Ahora respondio Manolo:

– Alguien de suma confianza. El doctor An-dreu, el de las pastillas y el jarabe.

Iba en serio, pues. No se duda de la informacion de un medico de los de antes, cuyo invento curaba la tos de los ninos pobres-antesala de una posible

tisis- y de los pobres ninos, aunque fueran ricos. Siempre senti preferencia por la farmacia modernista del doctor Andreu, sita en la calle del Carmen, adonde iba con mi madre cuando me atacaban la bronquitis invernal o el asma primaveral.

– ?Donde vive Paula? -pregunto Terenci.

– En Madrid.

– Pues ya podemos cubrirnos con algo adecuado, porque alla nos vamos -dijo Manolo.

– ?Podriamos llegar vestidos de pubillas catalanas? -propuse-. Seria un puntazo, de cara a las relaciones publicas para mejorar la convivencia entre autonomias.

– Sugiero que no es practico -rechazo Terenci-. Aunque vamos a Madrid-Madrid, a la realidad-realidad, a dia de hoy, sin fantasias ni ficciones, nadie nos vera. Nuestros cuerpos seran un enigma. Y el traje de pubilla, aunque regio (en especial si no cargas con el cojin de hacer encaje de bolillos), no es adecuado para las busquedas. ?Que rabia, carecer de influencia material! Pues no podemos mover objetos, ni ocupar cuerpos, ni siquiera estimular el vuelo de una patata chip por entre las frondas del Retiro.

– Nos queda el cacumen -nos animo Manolo, dandose golpecitos con los dedos en la frente-. La Feria del Libro, en la que tu te derrumbaste, continua en su arboreo esplendor, con gran exito de publico y de ventas.

– ?Somos los primeros en las listas? -inquirio Terenci.

– ?Y eso que importa? Somos eternos -respondio Manolo-. ?Te parece poco?

– A mi me gustaria darme un paseito, incluso visitar el lugar de autos, me refiero a la carpa en donde perdi el conocimiento y -sonrei- os recobre a vosotros. Lastima que no podamos manifestarnos fisicamente. Me encantaria firmar mi obra y comprar unos cuantos libros.

– Pasearemos sin que nos vean, si eso te place -prometio Terenci-. Aunque ignoro que tiene que ver la Feria con nuestro proposito, como no sea hacernos perder el tiempo.

Manolo se mostro animoso:

– Hay mucho escritor muerto que vaga por alli. Seguro que alguien nos echa una mano.

Terenci sacudio la melena roja -recordemos que todavia era Annie, la huerfanita- y comento:

– Cosa del marxismo residual. Increiblemente, este aun conserva restos de fe en la humanidad.

10

En Madrid

– Nuestro plazo se acorta -se agito Manolo-. Tu Paula puede haberle hincado ya el diente al Maria Moliner. Esa chica es muy inteligente y curiosa, segun nos has contado.

Su intencion -ya estaba listo, otra vez bajo la apariencia de Carvalho detective, lo mas conveniente para la investigacion que teniamos por delante- era que nos saltaramos el entremes de la seleccion de atuendos para realizar el viaje. Ni Terenci ni yo deseabamos transigir. «?Que me pongo para ir a Madrid?» habia sido uno de sus episodios vitales favoritos. Terenci adoraba Madrid y lo que mas le gustaba era alojarse en el Ritz durante la promocion de un libro. En el restaurante del hotel se reunia para cenar con Antonio Gala, gran amigo suyo. En cuanto a mi, habia vivido en Madrid en tantos barrios, y durante tanto tiempo, que me tomaba muy en serio el evento de vestirme para regresar en espiritu.

– No le hagamos caso -decidio Terenci. Y se volvio hacia el otro-: Manolo, si nos impides enjaezarnos a nuestro capricho no te invitaremos a comer en La Ancha.

– No os preocupeis por Paula -les tranquilice-. Mi nina se pasa la jornada haciendo turnos en Urgencias. Pienso que os alterais en demasia, sobre todo tu, Manolo, no se si por tu solidaridad habitual o porque ya te he producido hartazgo post mortem.

– Por primera vez desde que nos hemos reunido vamos a trabajar con el reloj -se senalo la muneca y, en efecto, se habia hecho con un Festina rectangular estilo anos cuarenta de lo mas elegante-. Nos hemos habituado a que un segundo valga un universo y un universo, un segundo. Tic-tac, tic-tac. Hemos de controlar. De lo contrario Paula abrira el diccionario.

– Tiempo, tiempo, tiempo… -recito Terenci, mientras aprovechaba el espejo del capitulo anterior para probarse un buen surtido de rutilantes prendas-. Por eso a mi me tiraban tanto las piramides de los antiguos egipcios, cuyo tema central no era la Muerte, sino ese unico Dueno de cuerpos y animas, el Tiempo. Nena, si tienes ocasion de regresar al augusto Egipto, que se que no te llena mucho, no olvides situarte ante los sagrados monumentos como la mujer experimentada, hasta en el Mas Alla, que seras entonces: y siente el inmenso peso del Tiempo, que las piramides representan con silenciosa potencia. El Tiempo es un reloj con un cocodrilo dentro, no lo contrario, aunque lo escribiera Barrie. Nos creemos un capitan, manco (ergo, mortal, incompleto), es cierto, pero que puede decidir como manejar su garfio, es decir, su

vida, en la lucha contra el inevitable final. Hasta que comprendemos que es el Garfio quien dirige la accion, que ha estado ahi desde el antes, conduciendonos hacia nuestro destino como la obstinada aguja de una brujula, complice de las inclementes decadas. No hay capitan, no hay nave, solo un inmenso oceano, minado por tantos relojes como humanos sinos se dan en la tierra. Y, cuando menos lo esperas, te rodean tios y tias en bata blanca, respiras con la ayuda de una maquina y careces del menor control sobre tu cuerpo. Algunos teneis, como tu, mujera, una segunda oportunidad que actua como despertador, y no solo literalmente, de la conciencia. Si estuviera en tu lugar no la desaprovecharia. Mas, ?basta de intensa chachara! ?Que tal me cae este abrigo de cuero a lo Helmut Berger? Con unas polainas sado-maso…

– Hombre, a mediados de junio y en Madrid… Puede que caiga algun chaparron providencial, pero probablemente hara calor.

– No vamos a notar nada. No somos seres vivos. Y esta prenda me tento de tal manera desde el escaparate de Gonzalo Cornelia hace unos anos… ?Hagamoslo a la manera del Paraiso!

– En ese caso… -medite-. Una de mis frustraciones de cada Feria -dije- era no poder firmar y comprar libros y leerlos, todo a un tiempo, tumbada en el cesped, vestida de pastorcilla de Lladro, mientras por el paseo central del Retiro transitaban Paquita Rico, vestida de Maria de las Mercedes y Vicente Parra, como Alfonso XII. Ella,

tosiendo, y el, sujetando con fuerza el sable, para que no se le soltara la plumaza. Como fantasia, es el colmo de lo cutre-sensiblero-intelectual. Pero resulta tan incomodo como el traje de pubilla.

Me decidi por un vestido de algodon floreado, unas sandalias y las unas de los pies impecablemente pintadas con esmalte rojo sangre.

Con las manos en los bolsillos, Manolo se echo a reir.

– ?Y esas carcajadas? ?Es mofa o befa a costa de nosotros? -inquiri.

– No. Es pura simpatia. Cuando os poneis tan locazas me matais de la risa. Sera por lo que me reprimi siglos atras, en el Comite Central. ?Puedo pediros un favor?

– Si, vamos, sueltalo -dije.

– ?Os molestaria que llevaramos con nosotros a los perros? Como sabuesos no son gran cosa, pero no quisiera dejarlos solos.

– Ay, mi amigo. -Le abrace-. Nuestra invi-sibilidad garantiza que podamos retozar con ellos en la realidad- realidad sin vernos sometidos a las vejaciones terrenas de quienes detestan a los animales.

Poco despues nos instalamos -los canes tambien- en torno a una mesa de La Ancha, de la calle Zorrilla. Alli me entrevisto Manolo, en otra epoca, para su libro Un polaco en la corte del Rey Juan Carlos.

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