Diana distingue en el tono de su interlocutora una nota de aburrimiento. Estalla:

– ?Ya te dije que yo no cobro nunca, idiota! -Tiene razon la vieja Yumana, a esta cretina hay que llevarsela por delante-. No en dinero.

– ?Que pretendes? ?Cobrar en lingotes?

– En justicia, Cora. Yo cobro en justicia. O, por lo menos, descubriendo a los culpables.

Y cuelga. Ha llegado el momento de hacerle una visita al tal Tariq. Antes, telefonea a Fattush para contarle lo de la viuda.

– Panico -resume el otro-. No todo el mundo posee tus agallas. ?O deberia llamarlo inconsciencia?

– ?Menudo escandalo! Lo han tapado como han podido, ?no es cierto? ?El gordinflon descansa en paz, si senor, y el whisky tambien!

Al volante, Georges se troncha como un adolescente que acaba de contar un chiste guarro. Diana le hace notar lo irrespetuoso que le parece que hable asi de un muerto, y mas aun saliendo de la ceremonia.

– Pobre hombre -murmura, remilgada, aunque a ella tambien se le ocurren un par de comentarios soeces-. En el fondo era una buena persona.

– Lo siento. Estaba recordando lo que pudo haberte hecho la otra noche -se disculpa el chofer.

– Hay que perdonar -concluye Dial, tajante.

Pero siente un escalofrio al pensar que la figura grotesca -y sudorosa, palpitante: viva- que la noche del sabado la aplasto contra su camilla de masaje se encuentra ahora encerrada en el interior de un ataud.

– Asi es la vida. Un dia estas y al otro ya no estas -comenta Georges, con voz de circunstancias.

Diana telefonea al hotel Sun Beach y pregunta si ese dia el entrenador de natacion tiene clase. Le indican que se encuentra en la piscina con sus alumnos y que su trabajo finaliza a la una.

Georges, que la ha escuchado hablar con su oido atento -y cotilla-, no le pregunta adonde se dirigen. Anticiparse a sus deseos es una de sus muchas cualidades de doble filo, y le basta escuchar un nombre -el de una calle, el de un edificio- para salir disparado hacia el lugar.

Vira a la derecha para ir a la Corniche -en cuyo inicio se encuentra el Sun Beach- por el viejo puerto, un camino que Diana ama especialmente porque, a su vera, quedan vestigios del Beirut antiguo. No el de los fenicios ni el de los romanos, sino el Beirut inmediatamente anterior a los anos setenta, a una guerra civil que corto en seco su desarrollo, un Beirut avanzado para su tiempo y su espacio, que se vio detenido para siempre. Luego vino el salto al vacio, y el consecuente vaciado de alma.

A su derecha, apenas visible a los ojos del viajero que solo se fija en los nuevos edificios, Dial avista una pequena ensenada natural en la que todavia quedan rastros de pescadores, cuyos aparejos en pesimo estado se ven sitiados por materiales de derribo e ingentes cantidades de deshechos. Algunas veces, Diana y Georges se han acercado hasta aqui, al amanecer, para comprar pescado del dia en una lonja clandestina improvisada por supervivientes de cotidianas catastrofes. En la orilla, desperdicios de multiples procedencias conviven con las humilladas barcas que todavia se hacen a la mar, una mar pringosa a cuya vera se sientan los hombres con sus pipas y sus tes calientes, en tresillos de gomaespuma rescatados de los basurales.

Cuando entran en Beirut y recorren la introduccion a la ciudad formada por talleres de reparacion de neumaticos, Diana se da de frente con la irrealidad del gran complejo portuario construido despues de la guerra. El coche atraviesa una explanada, Georges realiza las maniobras de rigor para acceder a la ruta adecuada y, de pronto, ahi esta la ciudad de las postales. Cosmopolitas hoteles, zorras de lujo y farmacias en donde mujeres con el pelo cubierto venden condones y Viagra sin hacer preguntas.

El hotel Sun Beach es un establecimiento de lujo, aunque no el mas esplendido de la zona. Esa insignia sigue luciendola el Phoenicia, de restringido acceso. Sin embargo, el Sun posee la mejor piscina al aire libre de la ciudad, construida de tal forma en la azotea que uno puede chapotear en sus aguas, fijar los ojos en el horizonte y sentirse como un pez en el Mediterraneo.

En cuclillas al borde de la piscina, luciendo un ajustado banador tipo boxer azul oscuro, se encuentra el hombre al que Cora Asmar se tira cuando le viene en gana. Es el monitor de natacion mas esplendoroso que a Diana Dial le ha sido dado contemplar en los ultimos anos. Es moreno como el pan recien tostado, e igualmente apetecible. Crujiente. Ni siquiera el fino y anticuado bigotillo y la recortada perilla menguan su encanto. Se le ve a gusto, jovial, con los ojos brillantes y los dientes blancos y afilados, feliz como un lobezno jugueton mientras ayuda a media docena de ninos de entre seis y cuatro anos a realizar ejercicios agarrados al reborde. Cuando Diana llega hasta el, no sin temer pegar un resbalon y caerse en la piscina con su traje pantalon de hilo y sus mocasines crema; es decir, no sin temer -como una hembra madura- hacer el ridiculo ante el joven macho, Tariq levanta los ojos y le dirige el tipo de mirada que un hombre que desea agradar tiene siempre a mano. O a ojos.

– ?No deberian estar en el colegio? -pregunta ella, senalando a los ninos.

– Son hijos de los clientes del hotel.

Diana se queda mirandole, de arriba abajo, sin cortarse. Con el tipo de mirada que una hembra madura puede dirigir a un joven macho.

Ha venido a por informacion y se encuentra con esta propina. Una buena vista, y no se refiere al paisaje que se divisa desde la terraza del Sun.

– Termino en diez minutos -le notifica el, despues de consultar un reloj de pulsera sumergible cuya esfera es casi mas grande que su muneca-. Puede esperarme ahi.

La facilidad del contacto hace que Diana suponga que el gimnasta esta habituado al trato con alumnas potenciales. De natacion o de lo que sea.

Le senala una tumbona pero la periodista prefiere no perder la dignidad -y, al levantarse, el equilibrio- dejandose caer en el mullido fondo de una diabolica hamaca en forma de medio huevo. Manos en los bolsillos, deliberadamente da la espalda a Tariq y se acerca a la baranda de grueso metacrilato. A sus pies, la profunda curva que comunica la Corniche con el tradicional territorio cristiano de la ciudad. En torno, mas hoteles. A la derecha, las estribaciones del Monte Libano. Delante, el mar.

El tiempo transcurre rapido mientras, con la cabeza gacha, contempla una de las escenificaciones de la historia libanesa de los ultimos cinco anos. A izquierda y derecha de la amplia via perfectamente asfaltada y ribeteada de hoteles de lujo que se encuentra a sus pies, dos monumentos erigidos a la memoria de Hariri, el estadista asesinado en febrero de 2005: una descomunal antorcha que arde puntualmente todos los dias a la hora del atentado, y un jardincillo con una escultura realista del hombron en actitud de dirigirse a resolver los problemas del pais. La custodian dos guardianes de seguridad vestidos de Armani que, en verano, se cobijan bajo un toldo de diseno italiano. Entre medias, ese pavimento perfecto, insolito en la ciudad de accidentadas superficies que es Beirut, y que no es sino una metafora de la rapidez con que se cubrieron en su momento las huellas dejadas por la explosion. Crimen y ocultacion.

Tambien la bomba que se llevo por delante a Tony Asmar, a Iennku y a Setota ha servido para cubrir un delito anterior, el del espionaje en favor de Israel por parte de Samir. A lo largo de esta semana, en que la ciudadania ha permanecido temerosa y -a su manera indecente- expectante, excitada por su propio temor, haciendo planes, desde el desanimo, sobre sus numerosas e imaginativas formulas para superarlo… A lo largo de esta semana transcurrida para Diana con la velocidad de una montana rusa, la periodista metida a detective ha recibido un cursillo intensivo de duplicidades.

Se gira, ve a los ninos salir de la piscina y dejarse envolver en toallas por sus nineras menudas y oscuras, probablemente de Sri Lanka, a quienes los crios tratan con despotismo.

En un momento, Tariq esta a su lado. Diana intenta mirarle unicamente a los ojos.

– ?Esta interesada en clases particulares o prefiere unirse a un grupo? -inquiere el chico, tras ofrecerle una diestra ligeramente humeda.

Dial permite que el equivoco de la natacion se establezca entre ellos.

– Me han hablado muy bien de sus metodos -deja caer-. Estoy un poco desentrenada.

La piel bronceada del hombre -no tendra mas de treinta anos-, la pueril satisfaccion que asoma a su semblante, el ramalazo de vanidad que le hace ponerse en jarras, apretando el abdomen. Desentrenada, si.

Carne fresca. Diana se sorprende albergando pensamientos que ni siquiera respecto a Salva -ante quien se siente en inferioridad de condiciones- se ha formulado con claridad. «Es un chulo -se dice-. Nunca has probado un chulo.»

Lo contempla con la voraz curiosidad con que suele examinar los aguacates en el supermercado. ?Lo compro

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