– ?No seria mejor que esperaramos a casarnos?
Cierra los ojos, la mujer, visualizando desde su dificil posicion la patetica escena que esta teniendo lugar en la residencia privada del embajador de Espana. De subito se echa a reir, medio ahogandose. Poco a poco, el la suelta y se queda delante de ella, mirandose los zapatos como un escolar compungido.
– ?Por el amor de Dios, embajador! -Presa de un ataque de hilaridad histerica-. ?A nuestra edad!
Intenta reconducir la situacion, incluirse sin aspereza en la fantasia del otro. Le toma de la mano, le lleva a la terraza, se sientan en el sofa pero convenientemente separados, como dos novios que pueden ser sorprendidos en cualquier momento por una seca carabina.
– ?Que ocurre con Cora Asmar? ?Que ibas a contarme? -pregunta con dulzura.
El embajador la mira, aletargado.
– ?Cora? ?Que Cora? ?Ah, Cora!
– Has dicho que no es lo que parece, embajador. -De nuevo usa el titulo como utilizaria el crucifijo de piedras preciosas, si se terciara, para interponerlo entre ella y la alterada mole diplomatica que tiene enfrente.
– Pues, mira, no, no te lo digo. -El tono es jugueton-. Otro dia. Asi volveremos a vernos, ?vale? ?Me lo prometes?
Suena el movil de Diana. Es Georges, con voz preocupada: «Me parece que es mejor que salgas ya de ahi. El de la garita acaba de contarme que el embajador se comporta como un incontrolado. Que la legacion va manga por hombro, los consejeros viajan a Madrid a conspirar contra el, y que, aqui, los GEO han enviado una carta al Ministerio quejandose del comportamiento de De la Vara durante sus salidas. Dicen que no pueden garantizar la proteccion de un hombre que le toca el culo a la primera mujer a quien se acerca, sin importarle que el marido este delante. Yo que tu saldria de ahi ahora mismo.»
– Ahora mismo -repite ella, sin mover un musculo del rostro, a la manera de Samir Asmar-. Me muero de sueno.
El embajador la acompana hasta la puerta, tambaleandose -entre tanto trajin ha tenido tiempo para beber mucho-, y atraviesa con ella el jardin hasta la verja. Georges la espera junto a los guardias de la garita.
– ?Como quedamos? -pregunta Ramiro de la Vara, con ojos lacrimosos, a traves de la ventanilla-. Firmaremos un papel… Si no quieres que nos casemos, firmaremos un papel, yo cuidare de ti y tu cuidaras de mi…
Diana, sintiendose segura en el interior del coche, se expresa ahora en voz baja pero con rotundidad.
– Vete a tomar por culo, gilipollas.
Y con el, piensa a continuacion, tambien sera sodomizada la posibilidad de que el embajador solucione el tema de Joy.
– ?Estas bien? -se asegura Georges.
?Lo esta? Desazonada, Dial responde:
– Ningun problema, Georges, pero muchas gracias por interrumpirnos a tiempo.
A sus espaldas queda la exclamacion llorosa del embajador:
– ?Haz conmigo lo que quieras! ?Lo que quieras!
Domingo, 4 de octubre de 2009
Manotea en el aire, con media mente refugiada aun en la oscuridad y dos tercios de cuerpo a resguardo, bajo la sabana. Resaca. La arana muerta que la ha perseguido en el sueno ya no esta ahi. Eso ocurrio antes de que empezara la pesadilla real. Antes de que sus sentimientos reprimidos saltaran como un polvorin de esporas a raiz del atentado.
«No es una mujer decente.» La frase pronunciada por De la Vara estalla, de pronto, en su cabeza. Se le alegra el dia.
Decide no elegir -se dice que podra hacerlo mas tarde- entre la satisfaccion que le produce saber que Cora, entregada a un amante desconocido, se encuentra fuera del alcance de Salva, y el entusiasmo que le causo hace dos noches imaginarle como gay, tan imposible para la viuda como para ella misma. Se asoma al balcon. Se queda un rato contemplando a la mujer de enfrente, que vuelve a hablar con sus pajaros. Ella, al menos, ha olvidado ya el susto del atentado. O lo asimila, como hacen todos, lo interioriza. Forma parte de su circulacion sanguinea. La sangre de todos, espesada con la del intempestivo martir.
Sin pensarlo dos veces toma el telefono y marca el numero del profesor. Del Mesias, rectifica, de buen humor.
– ?Te despierto?
Casi ve la sonrisa del otro, y no puede reprimir la suya, cuando le escucha apostillar:
– Soy despierto, lo este o no.
– Vale, vale -responde, conciliadora y algo perdonavidas.
Siente tantos deseos de que su relacion vuelva a ser como antes. ?Que importan el amor, la pasion y sus agobios, frente al consuelo que proporciona el disfrute de la amistad?
La mujer del balcon de enfrente abre con cuidado la jaula e introduce una mano en el interior, en donde revolotean media docena de jilgueros. Algo demasiado blando se mueve en las entranas de Diana.
Le refiere a Matas, con lenguaje telegrafico, la escena de la camilla en las habitaciones del embajador, y Matas rie calidamente.
– Quiero detalles -dice, perentorio, cuando Dial termina-. De toda la velada.
Respira hondo la mujer. No puede permitirse meter la pata. Tantea.
– Estuvo muy locuaz. Piensa que Cora tiene un amante. ?Lo sabias? -Tono suave.
La mujer de enfrente sostiene un pajaro inmovil en la palma de la mano.
Matas guarda silencio. Por ultimo:
– No, ni idea. Vaya. De lo que se entera uno.
Diana va un poco mas lejos:
– ?Dolido? Es curioso que lo ignores, siendo tan intimos.
La mujer del balcon de enfrente se encoge dentro de la bata de colores brillantes, cubre el contenido de la mano con la otra, aprieta ambas contra su seno. Con rapidez, Diana da la espalda a la escena, la borra.
– No, ?por que? Puede que sea mentira-contraataca Salva-. ?Desde cuando te fias de Ramiro? ?Y quien es ese supuesto amante? ?Tiene un nombre?
– No estoy segura. -Recoge velas, aligera-. El embajador llevaba una cogorza considerable… Seguro que guarda los detalles para cuando nos casemos.
Quiza su amigo ama en serio a Cora Asmar. Quiza es, como ella, alguien que espera una migaja de carino. Siente una oleada de ternura maternal hacia el hombre. No. Salva no sufrira. Sera feliz tal como desee serlo o ella no sera nada. En esto consiste llevarle quince anos, en desear su bien, aunque a veces la ira que le provoca impulsaria a Diana a abofetearle como a un nino cruel. Su ira por haber aparecido tan a destiempo. Por el desencuentro.
Sus contradicciones la asfixian.
– ?Nos vemos luego? -pregunta el.
Quedan para cenar. Pero la detective o periodista rechaza que sea en su apartamento. Eso termino para siempre. No se ve con fuerzas para soportar una reedicion de lo que ya ha enmarcado para el futuro como su ultima terraza compartida, la noche en que el aparecio con ingredientes para cocinar adquiridos antes o despues de ver a la viuda, puede que aconsejado por ella, mintiendole a Diana. Da la espalda a la mentira, como al pajaro muerto, y sugiere un restaurante de los muchos que en Beirut brotan tan subitamente como los sobresaltos. Uno con menu de fusion resultaria adecuado. El desapego de Salvador Matas mas la frustracion de Diana Dial. Hielo y fuego.
Templar ambos. Recomponer la amistad. Tarea para el final de este dia que se presenta denso.
Cuando cuelga ve que, mientras hablaba, la ha llamado Fattush. Marca retorno.
– Precioso dia. Estoy en la Corniche -anuncia el hombre-. ?Te vienes a correr?
– ?Correr? No lo tengo en mente -replica Diana-. Ademas, he de acudir a una cita a mediodia.
– Caminaremos en una sola direccion -propone Fattush, que conoce su aversion a las idas y vueltas-. No te