– Siempre esta hablando por telefono -sonrio Regina, acariciando una fina cadenita de oro, con una placa, que pendia de su muneca derecha.

Necesito escaparme veinte minutos, penso la joven. Tenia que encontrar una excusa.

– ?Blanca? -dijo, por fin, Judit-. No, nada. Todo bien. Regina quiere hablar contigo.

– Venga, pasamela -la escritora alargo la mano y le quito el inalambrico-. ?Que tal, golfa? ?Puede saberse por que tienes tan descuidada a tu autora predilecta? Estoy en buenas manos, las mejores. ?Si vieras como me cuida Judit! Supongo que tienes a Hilda en lo mio. No, no me importa que la fiesta sea en el Ritz, aunque en invierno pierde mucho, sin los jardines. Ya sabes que, para dormir, sigo fiel al Palace. Por otra parte, he estado pensando y, no te enfades, pero no creo que este sea un libro tan importante como para someterme a la gira que la editorial tiene prevista. Arreglatelas como quieras, pero no me apetece lo mas minimo dar la vuelta a Espana. Y tu y yo tenemos que hablar muy en serio. No, de otras cosas. Perdona un momento, Blanca, que Judit quiere decirme algo.

– ?Puedo ir a Correos? -pregunto la interesada-. Tengo que mandarle a Hilda los ultimos justificantes de gastos.

Regina hizo un gesto de asentimiento. Judit recogio su cartera y salio del estudio. Cerro la puerta y entro en su dormitorio. Saco el sobre que esa misma manana habia guardado en la bolsa de viaje y lo metio en la cartera. A la entrada del edificio, saludo a Vicente, el conserje, que estaba lustrando los metales del portal. Intercambiaron un comentario acerca del tiempo, cargado de humedad. «Esta indeciso -dijo el hombre-. Hoy me tocaba regar, pero lo he dejado, pensando que iba a llover, pero ni llueve ni aclara.»

Ella si se habia decidido, penso, mientras caminaba por el lateral de la plaza en direccion a la calle Muntaner; en la cartera llevaba el fruto de su resolucion, las paginas escritas de noche en el ordenador portatil, en su dormitorio, con la casa en silencio, casi siempre despues de haber hecho el amor con Alex, esos polvos que acrecentaban su seguridad tanto como la confianza que Regina y Blanca, cada una a su manera, depositaban en ella. No queria eternizarse en su papel de colaboradora eficaz de la novelista. El tiempo pasaba rapido, y quien sabe cuando volveria a disfrutar de una oportunidad semejante. En cuanto Regina acabara con la promocion del libro, y por lo que le habia oido decir momentos antes parecia querer acortarla drasticamente, se entregaria a la redaccion de su nueva novela, y entonces Judit se veria relegada a la condicion de secretaria que se ocupa de mantener a la duena de su tiempo alejada de las molestias que podrian distraerla de la sagrada escritura.

Su descubrimiento de la noche anterior la habia ayudado a decidirse. Si Regina se habia aprovechado, y lo seguia haciendo, de lo escrito por otra mujer, la para ella desconocida Teresa Sostres, sus propias paginas creadas a escondidas merecian un destino mejor que permanecer en un disquete a la espera de salir a la luz cuando su patrona ya no la necesitara. Regina se habia acostumbrado a la vida comoda, lo habia conseguido todo, y Judit sentia que habia pasado a formar parte de esas comodidades. Dentro de poco perderia su caracter de novedad, y ya ni siquiera Blanca se asombraria ante sus demostraciones de eficacia. Tenia que actuar. ?No le habia dicho que le enviara sus cuentos, que le apetecia leerlos? Iba a hacer algo mejor. El sobre que llevaba en la cartera contenia el argumento de una novela propia, completamente suya, y un esquema con los capitulos que la integrarian, un elenco detallado de los personajes e incluso un comentario acerca del sentido de la que seria su primera obra, y de lo que la literatura representaba para ella.

Descendio sin prisas por Muntaner, saboreando el instante. Al contemplarse en los escaparates, cargados de adornos navidenos, ya no vio a la muchacha macilenta que, tiempo atras, merodeaba por el barrio, sonando con hacerse amiga de Regina, con encontrar en su admirada escritora una mentora, una madre, alguien que la rescataria de la confusion y la convertiria en su protegida. Las vitrinas le devolvian la imagen de una nueva Judit que no desentonaba de las lujosas mercancias que en su anterior existencia envidio y codicio. Ella misma, con su abrigo de esplendido corte y el elegante panuelo, casi tan grande como un poncho, echado por encima con un descuido burgues que la hacia parecer mayor e incluso rica, era envidiable, codiciable, y si su actual aspecto, sus ropas, su desenvoltura, las debia a Regina, Judit tambien le habia dado algo valioso a cambio: un asidero para la mujer que vivia sola a pesar de su fama, sola con su prestigio y su bienestar economico, sola con su egoismo.

Y le habia dado mas, aunque habia tardado en descubrirlo. En las multiples libretas que Regina guardaba en su escritorio, aquellas que contenian anotaciones para su proxima novela, Judit habia encontrado, cuando las habia podido medio leer a hurtadillas, aprovechando un descuido de la otra, descripciones que encajaban con ella, frases que la definian o pretendian hacerlo, fragmentos de sus conversaciones con Alex.

Digamos que hemos hecho un intercambio, concluyo, sofocando el gusanillo de la culpa, mientras empujaba la puerta de la oficina del servicio de mensajeria express por el que iba enviarle a la agente literaria su proyecto de novela.

Escribio la direccion con letra grande y pago la tarifa mas alta, para que el envio se encontrara en el despacho de Blanca cuando esta llegara a la manana siguiente

Cuando Judit regreso, Regina ya habia repasado la lista de invitados a la fiesta. Se la entrego.

– Busca los telefonos de la gente que he anadido y llamalos. Asegurate de que vendran, o al menos, que sepan que los he tenido en cuenta. Los numeros estan en mi agenda. Diles que las invitaciones han salido tarde. Es la excusa de siempre.

La joven quedo impresionada por la categoria de los nombres. Hizo las llamadas con su propio movil, desde su mesa. Regina se levanto de la suya y se quedo un rato de espaldas, mirando el jardin.

– Vaya un dia asqueroso -dijo por fin, volviendose

Espero que en Madrid haga un tiempo mas alegre aunque sea mas frio. No prepares mas equipaje que la bolsa de mano. Blanca se ha encargado-de suspender la gira. No tengo el menor interes en perder tiempo. Pero no te preocupes por el uso que le vas a dar a tu juego de maletas, que tiempo habra de utilizarlas.

– ?Que quieres decir?

– Nada. Yo me entiendo.

Volvio a sentarse ante el escritorio y abrio los cajones. Sin dejar de dar explicaciones por telefono a los invitados tardios o a sus secretarias, Judit la vio extraer las libretas de anotaciones y apilarlas sin el menor cuidado. A continuacion, Regina se dedico a arrancar las paginas de cada cuaderno y hacerlas trizas, arrojandolas a la papelera, hasta que la cesta se lleno de papelillos.

– Listo -dijo Regina en voz baja, hablando para si misma, al deshacerse de la ultima libreta-. Ahi va mi proxima novela.

– Y eso, ?por que? -pregunto, senalando la papelera.

– Porque una novela es como una pasion, o no es nada.

Judit sonrio, sin entender. ?Se le estaria escapando algo importante?

A Regina, Madrid le traia buenos recuerdos. Era una ciudad a la que regresaba con deleite, y no solo porque fue el trampolin que habia impulsado sus exitos. Poseia una memoria madrilena anterior, de su epoca hippy, de aquellos grupos de gente de su edad, intercambiables, que la envolvian como un torbellino cuando llegaba con su saco de dormir y su recuento de aventuras. Madrid habia cambiado en los ultimos veinticinco anos, pero Regina aun conservaba, enquistados en su corazon, retazos de sus experiencias de la decada de los setenta que tuvieron como escenario la capital. El calor asfixiante, la promiscuidad de los cuerpos durante sus paseos dominicales por el Rastro, aquel revolver en los puestos de baratijas en busca de frascos de purpurina, perfume de pachuli, panuelos de gasa de colores Psicodelicos y pantalones de tejidos brillantes con estampados de estrellas y medialunas, el ultimo grito de la moda entre su comunidad, en aquellos tiempos. El aire olia a sardinas y marihuana.

A la barcelonesa que habia crecido con las cuadriculas del Eixample dividiendole la mente en compartimentos aquel Madrid caotico la atraia por lo que ofrecia de picaresca en bruto, por la posibilidad de empezar cada noche un episodio distinto y afrontar cada amanecer al lado de personas como ella que no le hacian preguntas. Los pisos adonde la invitaban y los coches en donde la conducian de un lugar a otro tenian siempre mas ocupantes de lo admisible. Jovenes en todas partes, noches sin fin y dias erraticos, musica a cualquier hora, mientras se planificaba la proxima expedicion para ir al Machu Picchu a la Fiesta del Sol o a Londres para ver a los Rolling Stones.

Aprendio a amar Madrid como no la amaban los catalanes que juzgaban la ciudad sin saber de ella, sin haberse perdido nunca en sus multiples abrazos. Se relaciono con ninos bien capaces de meterse cualquier sustancia en el cuerpo y que, con los anos, supo que no habian sobrevivido a la llegada masiva de la heroina que

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