fuerza algo parecido a ti tuvo que gestarse ese dia en mi estomago.
Hace tiempo que se donde vives. Lo adivine gracias al reportaje que aparecio en la revista Casa Vogue. El texto era muy explicito, demasiado: alguien que te quisiera mal podria sorprenderte un dia, hacerte dano. El texto, te decia, daba una descripcion completa M edificio, de su entrada privada, de la rosaleda que bordea el camino de pedriza que conduce a la puerta, de las robustas quentias situadas a ambos lados del portal, y de la estatua de Clara, esa mujer desnuda y acuclillada que mira al cielo con la cabeza recostada en sus brazos cruzados. Y hablaba de la iglesia cercana, del panorama que se ve desde tus ventanales de la parte exterior: la calle que desciende y se pierde en el horizonte, la franja de mar que se ve un poco mas alla, dividida por la torre de San Sebastian. «Un atico de 200 metros cuadrados, luminoso, en tino de los edificios exclusivos del area mas elegante de la ciudad.» He caminado mucho por esa zona, en los ultimos tiempos, desde que deje mi empleo en la inmobiliaria. Conozco cada palmo de la plaza y de las callecitas silenciosas y cuidadas que hay detras. La iglesia siempre me ha impresionado, con su mezcla de estilos: la columnata neoclasica que parece sacada de Lo que el viento se llevo, el frontis con vidrieras de colores, las ojivas de las fachadas laterales.
Con frecuencia he mirado los amplios ventanales, cuando no sabia que tu vivias ahi, y me he preguntado que se sentira al ver la ciudad desde arriba. Sin duda, satisfaccion y seguridad. La seguridad del dueno.
El redactor del reportaje fue muy imprudente. Demasiados datos. No hay otra casa en los alrededores de la iglesia, que tambien describia con detalle, cuyo patio de entrada disponga de rosaleda, quentias y estatua de marmol. Lo he comprobado. Alguien que no te quisiera como yo podria merodear alrededor de tu casa como yo lo he hecho, podria esperarte como yo te he esperado, podria abordarte como yo no me he atrevido a hacerlo, a pesar de que te he visto salir del garaje contiguo en un par de ocasiones, conduciendo tu Renault blanco, y de que podia haberte abordado mientras esperabas a que se levantara la barrera. Estoy segura de que te hubiera asustado.
Aparte de la indiscrecion del texto, era un trabajo fotografico magnifico. Una doble pagina para cada habitacion, con una imagen general, complementada con una secuencia de detalles. Esos dos angelotes de colores llamativos que cuelgan del techo en una esquina de tu salon, entre los dos ventanales, son mexicanos, ?verdad?, y la lampara de bronce que hay sobre la mesa ovalada, de patas curvas, es muy antigua, la compraste en Paris. Cuando lees bajo su haz, ?lo haces sentada o te gusta tumbarte en el sofa, con la cabeza apoyada en uno de los cojines? Puedo imaginar tu cabello castano desparramado sobre la seda adamascada amarilla. A veces levantas la vista y contemplas el cuadro que esta sobre la chimenea: un barco antiguo, con las velas infladas, que parece saltar sobre un mar encrespado. Tiene que gustarte mucho, porque le has dado el mejor emplazamiento en tu salon. Hay tantas cosas que me tienes que contar.
«Desde la ventana de la cocina se divisa la colina del Tibidabo», se decia en el reportaje. Por eso pienso en lo que ves cuando desayunas, mientras tomo cafe en la cocina de mi casa, cuya ventana da a un patio de luces que desde muy temprano huele a aceite frito.
Ninguno de los pisos que tuve que ensenar mientras trabaje en la agencia inmobiliaria guarda el mas remoto parecido con el tuyo. Es como si el mundo estuviera dividido en dos areas: una, atiborrada de cubiculos pequenos y apelmazados para la gente que no debe crecer; la otra, llena de aire, de espacios abiertos, de techos altos, que permite a sus habitantes desarrollarse. Una vez visite el cementerio de Montjuic, y vi que alli tambien la muerte esta partida en dos. Nichos tan apretujados como los pisos de mi bloque. Panteones con arretes y estatuas para quienes proceden de barrios como el tuyo.
De pisos, como sabras a su debido tiempo, entiendo un rato. Algun dia te contare lo que me ocurrio en la agencia, pero sera a mi manera, porque si lo vivi fue para atrapar el embrion de alguna historia que te pueda cautivar. Comprendo que lo que soy y lo que tengo no constituyen un bagaje capaz de despertar tu interes. No puedo igualar cuanto posees. Solo me aceptaras si puedo compensar alguna de tus insuficiencias. ?Te queda algo por conseguir en esa vida tan completa de que disfrutas? ?Que hueco puede llenar en ti una criatura venida de las madrigueras en donde nos escondemos los enanos? Temo que mi ansia por servirte no baste para mantener tu atencion.
Me pregunto si tendras cuarto de invitados. No salia en el reportaje, pero por fuerza tienes que tenerlo.
Irritada consigo misma por haber aceptado hacerse cargo de Alex cuando bastante tenia con ocuparse de sus propios asuntos, Regina decidio volver al estudio a hacer solitarios, y al retirar bruscamente los pies de la mesa tiro el monolito de cristal, que se hizo trizas contra el parquet. Dichosa Flora, que habia olvidado colocarlo en la vitrina, junto a los otros trofeos.
Flora era la mujer que trabajaba para ella desde hacia mas de una decada, y a quien pagaba, y muy bien, para que la cuidara todos los dias del ano excepto domingos, Viernes Santo y Navidad. El resto de los festivos, Flora trabajaba como si fuera laborable. Este trato convenia a las dos. A Regina, porque precisaba de atencion permanente, y a Flora, porque aborrecia pasar mas tiempo que el indispensable sirviendo de esclava al curda de su marido, un peon de albanil propenso a los accidentes laborales.
En su juventud, Flora, que era de un pueblo de Almeria, trabajo en Suiza, y a menudo le hablaba a Regina de la dureza de aquellos anos pasados bajo el yugo de las amas de casa helveticas. «Mala gente -decia-. No tienen corazon.» Flora, por lo visto, habia tenido demasiado, y se habia enamorado de otro emigrante, un italiano que se la llevo de vacaciones a Napoles pero que la habia plantado por otra. «Menos mal que no le hizo una barriga», le solia decir Regina, para consolarla. «Ojala -contestaba Flora--. Yo siempre quise ser madre. Cuando conoci a Fidel pense que nuestra vida nunca seria como con Paolo, pero que, por lo menos, era un buen hombre y que tendriamos hijos. Ni lo uno ni lo otro y, encima, trabajando por partida doble.»
Era una buena mujer y una empleada modelo, forjada en la implacable escuela de la emigracion. ?Cuantos anos podia tener? No era mucho mayor que Regina, pero parecia su madre. La vida le habia pasado por encima, y la escritora le tenia afecto. Flora se alegraria de la vuelta de Alex. Habia disfrutado cuidando de el como si se tratara del hijo que echaba en falta.
Flora media mas de un metro setenta, era cuadrada y fornida, una bestia de carga, util para los trabajos mas duros, y desde hacia un tiempo habia renunciado a llevar el pelo en mono. La primera vez que comparecio con su melenon peinado en rizos y suelto hasta los hombros y, colgandole del brazo, un bolso de rafia recien adquirido en las rebajas y adornado por fuera con tintineantes campanillas, Regina, que en aquel momento salia del cuarto de bano, pego un respingo y, sin darle ni los buenos dias, exclamo:
– ?La madre que la pario, Flora! Parece usted el Golem cuando iba a hacer la compra por el gueto de Praga.
Durante varias semanas, la mujer no hizo mas que preguntarle quien era aquel senor, y al final Regina escurrio el bulto diciendole que se trataba de un personaje mitologico, como las hadas y las sirenas. Flora se puso muy contenta, y al dia siguiente la obsequio con uno de aquellos adornos que solia comprar en un Todo a Cien, un unicornio hecho con cristal de culo de botella que se alzaba sobre las patas traseras pegadas a un espejo que hacia de peana.
– La dependienta me ha dicho que tambien es mitologico.
Como solia hacer con los regalos decorativos de Flora, al poco tiempo se las apano para romperlo.
– Que lastima, con lo bonico que quedaba en el aparador.
La muy bruta parecia tener alergia a las superficies despejadas. Pocos dias antes, tras desembalar el jodido premio que ahora yacia hecho anicos a los pies de Regina, Flora lo habia contemplado, extasiada, dictaminando lo bien que quedaria sobre el televisor. Seguramente lo habia dejado en la mesa para que ella misma acabara seducida por la idea y lo pusiera alli. Parecia mentira que, despues de haber trabajado diez anos en su casa, siguiera sin conocer sus gustos. Pero Flora era una buena mujer, tenia una mano magica para las plantas y le era de gran utilidad cuando queria incluir en sus novelas vocablos y giros populares.
– A ver, Flora, ?como llamaria usted a esto? -y Regina senalaba la pared de la cocina.
– Rachola.
– No, eso es una perversion del catalan, es rajola y se escribe con jota. Quiero decir, en Andalucia. Seria azulejo, ?no? ?o baldosa? Tengo que ponerlo tal y como ustedes lo dicen.
– Pues yo siempre digo rachola. No conozco a nadie que lo llame de otra manera.
En estos momentos, con el trofeo pulverizado a su alrededor, Regina no podia sentir por ella su habitual ternura. Flora formaba parte de los problemas que la mortificaban. La mujer, que llevaba diez anos a su servicio, en los ultimos meses habia empezado a desarrollar un comportamiento extravagante. No solo olvidaba los encargos, sino que la casa cada vez tenia mas rincones sucios. Y, ademas, se habia vuelto testaruda, queria a