La mira golosamente mientras apura la segunda copa de Rioja, pero Diana no le presta atencion. Asi que el embajador y la viuda comparten a Tariq, el prodigioso. Debera hacer que se lo presenten.
– ?Por que me has invitado? -Dial va directa al asunto.
– Conoces mi especial deferencia hacia ti -replica el, ceremonioso-. Enterado de tu interes por el terrible atentado que causo la muerte del querido Tony, creo que obra en mi haber informacion reservada que puede resultar de tu incumbencia.
Se sientan, con sus respectivos platos en las rodillas, en un sofa de mimbre. Diana contempla la oscuridad del jardin de abajo, interrumpida solo por los lunares amarillos de las farolas. Al fondo del paisaje, el cielo reverbera con la iluminacion de las estribaciones meridionales de Beirut.
Ramiro se acerca a Dial, tanto que sus muslos como mortadelas forradas de gris marengo se interponen entre ella y cualquier intencion de huida. Las zarpas de oso del diplomatico se ciernen sobre sus manos. Aguanta, guapa. Por Joy. Maldita filipina, maldito visado.
– ?Que te parece mi coleccion de cruces? -pregunta, con voz dulzona.
– No me gustan las acumulaciones. -Aparta las manos. Al diablo con Joy-. Y soy atea.
– Y sin embargo, nos unen tantas cosas. -Los ojillos del embajador despiden lujuriosos destellos que se desploman poco despues, como gusanos muertos, en el escote generoso de la otra.
Diana se suelta y ataca un canape de salmon.
– Gimnasia y masajes. Dice Tariq que puede esculpirme en unos seis meses. Y que esculpido lucire mucho mejor. Son decadas sin mujer, ?comprendes? Mi dolor de viudo hizo que me abandonara, entregandome a consuelos inmediatos. La gula me pierde, pero es un pecado que el Senor perdona. Te juro que en nuestra boda no hare el ridiculo, te lo prometo.
Diana le mira sin entenderle. Cuando lo hace, se atraganta y tiene que escupir restos de canape en una servilleta.
– Podriamos anunciar nuestro compromiso por entonces -continua De la Vara-, en cuanto este debidamente esculpido. Comprendo que ahora te averguences de mi, una mujer con tanta clase. Claro que ya eres talludita, y tienes que admitir que un buen partido como yo no volvera a presentarsete.
– ?Un que? -balbucea la periodista.
Y el otro, imperterrito:
– Mis hijos no nos molestaran, ya estan colocados, y ni siquiera tendras que luchar contra el fantasma de mi primera esposa, Claudine, que era tan sacrificada que ni con seis partos tuvo bastante como sufrimiento, y solia llevar puesto un cilicio con pinchos. Yo no estaba a su altura, el dolor fisico me aterra. Por eso, sin duda, Dios me envia tentaciones, te lo puedes imaginar… Ay, esas tetitas…
Se produce un rapido viaje de manos. La del embajador se desplaza de improviso al escote de Diana y la de Diana a la mejilla derecha del embajador, al tiempo que le suelta una indignada retahila, ocurrencia instantanea que piensa que quiza funcione:
– ?Excelencia! ?Recuerda quien eres y lo que representas! ?El buen nombre de Espana!
Como al conjuro de palabras magicas, Ramiro recupera la compostura, oronda pero impecable, de las ocasiones oficiales. Se levanta, se pone firme, se recoloca la chaqueta.
– Imperdonable. Imperdonable -balbucea-. Un comportamiento a todas luces deleznable. El embajador solicita excusas. Te mandara flores, hara lo que sea.
?En tercera persona? Como una cabra.
Dispuesta a terminar pronto la noche, Diana le recuerda:
– Tienes algo que contarme, o eso me has dicho.
– Ah, si.
Vuelve a sentarse, esta vez en una silla, en una declaracion muda de intenciones.
– Cora Asmar no es lo que parece.
La frase resulta lo bastante ambigua como para que la periodista mantenga un discreto silencio.
– No es una mujer decente. Tiene un amante. -De la Vara deja caer la frase con evidente esfuerzo, ya que ha regresado a su papel de caballero espanol.
– ?Y quien es? -Aunque, en realidad, Diana se pregunta como un miembro numerario del Opus Dei puede creer que Cora Asmar parece una mujer decente.
– Tony creia que era una joven como Dios manda, y yo tambien… Con esa cara de virgen flamenca pintada por el maestro Campin, esa piel palida, ese pelo rojo…
Diana comprende que la ignorancia y el deseo se mezclan en la percepcion que el embajador tiene de las mujeres.
Loco y lelo. Oh, por los clavos de Cristo, ?que hago aqui? Menos mal que Diana ha prometido enviarle una llamada perdida a Georges, que la espera a la entrada, en cuanto necesite abandonar la embajada y a su desquiciado inquilino. Una pregunta atraviesa su mente.
– Dime, embajador. -Insiste en nombrarle por el cargo, usandolo a manera de proteccion-. ?Crees que Salva es gay? Tu le conoces, coincidiste con el en otros paises. La otra noche… Aquel chico.
– Te refieres al baile, ?no? Termino fatal. Ali, el efebo, se enfado con Salva y Carlos Cancio, con Ali. Muy desagradable. El pobre muchacho sigue enamorado…
– ?Quien, Ali? ?Enamorado?
– De Salva. Hace tiempo de eso. Al poco de llegar Matas a Beirut, antes de que tu vinieras. No se por que, el chico concibio esperanzas y le monto unas cuantas escenas, al ver que no era correspondido. Cuando Carlos lo recogio acababa de intentar suicidarse.
– ?Tu crees que Salva…? -pregunta Diana, con un hilo de voz.
– ?Mariconcete? No, no creo que nuestro amigo lo sea, aunque a veces… Confieso que su excesiva discrecion… Te sere franco. Tanto en la Fundacion Quijote como en la carrera diplomatica se dan casos… Como decirlo sin faltar a mi mas escrupuloso sentido de la delicadeza. No deseo ofender, no deseo ofender… Pero casos raros. Frustraciones. Gente que va cambiando de ciudad en espera de esconder que en el destino anterior no le ocurrio nada personal digno de memoria, y que necesita mimetizarse con el resto de frustrados. Nos movemos con seguridad entre los nuestros, desconfiamos del resto de los mortales. Hay gente entre nosotros que se hace pasar por normal y no lo es. Con esto no quiero decir que todos… Por Dios, no me malinterpretes. Y no me tomes por un tipo raro… Estoy convencido de que Jesus me quiere y me guia.
Despliega los brazos en un gesto entre simple y confiado. Diana frunce el ceno:
– Concretamente, ?que sabes de Matas?
– Nunca le conoci ningun lio. No es como yo, un viudo de oro muy solicitado, pero tambien dificil de cazar… Aunque ahora… Ahora es diferente, tanto para el como para mi. El amor nos aferra entre sus garras.
La contempla con sus ojos humedos por el vino. ?O por los celos? ?Conoce Ramiro de la Vara sentimientos de Salva hacia ella que la propia destinataria ignora? ?Por eso ha precipitado, a su manera psicotica, lo que cree su peticion de mano?
Como sigas aqui mucho tiempo, tambien vas a volverte loca, se dice la mujer.
– ?Quieres ver mi gimnasio? -Se levanta el diplomatico, cambiando bruscamente de tema.
– Me ira bien estirar las piernas -Diana se apresura a aceptar.
Quiza un entorno tan aseptico como un gimnasio, aunque sea pequeno, despeje por completo a De la Vara de su lujurioso delirio.
– Cinta para correr, bicicleta, pesas, barras -relata el embajador, definiendo lo obvio que aparece ante sus ojos-. Camilla para masajes.
La mira de nuevo turbiamente y, antes de que la periodista pueda reaccionar, la tiene abrazada de espaldas, hincandole el rostro contra la funda de felpa que cubre la camilla. Diana siente todo el peso del hombre sobre su columna vertebral. Boquea, buscando aire y algo rotundo que decir:
– ?Por Dios! -gime, finalmente.
Nunca ha nombrado mas a Dios que en esta aciaga noche.
Al poco le resulta evidente que el otro, aparte de aplastarla, no sabe que hacer con ella debajo. Dial da mentalmente gracias a su difunta mujer por no haberle iniciado en los juegos de la carne pese a los seis polvos que, previsiblemente, debieron de preceder a los partos. Y piensa que, en sus conquistas, el torpe embajador no ha debido de gozar de demasiada fortuna.
Ladea la cabeza, respira y lanza una astuta propuesta: