– Hoy eran los libaneses, ya te lo he dicho. Aseguran que no ha venido nadie.

– ?Y tu les crees? ?Mantuvieron la guardia todo el rato o aprovecharon para relajarse un poco?

– ?Y eso que importa? -El policia esboza un gesto de desaliento-. Ni tu ni yo tenemos vela en este entierro.

Fattush se levanta, dispuesto tambien a dar paseitos, y Dial comprende que uno de los dos tiene que volver a sentarse, dado el reducido espacio del que disponen. Lo hace ella, no sin fijarse en la mirada ironica que le dedica Matas.

Es muy tarde cuando regresa a su apartamento y se encuentra exhausta. Aunque no tanto como para no ver que alguien ha cambiado de sitio la camita de Yara. No puede haber sido la propia Joy, en una visita inesperada a la casa porque, ademas, la cuna esta volcada.

Es una amenaza. Se dirige a la cocina, se llena un vaso de whisky, se pone una camiseta y se acuesta sin desmaquillarse ni cepillarse los dientes. Antes de dormirse le envia un mensaje a Fattush. «Me han hecho una visita de cortesia, pero no te asustes para que no me asuste. Dejame dormir. Hablamos manana.»

Lunes, 5 de octubre de 2009

Faltan muy pocos dias para que Diana Dial, asomada a un mirador que da al Nilo en la villa que Lady Roxana posee en Luxor, reconozca que fueron el azar y la tan denostada frivolidad beiruti los factores que la condujeron a solucionar el caso Asmar.

Por ahora asiste a la culminacion de la ceremonia de despedida que se le tributa a Ramiro de la Vara en el patio de los naranjos de la embajada.

Contra la claridad de la manana, los muros de piedra caliza que delimitan el patio parecen volumenes dispuestos en torno a los asistentes como descomunales piezas de Lego. La arquitectura puede desmoronarse, reflexiona Diana, si la atmosfera, limpida aunque solo se encuentran a unos 400 metros de altitud respecto a la ciudad, se carga con una sola alabanza mas acerca del finado. El discurso de cierre recae en el patriarca maronita, con quien el embajador mantenia lazos de amistad. El anciano, casi centenario y refulgente en su purpura, canturrea tal letania apologetica, mezclando las cualidades del muerto con los inapelables designios de Dios, que la periodista teme que la funcion pierda su caracter de sentido adios y acabe convirtiendose en una oda politica de las que el prelado acostumbra a perpetrar durante sus excesos patrioticos dominicales. «Irreparable perdida del mejor cristiano y amigo de nuestro pais en la cristiana Espana, solidario con la persecucion a que somos sometidos los creyentes en Nuestro Senor.» Por fortuna, con esto termina y los asistentes inician la dispersion con urgencia de figurantes de opereta. Demasiadas honras funebres para una sola semana.

Salva y su grupo, todos pertenecientes a la nomina de la Fundacion Quijote, forman un apretado peloton. Al mirarles, Diana comprende que, en parte, lo que la ha desazonado durante los ultimos dias, ese pensamiento de estar perdiendose algo que podria resultar importante, tiene que ver con esa gente. Ahi esta Matas, formando bloque compacto con el director y otros cargos de la casa, asi como algunos profesores. Dial ha cometido el error de ignorarlos, de juzgarlos a traves de Salva, de permitir que su voz burlona y sus descripciones de los otros, tal vez inventadas, afiancen ante ella una imagen que probablemente no corresponde a la realidad. El cierra sus puertas respecto a si misino y cuelga carteles que enganan sobre los demas, envoltorios. Como esos gigantescos embalajes beiruties, lonas pintadas con anuncios de falsos mundos que detienen la revelacion de la verdad. Comprende Diana que su desconocimiento es total. De ellos, de el. Total e irremediable.

Es tarde. Ya no le importa. Quiere resolver este asunto y partir. Quedar en paz con las victimas etiopes -y de paso, con el hijo tonto de los Asmar y con su alocada viuda- y abandonar Beirut. Irse deprisa, sin mirar atras.

La cuna de Yara. Nada le ha dicho a Joy esta manana del panorama que hallo en su piso la noche anterior, pero le ha pedido prestada a la criatura y la ha tenido un rato en brazos, cantandole nanas cuyo recuerdo le ha venido de muy lejos, sin forzarse. Luego le ha prometido a la joven filipina que arreglara lo de su visado de una manera u otra. «Es posible que no puedas viajar al mismo tiempo que yo, pero nos veremos en El Cairo, eso te lo aseguro. Lady Roxana tiene contactos con gente cercana a Mubarak. Ademas, vete pensando en venirte a Barcelona mas adelante. Con la nina, con Mohamed, si todavia no te ha repudiado. Este pais se ha puesto insoportable.»

No es Libano lo que ha cambiado, sino su percepcion. La aventura se ha oscurecido. Se lo ha confiado esta manana al inspector Fattush, que la ha llamado a primera hora, interesandose por su seguridad: «Tengo miedo y siento asco», le ha dicho Diana. Han quedado en verse en la ceremonia, pero el hombre no ha comparecido.

Los miembros de la legacion y algunos empleados se arremolinan en torno al ataud de caoba y al hijo del difunto. Ramiro de la Vara y de Oyarzun es una replica de su progenitor, con treinta anos y veinte kilos menos, sudoroso y como aprisionado por su terno gris marengo mas adecuado para el otono madrileno que para el beiruti. Diana se le acerca y musita una frase de pesame.

– Pobre papa. -Ramirito la abraza efusivamente-. Tenia sus cosas, pero era muy buena persona. Me hablaba muy bien de ti, se que te queria mucho. ?Morir en la misma semana que su amigo Tony! ?Que casualidad! Seguramente le ha matado el disgusto. Pero descansa en paz, abrazado a su cruz predilecta, la que pertenecio a Rasputin.

Contempla Diana con no poco escepticismo al hombre adulto, y sin embargo tan infantil en su pomposidad, tan desvalido dentro de su inflado ego, preguntandose si, al suponer un vinculo entre las dos muertes, no actua con sabia intuicion. La idea germina a suma velocidad en el cerebro de la mujer -Asmar y De la Vara, muertos por la misma razon-, produciendole instantaneos y dolorosos pellizcos en el estomago.

No, reconoce Diana. Los pellizcos se han presentado antes, durante los parlamentos. Exactamente al registrar, sin ser consciente de ello y mientras, aburrida, observaba a los asistentes, que las dos unicas personas ausentes en el acto son dos importantes modulos del rompecabezas: Cora Asmar, la viuda de su gran amigo, y su amante y masajista, Tariq.

Recibe la llamada de Cora mientras se dirige al Audi de Georges, quien aguarda con la puerta que corresponde a su asiento abierta.

– ?Por fin! -casi grita Diana-. ?Donde te has metido? ?Tengo mucho que contarte, he visto a tu suegra y esta que arde!

– Calma, calma -susurra la viuda-. Escucha, es muy importante que me prestes mucha atencion. Tienes que entender…

– Escuchame tu -interrumpe la periodista-. Corres peligro. Y yo tambien. Ayer entraron en mi casa y me dejaron un mensaje muy poco agradable.

– Calmate -repite la otra.

Esa histerica le recomienda calma. A ella. Dial se apoya contra el muro exterior de la embajada, haciendole un gesto al chofer para que el tambien se tranquilice y siga esperandola.

– No se que se trae la vieja entre manos pero me parece que se le ha ocurrido una solucion nada agradable para quitarte de en medio. A mi ya me han mandado un aviso, y no me ha hecho ninguna gracia.

Lo ha dicho con voz lenta y firme, buscando afianzar su superioridad sobre la otra. Pero ni siquiera conoce su paradero.

– ?Donde te has ocultado? -pregunta.

– Eso es cosa mia. -Cora suelta una risa corta y seca-. Todo es cosa mia. Has hecho un buen trabajo y te lo agradezco. Te mandare un cheque. Pero ahora quiero que lo dejes, ?me entiendes? Que lo dejes.

– Una cosa es tener miedo y otra dejarse vencer -argumenta Diana-. Si estas escondida y no quieres decirmelo, vale, me parece bien. ?Pero dejarles en paz! ?Tienen que pagar por su crimen! ?Que es lo que ha ocurrido para que cambies tan radicalmente?

– Puede que el hecho de no esperar un hijo. -La otra vacila, como si ella misma buscara explicaciones-. Fue una falsa alarma y, contra lo que pensaba al principio, me parece que me he quitado un buen peso de encima. En cuanto pueda me largo de este pais, y que les den por culo a todos los Asmar.

– ?Y la escena con la que me obsequiaste? Que si mi Tony, que si mi venganza… Oye, el miedo es libre, dimelo a mi que fui reportera de guerra. Pero de eso a permitir que los asesinos queden impunes…

– Ay, hija, que quisquillosa. Ya te he dicho que te mandare un cheque por las molestias. ?O prefieres una transferencia directamente a Espana?

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