– He recibido una inyeccion inesperada. Un adelanto para que escriba un libro sobre los cristianos de Oriente Proximo.
– ?Estas de cona?
– En absoluto. Un amigo mio, que dirige una editorial de Barcelona, me lo ha contratado. Dice que con toda esta memez del regreso de las religiones y el prolongado choque de civilizaciones, el tema tiene mucha garra. No me critiques. A ti, lo mismo te parecio una buena excusa para abordar a nuestro malo predilecto. Te debo una comision por despertarme las ganas de escribir al respecto. A proposito de Samir… ?Le has visto?
– No me apetece hablar de el. Todavia me estoy lavando la mano.
– Cuando pienso que al muy asqueroso le salen los millones por las orejas… Dale fuerte, detective. Es un gusano.
Algo que ha dicho Salva en el transcurso de esta charla le ha devuelto a Diana la sensacion de que ha olvidado realizar una comprobacion importante antes de seguir con su investigacion. Consulta su libreta. «La Viuda. Femme fatale de via estrecha. Bastante gilipollas, pero una infeliz.» No es eso. Algo se le escapa. Una clave, una pista, un presentimiento al que no ha prestado atencion.
Ya vendra. Siempre viene. Junto con el pinchazo en el estomago.
Le abre la puerta el anfitrion. Salvador Matas viste una galabeya negra. Parece un pope ortodoxo medieval. Sus labios sensuales ofrecen ese aire ligeramente obsceno que a veces muestran los mas relajados miembros de cualquier clerecia.
– Te he dicho que no hacia falta. -Senala la botella que Diana le tiende.
– No me fio de tu gusto en vinos -miente ella, alargandole un tinto frances y muy caro que ha adquirido en la tienda mas sofisticada de su barrio.
Pequenos gestos de autoproteccion al adentrarse en la guarida en donde habita un peligro que todavia desconoce. Aunque lo mas seguro es que la amenaza se encuentre en su propio corazon.
Los asistentes -alrededor de una veintena- se levantan a la libanesa para saludarla o presentarse. Cuatro profesores de La Casa, entre ellos Jaime, que tiene fama de mujeriego. Diana no conoce a los otros, recien aterrizados y destinados a Tripoli y Junieh.
Las dos chicas vestidas de putones -«seres humanos», en definicion de Salva- resultan ser las hermanas de Ali, que se precipitan a abrazarla porque el joven efebo les ha hablado mucho de ella. Ali es muy alto, mas que Matas, y tan ondulante que averguenza con su feminidad de almanaque a cualquier mujer normalmente constituida. Banal y encantador, lo primero que le pregunta es si nota que le ha crecido el cabello. Tiene un problema: se le cae el pelo en la parte de la coronilla. Diana suele animarle diciendole que lo unico que debe hacer es no sentarse. Dada su elevada estatura, resulta dificil que alguien descubra su pequena calvicie. Como no sea desde un balcon.
Carlos Cancio es el hombre que mantiene a Ali y que solo en Beirut vive fuera del armario. En Madrid regresa cautamente a el, temeroso de la reaccion del gran diario conservador para el que trabaja como corresponsal en Oriente Medio. Cancio se precipita hacia ellos, sin perder de vista a su novio. Siente unos celos incansables, y muy acertadamente, en opinion de Dial. Es lo malo que tiene comprar el amor: puede presentarse alguien ofreciendo el doble.
Hay un bullicio enternecedor en el gran salon comedor, decorado con estilo pero sin lujos, del apartamento de Salvador Matas. Como otros miembros de La Casa, el profesor vive en un piso alquilado de la zona de Remeil, delante de la parte mas industrial del puerto, en la avanzadilla del territorio armenio. Desde su terraza pueden verse el edificio herrumbroso de Electricite du Liban -contemplandolo uno conoce el nivel de calidad del suministro que ofrece-, la mole azul del Palacio de Congresos y el mar. El mar de Beirut, cuya fragil belleza redime las violentadas orillas de la ciudad.
A Diana le conmueve el bullicio que reina en la fiesta. Formara parte de la galeria de recuerdos que la acompanara a Egipto, a Espana, adondequiera que vaya. Ha asistido a muchas de esas reuniones en que los anfitriones son hijos de Europa y habitantes de ninguna parte, y en las que otros desnortados, aunque sin expectativas, aquellos vastagos de un Libano que no les atiende, se nutren, por unas horas, de la prodigalidad de sus amigos extranjeros, y se sienten necesarios y admirados. Se sienten amados, admitidos y -quien sabe- quiza con un porvenir europeo por delante.
Ya se han sentado todos, incluida ella -Salva le ha servido, ironico, una copa de vino de la casa-, cuando suena el timbre y aparece Ramiro de la Vara. De nuevo, todos en pie. Las chicas y la media docena de amigos efebicos del novio de Cancio lanzan grititos al enterarse de que el recien llegado es el embajador de Espana. La hermana mayor de Ali, que ocupa un lugar a la derecha de Diana, en uno de los megasofas, le propina un codazo cuando vuelven a sentarse. «?De verdad esta soltero?»
De la Vara le envia a Diana un gesto que no pasa inadvertido a Salva. Los ojos oscuros del profesor se animan con sorna cuando ella, bien educada al fin y al cabo, abandona su puesto, copa en mano -hay trances que requieren alcohol- para seguir al embajador hasta la terraza.
La brisa de la noche, saturada de aromas portuarios, le inunda los pulmones. Quiza sea la ultima vez que contempla esta perspectiva. Ha frecuentado poco el piso de Matas, y siempre con otra gente.
Ramiro se acoda en la barandilla, pegado a Diana, pero ella se despega y lo afronta, poniendo aire y la copa por delante.
– ?Que ocurre?
– Eres dificil de ver. -Compungido, el embajador, frunce su gran rostro sonrosado-. Te he dejado miles de mensajes.
– Muy ocupada. Tengo entre manos una investigacion.
– Lo se. -De la Vara da un paso hacia ella, y ella dos hacia atras-. De eso queria hablarte.
– ?Ah, si?
– Aqui donde me ves, se cosas. Un embajador siempre sabe cosas. En esta ocasion, por mi especial amistad con los Asmar y, mas concretamente, con el anorado Tony. ?Ah, este martirizado pais! ?Cuanto dolor produce!
Parece al borde de las lagrimas. Rioja, deduce Diana, o quiza algo mas fuerte, libado antes de salir de la embajada, para sentirse a tono.
– ?Que es lo que sabes?
– No. Aqui, no. ?Cenas manana conmigo en la residencia?
Dial va a negarse pero recuerda a tiempo que Joy necesita a alguien de arriba que avale su peticion de visado en el consulado de Egipto. No puede plantearlo aqui. Sonrie.
– Sera un placer -miente, pero anade, ya con sinceridad-: Sobre todo si me ofreces Jabugo.
Cuando regresan al salon se le acerca Salva con la botella, presto a rellenar su copa.
– ?Pesado? -inquiere.
– Atento -replica ella, secamente.
– ?Que queria? -insiste.
– A mi.
Se desembaraza de la mano de Salva, que aferra su brazo con demasiada fuerza. No son celos. ?Que es?
Regresa a su lugar en el sofa a tiempo de presenciar la representacion. El discjockey, que lleva el pelo enhiesto como una llamarada de pinchos en gradaciones anaranjadas, ha puesto la consabida cancion oriental marchosa, a solicitud de Carlos Cancio, como era previsible. El viejo corresponsal danza sentado, levantando los brazos a la manera libanesa pero sin gracia. Entre aclamaciones, Ali se pone en pie e inicia un insinuante movimiento de caderas. La danza del vientre, servida por un efebo. No es la primera vez que Diana asiste a semejante demostracion, aunque si en esta casa. A Carlos le brillan los ojos mientras el otro se abre la camisa, se desabrocha el inicio de la bragueta y muestra el vello de su bajo vientre, cenido por unos calzoncillos Calvin Klein.
El ambiente se va amariconando por momentos, Dial se pregunta como acogera su amigo linguista esta demostracion. Le busca, no le ve. Se da cuenta de que esta detras de ella, en pie. Gira el cuello y alza la cara para mirarle, y lo que ve le abre el esofago como si le hubieran clavado una estaca.
Salvador Matas tiene la boca abierta, un hilillo de saliva en la comisura izquierda y la mirada brillante. Diana gira la cabeza para hurtarle el desconcierto que aflora, irreprimible, en sus ojos.