casa. Les telefoneaba regularmente, para tenerlos contentos. No deseaba interferencias. Su nueva vida no valdria nada si la compartia con su familia. Habia marcado una linea divisoria, y nadie la podia cruzar. Tampoco ella podia retroceder.
Mientras ascendia con Alex por el paseo penso, no sin regocijo, en cual hubiera sido la reaccion de su hermano si la hubiera visto tan cambiada, envuelta en el abrigo de lana gris que le habia comprado Regina. Que poco podia imaginar su familia el lujo de que gozaba, y lo cerca que se encontraba de alcanzar su meta. Penso en la ropa que colgaba de su armario, tan distinta de las miserables prendas que solia utilizar antes de convertirse en la mano derecha de la escritora mas famosa de Espana, su colaboradora imprescindible. Eso, de momento.
– No se que habriamos hecho sin ti -le habia dicho Blanca, despues de leer la copia definitiva del libro-. Regina se ha saltado todos los plazos, no habriamos salido ni por Navidad. Nunca la habia visto tan pasota. Parece que nada le importe.
Su relacion con la agente habia ido estrechandose a medida que pasaban los dias y menudeaban sus conversaciones acerca de la escritora. Se habian convertido en aliadas, por el bien de Regina y a sus espaldas, y Blanca habia cumplido su promesa de influir para que la muchacha se trasladara a su casa.
Esa tarde, al olvidar su movil en el salon, y nada menos que conectado, habia podido fastidiarlo todo. ?Que habria ocurrido si Regina hubiera llegado a ver el numero de Blanca en la pantalla? Porque era la agente quien la habia llamado para contarle que el editor estaba muy satisfecho con los cambios que ella, Judit, la insignificante, la secretaria, habia introducido en el libro que la gran escritora iba a presentar en unos dias.
– Esos parrafos son excelentes, imitas muy bien el estilo de Regina -le habia dicho Blanca, entusiasmada-. ?Tienes cosas tuyas? Me gustaria leerlas.
– Algunos cuentos, pero no estoy muy satisfecha. Y, ademas, los escribi a mano.
– Mandamelos cuando los pases a ordenador, que no estoy para quedarme ciega.
Palpo la llave. No se le volveria a presentar una oportunidad igual. El dormitorio de Regina, en el extremo del pasillo cercano al estudio y opuesto a la cocina, parecia silencioso como un sepulcro.
Como de costumbre, Judit estudio cuidadosamente los pros y contras de lo que iba a hacer, pero no dedico ni un segundo a reflexionar sobre el sentido de su accion. La accion era el sentido, y este habia sido determinado por ella tiempo atras, a la temprana edad en que las decepciones parecen hecatombes y la esperanza puede ser suplantada por una obsesion. Las semanas transcurridas junto a Regina le habian ensenado que tendria que abrirse camino por su cuenta, exprimiendo las oportunidades que se le presentaran, con o sin el permiso de la escritora
Habia crecido en una epoca en la que el exito y la notoriedad parecian ofrecerse a los jovenes a cambio de muy poco esfuerzo, pero la realidad se burlaba a diario de semejante pretension. Maquinar era su forma de amansar el sufrimiento que sus deficiencias le causaban.
Dicen que la informacion mueve el mundo penso Judit sopesando la llave. Regina Dalmau era una figura publica. Judit era su mas fiel seguidora, la queria. Tenia derecho a conocer sus secretos. Su situacion en la casa le permitia acceder a compartimentos oscuros cuya existencia ni los periodistas ni la television, ni siquiera Blanca, podian presentir. Y nadie, excepto Judit, la queria lo suficiente como para aventurarse a perderla. Que era a lo que se arriesgaba, si la otra la sorprendia internandose en los pasadizos de su intimidad.
Cuantas tardes, mientras la escritora dormia la siesta en el sofa del estudio, se habia deslizado hacia su dormitorio con identica cautela a la que ahora utilizaba; cuantas veces, dejando abierta la puerta para escuchar el menor ruido que pudiera alertarla, habia entrado en su vestidor o en su cuarto de bano. Y siempre con la misma finalidad: averiguar que habia detras de la Regina que se le mostraba, dar con el dispositivo que le permitiria examinarla bajo la cruda luz de la verdad, aprehenderla en su totalidad e interpretar los signos dispersos de la fragilidad que intuia.
Con la impudicia de un detective especializado en casos de adulterio y la temeridad de un espia de novela, con los sentidos despiertos y la garganta seca por el miedo, habia explorado cada rincon del santuario, en busca de respuestas. Abrio los armarios y reviso la ropa, se abrazo a los vestidos y aspiro su perfume. Sintiendo que, al hacerlo, recuperaba algo que siempre habia sido suyo, revolvio en los cajones donde se amontonaba la ropa interior de Regina y dejo que la leve caricia de los tejidos le marcara la piel. Ajena al escrutinio a que Judit la sometia, indefensa, la mujer seguia durmiendo en el estudio. Una tarde, hurgando entre la ropa interior en la que intentaba leer como un ciego, sus dedos habian tropezado con el objeto que, esta madrugada, la casualidad habia puesto de nuevo a su alcance.
Inmovil en la oscuridad, Judit comprendio que era la llave que abria el cuarto secreto.
?Se desharia Regina de Judit, en el caso de que la encontrara registrando la habitacion secreta? La mujer le habia tomado carino, estaba convencida. El tono de superioridad con que la trato durante los primeros dias habia dejado paso a un afan protector, muy maternal, que a, Judit, por un lado, le llenaba de calidez, y por otro, le hacia sentirse disminuida, no humillada pero si empequenecida, en un papel: sintiendo esa mezcla de pudor y curiosidad que a una mente despierta le provoca el espectaculo de un alma al desnudo.
La mesa sobre la que se apoyaba la lampara no guardaba similitud con la decoracion del resto del piso. Era fea, vulgar, tina sencilla mesa de formica blanca en cuya superficie brillaban, superpuestos, circulos borrosos de un liquido color ocre. Parecian manchas de whisky. La habitacion olia a licor reciente y a papeles vicios. Las paredes estaban forradas de estanterias de distintos aspectos y procedencias. Entre cuerpos metalicos, baratos y herrumbrosos como desechos recogidos en una acera, aparecian, encajadas, pequenas librerias desparejas de madera noble pero deteriorada. Sin embargo, lo que menos importaba era el mobiliario, penso Judit, manipulando la pantalla de la lampara con cuidado para enfocar el resto del cuarto sin quemarse. Habia algo superior, omnipresente, asfixiante, un vaho anejo que, no obstante su falta de experiencia, Judit asocio por instinto a sotanos o desvanes donde almacenamos las piezas sueltas de un pasado por resolver, y que ante su atonita mirada cobro valor de misterio literario. Pues en aquella habitacion, segun pudo comprobar proyectando la luz sobre los anaqueles, no habia dos dedos de pared que se libraran de la desalinada presencia de la literatura en su faceta mas temible. Dante y Homero junto a Shakespeare y Pushkin, Salingerjunto a Proust, Flaubert al lado de Lampedusa: es decir, la literatura que solo tinos cuantos elegidos son dignos de crear, a cambio de renunciar a la seguridad de las realidades posibles.
Era una sensacion sofocante, que Judit no habia experimentado hasta entonces y que le obligaba a recordar, con dolor, los libros que aun tenia que leer y el laberinto de autores muertos en el que no se habia atrevido a deambular, asustada por el caudal de una obra desmedida que habia empezado en siglos anteriores y que se prolongara cuando ella misma y sus fulgurantes ambiciones se hubieran convertido en cenizas.
Se creia calificada para medirse con Regina, para emularla, pero ?no era aquella habitacion la prueba evidente de que ni siquiera Regina Dalmau se atrevia a desafiar a los mejores? ?Por que, si no, habia optado por encerrar alli tal cumulo de libros respetables, alejandolos de su cercania como si se tratara de un rival ominoso?
Hasta la mesa, con sus redondeles de whisky di seco, sobres rasgados y cartas, muchas cartas, algunas de las cuales tambien tenian manchas de licor; y la caja abierta y las fotografias desperdigadas; hasta aquel retazo de vida que Regina habia dejado tras de si, despues de quien sabe que especie de ceremonia, le parecia a Judit un bodegon arrancado de las paginas de un libro, la ilustracion de un momento, mas que el momento mismo. Senales que no puedo interpretar, reconocio. Leyo el inicio de algunas cartas, pero lo dejo porque eran anticuadas y sosas misivas de amor. Estaban firmadas por un hombre, Albert. Examino las fotografias con detenimiento pero ni el hombre ni la mujer desconocidos que aparecian en algunas ni la joven Regina que distinguio en otras le proporcionaron la explicacion que buscaba. Aquel Albert que escribio las cartas y aquella destinataria, Teresa, ?eran los padres de Regina?
Habia mas que libros en las estanterias: viejos archivadores de carton con ornamentos de metal y lomos despellejados por la humedad y el tiempo, en cada vino de los cuales figuraba una etiqueta enmohecida en la que aun podia leerse un nombre, el mismo que figuraba en todos los sobres: Teresa Sostres. En cada etiqueta habia una relacion del contenido del archivador pertinente: «Milicianas, principio guerra civil», «Milicianas expulsadas del frente» «Contribucion de la mujer en la retaguardia», «Papel de la mujer en los campos de concentracion del sur de Francia». junto a estos mamotretos comidos por el polvo, se veia un archivador mucho mas moderno y reluciente que carecia de etiqueta. Judit lo saco de la estanteria y lo coloco en la mesa, encima de los papeles que Regina habia dejado de cualquier manera. Ocupo el asiento que aun conservaba la tibia huella de su cuerpo, abrio la voluminosa carpeta y leyo la pagina que, a modo de indice, Regina habia redactado a mano, bajo un enunciado que le parecio deliberadamente protocolario e impersonal: «Documentos de Teresa Sostres susceptibles de