debian de saberlo antes de venir.

Se queda mirando a Neguezt, en espera de que reaccione a su impertinente observacion. Lo hace, furibunda:

– ?Mentira! ?Todo mentira!

Nessim toma a la mujer por los brazos, la sacude delicadamente. Esta prosigue, mas calmada:

– Cora Asmar miente. Tiene otro hombre. Yo escucho conversaciones. Se cosas. No comprendo mas que palabras sueltas, habla muy deprisa y siempre en arabe, nunca en ingles, solo muchas veces «cono», en espanol, cuando se enfada. A menudo me da permiso para ir a mi casa a dormir. Al dia siguiente, cuando cambio sabanas, yo se que no ha dormido sola. Las sabanas hablan, ?verdad?

– ?Eso fue antes del atentado?

– Antes y despues. En seguida volvio la costumbre.

– ?Sabes quien es el hombre?

– No estoy segura. Siempre que venia Tariq, el profesor de gimnasia, yo tenia que irme a mi casa, tenia que dormir fuera. Pero otras noches, tambien. Sin gimnasia.

– ?Y el marido? ?Tony Asmar lo sabia?

Neguezt se echa a reir abiertamente. Los cuernos masculinos son objeto de chanza en cualquier parte del mundo, piensa Dial, experimentando un regocijo primario.

– Que iba a saber, el desgraciado. Los hombres libaneses se van a sus asuntos, a presumir, y sus mujeres tienen todo el dia libre. Cuando se les acaba peluqueria y salon de belleza, se aburren, y se consuelan. Ella siempre pidiendole mas dinero, el siempre haciendole promesas, ella burlandose de el, y el prometiendo. Discutian, discutian. Hablaban de dinero. Con el otro tambien. Siempre la palabra dolares en las bocas. Al final ella se ponia como una gata mansa, pero primero ensenaba sus unas.

Es la hora de la siesta y Burj Hammud, efectivamente, sestea en su indolencia de festivo semanal cuando Diana toma el camino de regreso hacia su casa, hacia su territorio de privilegiados que se sienten, y en realidad lo estan, mas a salvo que otros y menos que los unicos que se salvan siempre.

De modo que el embajador tiene razon. Cora tiene un amante.

Una breve siesta y una ducha, y la detective se siente lo bastante recuperada para enfrentarse a esa Yumana Asmar a quien imagina lista para lanzarse sobre ella con la deportividad con que un equipo de aranas podria descuartizar a una sola mosca. Cuando el solido Rolls-Royce plateado se detiene ante su portal, Diana se mete de cabeza, ignorando el gesto de ayuda que amaga el chofer con gorra de plato que se ha presentado como Serge.

El interior apesta a L'Air du Temps de Nina Ricci, uno de los perfumes que mas aborrece Dial. Contraataca rociando generosamente la tapiceria con Egoiste, energica fragancia masculina de Chanel que merece haber sido pensada para mujeres. No hay modo. La suya es una simple colonia que, al poco de abandonar el frasco, retrocede, sumisa, abrumada por el olor matriz.

Abandonan Beirut a toda velocidad, aprovechando que el trafico solo discurre entumecido en la direccion contraria, gracias al ejercito de domingueros que regresa a la ciudad tras un dia en las playas del norte. Cuando llegan al pie del Casino, que se erige sobre una colina, rivalizando con la Virgen y el Sagrado Corazon que coronan dos promontorios vecinos, Serge pega un volantazo, gira a la derecha y toma una estrecha ruta que asciende bruscamente ochenta grados. Asi es Libano, en la orografia como en el resto. Una sucesion de sacudidas.

El aire huele a pinos y la humedad clausura, como una tapia crecida a sus espaldas, el aliento febril de la ciudad.

A Diana le desagrada la montana. En cualquier lugar del mundo; mucho mas en Libano. La agobia. Se asfixia entre montes picudos y entrelazados bosques. La red de caminos que, desde la nuca de Beirut, serpentea hacia el pais profundo como una enfermedad linfatica, no conduce hacia las delicias pastoriles que cantan los poetas locales, sino hacia intemporales abismos de rencor.

La experiencia de su vida aqui y de sus viajes cuando era reportera ha despojado a Dial de todo optimismo. Le basta con alejarse media hora de Beirut para que la aprension le aplaste el pecho. Encerrada en el Rolls, se maldice por no haber tomado precauciones. ?Que podia hacer? Yumana no especifico el lugar del encuentro, y la periodista es demasiado mayor para acudir con ninera a la gruta del ogro.

Despues de recorrer veinte kilometros de laberinticas curvas puntuadas por devotas capillitas de cristal que contienen imagenes de la Virgen o de santos, el Rolls se adentra en una urbanizacion de lujo y atraviesa un paso privado, cuya verja Serge manipula con un mando a distancia. Avanzan lentamente, por una senda de grava, hasta la entrada de lo que Diana identifica como una mansion alternativa. No de alternancia obligada segun las estaciones, sino de alternar con las amistades, deslumbrandolas. Los Asmar coleccionan casas como otros sellos o autografos. Esta le resulta demasiado recargada, con el exterior cosido a hileras de tejas rojas que parecen haber caido alli a voleo, y un exceso de hierro forjado en las estrechas ventanas, mas propio de la mazmorra del conde de Montecristo que de una vivienda mediterranea.

Fattush, Fattush, como te echo en falta. Se sobrepone a su flaqueza y echa a andar hacia el umbral, en donde otra de las doncellas del repertorio africano de los Asmar la esta esperando.

Diana cree hallarse a solas y, cual es su costumbre, se dispone a apreciar el mobiliario. Nunca hay que desdenar las posibilidades que una mentalidad libanesa puede ofrecer en materia de decoracion. Clava los ojos en la monumental mesa baja, formada por una loncha oval de cedro de Libano, del tamano de una pista de baile y barnizada como tal, y asentada sobre dos pezunas de elefante que parecen autenticas. Se arrodilla para comprobarlo, y esta a punto de tirar de un pelo del desdichado mamifero cuando un carraspeo la fuerza a reincorporarse, sofocada. Sigue un comentario en frances pronunciado por una voz correosa sobre la que parece chirriar la aguja de un fonografo.

– ?Aqui estas! ?Ah, mirala! ?Tan tranquila, la muy cerda! ?La muy vaca!

Dial comprende de inmediato que Yumana Ghorayeb de Asmar domina todos los terminos insultantes que la lengua de Moliere pone a su disposicion. Tambien asume que la fetidez a L'Air du Temps que ahora mismo embalsama su pituitaria no procede de su pasado reciente en el Rolls sino del majestuoso sillon de estilo barroco que preside el salon, en el extremo opuesto de la tajada de arbol nacional libanes que obra como mesa de cafe.

– ?Acercate! -ordena la vieja, desde las profundidades de la tapiceria granate-. ?He perdido las gafas! ?Donde las habre puesto? ?Es la tercera vez esta semana!

Deberia obedecer a reganadientes, o quiza ni siquiera eso, y quedarse plantada en donde se encuentra. Por el contrario, Diana se sorprende reaccionando con docilidad, ansiosa por acceder a la peticion de la figurita nerviosa que se retuerce en el sillon.

Cuando llega a su altura, se reafirma en que Yumana Asmar constituye un espectaculo digno de ser tenido en cuenta. Rubia de frasco desde tiempos inmemoriales, y de una melena sospechosamente profusa para sus setenta y muchos, la vejez y numerosas visitas al cirujano plastico han otorgado al cutis de la dama un seco tono de oro ajado -similar al de las molduras de su trono-, en el que refulgen unos ojos de color esmeralda tan singulares como los de su hijo Samir pero mucho mas bellos en su frialdad mineral, nada opacos. Los agujeros de una nariz casi inexistente y respingona parecen sostener, como arracadas, dos surcos inmovilizados por el botox que enmarcan su inflada boca y descienden hasta la leve papada, proporcionandole una placida maldad de batracio en espera. Su cuerpo, escarpado y menudo, envuelto en seda amarilla, se repliega en el sillon, como si viviera protocolariamente un paso atras de la cabeza reinante.

– ?Mas cerca, mas cerca, pedazo de guarra!

Vache, salope, connasse. Mon Dieu: Diana se pregunta si su propio frances, tan comedido, estara a la altura. Ahora la otra comenta, con desconcertante ingenuidad y sin insultos, aunque sigue tuteandola:

– ?Crees que deberia tener un par de gafas en cada una de mis viviendas? Eso solucionaria el asunto… Aunque no estoy segura de querer arreglarlo. Tiene tan pocas cosas que hacer una mujer a mi edad, aparte de buscar las gafas… Anda, sientate aqui, a mi lado.

Lo dice senalando con el indice manicurado la punta del sofa. Convertida subitamente en una remilgada anciana, acerca a su rostro el Rolex de oro que lleva en la muneca, enrollado con varias pulseras, y se agita:

– ?Hora de mi Blue Label! ?Casi se me pasa! ?Quieres uno? -Sacude una campanilla.

Entra la criada y Yumana le ordena:

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