Cuando el trance paso, y el aire salado por las lagrimas nos erizo el pelaje, Terenci se volvio hacia nosotros.

– Me ha gustado mucho -confeso.

Se lamio la pata derecha y lanzo un maullido. Pues los tres nos habiamos convertido en gatos para disfrutar en comun, distintos y distantes, de una de las despedidas mas hermosas que pueden depararse a un ser humano.

17

?Al rico regaliz! ?Garrapinadas!

Si ya resulta un delirio desdoblarse, mas desconcertante es contemplarse en una escena del pasado, desde la perspectiva gatuna. Alli estabamos, gozando con el perfume de los orines -costas, las de Levante; pero para meadas, Alejandria-, a los que, desde nuestra condicion de sardonicos felinos mediterraneos, concediamos mayor importancia que al grupo de amigos de Terenci -en el que me contaba-, que se disponian a dispersarse, tras la sencilla solemnidad del ritual. Algunas mujeres aprovecharon las horas que faltaban hasta la partida del autocar que les devolveria a El Cairo para ir de compras, los periodistas se instalaron en el bar del Cecil y escribieron sus cronicas, no sin melancolia. Yo -mi yo de hacia dos anos escasos- preferi que el consul -que no conocia a Terenci pero le respetaba y admiraba- me acompanara en un paseo por la Corniche y me ilustrara con su erudicion. Nos sentamos -en esa tarde congelada en mi recuerdo, revivida ahora para el deleite de tres gatos y, no lo olvidemos, los perros de Manolo- en un cafe tan deteriorado como la ciudad. Un enano

nos pidio la comanda. Manejaba diestramente sus enseres. La bandeja mas grande que el, de metal gastado; los vasos de cristal en cuyo contenido opalino la menta oscilaba como un caballito de mar atrapado por el azucar; narguiles que nos preparo agujereando con pericia el papel de aluminio que cubria la cazoleta.

Alejandria, un barco adentrandose en la noche.

De alli partiriamos muy pronto hacia Beirut, pero ahora los taxis, amarillos y negros como los de la ciudad en que nacimos los tres -no tenia ni idea del origen de los perros-, circulaban por la Cor-niche escupiendo bocinazos y, a nuestra espalda, un lienzo de fachadas con mas pasado que futuro se desplegaba como los fuelles de un acordeon. Tapices de vejez, historia y olvido, eran las casas que el consul y mi yo anterior no podiamos ver, pero los animales si. De aquella incursion al reino de los gatos todavia conservo una retorcida querencia por las callejuelas del Oriente mas encanallado.

Mientras el consul y quien yo fui charlabamos, los otros, como bestias felices e invisibles que eramos, haciamos de las nuestras entre la clientela, sin miedo a que nos echaran a patadas. Los perros de Manolo no mostraban la menor actitud negativa hacia sus tradicionales enemigos o rivales en el predio de las llamadas mascotas domesticas. Formabamos un sexteto muy bien avenido.

Mientras mi evocacion permanecia ensimismada en su conversacion con el consul, se me paso por el cerebro la pretension de buscar un piso y que-

darme alli. Es decir, que pense en tomar semejante decision en cuanto volviera a la vida.

– ?Asi que prefieres ser un gato callejero a convertirte en una senora gorda del Ensanche con perro a juego? -pregunto Terenci.

No hable, ya me leian el pensamiento. Y quiza tambien los canes, ahora que me tenian a cuatro patas, pues se daban euforicos codazos, como si fueran agudos comentaristas de mi peripecia. Escuche a mi otro yo, confesandole al consul:

– Que nostalgia de Oriente… Me basta respirar esta atmosfera unas pocas horas para encontrarme en casa. Un hogar complejo, indomenable, sin duda. Y eso es lo mejor que ofrece la region. Esta parte del mundo afronta tantas contradicciones… No le da tiempo a uno a dormirse, obliga al extranjero a ponerse en el lugar de los otros, a sabiendas de que nunca lo va a ocupar. Pero la tentativa tiene tanto de aventura, es tan hermosa. La aventura de comprender. Es lo que echo en falta del reporterismo, ahora que la edad y el sistema me han ido alejando de esa parte importante, la espina dorsal de mi profesion.

El consul, anclado en esta orilla por vocacion personal, sonrio con tolerancia. Juguetona, desde mi otra condicion, la de gato, le di un carinoso lameton en la mano. Distraidamente, se la seco con una servilleta.

– ?Que me impide recobrar el lugar y el instante, ya que no el proposito? ?Por que no elijo…?

No escuche el final de la frase. Recuperado su

humano aspecto, Manolo y Terenci hablaron a duo:

– Ya vale. El resto es repetitivo. Has escuchado lo suficiente. Pero que sepas que fue aqui, en Alejandria, en donde empezaste a darle vueltas a algo que consumaras cuando regreses.

La pareja que fumaba narguile se desvanecio -?que habra sido del elegante consul?- y reaparecimos en la terraza del Pastroudis, en el mediodia alejandrino. A nuestro alrededor la ciudad estaba desierta, como si una alarma aerea hubiera empujado a sus heterogeneos habitantes a esconderse en un refugio subterraneo. Meti las manos en los bolsillos. Vacios.

– Lucy me advirtio que no me defendiera de las expectativas.

– Eso te lo venimos diciendo nosotros, con palabras y con nuestra actuacion, desde el inicio de estos compartidos eventos -senalo Manolo.

– Me intranquiliza esta ciudad. Tengo la sensacion de correr por un anden, a punto de saltar a un tren que no ha llegado ni ha sido anunciado, y que se detendra solo por unos segundos. Ignoro si me dara tiempo a alcanzar la plataforma, he olvidado el equipaje… He olvidado las maletas.

– Si a estas altura de tu vida todavia desconoces cual es tu bagaje, cuca -comento Terenci, con inusitada seriedad-, conviertes en inutiles nuestros esfuerzos. Dejame que hable por ti. San Tru-man Capote lo explico muy bien: el don, junto con el latigo. El se referia a los grandes escritores, es de-

cir, hablaba de el, pero, en mi opinion, la sabiduria que vertio en su prefacio a Plegarias atendidas sirve para cualquier ser humano con dos dedos de frente, para cualquiera que conozca el valor del tiempo que transcurre, el valor del conocimiento y de la experiencia, y que intente redondear esa obra siempre a medio escribir que es nuestra existencia.

– Doris Lessing dijo -susurre- que aquellos que estamos dotados para lo imposible tenemos la obligacion de, como minimo, reconocerlo.

– ?Lo ves? Au, reina, que se te hace tarde. -Terenci se puso en pie-. Vamos ahora a esa ciudad cuyo simple nombre hace que tu expresion se petrifique, empenada en no admitir que, por dificil que te resulte retomarla, solo alli recobraras tu gratitud por lo generosamente provista que fuiste para lograr lo imposible.

Me levante tambien, intentando aparentar desgana. Que tonteria, conclui: mis amigos me conocian mejor que yo. Tuve un arrebato:

– ?Sea, pues! Dirijo yo. Elijo vestuario, medio de transporte, epoca, etcetera, etcetera. No se vosotros, pero esta prenda va a agarrarse una cogorza como no se ha visto en el Otro Mundo. Y que le den por culo a Adonis.

– ?Ay, reina! Intuyo que por ahi tambien iba bien servido, el mancebo. Pues los dioses o semi-tales que le despedazaron lo hicieron por un ataque de cuernos, puedes estar segura.

De puerto a puerto, decidi. Siempre he sentido una paralizante nostalgia por la imposible Beirut

anterior a sus suenos de grandeza. Hay pueblos predestinados a repetirse desde su nacimiento, pueblos que nacen y mueren, mueren y nacen, que son su abortador y su partera, victimas y verdugos que se alimentan y eliminan, en perpetua melopea. Cualquier momento de su historia engendra el que vendra y es fruto del anterior.

Mi idea para el viaje alcanzo a mis amigos antes de que acabara de formularla. Se les ilumino el semblante y,

Вы читаете Esperadme en el cielo
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату