con furia se responde-. ?Pues ya lo he hecho! ?Pierdete de vista, cretina! Y da gracias a que Yumana Asmar Ghorayeb siga siendo una de las mejores anfitrionas de Libano, porque en este momento mi servicio de te vale mas que tu vida. No lo olvides. Largo. Serge tiene instrucciones para dejarte en donde quieras.
Se levanta Diana, con la musculatura de la espalda rigida por la tension. Antes de abandonar el salon escucha a Yumana mascullar:
– Putas gafas… ?Donde habre puesto las putas gafas?
Emerger al aire libre no mejora la oxigenacion del cerebro de Diana Dial, sometido durante la entrevista con Yumana a sensaciones contradictorias que han anulado temporalmente su capacidad analitica. Solo sabe que debe huir una vez mas de una de las propiedades de la familia Asmar, aunque solo sea para poner su integridad mental a salvo.
«Piensa, Diana, piensa», se exhorta mientras ocupa su sitio en el Rolls, dispuesta de buen grado a atravesar el bosque sin dejar garbancitos detras, salir de ahi y nunca mas volver se ha convertido en su necesidad primordial, ya ni siquiera nota el perfume de la vieja en el coche. Serge no habla, pero Dial no se lo agradece, su silencio no es una ventaja sino un factor amenazante mas. Maldita sea, como echa en falta a Georges y una buena charla con el acerca del caracter libanes, los precios de los coches de segunda mano o el estado de las finanzas de su hermana, la que vive en Dubai.
En el exterior ha oscurecido y fogonazos de luz procedentes de coches que vienen a toda velocidad en direccion contraria desvelan fugazmente el inhospito paisaje. Lo mejor que puede hacer es serenarse y no poner nervioso a Serge, porque lo unico que ella necesita, lo unico, se repite, es volver a las luces de Beirut, recuperar bajo sus pies el asfalto desigual de la ciudad, reconocerse en edificios inconfundibles por sus mellas o sus oropeles. En definitiva, dejar atras al lobo.
Nada de histerismo. Nada de informacion, tampoco, para los oidos de Serge, que sin duda son finos y se esmeran en cuchichearle a Yumana cuanto recolecta en el exterior. Nada de llamadas telefonicas, por consiguiente. Ni siquiera usara su pulgar diestro para enviarle un mensaje a Fattush. No buscara la voz de Salva, su distanciamiento de forense, que es lo que mas necesita en este momento de asquerosa desercion de fuerzas.
Cuando desembocan finalmente en la autopista y se zambullen en el denso trafico que se arrastra hacia la ciudad, Diana suelta un gemido y comprende que ha permanecido todo el rato apretando los dientes. Le duele la mandibula.
Se siente ridiculamente agradecida hacia los ocupantes de los coches que se apretujan en torno al Rolls, proporcionandole una fantasia de seguridad. Saluda a los exhaustos ninos que pegan su rostro a los cristales, a los padres hastiados, a los bebes dormidos. Saluda y sonrie.
A la escueta pregunta de Serge de si desea volver a casa, responde que tiene una cita para ir al cine y le pide que la deje en el centro Sofil. Una vez alli, y mientras el vehiculo se aleja y Serge aun puede verla por el retrovisor, Diana se queda en la puerta contemplando su reloj, mirando alrededor como si buscara a alguien y sintiendose cobarde y cretina. En cuanto el otro se pierde a lo lejos echa a andar, sintiendo el rostro acariciado por la brisa que huele divinamente a combustible adulterado. A cada paso se siente mas ligera, porque se sabe mas cerca del Cafe de los Espejos. Necesita un lugar en el que sentirse segura para telefonear, tomar apuntes y pensar. Pensar.
El cuaderno de notas, abierto sobre el marmol del velador. Sabe que la sesion de fuegos de artificio que le ha dedicado la vieja no le ha resultado totalmente improductiva, pero desconoce que claves puede extraer de su frivolo parloteo. ?Que le ha dicho Yumana Asmar? ?O que no le ha dicho?
Recupera la serenidad en el local amigo, entre olores sedantes -a tabaco de narguile, a cartas usadas, a cafe recien hecho-, sin gente alrededor. Es domingo y esta zona de la ciudad languidece a partir de mediodia. Un par de camareros secundarios charlan en voz baja con la cajera. Diana siente el estomago revuelto por el whisky bebido en taza y, para compensar, ordena una infusion de granos de anis servida en vaso largo. El liquido caliente la reconforta.
Yumana exhibe su maldad ante mi, satisfecha de su banalidad. ?Por que? Es evidente que quiere intimidarme, pero no puede evitar regocijarse con la representacion, y su proposito inicial se diluye en naderias. Se aburre, ella misma lo confiesa. No le importa pasar por despiadada. Lo es, le gusta serlo. Y no tiene demasiadas ocasiones para vanagloriarse de ello ante una extranjera. Solo al final de nuestro encuentro su animadversion suena mas energica, pero no acaba de formular una bravata concreta.
Aunque eso no es del todo cierto. Para Yumana Asmar, considerar la vida de Diana menos valiosa que su servicio de te debe de constituir toda una declaracion de principios, por no decir una sentencia.
Cavila y prosigue:
La amenaza queda diluida a causa de sus excesos verbales, pero existe. Vamos, Diana. Hay mas. ?Que ha comentado acerca de Cora? Que es tonta del culo. No, eso lo he dicho yo. Que es como un grano en el culo.
Se detiene y repite en voz alta:
– Reventarse un grano del culo no requiere mas que un pequeno tajo.
Marca el numero de Cora. ?Es ella quien esta en peligro! Al menos, ella es la primera. Si los esbirros de los Asmar han investigado bien sabran que es la viuda quien puede denunciarles. Quiza sospechan que guarda copia de los documentos comprometedores. La propia Diana sospecha que la joven le mintio en este aspecto. ?Como no iba Tony a dejarle un juego de pruebas para salvaguardarse, en caso de que su entrevista saliera mal? Los Asmar no ignoran que Cora es el verdadero peligro. Sin ella, Diana Dial solo tiene agua entre las manos. Seria la palabra de una extranjera contra la de una respetable familia maronita.
Vamos, vamos, coge el telefono. Responde, necia e insensata Cora. Te has metido en un berenjenal y vas a pagarlo muy caro, muneca.
Pero la otra no responde y Diana le deja un mensaje pidiendo que le devuelva la llamada con urgencia. «Vida o muerte», teclea.
Tampoco Salva contesta a sus llamadas. Un inmediato dolor de corazon -como si le quitaran los puntos de una herida todavia tierna-, y un pensamiento insidioso. ?Estan juntos ahora mismo el profesor y la viuda? ?Existe entre ellos una complicidad mayor que la que une a Salva con Diana? ?Intercambian confidencias, consejos, mientras ella se preocupa y espera, anhelante, la hora de la cena, la compania benefica de su amigo?
«Concentrate en tu condenado cuaderno.»
«Ni tu puedes ya intimidarnos.» He aqui una frase de Yumana Asmar que deberia analizar con especial cuidado. ?Que ha ocurrido entre la visita de Diana a Samir y la entrevista de esta tarde? Suena el telefono y a Dial casi se le cae, en su precipitacion por responder.
Es el inspector Fattush, interesandose por su conversacion con la vieja. Diana se la refiere con pormenores, y eso la tranquiliza, en parte.
– No creo que yo corra peligro, ha sido una bravuconada -dice la periodista, mas para convencerse que para convencerle-. Me detesta, pero creo que se ha limitado a meterme miedo a su modo, formaba parte de la ceremonia. Cora es la proxima victima. Seguro que tiene copia de las pruebas, aunque nos lo haya ocultado.
– Intentare encontrarla. Otra cosa -anade el inspector-. He localizado al tal Tariq. Trabaja con clientes particulares. Sobre todo clientas, tu me entiendes. Ademas, por las mananas esta de profesor de natacion en el hotel Sun Beach. Tiene mucho exito con las mujeres ricas. ?Quieres su telefono? Aunque no creo que ese tipo nos aporte nada.
Apunta Diana el numero de movil del masajista, pero Fattush tiene razon. Es un personaje irrelevante.
La periodista pregunta:
– Repitelo, amigo. Dime de nuevo por que se mata en Libano, dejando a un lado la politica.
– Por lo mismo que en todo el mundo. Amor, dinero. Pasion, codicia. Celos, ambicion.
– Hay otro movil. Aqui como en el resto del planeta.
– ?Encubrir otro crimen?
– Exactamente, inspector.
Se despiden, despues de que Fattush insista en que se pone inmediatamente a buscar a la viuda. Diana vuelve a sus notas. «Las servilletas sobrantes caen por si solas de su soporte», escribe, recordando la intuicion que ha tenido esa misma manana.
Suena el movil y es Nessim Blazer, el abogado de Neguezt. Su voz suena ceremoniosa pero urgente.