robare mucho tiempo. Tengo algo para ti.

– Y yo necesito que hagas una averiguacion.

En la calle Damasco, Diana detiene un taxi Mercedes desvencijado -Georges libra hoy- que le recuerda el Beirut mas ingenuo de los primeros tiempos. ?O era ella, la credula? El conductor tiene puesta la radio con estentoreas oraciones a juego con el rosario musulman que se balancea, colgado del retrovisor. Ella le indica la direccion en su mejor arabe, que es escaso pero sirve para estas circunstancias, y el otro interrumpe la charla especial para turistas con que habia empezado a obsequiarla. Cuando la deja en Ain el-Mressie, la generosa propina que recibe le sorprende. «Por no hablar», zanja Dial, didactica.

Fattush la espera apoyado de espaldas en el pretil de tubos de hierro que bordea la Corniche. A su lado, una mujer mayor que Diana hace flexiones para la espalda. Detras de el, el impecable azul claro del Mediterraneo, cenido por el sombrero algo mas palido de un cielo sin nubes. El viento, vigoroso, las ha ahuyentado.

– Voy a pasar el domingo trabajando -dice el hombre-. ?Mi madre y mi mujer se han vuelto a pelear! Mi madre queria que me pusiera ya la camiseta de invierno, mi mujer la ha llamado loca, mi madre le ha reprochado que no cuida lo bastante de mi. Las ninas se han anadido a la trifulca. Yo… En fin, bienvenida seas.

– Te invito a un cafe -propone Dial, iniciando resueltamente el cruce de la Corniche, que a esa hora todavia esta en calma. No tiene ganas de caminar.

Ocupan una mesa, en la esquina de una terraza protegida por cortavientos de plastico.

– Te he traido algunos papeles sobre el estado de las cuentas del muerto. -Fattush le tiende un sobre grande-. Tienes mala cara.

– Suenos agitados -replica Dial, comprobando el contenido del sobre-. Pideme un expreso doble.

Se quita el chal de seda y se desabrocha los dos primeros botones de la blusa, se arremanga. El inspector permanece callado mientras ella lee, relee, comprueba y toma notas en su cuaderno. Cuando por fin termina:

– Vaya, se ha enfriado el cafe.

Piden otra ronda.

– ?Puedo quedarmelos? -inquiere.

– Hice dos copias. Una para ti y otra para mi. Por si acaso.

– Bien. Estado de cuentas, investigaciones bancadas, balances, saldos hipotecarios, prestamos… Muy completo, Fattush, gracias.

Cuando el camarero se va con el pedido, Dial le dice:

– Dispongo de veinte minutos, luego tengo una cita.

– ?Relacionada con el caso? -pregunta el otro.

– Mucho. Al menos para mi -replica, sin mas explicaciones.

No tiene ganas de hablar. Recuesta la cabeza en el respaldo de la silla y cierra los ojos, como si quisiera olvidarse de todo y sentir unicamente el mordisco del sol en el rostro. Cuando los abre sorprende a Fattush mirando con aprension a una pareja que se abraza estrechamente al otro lado de la calzada, junto al mar.

– Dan ganas de avisarles -comenta el hombre-. Peleas, ninos. El futuro.

La periodista golpea el sobre con el indice.

– Debia dinero a todo el mundo. A su familia, varios bancos, socios, ex socios… Su hermano Samir era uno de sus principales acreedores. Segun esto, le habia prestado dinero para todos sus negocios ruinosos, incluido el ultimo. Y sin intereses.

– ?Sigues creyendo que es el asesino? -pregunta Fattush.

No hay mas clientes que ellos en el cafe. El camarero, aburrido, se ha sentado en otra mesa, frente a una hilera de servilleteros y un gran paquete de panuelos de papel que dobla y va colocando en los soportes.

Diana se encoge de hombros.

– No se que creer. Si Samir y, en general, la familia Asmar, ponian su fortuna y sus fincas a disposicion del pequeno inutil… ?Que les costaba comprar su silencio sobre la estacion de telecomunicaciones esgrimiendo esas deudas? Tony dependia de ellos por completo.

– A lo mejor la version de la viuda es la buena -insinua el policia-. Era un patriota. Se disponia a denunciar a su hermano.

Dial arruga la nariz, esceptica.

– Cuanto mas reflexiono, menos solida me parece la explicacion de Cora. -Observa con cuidado al camarero-. Me parece mas factible que Tony Asmar pretendiera cortar para siempre con su dependencia de la familia y la sombra omnipresente del hermano mayor. Pongamos que discutio con el, que le advirtio de lo que iba a hacer. Por lo que sabemos, el benjamin era un capullo bastante fanfarron. Si le dijo que se disponia a hablar con el Anciano… A proposito, me gustaria entrevistarme con el.

– ?Con el viejo? Eso es imposible…

– Dime una cosa… -empieza Diana, cortandole. Se interrumpe tambien ella.

Observa al camarero en su tarea, empenado en introducir en el servilletero mas panuelos de los que este admite. Los apretuja, los contrae. Cuando consigue meterlos se desbordan, desparramandose sobre la mesa. Impaciente, Diana se levanta, se dirige hacia el. Se los quita. Con su habitual sonrisa ironica, Fattush la ve gesticular, y seleccionar la cantidad exacta de servilletas, agitarlas en el aire, colocarlas en un servilletero con gran teatralidad, como si aleccionara a un nino. Cuando, terminada su mision, Diana vuelve a su mesa, se desploma en su asiento como si acabara de realizar una tarea herculea y pregunta:

– Recuerdame cuales son aqui, en Libano, en esta pequena y convulsa republica y demas pamemas, los principales moviles con que te topas cuando se ha cometido un crimen.

Ahora es Fattush quien se encoge de hombros:

– Lo de siempre. Dinero, amor, celos. Como en todas partes. Honor machista.

– Exacto. Lo esencial. No podemos perderlo de vista. Demasiadas conjeturas solo sirven para estorbar. Como las servilletas a ese chico. -Senala al camarero.

Cuando salen del cafe agarra al inspector por el brazo, familiarmente.

– Es un placer contar contigo -confiesa-. Que conveniente que trabajes en domingo.

– Vas a pedirme algo -pregunta Fattush, apretando el brazo de Diana contra su costado.

– Informes sobre un tal Tariq. Desconozco el apellido. Profesor de gimnasia, yo creo que tambien un poco gigolo. Entrena a gente de clase alta, entre ellos nuestro embajador y Cora. Podria estar liado con la viuda. Es urgente.

Se quedan en la acera hasta que Fattush le elige un taxi. El inspector le hace prometer que le llamara por la tarde, en cuanto haya hablado con la matriarca.

El Mercado del Domingo -Souk el-Wahad-, aunque se rige por terminos de estricta utilidad, no puede impedir que crezcan lujos residuales en su extenso y abigarrado recinto. Por eso algunos jovenes hacen cola para conseguir un tatuaje o un piercingy, posiblemente -al menos, en opinion de la periodista, que observa las operaciones con recelo- una enfermedad contagiosa,

Diana ha quedado con Neguezt a mediodia, pero un buen rato despues todavia la espera. La cita es en la entrada principal, debajo del puente. Bajo los puentes de los barrios perifericos de todas las ciudades del mundo, no importa el huso horario, piensa Dial, se adhieren como forunculos mercados como este: compra y venta de sobras para gente de segunda mano. Entretenida mientras el tipo del taladrador perfora las orejas de un punkielocal, Dial no advierte que tiene a Neguezt cerca.

Un golpecito en la espalda y la mujer se gira. Ante ella, envuelta en una coloreada tunica africana, la muchacha se muestra majestuosa, casi irreconocible. O es mas alta o en su papel de sirvienta se encoge expresamente, piensa Diana. No viene sola. La acompana un hombre pequeno, delgado y vestido formalmente de oscuro, con un traje barato de tergal y una camisa de cuello demasiado tieso y demasiado grande para su estrecho gaznate de ave intranquila, sujeto por el nudo de una corbata pasada de moda. Un cuervo, si los cuervos tuvieran una mirada amable.

– Nessim Blazer -se presenta.

Le tiende la mano y Diana se la deja estrechar, sin extranarse por el blando roce. Los arabes te dan el apreton de contacto con los ojos.

– Abogado -anade el hombre, que la escudrina sin recato.

Diana le conoce por su trabajo. Desde su pagina web se hace eco de casos de explotacion del servicio

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