carretera, habia tomado la de tercer orden porque no habia de cuarto, no podia arriesgarme a un nuevo control, el sueno, la senalizacion se reducia a los nombres de los pueblos enmarcados en el yugo y las flechas, cinco direcciones caoticas indicando que por todos los caminos se llega a Roma, lo malo es que con tantos equivocos, vueltas y revueltas, termina dandote igual Roma que Santiago, el sueno, eterno dualismo de un destino cruel, lo que te da con una mano te lo quita con la otra, el destino me facilito a toda prisa identidad y fortuna y con la misma rapidez inutilizo ambos dones, me encontraba bien de salud y me sentia culpable por no estar herido como mi copiloto, quiza para compensar lo nimio de mis aranazos empece a sentir molestias, una fuerte opresion en el pecho y dolor de cabeza, asi me haria perdonar no sabia por quien, volvia el sueno pero no Olvido a despejarme con sus caricias, la retahila de la Bruxa decia, una hora duerme el gallo, dos el caballo, tres el santo, cuatro el que no lo es tanto, cinco el capuchino, seis el teatino, siete el estudiante, ocho el navegante, nueve el caballero, diez el escudero, once el muchacho y doce el borracho, yo ni una y no por falta de ganas, conducir de noche y con aquella lluvia no fue poco castigo, pero por milagroso que parezca, yo fui el primer asombrado, consegui mi objetivo.
– Despierta, hemos llegado.
Estabamos en Quereno, en la plazoleta formada por la estacion de ferrocarril, una hilera de chalets y el alargado edificio con el rotulo de «Economato de las Minas del Eje», eran las siete de la manana.
– Jode, como llueve.
– Esperame aqui, voy a llamar.
– ?Llevas la pistola?
– Cruza los dedos y deseame suerte.
La planta baja y los dos pisos del edificio estaban cerrados a cal y canto, golpee con todas mis fuerzas y me asome en vano a la espera de una luz en alguna de las ventanas, el agua se deslizaba por el cuello de la camisa empapandome hasta los calzoncillos.
– ?Senor Monssen!
El canalon vomitaba sin cesar por la abierta boca de un estupido fauno, en los jardines de enfrente las hortensias se doblaban al viento chorreando lagrimas de lluvia y una mimosa de precoces flores amarillas se agitaba a punto de perecer ahogada.
– ?Eh! ?Mister Schneuber!
Paso un viejecillo con paraguas, cargando una lechera.
– Me parece que no abren.
– Oiga, ?sabe usted donde…?
Siguio su camino sin hacer caso a mi pregunta, puede que ni siquiera la hubiera oido. Me quede mirandole y una insolita serenidad se apodero de mi espiritu. Me volvi hacia el Ford.
– Vamos al bar, nos sentara bien un cafe caliente.
– Necesito una aspirina, estoy que no me tengo.
Los bares de estacion permanecen abiertos toda la noche, en ellos se descorren los tejados del pueblo y lo que no se sepa alli no se sabe ni en el confesionario. Me dio lastima la dificultad con que se desplazaba Jovino, parecia un zombi.
– ?Te duele?
– En el bolsillo.
Febril, se derrumbo en un taburete, yo me acode en la barra y se lo pregunte al tabernero.
– ?Es que no abren los del economato?
– No creo.
– ?Por que lo dice?
– Hombre, todos los alemanes se vaporizaron unas horas antes de que en el parte anunciaran lo de Hitler kaput.
– ?Y quien se ha hecho cargo de la tienda?
– Que yo sepa, nadie.
Punto final. A cero, ese era el saldo de un ano de ahorro y esfuerzo en el wolfram, me volvi hacia Jovino como si se tratara de una manana de feria.
– ?Que hacemos?
– Yo, emborracharme.
Llovia en el bosque, llovia en la calle, la lluvia repiqueteaba con fuerza contra los cristales, pero sobre todo llovia desconsoladamente sobre nuestros corazones.
Capitulo 34
Mister William White entro en el chalet sacudiendose la gabardina, llovia a cantaros, se quito el sombrero y comprobo descorazonado el mustio aspecto de la pluma de faisan sujeta en la cinta, exacto paradigma de la jornada, el desplome absoluto de la organizacion, el ultimo cablegrama se lo sabia de memoria, a partir de ya, y hasta llegar a destino, su responsabilidad era personal e intransferible, antes de cuarenta y ocho horas presentarse a Narciso da Silva en el hall del hotel Francfort, Rua de Santa Justa, en Lisboa, le proporcionaria el pasaje para Sao Paulo, Brasil, en donde debia sentarse en la terraza del restaurante As