ella se nego a probar solo porque odiaba las jeringuillas: un golpe de suerte. Tuvo amigos chatarreros que le ensenaron a emborracharse en Semana Santa, siguiendo la procesion de Jesus el Pobre, a comer gallinejas y a joder como los perros en el servicio de un bar. Aquel Madrid por el que solia pasearse en busca de comercios que, de puro clasicos, le resultaban exoticos: viejas ferreterias con su oferta inacabable de tiradores de puertas y cajones, comercios donde se vendian corchos para botellas de cualquier tamano, corseterias para tallas mas que grandes y almacenes de caramelos. Aquel Madrid de sus recuerdos se habia acabado para Regina desde que su impresionante exito la aboco a otra forma de vida, pero le seguia teniendo ley, y en esta ocasion queria rendirle tributo aunque solo fuera con el pensamiento.

Tantas cosas iban a cambiar para ella, en el inminente futuro, a impulsos del remoto pasado, que quien sabe si aun le seria posible disponer de unas horas para pasear por la calle de Toledo y buscar las esquinas y las fuentes en donde su juventud se desboco antes de que se convirtiera en la Regina Dalmau que habia llevado a cuestas hasta la noche de su reencuentro con Teresa. Tampoco Barcelona, la ciudad en donde vivia, le era familiar desde que se habia sometido a su rutina de escritora ensimismada, sujeta a las salidas puntuales que le imponian sus obligaciones pero con los musculos de la curiosidad urbana anquilosados, con el deseo de callejear desfallecido, olvidado con el resto de los habitos sencillos que antano le proporcionaron tanto placer. Ni siquiera sabia que habia sido de la casa de Teresa, de su calle.

«Nel mezzo del cammin di nostra vita», la frase de Dante que figuraba en el reloj Swatch que una lectora le habia enviado como regalo por su ultimo cumpleanos era, quiza, una sentencia que podia aplicar a sus inmediatos cincuenta: siempre que aceptara la convencion de que cualquier vida, si sabemos enderezarla a tiempo, vale por cien anos de experiencia y sabiduria. Una convencion en la que Regina necesitaba creer para darse la oportunidad de ser tal como habria querido Teresa.

El restaurante donde Blanca la habia citado pertenecia al mundo que estaba a punto de abandonar. Siguiendo a una encargada vestida de Armani, atraveso el comedor inferior, repleto de ejecutivos. Se dejo llevar con la mirada perdida -no mires si no quieres que te miren, se decia en estos casos- hacia una mesa del piso superior, por encima de cuya balconada podia observar el trasiego de clientes sin ser descubierta. Blanca nunca era puntual, aprovechaba hasta el ultimo momento para dar instrucciones al personal de su oficina, a menudo volvia sobre sus pasos para recalcar una cosa u otra; desde el mismo ascensor seguia velando por los intereses de sus autores. Y hoy tenia mucho trabajo, a causa de la presentacion del libro de Regina.

Por la manana, Hildaridad habia ido a recibir a la escritora y a Judit al aeropuerto.

– Que aspecto de buena que tienes -le habia dicho, abrazandola. Y, senalando a la chica, que sonreia modosamente al lado de Regina, habia anadido-: Asi que esta es la nina que esta en tus ojos.

En el hotel, Regina encargo a Judit que mandara planchar el vestido que esa noche se pondria en la fiesta.

– Aprovecha para darles tambien el tuyo -le aconsejo.

– ?Vamos a comer en el hotel? -la joven parecia excitada.

– Tu, si quieres, aunque yo te recomendaria que te dieras un paseo por los alrededores. Puedes ver las Cortes, ir al Prado, yo que se. Es tu primer dia en Madrid, disfrutalo. Yo tengo que almorzar con Blanca. Negocios. Te llamare a la habitacion cuando regrese.

La muchacha se quedo con el ceno fruncido, pero Regina se marcho sin cargo de conciencia. No era su ninera, despues de todo.

Mientras esperaba a Blanca, pidio una botella de Moet Chandom.

– No esperare para beber -le dijo al camarero, indicandole la copa.

Iba por la segunda cuando la agente entro en el restaurante. Desde su observatorio, Regina se asombro ante su dinamismo. Era de su edad, quiza un par de anos mas joven, pero desplegaba energia incluso cuando, como ocurria ahora, se limitaba a abrirse paso en un lugar publico. Blanca era una mujer mas alta que la media y, ademas, usaba tacones de quince centimetros para subrayar su poderio. Su cabello rubio de peluqueria, que llevaba despeinado a lo leona, parecia tintinear tanto como el oro que la adornaba profusamente, repartido en aretes, anillos, pulseras y collares de diverso grosor. Regina penso en lo mucho que queria a aquella fuerza de la naturaleza que se desvivia por ella y el resto de los autores de su cuadra.

– ?Por fin he podido escaparme! -exploto, al llegar frente a la escritora, desembarazandose simultaneamente del abrigo de ante con cuello de piel de tigre sintetica, del bolso enorme que colgaba de uno de sus hombros y de varios originales de novelas que, sin duda, habia cogido del despacho para hojearlos en el taxi, porque detestaba perder el tiempo.

Casi volco la mesa al precipitarse a abrazarla, envolviendola en una nube de perfume de jazmin. Bajo el vestido de punto gris exhibia un cuerpo ajamonado pero hermoso, de proporciones algo titanicas, como su propia personalidad.

Joder, guapa, hacia siglos que no nos veiamos -dijo, desplomandose en su asiento-. ?Que estas tomando? ?Champana? Crei que no bebias mas que vino.

– Esa es otra de las cosas que ya no son como eran -Regina sonrio con misterio.

– Si hay que beber, mejor que sea champana francesa.

Se sirvio antes de que el camarero pudiera acudir en su auxilio.

– A mi traeme, pero ya, un poco de esa chistorra tan rica que teneis -pidio.

El muchacho se alejo trotando como si acabara de recibir ordenes de Jupiter. Y, en cierto modo, asi era, penso Regina. Mientras esperaba su pedido, Blanca la escudrino con sus ojos chispeantes, casi tan dorados como sus abalorios y su pelo.

– Te veo muy bien. Muy bien -enfatizo-. Aunque sospecho que tienes novedades que no me van a gustar. Lo que me adelantaste por telefono me puso los pelos de punta, ultimamente estas rara de cojones, perdona que te lo diga.

– Siempre me ha sorprendido tu habilidad para adivinar mis estados de animo. Sin embargo, corrigeme si me equivoco, hace mas de veinte anos que nos desconocemos. ?No es asi?

– ?Ja! Si hay algo que controlo como la palma de mi mano son las emociones de mis autores. No empieces con sutilezas de escritora. Es cierto, no nos contamos nuestras mutuas vidas, pero en lo que a mi respecta, no hay gran cosa que explicar. Como bien sabes, fuera de mi trabajo existe poco mas. Salvo algun buen polvo que otro con un jovenzuelo que quiere triunfar en la literatura, para que voy a enganarte. Hum, que rica esta la chistorra, Dios mio, todas las dietas de adelgazamiento deberian incluirla.

– Voy a dejarlo.

– ?Que vas a dejar el que? -con la boca llena, Blanca parecia al borde de la congestion.

– No te hagas la tonta. Esto. Escribir. Publicar. Toda la fanfarria. Me sorprende tu asombro. Tu has sido la primera en decirme que, como novelista, me he agotado. No tengo nada que contar.

El mundo entero no tiene nada que decir -la agente hizo un gesto expresivo, abriendo los brazos-. Una cosa es estar agotado y otra ser tan tonto como para no disimularlo. Tienes un cartel sensacional y suficiente inteligencia para seguir sacandole partido unos cuantos anos mas. Crei que ibas a probar lo de escribir sobre jovenes.

El obsequioso maitre se acerco a tomarles nota. Antes de que las abrumara enumerando las especialidades del dia encargaron, de tacito acuerdo, verduras a la parrilla y una dorada a la sal.

– Me muero por un buen cocido madrileno -confeso Regina-. Pero no quiero presentarme en la fiesta con la digestion a medias. En cuanto a la novela de jovenes, olvidala. Me aburre infinitamente, no tiene nada que ver conmigo y seria un desastre. Creeme.

– Vamos a ver si te entiendo. Estas cansada, harta. ?Quien no? ?Quieres tomarte un ano sabatico?

Regina se echo a reir.

– ?Una vida sabatica! Eso es. O lo que me quede por vivir. Hay algo que nunca te he contado, quiza porque no necesitaba hacerlo y porque ni siquiera me lo habia confesado a mi misma. Hace muchos anos, poco antes de que publicara mi primera novela, murio una persona que habia sido muy importante para mi.

– Dejame adivinar. Tu primer amor, el inolvidable… Es la crisis de los cincuenta.

– Por favor, Blanca, deja de pensar en terminos de utilidad o de topicos noveleros. No, esto fue muy diferente, y no tuvo nada que ver con el amor convencional, pero si con el carino capaz de cambiar una vida. Era una mujer. Una mujer mayor, que podia ser mi madre. Que debio serlo. En realidad, fue una especie de madre, que no supe apreciar en su momento. Ella tambien escribia.

– ?Ah, si? ?La conozco?

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