Es una revelacion que desata en Dial sensaciones contradictorias. Cuando se despide de todos, saludando con la mano y dejandoles entregados a sus bailes, Salva la acompana a la calle, en donde la espera un taxi. Se despiden con dos besos en el aire, y el parece ausente, como si se estuviera perdiendo algo importante que sucede, o puede suceder, en su apartamento.
Camino de casa, Diana Dial reconoce que las mujeres tienen una extrana manera de sentir.
Porque si Matas es homosexual -?por que, despues de todo, la idea no le sorprende?- eso le aleja tanto de Cora Asmar como de ella. Y, en el fondo, le gusta.
Sabado, 3 de octubre de 2009
– Menuda la liaste ayer con la Cobra -se ha quejado, burlon, el inspector Fattush, nada mas verla.
El y Diana se encuentran en el despacho del primero, en la sede de su comisaria, cerca de la Universidad Americana de Beirut. Son las once de la manana del sabado y apenas se ven coches o gente en las calles, lo que ha permitido a Georges atravesar la ciudad como si llegara tarde a competir en las 24 Horas de Le Mans. Dial habria preferido que condujera mas despacio, deleitarse con el trayecto. Atmosfera relativamente libre de la contaminacion de los tubos de escape; las precarias y deformes aceras, desiertas; acacias y ficus gigantescos, mezclando sus hojas de terciopelo verde, aprovechando tambien ellos esa manana de sabado.
A su insinuacion de que fuera mas lento el chofer ha fruncido el ceno. ?Perderse una oportunidad de correr? Los ricos, para ser estupendos; y los coches, para ir rapidos, ha pensado Diana, completando su reflexion con el tercer mandamiento del macho medio libanes: las mujeres, para ser guapas, melosas, sumisas. Y putas, aunque lo ultimo solo cuando son propiedad ajena.
El despacho del inspector Fattush se halla al otro lado de un destartalado patio-zaguan-aparcamiento, en el que habitan media docena de gatos, mimados por los agentes que montan guardia -y mas les vale, de lo contrario Fattush los enviaria a galeras-, y una palmera que tiene el tronco como si lo hubieran rapado al cero para una intervencion quirurgica y, en contraste, una abundante melena bohemia y grisacea que le cae a un lado, como si contemplara el mundo de abajo con escepticismo y algo de escandalo. Las comisarias no son un buen sitio para que crezcan datiles.
– ?Que le dijiste exactamente? -inquiere el inspector.
– Lo que cualquier periodista hubiera preguntado en mi lugar.
Y pronuncia la frase, que tiene memorizada porque se la repitio muchas veces antes de espetarsela a la Cobra: «?Que tal quedaria el prestigio de su familia si alguien difundiera que usted trabaja para los mismos que bombardearon su pais hace solo tres anos?»
Fattush se repantiga en su viejo sillon -en la pared, a su espalda, figura un retrato oficial del presidente Michel Suleiman- y le sonrie apenas. Algo preocupa al inspector.
– Eso es lo que le plantearia un chantajista profesional a un prestigioso banquero, pilar de la comunidad y espejo de virtudes, que hubiera traicionado secretamente a su pais. Eso, y la exigencia de una suma de seis ceros a cambio de guardar silencio.
– Reconozco que, a veces, periodistas y chantajistas nos parecemos bastante -concede Diana-. Lo nuestro es por un buen fin.
– Estas retirada.
– Ah, no lo entiendes -disiente la mujer-. Ya no soy reportera. Periodista, hasta la muerte. Se lleva en la sangre. Igual que tu, con lo tuyo. ?Dejaras de ser un sabueso cuando te retires? Me pasa lo mismo. Ya no publico. Pero busco la verdad, como he hecho siempre.
– La Cobra -Fattush marca una pausa para magnificar lo que sigue-, es decir, el poderoso primogenito de los Asmar, en pleno duelo por la muerte del hermano menor y nuevo martir de la patria, ha montado un numero… En fin, quiere que te saquemos de en medio.
– ?Te ha mandado a sus sicarios? -pregunta ella-. Eso solo confirma la version de la viuda. Culpable.
– No a mi. No soy lo bastante importante para el. -Levanta la mano y senala un techo imaginario situado muy arriba-. Se ha movido por las alturas. Y alguien que sabe que te conozco me ha enviado recado para que te avise. Van en serio, Diana.
Se levanta y da cuatro pasos hasta la ventana que da al patio. Retrocede con una mueca de repugnancia, toma un kleenex de la caja de marqueteria que esta sobre su mesa, entre un banderin de Libano -cuyos pliegues suele acariciar con frecuencia, como si fuera un fetiche- y la foto de su mujer y sus hijas, y frota una mancha concreta en la suciedad gaseosa que empana los cristales.
– Una mosca muerta -murmura-. No aguanto mas cadaveres de los necesarios.
Se sienta al lado de Diana.
– Sea lo que sea que haya hecho, y estoy convencido de que es capaz de todo, esta rapida movilizacion por parte de Asmar tiene una lectura politica de fondo. Lo que tu has descubierto, o pretendes descubrir y probar, pondria en peligro, de hacerse publico, no solo su imagen sino tambien su influencia con Ramal Ayub. El Anciano puede tener muchos defectos, y no te digo que en otro tiempo no haya cambalacheado hasta el crimen con los gobiernos judios. Pero no es tonto. La ultima matanza israeli, la del verano de 2006, todavia nos pesa. El viejo no es tan imbecil como para no saber que, junto con la traicion, el agravio y la burla debilitarian a su partido, precisamente en visperas de la formacion del maldito gabinete de Gobierno. ?Que haria Ayub? Sacarse de encima a Samir Asmar, y con el, a la familia. Muchos de sus rivales cristianos, y hasta algunos aliados, estan deseando desplazar al clan de su puesto clave en el maronitismo.
– Y esta el asesinato de Tony. Su propio hermano.
De nuevo el uso de las tres palabras -su, propio y hermano- hace que la detective se sienta como una interprete de melodrama.
El policia asiente.
– Asmar te neutralizara como sea. Yo que tu me andaria con cuidado.
Diana inicia un gesto de protesta.
– Lo se, amiga. No te arredran ni los tiros ni las bombas -corta el, sarcastico, pero menos de lo que podria esperarse.
Se levanta otra vez. La mujer se da cuenta de la seriedad de sus palabras porque le ve nervioso, inquieto.
– No hablamos de armas convencionales a la libanesa. -Hay amargura en sus palabras, junto con ironia-. Hablamos de veneno. Ponzona. Llamalo como quieras. Acido sulfurico, sustancias corrosivas. Es decir, impunidad. Eso es lo que destilan los Asmar y sus complices, las Ghorayeb. El producto interior brutal de este pais, por cuya elaboracion rendimos pleitesia a nuestras mas repugnantes y acrisoladas familias. Cualquier dia puedes comerte unos salmonetes letales o encontrarte con la noticia de que traficas con drogas o utilizas a menores en un tinglado de prostitucion. Lo que sea que se les ocurra para desprestigiarte y ponerte en la frontera. Al fin y al cabo, ya no perteneces a ese como se llame periodico que te protegia cuando eras periodista… Perdon, reportera.
Se cruza de brazos, esperando una respuesta.
– ?Que debo hacer? -Diana le observa.
– Largarte a Luxor. Era lo previsto, ?no? Si no hubiera surgido este asunto ahora ya estarias con esa amiga tuya. Metete en el primer vuelo de Egypt Air. Marchate. Olvida este caso, olvida este pais. Nuestras hienas no merecen tanta atencion.
– ?Y si no lo hago?
– No podre protegerte. En cualquier momento pueden abandonar la fase actual, en la que creen que eres una avispada chantajista, con datos sobre el acuerdo con los israelies, a quien probablemente les convendria untar. En cuanto descubran que trabajas como detective para Cora Asmar por la muerte de su marido se arrojaran sobre ti.
– Cora no sera tan idiota…
Fattush la contempla, ahora si, con toda su sorna colgando de su sonrisa triste.
– Vamos, Diana. Tu sabes que si. Si algo es esa chica, es idiota. Su matrimonio lo prueba. Solo una imbecil se emparenta con semejante familia. ?Una europea! Cora es una pobre mujer con lengua de trapo. No resistira la tentacion de pavonearse ante los Asmar de lo mucho que sabe. De hecho, tambien ella esta en peligro. La